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"Cuando escribís peleás contra vos mismo"

Juan Sasturain

Cuarenta años de producción poética que apareciera, en muchos casos, primero en diarios y revistas, se reúnen en El versero (Gárgola). "Pensar que un soporte no consagrado literariamente contamina el texto: eso es mentira", dice el autor de Manual de perdedores.

Por Valeria Tentoni.

 

"Versero es, en el habla popular, el que hace el verso, el que utiliza cierta supuesta habilidad verbal para persuadir / halagar / seducir / trampear incluso a su interlocutor con fines precisos. En este sentido, el versero es una versión acaso degradada, pudorosa y más o menos amable o burlona del poeta, despojado de solemnidad o importada trascendencia", leemos en la contratapa que Juan Sasturain escribió para invitar a su último libro, editado por Gárgola, que reúne cuarenta años de producción poética. Su antecedente, por el mismo sello, es Carta al Sargento Kirk y otros poemas de ocasión, que había sido publicado en 2005. Ahora está incluido en este tomo que dispara, a sola vista, hacia Los poemas de Sydney West de Juan Gelman, que Sasturain editara en Galerna con poco más de veinte años.

El Versero contiene seis series, con poemas escritos entre 1976 y 2016. Dentro de cada uno de los libros, las fechas al pie dan cuenta de una producción en varias direcciones, de la escritura superpuesta de más de dos libros a la vez. Como calles paralelas hacia un punto de fuga que podría ser esta portada marrón, a modo de homenaje.  

Muchos de estos poemas vieron por primera vez la luz en diarios y revistas. "Yo no pensaba publicar esto, iba a ir publicando de a poquito. Ronda la idea de diferir: de publicar cuando ya los poemas ni te pertenecen, cuando ya ni siquiera sos vos el que los escribió. Diferido en el sentido de postergar, y también en el de ser distinto, ser otro", explica, frente a un café. Y cuenta que llegó a pensar, en un momento, que no iba a escribir más poesía: "El acelere me agarró en el 2004, cuando empecé The carne blues. Fue el resultado de una propuesta de la revista La mujer de mi vida para un numero temático". Además de ese título, hay otros como Versos con ademanes: "Cuando yo fui a la escuela te enseñaban poemas, de Bécquer por ejemplo, y las maestras te pedían que los recitaras con ademanes. Que los declamaras, en fin, todo un arte. Y estos son versos enfáticos, dedicados. Y cada uno tiene su gestuario", explica.

En los preliminares de Carta… leemos: "Por una extraña compulsión, un mecanismo que la pereza o el temor me impiden desmontar o mirar de frente, incurrí en la poesía cada vez que necesitaba (¿necesitaba?) realizar algún ampuloso gesto público o privado de fe, una declaración de males, escupir o poner flores". De vuelta ante el cortado, Sasturain agrega: "De algún modo, los poemas siempre fueron golpes de sentimientos".

 

El versero abarca un periodo grande de producción.

Cuarenta años, entre mis treinta y mis setenta. Muchos poemas se habían publicado en diarios y revistas, como Página/12, lo que pasa es que nunca en revistas literarias. Pero eso tiene que ver con mi relación con los medios; todo lo que yo he escrito lo he escrito un poco con los medios masivos. Las novelas también. Incluso la primera novela, Manual de perdedores, salió primero en el diario La voz. Es decir que el soporte ha sido ese, y la idea ha sido cruzar todos los textos. Hacer que la escritura en los medios y la escritura más estrictamente literaria fuera un continuo, no una cosa separada. Pero ni siquiera es una elección, eso ha sido un resultado de la práctica. 

¿Cómo comenzó la serie, cuál fue el primer poema publicado?

El de las Cartas al Sargento Kirk, en 1981, en la revista Medios & Comunicación, donde yo escribía, que era una de las pocas revistas en las que se podía escribir durante la dictadura. Y ese poema salió como un exabrupto, digamos. Podría haber escrito un artículo, y salió un poema.

Se nota eso en todo el libro, que hay mucho material que elegiste trabajar como poema pero que perfectamente podría haber valido para un montón de otros géneros.

Totalmente. Aparte, en la escritura, en mi caso me doy cuenta ahora, en perspectiva está todo mezclado. He tratado de borrar, consciente o inconscientemente, los límites entre una cosa y la otra. 

—Por tu labor, has vinculado siempre la lectura con el gran público. Desde la tele, desde el diario...

—Pero yo caí ahí, no es una vocación, no fue algo buscado. La práctica de la escritura y el trabajo nunca han sido cosas separadas para mí. Los tipos que admiramos y reconocemos tampoco lo tenían separado. Yo no soy periodista, yo soy un escritor que labura en los medios, siempre lo he sentido así, a pesar de estar rodeado de periodistas. No tengo vocación periodística, obviamente me importa la realidad de lo que pasa porque estoy absolutamente sumergido en ella. Pero jamás tuve vocación periodística, a pesar de haber laburado en los medios siempre. Un poco porque la vocación siempre fue la escritura, escribir. ¿Y dónde escribir? Yo soy profe de Letras, me recibí en la UBA, laburé en la docencia universitaria hasta la Triple A, en fin... Pero lo que a mí me gustó siempre fue, básicamente, escribir. Si yo pensaba en un Walsh, por ejemplo, o en un Oesterheld; en ellos nunca tuvieron escindido lo que hacían y la práctica de la escritura. Es decir, no tenías al artista por un lado y al laburo por el otro. Con todas las contradicciones, todo está absolutamente entreverado. Y de algún modo también es la costumbre o el hábito de trabajar con un público objetivo, real. Tener un interlocutor concreto. Si bien uno escribe para sí mismo, porque para quién vas a escribir. Escribís para vos, no para los demás; cuando escribís peleás contra vos mismo siempre. 

¿Qué empezaste escribiendo en medios?

Yo empecé haciendo críticas de libros, como cualquiera de nosotros: empezamos a hacer aquello que no sabemos hacer, criticando aquellos que somos incapaces de escribir. Me acuerdo, en el año 71, recién salido de la facultad, el primer libro que me dan para comentar en Clarín fue un libro de Pasolini, que se llamaba El sueño de una cosa. Una novela. Me acuerdo que cité a Barthes, a Todorov, y en el fondo… No entendí un carajo. Me felicitaron y todo, pero en el fondo no entendí de qué hablaba realmente Pasolini.

Pero ya era una manera de escribir, leer.

La vocación es leer, la primera vocación es leer.

Te entrevisté hace varios años ya, y el titular que quedó fue "Lo que no hay son lectores". ¿Sigue siendo ese tu diagnóstico?

Claro, en todo este proceso lo que se han ido perdiendo son los lectores.

Es una preocupación que siempre ronda en vos, la del lector antes que la del escritor, ¿no?

No, eso no es cierto. Lo que pasa es que yo me encontré, de golpe, a los 60 años, con la posibilidad de hacer un programa de televisión hablando de libros. Y trabajar determinadas prácticas te ilumina determinadas zonas, y hace además que te conozcan en determinados lugares. Entonces yo me convertí en alguien que servía para auspiciar la lectura o que daba consejos sobre qué leer, cosa que en la puta vida he pensado. Pero bueno, está bien, son los roles que uno va ocupando.

Pero El versero es un libro repleto de citas y de dedicatorias a tus escritores más queridos, y funciona también como una guía de lectura, involuntaria quizás. Este libro es también un gran vertedero de lecturas.

Totalmente. Está atravesado de lecturas, está todo usado. Mi escritura en general es una escritura que trabaja sobre lo usado, nunca he pensado en términos de originalidad sino en trabajar sobre lo leído. Uno labura con todos los textos incorporados, estás dialogando continuamente con todo lo que leíste, con todo lo que escuchaste. Muchos de estos versos son versos para decir. Tienen mucho ritmo de dicción.  

¿Cómo los componés, los corregís en voz alta?

No, no corrijo en voz alta. Escribo a mano. Pero sí me di cuenta cuando los terminé de que lo que tenía era ganas de leerlos. Cuando empecé a ir a charlas y cosas por el estilo, yo quería leer mis poemas. Y empecé a disfrutar mucho de hacerlo. Tienen una respiración particular, y además hay mucho juego. En algunos poemas está más desarrollado que en otros, pero hay mucho juego con la parte puramente fónica del texto. Agrega muchos sentidos.

También hay juego en la hoja, en el papel. Ya desde la portada se remite directamente a Juan Gelman.

En la argentina hubo un antes y un después de Gelman. La tapa de Los poemas de Sidney West la edité yo, en Galerna, yo laburaba ahí y Juan lo trajo, pero nada más, no me metí en el texto ni nada. Yo era un pendejo, tenía 26, y ahí lo conocí. Después trabajé con él en La Opinión en los setenta, me repartía los libros para comentar. Él me hizo comentar a Lamborghini, a Cardenal, entre otros. Incluso El libro de Manuel, que no lo quería agarrar nadie. 

—¿Y en qué sentido creés que te marcó la poesía de Gelman?

Bueno, yo caí como un pescado en el año 64 a Buenos Aires, tenía 18 años y venía del interior, de Dorrego. Tenía formación del secundario de allá, era un chico católico, de escudito y todo, entonces la caída a Buenos Aires fue grande. La poesía que se leía en ese momento era la de Juan Gelman, Juana Bignozzi, Alberto Szpunberg, César Fernández Moreno, el Grupo Zona de la Poesía Americana, Noe Jitrik, Paco Urondo, Lamborghini, Trejo. En fin, todos venían de César Vallejo. Y esa fue la poesía que nos marcó. El último Lorca, el de Poeta en Nueva York. Esos textos determinantes... O el Neruda de Residencia en la Tierra. Y bueno, el libro determinante, básico, el que nos marcó a todos es Gotán. Es del 62. Y, en Gelman, Gotán es un salto. Sobre todo porque ya no hay huella de Tuñón. La gran poesía europea y todas las otras tradiciones me llegaron muchísimo después. Yo a Pound lo leí de grande, a Kavafis, a Pessoa. Leí muchísima poesía argentina hasta mis treinta, cuarenta años. Toda, desde la gauchesca.

—Antes de venirte a Buenos Aires, de encontrarte con este maremoto, en tu casa ¿qué había de poesía?

En mi casa poesía no había. La poesía la descubrí comprando los libros de Eudeba, unas antologías que sacaban. Ahí por ejemplo encontré a Marechal.

Desde el título y desde los preliminares en El versero hay toda una posición con respecto a la solemnidad del poeta.

Eso ha sido un poco un gesto defensivo, ¿no? Uno se cuida el culo. Cada uno tiene la estrategia que puede para poder escribir, para hacer lo suyo. Es un libro de poemas, pero lo que pasa es que uno, tácitamente, está yendo a contrapelo de ciertos tipos de actitudes o de ciertos tipos de mitos. La literatura son maneras de leer, pero la literatura está en todas partes, atraviesa absolutamente todos los mensajes. Es cuestión de leer los textos, no los contextos ni los soportes. Lo que quedan son los textos. Pensar que un soporte no consagrado literariamente contamina el texto: eso es mentira. O, por lo menos, estamos en contra de esa concepción.

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