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Editoriales semillero: apostar a primeros libros

Debutantes

"A una primera novela le ‘exigimos’ lo mismo que a una novela de un autor ya reconocido", dice Damián Tabarovsky, uno de los editores entrevistados en esta nota alrededor de las últimas apuestas por plumas nuevas. ¿Cómo llegan los libros debutantes a manos de los editores? ¿Cómo se deciden a correr el riesgo los sellos? ¿Cómo resulta la cosa? Los catálogos en los que ponen la lupa los grandes sellos. 

Por Valeria Tentoni.

 

Parte del encanto del trabajo editorial tiene que ver con “descubrir” a un autor o a una autora: poner en el mapa una obra, crear lectores que lleguen hasta el final de su libro con ganas de seguir la ruta de esa pluma en tomos futuros. Esa aventura no está exenta de riesgos, por supuesto. En Argentina editar es, ciertamente, cada vez más caro, y los lectores tienen cada vez menos resto para gastar en libros. Así y todo, los editores insisten. Y lo logran. Muchas de las novedades mejor recibidas de este último tiempo son libros debut: primeras novelas o conjuntos de cuentos de escritores que se lanzan al vacío construyendo sus alas en el camino, como recomendaba Ray Bradbury.

“Obviamente, instalar a un autor es un placer enorme como editor”, dice Fernando Pérez Morales. Notanpuän es uno de los sellos semillero recientes, que publica primeros y segundos libros de autores que en oportunidades siguen editando grandes sellos, como el caso de Claudia Aboaf con Pichonas (cuyo libro siguiente, El rey del agua, editó Alfaguara) o Los accidentes, de Camila Fabbri (cuya reedición se hizo junto a Emecé, en una labor conjunta que continuará este año con La lengua alemana, novela de Julieta Mortatti). Pérez Morales explica que desde el origen del sello se trabajó con primeras obras. Otro sello que se mueve con igual riesgo del último tiempo es Años Luz Editora: entre los libros debut de narrativa de su catálogo se cuentan la novela Errar, de Matías Nicolaci y los libros de cuentos La suerte de las mujeres de Paula Vázquez y El interior S.A. de Alejandro Güerri -estos dos últimos autores ya habían publicado poemarios antes, pero no narrativa-. Este año, además, publicarán una novela de Santiago Farrell, también debutante. “Notamos cada vez más interés en los primeros libros y, por suerte, cada vez hay más editoriales y un buen número de ellas apuestan a estas obras. Lógicamente, la editorial tiene que realizar un trabajo serio de apuntalamiento de la obra para que llegue a más gente”, explica uno de los responsables del sello, Juan Alberto Crasci.

Las ideas en prensa y difusión de las que cada editora se vale pesan y mucho a la hora de facilitarle el camino a los libros cuando se aventuran más allá del pequeño país de amigos y familiares. En ocasiones, hay todo un trabajo -si bien hecho, invisible para los lectores- detrás del milagro de una reseña o de la recomendación de un librero. Damián Ríos, de Blatt & Ríos, explica: “Es más difícil trabajar con un autor o autora que recién empieza a publicar; hay que trabajar mucho la prensa, hacer un boca a boca con los libreros y con otros autores”. Ardua pero placentera es la experiencia para Crasci: “Hay un disfrute mayor en poner a circular libros que parecían escondidos o guardados. Las pequeñas editoriales son el semillero, de ellas salen los grandes escritores que luego recogen las editoriales de mayor envergadura”.

Por su parte, a Mardulce le fue muy bien con primeras y segundas novelas de autores argentinos, como El viento que arrasa de Selva Almada, La débil mental de Ariana Harwicz y El modelo aéreo de Leonardo Sabbatella. Una de sus últimas novedades fue La habitación alemana, primera novela de la dramaturga Carla Maliandi, que será llevada al cine por Diego Lerman. “Cuando recibimos una primera novela que nos gusta suponemos que allí hay ‘un autor’, alguien que tiene algo para decir, y nos imaginamos que más adelante habrá nuevos libros”, refiere Damián Tabarovsky, su editor. “Por supuesto que también hay una apuesta a futuro, en el sentido de que la ilusión de Mardulce es seguir de cerca el desarrollo de la obra de un autor. Por eso publicamos las dos novelas de Selva Almada, las tres de Ariana Harwicz, las tres de Leonardo Sabbatella, las dos de Marcelo Carnero (la segunda sale en marzo), y ojalá publiquemos la segunda de Carla Maliandi, cuando la tenga lista”, sigue. “Si editoriales como Mardulce y otras editoriales amigas en el mismo horizonte de preocupaciones no damos espacio a las primeras novelas, ¿quién se lo va a dar?”, se pregunta el autor de Literatura de izquierda, que define al sello en que trabaja como “una editorial de descubrimientos”. Allí entran no solo primeros libros sino también traducciones de autores que no habían llegado al castellano aun, en un catálogo que incluye una zona de autores muy consagrados y primeras novelas extranjeras recientes (como La dirección del ausente, de Ruth Zylberman).

Blatt & Ríos hace lo suyo: Intercambio sobre una organización, de Violeta Kesselman; Lobo rojo, de Majo Moirón; Club de fumadoras, de Bárbara Wapnarsky; Santoral, de Acheli Panza son sólo algunos de los libros debut que publicaron en estos años. “Siempre estamos atentos a lo que se está escribiendo y nos parece necesario hacer estas apuestas. Confiamos en que después del primer libro van a venir otros y así fortalecer la política de autor, de hecho lo que más remarcamos en las primeras conversaciones es que los nóveles tengan un compromiso con la escritura, que no se queden con la satisfacción de verse publicados y que sigan escribiendo. A lo mejor con el primer libro pasa poco, pero a medida que el oficio se va asentando se consiguen mejores resultados”, dice Ríos. “La garra que tiene el tipo que publica su primer libro, a veces la pierde al segundo o tercero”, sabe Pérez Morales.

En los casos de debut, para los editores el trabajo arranca de cero: ante el libro de firma inédita, sólo el libro. Pero, según Damián Tabarovsky, la cosa no cambia por ese motivo al trabajar: “No hacemos en una valoración particular por ser una primera novela. A una primera novela le ‘exigimos’ lo mismo que a una novela de un autor ya reconocido”. Ríos responde en igual sentido: “Publicamos primeros libros a menudo, siempre que los textos nos convenzan. En los textos se juega todo”. Pérez Morales también lee libro por libro, y eso vale para los seguimientos de autores de la casa: “Editar es un proceso intuitivo y salvaje. Vos terminás un libro y decís ‘lo quiero publicar’. No decís ‘le quiero cambiar el final’, ‘le corregiría esto o aquello’. Después ves, pero hay una sensación de mucho hambre cuando encontras El Libro. Uno lee manuscritos a morir, y cuando te llega uno que te motiva decís: ‘Bueno, sigo siendo editor’”.

Pero, ¿cómo llegan esos libros a manos de los editores? “Algunos llegaron gracias a cierto conocimiento previo de los autores. Los habíamos escuchado leer en ciclos literarios, o nos conocían y decidieron enviar el material a la editorial. Otros llegan a nuestro mail o por correo sin referencia previa. Nos interesa leer todo lo que nos llega, aunque demoremos bastante. Algunos autores nos mandan sus textos porque ‘les gustó el nombre de la editorial’, o porque leyeron algunos de nuestros libros y sintieron que estaban en sintonía con lo que escriben”, dice Crasci. “En el caso de muchas autoras, se trata de propuestas que nos hacen y las leemos; en otros casos, se trata de recomendaciones de gente en la que confiamos o de talleristas que nos recomiendan. En otros casos, se trata de talleres que damos y elegimos asistentes del taller con trabajos y los vamos enfilando para el lado de la publicación, en un trabajo que a veces lleva años”, responde Ríos. “En el caso de Bárbara Wapnarsky, ella pertenece a un taller que yo tenía hace unos años. Este año decidimos que sería un taller de publicación: en lugar de que el importe de la cuota me lo quede yo, todos los asistentes aportan a un fondo común del que se financia en parte un libro de los asistentes. Ese taller continúa y vamos a seguir publicando”.

Muchas de las apuestas editoriales que mejor rankean en ventas en la librería provienen de proyectos emergentes, como Rosa Iceberg: La chica del milagro, primera novela de Cecilia Fanti, uno de los libros con los que salieron al ruedo, sorprendió a las editoras gratamente. Al poco tiempo de distribuido, ya se había agotado y tuvieron que reimprimir. Reimprimiéndose desde que salió también está Tarda en apagarse, el primer título de Silvina Giaganti, publicado por Caleta Olivia.

Otra editorial en situación “semillero” es Tenemos las máquinas: en 2017, y con el apoyo del Fondo Argentino de Desarrollo Cultural y Creativo, sacaron tres primeros libros. Los mejores días, de Magalí Etchebarne, es otro de los más vendidos de la librería, pero además de ese salieron Angst de Adriana Riva y Cat power de Cecilia Palmeiro. Ese conjunto panorámico está acompañado por un diagnóstico que muchos ya están haciendo, entre ellos Alan Pauls (en entrevista con La Nación): “Es el momento de las escritoras, sobre todo de las cuentistas. En la literatura argentina siempre hubo mujeres fuertes”. Buena parte de los libros debutantes de Blat & Ríos son escritos por mujeres, también: “Que la mayoría sean mujeres se debe a la calidad de los textos que nos llegan y a que nos llegan más textos de mujeres que de varones; en general, en los talleres participan más mujeres, también”, explica Ríos. “La desigualdad de género nos queda grande a nosotros; es algo de lo que debería encargarse el Estado. De todas maneras, estamos atentos a esa desigualdad en las publicaciones y la tenemos en cuenta a la hora de trabajar los planes editoriales, pero lo que más pesa es nuestro juicio sobre los textos”.

 

 

La foto: es "Salto al vacío", de Yves Klein (1960)

 

 

 

 

 

 

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