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Entrevistas

"Me atraen los personajes que están en los márgenes"

Ph Lourdes Plata

Entrevista a Liliana Colanzi

"Todas mis historias tienen que ver con obsesiones, paranoias, juegos con la mente. ¿Qué pasa cuando la razón estalla? Ésa es la pregunta que me interesó explorar a través de la escritura", dice la autora de Nuestro mundo muerto en esta entrevista con Ivana Romero.

Por Ivana Romero.

“Este es el tronco de todas las historias, habla de nuestro mundo muerto”, dice una canción de los indígenas ayoreos. Liliana Colanzi explica que eligió ese epígrafe para su nuevo libro después de leer la historia de un hombre perteneciente a esta etnia boliviana, originalmente nómade y habitante de los montes. Al ser corridos hacia las ciudades, los ayoreos se vieron privados de su vida y su cultura. Luego de estar en silencio, uno de los indígenas logró explicar lo que sentía a través del canto, recogido por el antropólogo Lucas Bessire. “Me pareció muy poderosa la historia y lo que este ayoreo canta”, afirma Colanzi.

La escritora está de paso por Buenos Aires mientras Eterna Cadencia acaba de editar Nuestro mundo muerto, un volumen que reúne nueve relatos. Escritos en su mayoría en primera persona, estos textos dan espacio a voces diversas, desde un hombre que dice estar poseído por un indio mataco hasta una chica enamorada obsesivamente de una dealer a la que sigue desde Bolivia a París. El rasgo común es que todas están atravesadas por la extrañeza. En ellas pervive una vida ancestral en los montes junto al cosmopolitismo vertiginoso de los grandes centros urbanos.

Nacida en Santa Cruz, Bolivia, en 1981, Colanzi terminó en diciembre su doctorado en literatura comparada en la universidad de Cornell, en Estados Unidos, con una tesis sobre cyborgs, monstruos y animales en la literatura latinoamericana desde los años sesenta hasta acá. En agosto volverá a esa universidad para sumarse al equipo docente.

 

¿Cómo fueron surgiendo estos cuentos?

A través de un proceso lento y trabajoso que demandó unos seis años. Luego de mi primer libro, Vacaciones permanentes (que se publicó en 2010 y que en Argentina editó Reina Negra), intenté darle continuidad a algunos de esos personajes. Y los sentía como letra muerta. Es lo peor que me puede pasar, que empiece a escribir algo y sienta que hay cierta alma faltando en lo que escribo. Incluso por primera vez perdí el placer de la lectura. ¡Eso sí fue una crisis! La vuelta de tuerca empezó gracias a “Help a él”, de Fogwill. Ese cuento se puede leer en clave fantástica y realista a la vez. A partir de ahí se fueron destrabando algunas cosas mías. Dejé un poco de lado el realismo o en todo caso, trabajé hacia una zona más extraña. Y en estos cuentos está el resultado. Algunos ya se conocen aquí porque fueron en su momento editados en Chile.

En alguna entrevista mencionaste también tu fascinación por Sara Gallardo; en especial, por Eisejuaz y su extrañamiento del lenguaje. En tu libro también hay algo de eso. Me refiero al trabajo que hacés moldeando cada voz e incorporando en algunos casos, testimonios reales de indígenas ayoreos.

Sí. Creo que un cuento no sólo es un trabajo con la historia sino también con el lenguaje. A veces no basta con narrar sino que hay que investigar cómo el lenguaje se va torciendo y en consecuencia, cómo se distorsiona la realidad. Los cuentos están narrados en primera persona en casi todos los casos. Y en ellos hubo una preocupación por capturar algo de cada oralidad en particular. Así, la historia se acomoda a la forma y no al revés. Primero tengo que ser capaz de llegar a la voz para saber qué quiero contar. O sea que nunca sé cómo empieza un cuento y cómo termina. Puedo saber más o menos qué va a pasar pero eso puede modificarse de acuerdo a lo que exija esta voz.

“Chaco” y “Caníbal” obtuvieron el Premio Aura Estrada 2015 Hablemos un poco de esos dos cuentos. El inicio de “Chaco” es casi una declaración de principios. Ahí se lee: “Dice mi abuelo que cada palabra tiene su dueño y que la palabra justa hace temblar la tierra”.

Claro, es que en “Chaco” puede que ese abuelo le esté hablando a un nieto un mentiroso. Porque llega un momento donde ese chico te desconcierta. Su camino es absolutamente torcido, no se sabe si está inventando eso del poder que le da la piedra manchada con sangre de un indio mataco o si la realidad se le presenta de esta manera. La escritura quizás sea eso: hallar otro tipo de verdad en esa distorsión.

“Caníbal” puede ser leído desde la precariedad del origen, con una de las chicas siguiendo a otra desde La Paz hasta París y perdiéndole el rastro. Y con las dos tratando de olvidar de dónde vienen.

Me atraen los personajes que están en los márgenes, en algún extremo. Lo extremo puede ser una situación o un estado mental o una búsqueda espiritual. En este cuento no sólo está el tema de la droga en el caso de la dealer, sino la obsesión que tiene una chica por otra. Todas mis historias tienen que ver con obsesiones, paranoias, juegos con la mente. ¿Qué pasa cuando la razón estalla? Ésa es la pregunta que me interesó explorar a través de la escritura.

¿Partís de ese interrogante para escribir?

En el caso de estos cuentos, sí. Tiene que ver con algo que me pasó. Estuve un par de años con insomnio, en pleno programa de doctorado, en medio de la nieve. Deja a alguien sin dormir y ya vas a ver cómo la idea de lo real se va a la basura. Siempre me consideré muy racional. Hasta los 12 años fui una especie de niña mística, muy católica, que rezaba y tenía el deseo ferviente que se me apareciera la Virgen. A los 13 años leí a Marx y me hice atea. Pero a través del insomnio me di cuenta de que es muy fácil perder la razón. A partir de esta situación, que no puedo nombrar sino como “desquiciamento”, salieron los cuentos del libro.

En “La Ola” se habla además de la opresión de Ithaca disimulada bajo una vida universitaria regulada.

Ithaca -así se llama el lugar donde vivo, ubicado en Nueva York- básicamente es un campus universitario convertido en ciudad. Allí funciona Cornell así que las personas que viven en Ithaca se relacionan de un modo u otro con la universidad. A la vez, es una ciudad que puede llegar a 25 grados bajo cero. Y en épocas de vacaciones académicas, es casi un lugar fantasma. Cuando yo entré, se suicidaron seis estudiantes. Entonces durante un tiempo sobrevoló el fantasma de todo eso que acababa de suceder. La universidad intentaba ser proactiva con esta situación: te llenaba los bolsillos con antidepresivos y pastillas para dormir. Era un clima un poco espectral. En “La Ola” está la mirada de quien ve cómo la vida resuelta también tiene sus problemas.

¿Cómo llegaste a Cornell?

Me fui en 2004 a hacer una maestría en Cambridge sobre estudios latinoamericanos. Volví en 2007 a Bolivia, donde estuve trabajando un año y medio hasta que apliqué para el doctorado, gané una beca y me fui a Estados Unidos. Hice todo eso porque no sabía cómo lidiar con mi vocación literaria. De la escritura no se vive así que me dije “bueno, la vida académica es una buena forma de tener tiempo para escribir”.

¿Sentís que tu mirada extranjera tiene incidencia al momento de observar lo que te rodea?

No sé si mi mirada se extraña por extranjera o por las características de la universidad, un lugar de mucha autoexigencia. Lo que sucede allí es que la frustración o la violencia se cometen hacia uno mismo. Y es curioso porque por un lado está todo el lado racional y regulado de la universidad. Pero por otro lado, está la sinrazón que te provoca llevar algo a los límites.

Esa sinrazón aparece en “La Ola” pero también, por ejemplo, en el cuento “Nuestro mundo muerto”.

¿Te refieres a lo de la lotería marciana?

Sí. ¿Qué es la lotería marciana?

La lotería marciana es una invención a partir de Mars One, una iniciativa privada que busca enviar una expedición a Marte. Habilitaron unos formularios on line para quien quiera ser unos elegidos y así se han ido quedando unos diez. Una es una chica boliviana muy joven. A partir de cosas que ella contaba, me puse a pensar en cómo alguien puede tomar la decisión de irse a un lugar del cual probablemente no pueda volver

En América latina no abunda la ciencia ficción en un sentido clásico pero sí hay autores que la han investigado de un modo u otro. ¿Tenés alguna recomendación?

Me han gustado mucho dos libros de autores de ciencia ficción argentinos. Monstruos geométricos de Denis Fernández y Los mantras modernos, de Martín Felipe Castagnet.

 

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