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Rara, como encendida

Dalia Rosetti

"Una persona se tiene que poner una máscara no para ocultarse, sino para develar otra faceta de sí", dirá Fernanda Laguna promediando esta entrevista alrededor de la nueva novela de fantasía firmada por Dalia Rosetti, Sueños y pesadillas (Mansalva). "Para mí todo es real. Los sueños son reales, son tan reales como una mesa", asegura. 

Por Valeria Tentoni.

Fernanda Laguna dice que hoy no quiere hablar ni de Belleza y Felicidad, ni de la editorial, ni del proyecto en Villa Fiorito, ni de su pintura, ni de nada más que de Dalia Rosetti: "Quiero hablar del libro. De Dalia Rosetti adentro de Dalia Rosetti". Tampoco quiere una foto de frente. Indica: "De espaldas, con el cuadro y el caballo ahí". El animal en pleno relincho se parece al que montan en una de las escenas de Sueños y pesadillas. En realidad, todos los cuadros que tiene delante, de espaldas a la cámara, parecen escenas de Sueños y pesadillas. A veces hacer caso simplemente conviene. Además, como escribe Dalia, “¡cuánta energía que involucra la duda!” Estando como estamos en tiempos de escasez, mejor economizar todo lo que se pueda: se saca la foto como pide. Y sale, en el recorte, el nombre del espacio en Villa Crespo donde se hacen muestras, lecturas, y exposiciones en sus grandes vidrieras. Es una esquina que toma toda la comba del encuentro entre Padilla y Gurruchaga. Muy cerca de ahí está La Internacional, librería y también sede del sello Mansalva, por donde salieron los trabajos de Rosetti en narrativa. Entre ellos, justamente, éste que compone todo eso de lo que sí quiere hablar hoy. 

Es una novela de iniciación, sexual e imaginativa. La escribió Laguna, pero dice sentirse tan disociada de Dalia Rosetti que puede llegar a sufrir celos cuando algún lector pondera sus libros más que los que firma con su propio nombre. Ese otro nombre, floral, que nada tiene de secreto, fue creado por la misma poeta que comenzara publicando poesía a fines de los 90 en plaquetas fotocopiadas: libros que podían llegar a escribirse, imprimirse y encontrar a sus lectores en el transcurso de un mismo día. Una buena vez decidió dejar de cortar los versos y avanzar hacia el costado en vez de para abajo, explica. Y, como los zurdos a los que antes les ataban la mano hábil a la espalda, ejercitó esa suerte de ortopedia escritural personalísima hasta que apareció una voz. Era ella y a la vez no era ella. Sueños y pesadillas encuentra a Dalia en la salida de la adolescencia, en estado de asombro y misticismo, haciéndose de sus primeros "estigmas del romance": la fantasía se le aparece como una manera de la fe. Las aventuras de este libro pueden leerse como una precuela de las de Me encantaría que gustes de mí y Dame pelota. “Joven, hereje y salvaje, heroína inocente en busca de su deseo incierto”, la define Maitena en la contratapa. “La vida es rara y los deseos también”, escribe Dalia.

En medio de la conversación, Laguna revoleará sus pequeños ojos y, con una fuerza seca y dura, matará un mosquito, que nadie más que ella vio, de un único y muy efectivo palmazo. 

 

—¿Cuándo apareció Dalia Rosetti? 

—Me gané una cena gratis en un bar y no fui con nadie, porque te daban una sola porción, entonces me puse a escribir la escena de ese momento y ahí salió un relato que se llama “Tatuada para siempre”. Era 1999 ó 2000.

—¿Y el nombre por qué?

—Un día estábamos con Gabriela Bejerman y Cecilia Pavón y decidimos ponernos nombres de flores para escribir, como para tener otra identidad. Margarita Bomero era Cecilia y Lirio Violetzky, Gabriela, y por ejemplo así firma Una monja modelo y Esa troncha trenza de cana

—¿Se te apareció completo el personaje o se va armando con las historias?

Dalia va siendo a medida que va pasando el tiempo de cada relato. Ella fue naciendo a medida que fue empezando a escribir. No fue un proyecto. Iba apareciendo, cada vez más, pero a través de los textos.

—Los episodios de Sueños y pesadillas son anteriores a las historias los dos libros que ya habían salido, en la cronología vital de Dalia.

Es como una precuela, el antes-de-todas-las-Dalias, mostrando un poco qué había pasado con ella y por qué es como es. Cuenta su ser, su ser material. Qué es ella.

—¿La pintaste alguna vez?

No.

—Aparecés en la obra de Diana Aisenberg, una de las niñas ideales. Aisenberg trabaja con muchos elementos que se relacionan con los de esta novela; lo místico, las vírgenes, los pesebres, las alas. Mencionabas a la monja de Bejerman recién. ¿Cómo ingresaste a estos temas?

Nunca había trabajado sobre estas cosas. Es que, en realidad, este librito yo lo había escrito en el 99, entonces es lo segundo que escribí. Era un poema largo que se transformaba en un relato. Lo escribí, quedó ahí y después volví a agarrarlo y ya era otra, entonces lo tuve que hacer todo de nuevo. Pero hubo cosas que quedaron, y esa zona mística es del principio. Es algo que debería haber sucedido mucho antes de todo lo que vino después.

—¿Y qué configura, en la personalidad de Dalia, lo místico?

La mística tiene que ver con el creer, y la ficción también. No sé si lo que quiere el escritor es hacer ficción o quiere más bien hacer realidad, hacer reales las cosas que tiene en la cabeza. Las santas siempre estuvieron muy presentes en mí, por ahí en los poemas aparece más la virgen, y acá hay santas, que son la parte más terrenal de lo místico. Me interesaba sobre todo el cuerpo de las santas.

—Hay una que tiene el cuerpo de pétalos, pero petrificado.

Sí, porque se está convirtiendo. Esto de que una santa es de yeso y a la vez es inmaterial. Ese personaje está probando cómo transformarse a yeso y cómo volverse puramente espiritual, pero todavía no es santa.

—Alguien pensaba en tu apellido, en la capacidad del agua de cambiar de estado. Vos, que pasás por tantos soportes, tenés la preocupación por lo inmaterial. Y al hablar de tu obra dijiste que tu favorita es una que se deteriora: aparece de nuevo la destrucción, lo inmaterial.   

Es que lo inmaterial está en estado de materialización: nunca es algo estable, como inmaterial permanente, algo abstracto, sino que es algo que siempre va hacia la materialización. Es como una idea, ¿para qué querés tener una idea si no la vas a llevar a cabo? Me gusta esa cosa de la santa, que sobre la capa de yeso haya otra, espritual. Siempre es una cosa y otra cosa, y hasta otra más. Puede ser algo sexual, algo místico, un adorno. Puede ser útil, un elemento de macumba: que una cosa pueda ser usada para tantos signos me atrae, me atrae esa cosa de indefinición del objeto. 

—¿Cómo te llevás con la realidad? ¿Dónde empieza y dónde termina, para vos?

Para mí todo es real. Los sueños son reales, son tan reales como una mesa. Que tengan otra estructura es otra cosa, pero un cuento es tan real como una vida, por eso uno cuando lo lee afecta la vida. Es una cosa mágica, no sé. Por ahí dentro de 150 años se descubre que los libros son portales, agujeros negros, que existen de verdad y que la ficción no es algo menor, que es parte de la realidad. El libro, como las santas, es el libro y es otra cosa más. Una cosa viva.

—¿Te acordás, cuando empezaste a leer, qué libros te generaron esa entrada total en la fantasía?

Y, yo leí Ami, el niño de las estrellas. Ahí proyectaban las historias con la mente y era medio de autoayuda. Me gustaba porque era una historia que a mí me servía para la vida. Es que a mí me cuesta leer ficción. Si no la escribo, me cuesta mucho. A Ami no lo leía como una historia de ficción, lo leía como un libro de autoayuda.

—¿Y qué dibujitos animados recordás?

Heidi.

—¿Creés que Sueños y pesadillas tiene algo de autoayuda?

Sí, tiene muchas cosas desde ese lugar. La leés y te podés identificar, pensar: ah, a mí me pasó algo parecido. Es que la vida es muy extraña, a mí me parece rarísimo todo. Estar vivo y ser una persona, me parece algo raro. Me sorprende bastante. 

—El adjetivo "raro" vuelve siempre en lo que escribís, en lo que decís. ¿Frente a qué te parás como ante lo "normal" y decís bueno, acá se inaugura la rareza?

Y, cuando empiezo a cuestionarme las cosas. Cuando empiezo a dudar de una cosa eso se vuelve raro. Una tiene que tener algún tipo de control, para no volverse loca. También es la posibilidad de mirar algo como la tristeza: mirarla y ver cómo es, cómo es su forma de expresión, cómo la siento en el cuerpo. Por uno de esos agujeros que una se mete es que se vuelve algo extraño, y ahí podés encontrar un portal para ir hacia una historia. 

—Dijiste que Sueños y pesadillas apareció primero como poema. ¿Te pasa mucho que se te pasen ideas de poesía a narrativa?

Es que fue al principio, cuando yo escribía versos y estaba tratando de ir hacia la narrativa. Y, como pista de despegue, intenté hacer lo que ya conocía, que era empezar con un verso. En el momento me decía: ya está, no tengo que ir para abajo, ¡voy para el costado! Ese fue en un momento en que arrancó. Una parte de algo conocido, y en ese momento lo conocido era para mí la poesía.

—Siempre para narrativa Dalia, ¿no? ¿Nunca la firmaste como Fernanda?

En algunas plaquetitas sí, pero eran otra cosa. En lo de Dalia hay una velocidad y una cosa que lo puedo hacer solo en su nombre.

—Dijiste también que Dalia es como una superheroína, que te empuja a la aventura.

Una persona se tiene que poner una máscara no para ocultarse, sino para develar otra faceta de sí. No me refiero a que tenga superpoderes, es más la posibilidad de tener otra identidad, como Clark Kent y Superman, lo que me interesa no es que Superman vuele, sino que Kent pueda ser Superman. Poder tener otro cuerpo. Siento que Dalia es como otro cuerpo, con el que puedo correr, viajar de acá a Nueva York en un segundo, y de ahí ir a un país que no existe, todas esas cosas.

—Yostemia, ese es el país al que llega en la novela. ¿Qué es ese lugar?

Lo inventé, pero después me pareció que era como el país del Yo.

—¿Todas las escenas de colegio católico tienen que ver con tu experiencia?

Sí, fui a colegio católico. Era muy mística de chica, pero eso ya es mi intimidad. Sí es cierto que me dio el motor, yo era bastante delirante en cuanto a lo místico, y esas experiencias me dieron elementos para poder escribir. En realidad, aparecen todos los nombres de mis compañeras de curso de verdad. Después dije: a ver si se enojan, y cambié los nombres un poco. Son parecidos.  

—¿Tenés horarios para escribir, método?

En general es cuando pinta, pero en esta novela me pasó algo increíble. Yo no tenía mucho tiempo y una novela lleva mucho tiempo. Más que nada, tengo un hijo, y a veces estás escribiendo y volando en un globo aerostático, arriba de nubes rosas y no sé qué y de repente ¡mamááá, la leche! ¡Es tan trágico! Es una de las peores cosas de la vida. Es tan trágico tener que bajar de ahí que por eso muchas veces no me ponía a escribir, por esa pesadilla que es cortar. Pero con la novela me fui al hotel de una amiga a escribir. Cuatro días. Y ahí, alucinante. Aunque el primer día no escribí nada, tenía la posibilidad de estar frente al texto. 

—¿Tenés obra visual que juegue con esta narradora?

No directamente, pero todo lo que hago podría ser perfectamente lo mismo. Pero no hay algo así que la refiera. Aparte, ella es muy diferente a mí en mil cosas y me gusta pensar con su cabeza. Cómo ve las cosas. 

—¿Qué es lo propio de la mirada de Dalia?

Dalia no tiene necesidad de definirse por ningún tipo de cosas, y no lo hace por creerse genial. No se define y tampoco define si es bueno o malo lo que le pasa. Está ahí, suspendida. Tampoco tiene una idea del bien y del mal demasiado clara, ni la intenta aclarar. No es como escribir con mi nombre. Es lo que le debe pasar a todos los escritores. De alguna manera, me sorprendo como si yo no estuviera haciendo el libro. Hasta en un momento le tuve celos a Dalia Rosetti. Cuando salió mi libro Control o no control, todo el mundo hablaba más de Dalia que de Fernanda Laguna y me sentí mal. Pero me gusta que sea alguien así, darle su lugar en el mundo, darle su propia vida. Me conmueve, por ella. Por ahí podría seguirla otra persona, en algún momento. La autora es Dalia Rosetti, es la que lo vive y es la que lo escribe. Sí, soy yo, pero en algo no. Aunque sea un milímetro. Ser artista es un extrañamiento para uno mismo. Soy a la vez lectora suya, y me encanta conocer a través de ella a los otros personajes que van apareciendo. Ir viéndolos, porque nunca tengo un plan. Nunca sé nada. Arranco por una cosa y ni idea para dónde va a ir, de repente vas viajando. Yo no me siento escritora, cuando escribo es como si actuara de escritora. Además, no busco hacer una obra total, algo que irrumpa, que sea algo nuevo. Busco hacer novelitas de aventuras, que sea una continuidad. Para todos, pero también para las chicas, algo entretenido. Es más hacer un continuo, y como que todo va armando una cosa. En un punto es como un chorro que sale y lo cortás y empieza otro libro, y sale y cortás. Una cosa medio Sidney Sheldon, algo así, pero nivel de kiosco de Capital Federal.

—¿Hacer literatura de kioscos te gustaría?

Era mi sueño. Igual este no es un libro que le podés regalar a cualquiera para el cumpleaños, no es para toooodo el mundo. Hay gente a la que no le gusta. No se si un católico lee este libro y se copa, o si es como para regalárselo a tu tío. Pero me copa si tu tío se copa.

—¿Por qué dijiste "para las chicas"? ¿Le imaginás más lectoras mujeres a este libro?

Sí. Igual si hay lectores hombres me encanta. Pero me gusta cuando los hombres lo leen como si fueran chicas. Los hombres tienen que travestirse para leerlo, tenés que entrar en eso, es para las chicas. 

—¿Te preocupa cómo se va a recibir mientras estás escribiendo?

No, no, yo escribo para que me odien. Como para decir: la voy a cagar, la voy a cagar, algo así. Aunque no cague nada, pero me cago a mí misma. Trato de hacer algo, de arruinarla, no sé.

—¿Cómo?

Como algo que... Como no ir por el camino. Justamente, por ahí en un momento pienso: que les guste. Pero me parece tan trágico pensar en que le guste a la gente que digo: voy a hacer algo que no les guste. Como para sacarme esa cosa, que es tremenda.  

—Es un movimiento que se ve en toda tu obra, cruzando materiales que en principio podrían disparar antes para el disgusto que para el gusto. Podríamos decir: jugando en la seducción del disgusto. Pero el efecto final, en no pocas ocasiones, es de gusto.

Sí, total. Es de gusto, pero ahora. Ahora ya hay un gusto, un estilo. Al principio, cuando yo escribía así, e iba en el poema y de repente salía con una declaración que a mí me daba vergüenza, pelada y cruda, era como... no sé. La destrucción del poema.  

—Belleza y felicidad: no estás cerca de una belleza canónica, ni cómoda. Pienso en el ya famoso poema a las toallitas. ¿Siempre confiaste en que esto iba a decantar, en que algo se iba a generar?

No, empecé escribiendo como en autismo, pero en un autismo compartido con mis amigos y amigas. Era algo no para que le guste a la literatura, sino para que sea medio así como: vos decís esto y entonces yo digo esto otro. Es verdad que ahora sí gustan, pero porque también hay varios libros y uno ya entiende de qué va este chorro. Entonces es como que te relajás, no te ponés a pensar si esto es genial o no es genial. Algo ocurre. Y al tener la editorial hecha con fotocopias, escribíamos algo y a la tarde ya lo teníamos impreso. Y entonces decíamos: má sí, escribo cualquier cosa, si total a quién le importa un libro de fotocopias. No había un riesgo de nada. Era como para decir lo que sea. Eso generó una especie de libertad para nosotros, para mí al menos: escribir algo que, justamente, no era para el mundo de la literatura. Si hubiésemos pensado en el mundo de la literatura no hubiésemos escrito esto. Era medio como todo de juguete. Yo creo que el autismo es algo muy importante en cierto momento, cerrarte a todo lo que existe y hacer tu mundo. Tu propio sistema de valoraciones. Cecilia Pavón escribía algo, me lo leía y yo le decía: ¡genial, buenísimo! Y ella estaba feliz ya con eso. Ella me decía a mí: ¡buenísimo! Era un sistema de valoración que funcionaba ahí.

—¿Qué era la literatura para ustedes, en ese momento?

Para mí la literatura era Cecilia. Después había toda otra gente, Cucurto, Pablo Pérez, Deldiego, pero no me gusta hablar como de una épica.

—¿Y el autismo ante qué se planteaba?

Ante la legitimación que venía de afuera. Para legitimarte a vos misma y a tus pares, necesitás negar que existe otro tipo de legitimación. Si ya sabés que hay otra legitimación, dudás de lo que estás haciendo, y la tenés que ir a buscar. Además nunca sabés cuándo llega. En cambio, esto es algo muy instantáneo. Incluso tampoco teníamos un sistema de legitimación muy complejo. Era más bien me gusta, buenísimo, genial, así. Básico.

—¿Y se decían también "no me gusta"?

Creo que no. No, nunca, creo. Y creo que siempre sirve, sobre todo cuando uno está armando algo independiente o quiere armar algo, no esperar a nadie, como para fortalecer algo propio. La particularidad si es que querés hacer algo particular, si es tu meta en la vida, porque también uno puede hacer otro tipo de cosas que van por otra línea de escritura, de arte, hay miles de lugares que habitar— se fortalece así, me parece.

 

 

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