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Ficción argentina

Coto

Por Angélica Gorodischer

"Tener un bosque alrededor es espléndido y llama a más, no a otros mundos pero sí a la riqueza posible en este que habitamos". Una de las piezs que componen el último libro de Angélica Gorodischer, Coro (Emecé).

Por Angélica Gorodischer.

He llegado a esto, a desconocer las distancias. Qué sentido pueden tener un metro, quinientos mil trescientos cuarenta años luz, diez centímetros, un milímetro cuando la vida transcurre entre cuatro paredes un techo y un piso todo de cemento gris sin ventanas en silencio árido luz indecisa tenue aire que entra no sé de dónde pero que me permite respirar. Tengo agua también: una canilla y el lujo de una ducha y un inodoro. La comida llega, no sé tampoco de dónde ni cuándo: de pronto está al alcance de mi mano.

Y los días transcurren. No, la locura no me ronda. Nada me preocupa, nada me asombra, nada me obsesiona. Estoy en este lugar, casi siempre quieta, pero a veces caminando por un sendero que invento.

Y fue ese sendero el que me dio los medios de, a pesar del encierro, manejar mi vida. Tal vez alguien me vigila, no lo sé y no me importa. Desde hace un tiempo, un tiempo indeterminado, claro, soy dueña de tormentas, edades, lunas, adivinanzas, destinos y soluciones. Puedo salir al mundo; mejor aun, puedo traer el mundo hasta mí.

Porque el sendero, el sendero estaba ahí y la prueba es que yo pude recorrerlo. No estaba en mí, ¿cómo podría estarlo?, entre mis hombros y mi cintura, en la planta de mis pies, detrás de mis ojos y ni siquiera reptante y silencioso en mi imaginación o en mi proyecto. Estaba ahí y por eso puedo hablar de invento, de haberlo inventado y no, no lo inventé: lo de inventar es una manera de acortar los significados. Digo invento y se entiende: la razón maneja las riendas y en ciertos casos es mejor darle su espacio. Lo traje hasta mí, cerré mis manos y mi aliento sobre su trazado, lo recorrí caminando sin esfuerzo sin cansancio y si lo pienso quizá también con la música que surgía de cada trecho, alejamiento y desvío; ajeno y definitivo pero también banal, listo para ser desechado. En el silencio que siguió pude decir eso de que estaba ahí.

Todo está ahí. Todo está ahí y consecuentemente, ubicuo, inmensamente rico, argumento y presupuesto del deseo, puedo llegar hasta el centro de la sustancia inacabada que sabe esperar un gesto de mi parte. Todo está ahí, entre la pronunciación de la a y el susurro de la i hay una hache muda que es el silencio en el que se gestan palabras, hechos, descubrimientos y la lumbre inenarrable de la conciencia: todo. El universo es una hache muda silenciosa en la que cabe ese todo, sin límites sin formas sin dirección sin tiempo y sin sentido. Sólo yo, los que están afuera, los que respiran y fundan, sólo los que se plantan nos plantamos ante lo que es necesario acotar para que todo viva y aliente, reflexión, como en un espejo; disposición, como en un rito, la espera y la seguridad del gesto: si aquello está ahí yo puedo buscarlo y traerlo.

Es por eso que, en primer lugar, desconozco las distancias no porque me hayan encerrado en un ámbito sin ventanas sin luz sin aire sino porque las distancias no existen y existe solo el ahí. En segundo lugar si todo está a mi alrededor ya que ahí lo es todo, no tengo más que alargar las manos, es un decir, debe entendérseme, una manera concreta y casi doméstica de describir el movimiento del punto final y el propósito, alargar las manos y traerlo hasta mí, hasta este lugar de cemento gris cerrado sin ventanas ni luz ni aire ni nada.

Sólo hay que ubicar lo que necesito.

Antes que nada un bosque. Un bosque porque el mundo está cubierto de bosques y porque un bosque me hace feliz. Un bosque habla, danza, puede reír y temblar, un bosque vive y yo también y querer pisar un bosque es como querer oír un cuento, una canción, un llamado, eso que las viejas recorren hacia atrás hasta el momento del primer vagido, cuando todo está por construirse segundo a segundo

Bosques los hay de todas clases y partiendo del gris cemento sin siquiera molestarme en ir organizando mis pasos sobre el sendero, anduve por los frondosos y los caducifolios, por los basales, los antropogénicos, boreales, arboledas, doseles, selvas, mangales, frondas, herbazales, florestas y rameales. Fue una magnífica excursión exploratoria en la que lo más importante es la sombra y la invasión del verde que termina por incorporarse a los ojos sin dificultad y sin remedio. Pero ¿qué más quiere la buscadora? Si la sombra y el verde terminan por maridarse ella puede lograr el mejor de los hogares, tibio, blando, hecho de caricias y de percepciones de lo que hay más allá de las paredes, percepciones que son también sospechas y deseos.

Pues bien, que terminé por aceptar una hoja de cada uno. Es un decir, no se me asuste ni corra a buscar otro párrafo menos complicado que este. Quiero decir que fui recortando las parcelas de bosque, recortando y guardando en la memoria y en los bolsillos, en el ánimo y en los cordones de las zapatillas. Y que finalmente volví, cosa que no es tan difícil como parece aunque a Odiseo, según él mismo y según el señor Italo Calvino le haya costado tanto tantísimo el viaje de regreso, por suerte para nuestros ojos, hay que decirlo. Volví y desplegué el bosque a mi alrededor. Después de lo cual me senté en el centro del enorme ámbito que acababa de crear y contemplé mi obra. Mía. Todo estaba y sigue estando ahí pero yo fui a buscarlo, supe en dónde estaba, fui a ese lugar, lo atrapé y lo traje.

Tener un bosque alrededor es una gran cosa. Es como un abrigo, una meta, un coto que nos pertenece, que no es resultado de una ley ni de una costumbre sino de la propia voluntad, precisión y habilidad de una. ¿Cómo no sentirse maravillosamente bien? Dormir en medio de un bosque con el canto y el arrullo de las hojas, del viento en los nidos, de las flores secretas, es como ensayar el sueño de los bienaventurados, el que los inundará en el paraíso, el que rige en el camino de las lunas y de los mundos mínimos o gigantescos que pasan más allá de nuestras quimeras, cuando la durmiente deszuma todo bocado imperfecto y sólo acepta lo más puro, transparente y maduro, lo inigualado de cada frase.

Tener un bosque alrededor es espléndido y llama a más, no a otros mundos pero sí a la riqueza posible en este que habitamos. ¿Por qué no el agua? Todo está ahí, más allá del bosque y el agua espera.

Tuve por lo tanto, lagos gemelos que se encontraban en las orillas de un farallón construido por los siglos, tuve un río goloso de espacios abiertos que se derramaba sobre el mundo y alimentaba los bosques y los lagos. Tuve playas, montañas, desiertos, cascadas, huertas, volcanes, todo lo que nace y crece en este mundo, todo lo que está ahí. Motivo por el cual no he desconocido las distancias sino que las he pasado por alto. Pueden haber nacido en la explosión primera, el gesto mínimo del más grande desastre, pero no es lo que me concierne. Nada les debo ya que todo está ahí.

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