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Diálogo sobre la fantasía: por Walter Benjamin

El arco iris

"La fantasía también es el alma del mundo onírico. El sueño es absorción pura del fenómeno en el sentido puro": uno de los textos de Materiales para un autorretraro (Fondo de Cultura Económica): el arte, la creación, el color, los sentidos y el espítiru, según Benjamin, en este diamante brevísimo. 

Por Walter Benjamin.

 

Margarethe: Es temprano en la mañana, temía despertarte. Pero no podía esperar. Quiero contarte un sueño, antes de que se desvanezca.

Georg: Cómo me alegra que vengas a mí en la mañana… Pues entonces estoy totalmente a solas con mis cuadros y no espero tu llegada. Has estado en la lluvia, eso te ha refrescado. Ahora, cuéntame.

Margarethe: Georg… ahora veo que no puedo hacerlo. Un sueño no se deja decir.

Georg: ¿Pero qué soñaste? ¿Era algo lindo, o temible? ¿Era una vivencia? ¿Y conmigo?

Margarethe: No, nada de eso. Era algo muy simple. Era un paisaje. Pero resplandecía de colores; nunca vi semejantes colores. Tampoco los pintores los conocen.

Georg: Eran los colores de la fantasía, Margarethe.

Margarethe: Los colores de la fantasía, eso eran. El paisaje relucía con ellos. Cada montaña, cada árbol, las hojas: todos tenían infinitos colores. Incluso infinitos paisajes. Como si la naturaleza misma se reanimara en miríadas de formas nativas.

Georg: Conozco esos colores de la fantasía. Creo que están en mi interior cuando pinto. Mezclo los colores y entonces no veo más que color. Casi diría que soy color.

Margarethe: Así que era un sueño, yo no era más que mi mirada. Todos los demás sentidos estaban olvidados, ausentes. Y yo tampoco era nada, no era mi entendimiento, que deduce las cosas de las imágenes de los sentidos. Yo no era alguien que miraba, sino que solo era una mirada. Y lo que veía no eran cosas, Georg, sino solo colores. Y yo misma estaba coloreada en ese paisaje.

Georg: Lo que describes es como una embriaguez. Recuerda lo que te conté sobre ese raro y delicioso sentimiento de la borrachera, que conozco de épocas anteriores. Yo me sentía de lo más liviano en esos momentos. Solo percibía aquello gracias a lo que me hallaba en las cosas: sus cualidades, por medio de las cuales podía penetrarlas. Yo mismo era una cualidad del mundo y flotaba sobre él. El mundo estaba lleno de mí, así como de colores.

Margarethe: ¿Por qué jamás encontré en los cuadros de los pintores esos colores brillantes, puros, los colores del sueño? Pues de donde surgen, de la fantasía, que tú comparas con la embriaguez… la absorción pura en el olvido de sí: esa es el alma del artista. Y la fantasía es la esencia más íntima del arte, nunca lo vi tan claro.

Georg: Si fuera el alma del artista, por ende no sería la esencia del arte. El arte crea. Y crea concretamente, o sea, con referencia a las formas puras de la naturaleza. Pero piensa —y a menudo lo has pensado conmigo—: a las formas. Crea según un canon infinito, que funda infinitas formas de belleza. Son formas, todas se basan en la forma, en la referencia a la naturaleza.

Margarethe: ¿Quieres decir que el arte recrea la naturaleza?

Georg: Sabes que no pienso así. Es cierto que el artista siempre desea solo captar la naturaleza en sus fundamentos, desea absorberla puramente, conocerla formalmente. Pero en el canon radican las formas internas y creativas de la recepción. Mira la pintura. No parte de la fantasía, del color, sino de lo espiritual, de lo creativo, de la forma. Su forma consiste en captar el espacio vital, construirlo según un principio. Pues no se puede absorber lo que está vivo salvo recibiéndolo. El principio es su canon. Y cuando reflexioné al respecto, encontré que para la pintura es la infinitud espacial, así como para la escultura es la dimensión espacial. La esencia de la pintura no es el color, sino la superficie. En esta, en la profundidad, el espacio subsiste en su infinitud. En la superficie se despliega la existencia de las cosas en relación con el espacio, no propiamente en él. Y el color es apenas la concentración de la superficie, la imagi­ nación de la infinitud en ella. El color puro mismo es infinito, mas en la pintura solo aparece su reflejo.

Margarethe: ¿En qué se diferencian los colores de la pintura de los de la fantasía? ¿La fantasía no es la fuente del color?

Georg: Lo es, por maravilloso que resulte. Pero los colores del pintor son relativos en comparación con los colores absolutos de la fantasía. El color puro solo existe en la visión, solo en la visión existe lo absoluto. El color pictórico solo es un reflejo de la fantasía. En él la fantasía propiamente se vuelca hacia el acto de crear, hace transiciones con la luz y la sombra, se empobrece. El fundamento espiritual del cuadro es la superficie, y si de veras has aprendido a ver, entonces verás que la superficie ilumina el color, y no al revés. La infinitud espacial es la forma de la superficie, es el canon, y de ella parte el color.

Margarethe: No serás tan paradójico como para decir que la fantasía nada tiene que ver con el arte. Y aunque su canon sea espiritual e implique la creación formativa de la vitalidad, que ciertamente se refiere a la naturaleza solo en posibilidades infinitas, así es cómo recibe también el artista. A él se le manifiestan lo sencillo y bello, la visión, lo regocijante de la mirada pura, no menos que al resto de nosotros, sino más, y más profundamente.

Georg: ¿Cómo entiendes lo que se manifiesta de la fantasía? ¿Piensas que es un modelo y que el acto de crear es una copia?

Margarethe: El creador no conoce un modelo y por lo tanto tampoco uno en la fantasía. No lo pienso como un modelo, sino como una matriz. Como eso que se manifiesta y en lo que él se abre, en lo que él se detiene, que nunca abandona y que ha surgido de la fantasía.

Georg: La Musa da al artista la matriz de la creación. Has dicho lo cierto. Y qué otra cosa es dicha matriz sino el reaseguro de la verdad de su creación, la garantía de ser una misma cosa con la unidad del espíritu, de la que surge no menos la matemática que la escultura, no menos la historia que el lenguaje. Qué otra cosa le garantiza la Musa al poeta con la matriz sino el canon mismo, la eterna verdad subyacente al arte. Y esa embriaguez que en las instancias de máxima claridad espiritual fluye por nuestros nervios, la voraz embriaguez del acto de crear, es la conciencia de crear dentro del canon, conforme la verdad con la que cumplimos. En la mano del poeta que escribe, en la del artista que pinta, en los dedos del ejecutante, en el movimiento del creador, el único impulso, la plena apertura en los gestos que él ve en sí como divinamente inspirado —sí mismo, el formador, como una visión, con su mano guiada por la mano de la Musa—: ahí impera la fantasía como la perspectiva del canon en el que mira y en las cosas. Como unidad de ambos en la perspectiva del canon. Solamente el imperio de la fantasía lleva la embriaguez del que goza, de la que te hablé, a la embriaguez del artista. Y solo cuando este se empeña en hacer de la matriz un modelo, cuando quiere apoderarse de lo espiritual sin una figura, mirarlo sin una forma, la obra se vuelve fantástica.

Margarethe: Pero cuando la fantasía es ante todo el don de la recepción pura, ¿no extendemos su esencia a lo inconmensurable? Pues entonces la fantasía está en cada movimiento que se realiza, totalmente puro y totalmente ensimismado, en la perspectiva mental, por así decirlo: en la danza y el canto y el andar y el lenguaje por igual, tanto como en el mirar puro del color. ¿Y por qué, sin embargo, deberíamos divisar la fantasía preferentemente en la esencia de los colores?

Georg: Claro que hay una perspectiva pura en nosotros también propia de nuestro movimiento y de toda nuestra producción, y en ella estriba, según creo, la fantasía del artista. Mas el color sigue siendo la más pura expresión de la esencia de la fantasía. Pues en el ser humano el color no se corresponde con facultad creativa alguna. La línea no se recibe con tanta pureza, porque gracias al movimiento podemos transformarla en el espíritu, y el sonido no es tan absoluto, porque poseemos el don de la voz. No tienen la belleza pura, intangible, aparente del color… De hecho, veo que con el rostro surge una determinada región de la sensibilidad humana que no se corresponde con ninguna facultad creadora: percepción del color, olfato y gusto. Mira qué clara y nítidamente lo muestra el lenguaje. De esos objetos dice lo mismo que de la actividad sensible misma: tienen olor y sabor. Pero de su color: tienen aspecto. Eso no se dice jamás de los objetos si se quiere describir la forma pura en ellos. ¿Vislumbras el ámbito profundo y secreto del espí­ritu que aquí se inicia?

Margarethe: ¿Acaso no lo he vislumbrado antes que tú, Georg? Pero quiero poner el color por encima del secreto dominio de los sentidos. Pues cuanto más nos adentramos en ese segundo dominio de los sentidos absorbentes, que no se corresponde con facultad creadora alguna, más enojosos se vuelven sus objetos en términos sustanciales, y menos pueden los sentidos sentir cualidades puras. Con un sentido puro y aislado no se puede absorber una sustancia por sí misma, sino como una cualidad. Pero el color surge en lo más íntimo de la fantasía, porque solo es una cualidad, no es en absoluto una sustancia ni se refiere a una. Y es así que solo puede decirse de él que es una sustancia, pero no que tiene una sustancia. Por eso los colores se han vuelto símbolos para quienes carecen de fantasía. En el color los ojos se aplican puramente a lo espiritual, el color ahorra el camino del creador a través de la forma en la naturaleza. Permite a los sentidos, en su absorción pura, que se encuen­ tren directamente con lo espiritual, con la armonía. Quien ve está totalmente sumido en el color, mirar el color significa hundir la mirada en ojos ajenos, que la devoran: los ojos de la fantasía. Los colores se ven a sí mismos, en ellos se encuentra el puro mirar y ellos son su objeto y órgano a la vez. Nuestros ojos tienen colores. El color se produce en la mirada y colorea la mirada pura.

Georg: Has dicho de manera muy bella cómo en el color se manifiesta la esencia propiamente espiritual de los sentidos, la absorción; cómo el color en tanto algo espiritual, directo, es la expresión pura de la fantasía. Y recién entiendo ahora qué es lo que dice el lenguaje cuando habla del aspecto de las cosas. Remite, justamente, al rostro del color. El color es la expresión pura de la cosmovisión, la superación del acto de mirar. Gracias a la fantasía entra en contacto con el olfato y el gusto y las más distinguidas fantasías del hombre se despliegan libremente en todo el ámbito de sus sentidos. Yo al menos creo que ciertos espíritus selectos reciben fantasías del olfato, incluso del gusto, puramente y por sí solos, así como otros lo hacen con fantasías del color. ¿Te acuerdas de Baudelaire? Tales fantasías extremas llegan a volverse una garantía de inocencia, pues solo la fantasía pura, de la que afloran, no se ve profanada por el ánimo y por los símbolos.

Margarethe: Llamas inocencia al ámbito de la fantasía en el que las sensaciones aún viven puramente como cualidades en sí mismas, imperturbables en el espíritu receptivo. ¿Esta esfera de la inocencia no es la de los niños y los artistas? Ahora veo claramente que ambos viven en el mundo del color. Que la fantasía es el sustrato en el que reciben y crean. Un poeta escribió: “Si tuviera sustancia, me colorearía”.1

Georg: Crear recibiendo es la consumación del artista. Dicha re­ cepción a partir de la fantasía no es una recepción de un modelo sino de las leyes mismas. Unificaría las figuras mismas del poeta incluso en el sustrato del color. Crear totalmente a partir de la fantasía equivaldría a ser divino. Sería crear totalmente a partir de las leyes, directamente y libre de la referencia a las leyes por medio de las formas. Dios crea a partir de una emanación del ser, como dicen los neoplatónicos; puesto que dicho ser no sería otra cosa que la fantasía, de cuya esencia emerge el canon. Quizás el poeta reconoció esto en el color.

Margarethe: De modo que solo los niños se mantienen en la inocencia y, al sonrojarse, vuelven a la existencia del color. En ellos la fantasía es tan pura que son capaces de ella… Pero mira: ha parado de llover. Se formó el arco iris.

Georg: El arco iris. Míralo: es solo color, en él nada es forma. Y es la metáfora del canon tal como emerge divinamente de la fantasía, pues en él el producto de la belleza es el de la naturaleza. Lo que es bello en él es su ley misma, transformada ya no en naturaleza, ya no en espacio, ya no bella gracias a la igualdad, la simetría y la regla. Ya no por formas deducidas del canon, no: algo bello en sí. En la armonía, pues es canon y obra al mismo tiempo.

Margarethe: ¿Y en este arco iris como metáfora no regresa todo lo que es bello y en lo que se manifiesta el orden de la belleza como naturaleza?

Georg: Así es. El canon está en la perspectiva pura y se manifiesta exclusivamente en el color. Pues en el color la naturaleza es espiritual y en su aspecto espiritual la naturaleza es puro color. Es realmente el modelo del arte según su existencia en la fantasía. La naturaleza vive íntimamente en ella, como comunidad de todas las cosas que ni crean ni son creadas. En la perspectiva pura recibió a la naturaleza. A ella remite toda realidad material del arte.

Margarethe: ¡Podría decirte cuán familiar me resulta el color! Un mundo de remembranza me rodea. Pienso en los colores de los niños. Cómo es que son en ese caso siempre lo recibido puramente, la expresión de la fantasía. Mantenerse dentro de la armonía, por sobre la naturaleza, en inocencia. Lo multicolor y lo monocromo, la bella y rara técnica usada en mis más viejos libros ilustrados. ¡Sabes, cómo se esfumaban en todos ellos los contornos en un juego multicolor, cómo estaban delineados el cielo y la Tierra con colores translúcidos! Cómo flotaban los colores alados sobre las cosas, coloreándolas y devorándolas. ¡Piensa en los muchos juegos que apelan a la perspectiva pura en la fantasía! Las pompas de jabón, los juegos de té, el colorido húmedo de la laterna magica, las acuarelas, las calcomanías. El color siempre estaba matizado lo más posible de forma imprecisa, difusa, totalmente monótona, sin transiciones ni de luz ni de sombra. Suave, a veces, como los flecos de la lana colorida. No había grandes cantidades, como en los colores de la pintura. ¿Y no te parece que este mundo propio del color, el color como sustrato, como algo sin espacio, se represen­ taba excelentemente por medio del colorido? Una infinitud dispersa, sin espacio, de absorción pura: así estaba formado el mundo artístico del niño. Su única extensión era la altura… La percepción de los niños se dispersa en los colores. Ellos no derivan una cosa de otra. Su fantasía es prístina.

Georg: Y todo de lo que hablas son solo diversos lados de uno y el mismo color de la fantasía. No tiene transiciones y sin embargo actúa en innúmeros tonos, es húmedo, esfuma las cosas en el matiz de sus contornos, un sustrato, cualidad pura sin sustancia alguna, multicolor y empero monocromo, el llenado en colores de lo único que es infinito gracias a la fantasía. Es el color de la naturaleza, de mon­ tañas, árboles, ríos y valles, pero ante todo de las flores y las mariposas, del mar y las nubes. Gracias a los colores, las nubes de la fantasía están tan cerca. Y el arco iris me parece la manifestación más pura de esos colores, que espiritualiza y da alma a la naturaleza, reconduce su origen a la fantasía y la vuelve la muda y contemplada matriz del arte. Al cabo, la religión traslada su imperio sagrado a las nubes y su imperio bienaventurado al Paraíso. Y Matthias Grünewald2 pintó las aureolas de los ángeles en su altar del color del arco iris, para que las figuras santas irradien el alma como fantasía.

Margarethe: La fantasía también es el alma del mundo onírico. El sueño es absorción pura del fenómeno en el sentido puro. Del sueño empecé hablando, y ahora menos aún podría contarte mi sueño, pero tú has visto su esencia misma.

Georg: En la fantasía está el fundamento de toda belleza que se nos manifiesta solamente en la recepción pura. Es lo bello, de hecho es la esencia de la belleza, que no podamos recibir lo bello de otra manera, y solo en la fantasía puede vivir el artista y sumirse en la matriz. Cuanta más belleza se introdujo en una obra, más hondamente se la recibió. Toda creación es imperfecta; toda creación es desagradable. Guardemos silencio.

 

1 Se refiere a su malogrado amigo Christian Friedrich Heinle (1894­1914), quien se suicidaría junto con su novia apenas estallada la Primera Guerra Mundial.

2 Matthias Grünewald (c. 1470­1528), pintor alemán de temática religiosa.

 

 

 

 

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