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La vuelta al libro en ochenta cartas

Cortázar, Orfila Reynal y los vericuetos editoriales

Cómo hacer un libro y todo lo que hay detrás: una historia sobre La vuelta al día en ochenta mundos y Último round, los intercambios entre Cortázar y el editor Arnaldo Orfila Reynal, director de Siglo XXI. Tomado de Editar desde la izquierda en América Latina, de Gustavo Sorá.

Por Gustavo Sorá.

 

Cuando me la contaste en La Habana me gustó y la recordé unos días, pero después, en aquel fraternal pandemonio, el botón se me perdió a mi vez en alguna copa de añejo en la roca o en la sonrisa de alguna mulata de esas que todos sabemos. Quisiera no incurrir en demasiada fantasía, y por eso me bastará que me des los datos del incidente; muchas gracias.

Julio Cortázar, en carta a Orfila, Nueva Delhi, 9 de marzo de 1968

 

El botón del overol que usaba el operario se desprendió; cayó sobre la offset y rompió un diente de la máquina. En el taller del señor Bickel sudaron dieciocho horas para arreglarla y lograr que La vuelta al día en ochenta mundos llegara al lector argentino junto con el pan dulce de la Navidad de 1967. La historia del botón flotó en el pensamiento de Cortázar, quien consideró que daba pie para un prólogo a la segunda edición. Un simple botón cifraba el surgimiento de una obra. Si pasaba a ser determinante en un prólogo era porque quizá funcionaba como sinécdoque de una obra muy existencial, casi autobiográfica o, al menos, en consonancia con el momento crítico y experimental que vivía el escritor.

El protagonista del hecho es un maquinista de imprenta; el narrador Cortázar, en feliz encadenamiento, une las distintas instancias (operario + responsable de la imprenta + Orfila + su propia figura o voz autoral) para ver en qué trances azarosos se cifran el destino de la escritura, las decisiones editoriales y la factura del objeto libro. Si en una época temprana el Cortázar poeta era entusiasta de los juegos del azar que Mallarmé había propuesto en un golpe de dados, aquí la exploración (ya en clave más patafísica) es en torno a un botón. Como historia también verniana, es una de las “vueltas” que aquí reconstruimos para conocer la génesis de un libro: en este caso, como en el de todos los autores, el creador no existe solo, sino en un sistema de relaciones entre personas de oficios y vidas diversas, distantes; clases de agentes entre los que están el editor, el impresor, el corrector, el diseñador y tantos otros que participan en la aparición de un libro. La historia del botón, al mismo tiempo, evidencia la incertidumbre del creador al ver que una obra “abierta” se proponía a los lectores. Cortázar tomó el incidente como excusa para dejar casi pendiente el final de un texto que parecía no tener uno posible.

Orfila le narró a Cortázar la dramática escena el 7 de enero de 1968, en La Habana. Allí se encontraron por primera vez desde que habían retomado una intensa relación epistolar a finales de 1965. El marco inmediato –esto es, pocos meses después de la muerte del Che– estuvo dado por el Congreso Cultural de La Habana - Reunión de Intelectuales de todo el Mundo sobre Problemas de Asia, África y América Latina. Los dos interlocutores eran fervientes embajadores culturales de la Revolución. Nada de eso impidió que el editor y el autor dialogasen claramente sobre nuevos acuerdos “de mercado” para el libro ya impreso: escrito a mano y en papel membretado del congreso, hallé una suerte de preforma de contrato. Parece redactado por alguien que actuó como secretario de un acuerdo con seis cláusulas; el autor retendría el 100% de las regalías de los derechos de traducción que negociase por su cuenta y la editorial, el 20% en caso de ser la gestora. También se acordaron cambios para nuevas ediciones, como un prólogo y detalles de impresión.

El mayor éxito del editor quedó plasmado en la cuarta cláusula, que expresaba: “Cortázar promete entregar a Siglo XXI la primera opción de cualquier nuevo texto que produzca, siempre que no se vea obligado a entregarlo a Sudamericana de Buenos Aires”.

Para esos casos, Siglo XXI solicitaría la exclusividad para las ediciones mexicanas, y se mencionaban posibles acuerdos para intermediar con España y sortear la censura franquista. En pleno boom, cada año aparecían nuevos libros de Cortázar (o sobre él).

Desde París, el autor pensaba en la universalidad de su obra. Para eso, era decisiva la cuestión de la venta de derechos y su valoración en otras lenguas. Ante ese desafío, Cortázar consideraba que su estilo era muy argentino y latinoamericano. Así, para las ediciones en otras lenguas se comprometió a escribir nuevos “capítulos” a fin de sustituir el 25% de los textos aparecidos en la versión castellana. Orfila no desperdiciaría tal excedente, de modo que creador y editor pensaron esas nuevas “vueltas” del libro como un cuaderno complementario del original. Esa reflexión conjunta insumió un año completo.

Creación y negocios no son realidades escindibles de la vida literaria. Representan dos caras de una moneda. Este signo se desdobla, en Orfila y Cortázar, en sus posiciones como revolucionarios y como profesionales de la cultura impresa.

 

 

Carta de Julio Cortázar a Orfila, Saignon, 19 de agosto de 1966.

 

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