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Pasado de moda

Leer lo que nos ponemos

"Todo es móvil, todo es viejo, todo vuelve a ser nuevo: de eso se trata el relato de la moda y la identidad", dice Francine Masiello en la compilación que hicieron las investigadoras estadounidenses Susan Hallstead y Regina Root, especializadas en estudios de moda en América Latina. El libro abre la colección Estudios de Moda en Editorial Ampersand.

Por Francine Masiello.

En “Peinetones en casa”, incluido en la serie “Extravagancias de 1834”, el conocido litógrafo suizo-argentino César Hipólito Bacle juega deliciosamente con la tradición del peinetón. La imagen caricaturiza los excesos del estilo porteño, pone en ridículo el desmesurado accesorio de tanta preferencia femenina. Apunta a la devoción de la mujer hacia la moda, señala su deseo de estar à la page y, lo que es más, indica su voluntad de traspasar los bordes del establecido decoro. Lo “nuevo” se sostiene con irreverente imposición. Obviamente, en el caso argentino de la década de 1830, la moda femenina indica el deseo de la mujer de ver y ser vista.

El grabado de Bacle aporta una serie de observaciones pertinentes para el presente volumen: la exigencia que la moda impone sobre el espacio público de la ciudad, la manera en que la prenda de vestir sirve para superar los muros que separan la calle de la casa; asimismo, subraya la tensión aparente entre la cotianidad y la rebelión, y, bajo la funesta vida política sostenida por el rosismo, apunta a un estilo de ser argentino. A partir del grabado, aprendemos que no queda ladrillo que permanezca en su lugar estable; en nombre de la moda se destruyen casa y hogar. Precisamente, el presente volumen se sumerge en los torbellinos provocados por la moda en la vida cotidiana argentina. La redefinición del espacio público, el quiebre del orden aceptado, el grito de resistencia que la nueva moda exige.

Un detalle más con respecto al grabado de Bacle. A pie de página, aparece un subtítulo que acompaña el grabado: se lee la pregunta perteneciente al albañil, un señor preocupado por la extensión de su trabajo en términos de espacio y tiempo: “–Todavía más, Señora?; –No: basta: ahora del otro lado”. Desbordada, irrazonable y nada inocente, la mujer bajo el signo de la moda interrumpe las fuerzas del orden. Con las puertas y las paredes derrumbadas, la porteña de los años 1830 insiste en ganarse la ciudad con desacato. A través de estos detalles, el grabado de Bacle captura un aspecto importante del entorno porteño que mucho tiene que ver con la presente edición compilada por Hallstead y Root: los diversos trabajos que aquí se reúnen señalan la constante movilidad, el arte de la transición, la pulsión nada estática que define la historia de la moda. Estamos, por lo tanto, a caballo entre dos mundos: desde la perspectiva del artista extranjero, quien observa la vida porteña, hasta la performance de la moda como símbolo nacional. Presente como tema en la época colonial, dominante durante las décadas del rosismo, cobrando marcada significación para la generación de 1880 y, más adelante, figura notable en las poéticas y políticas de todo el siglo XX y el comienzo del nuevo milenio, la moda señala el apetito insaciable por la novedad, la insistencia por estar al día, el deseo de dejar que conste “el look original” en la construcción de la identidad.

Por la alta calidad de su nivel teórico y por su paciente trabajo de archivo, los ensayistas que colaboran en Pasado de moda ofrecen un valioso aporte a los estudios de la moda en la Argentina. Con un enfoque detenido en los momentos clave que definen la moda desde el siglo XVIII hasta nuestros días, los colaboradores dan cuenta de las múltiples relaciones entre la moda y la identidad nacional hasta llegar a la complejidad de nuestra época posmoderna, global, rápida y sumamente mediatizada, heterogénea y lúdica a la vez. Regina Root y Susan Hallstead, quienes durante muchos años se han dedicado al tema de la moda en el contexto del Río de la Plata, reconocen en este libro el eje en el que se centra la performance de las identidades, el trabajo de la traducción cultural y la necesaria lectura de la cultura material como base de la historia. Desde luego, en este libro la moda aparece como gesto que pone a prueba la relación entre la originalidad y la copia, que la reconoce como un sistema de identidad impuesto por el otro y, al revés de la trama, como el gesto propio de emancipación. En su conjunto, entonces, Pasado de moda sostiene un riguroso acercamiento a los problemas de la indumentaria y su lugar en los debates sobre política, cuerpo y nación. Pero vamos a especular sobre la moda. Como dejan en claro los colaboradores de este libro, se trata de un documento acerca del gusto, de los géneros accesibles al consumidor en un momento dado. En su versión más relacionada con la economía, trata sobre la evolución de la industria textil y las transacciones comerciales entre Europa y América Latina que marcaron un mapa de viajes entre los centros metropolitanos europeos y el Río de la Plata. Desde la óptica de la vestimenta, la historia de la moda propone una manera alternativa de entender la historia y sus momentos de transición y conflicto. Pero también comprende la superposición de tiempos, el intercambio de culturas, la compra y venta de las prendas de vestir, el género y los hilos como base de un sistema de prestigio y exclusiones. Elaborado en un mapa de tránsitos comerciales entre diversos consumidores, también se entiende a través de la moda el desarrollo de los roles sociales, el conflicto entre las elites y las clases populares, y la emergencia de la moda como un enunciado a doble voz. A veces, como señalan Lehman y Berg, la moda registraba incluso lo que era o no aceptable dentro de los parámetros de la ciudadanía. La historia de la moda resultaría entonces una arqueología histórica, como explican Schávelzon, Zorzi e Igareta. Devela los conflictos de la patria; marca, en algunos casos, el deseo de emular la moda importada, o en otros, sirve para defender los hábitos de la tradición local. La indumentaria promueve, entonces, una reflexión sobre historia, consumo y deseo. Y sobre esta base, nos invita a construir un relato sobre la llegada de lo “nuevo”. Desde la importación de la vajilla y las costumbres de mesa (Schávelzon, Zorzi e Igareta) hasta la imposición de una nueva cultura visual durante el régimen de Juan Manuel de Rosas (Munilla Lacasa y Marino); desde las imágenes que emergen del periodismo para construir un nuevo look masculino, siempre a favor de los gentlemen de alta sociedad, hasta el temor frente al ascenso social del inmigrante que sabe hacerse pasar por otro mediante la indumentaria (Hallstead), vemos que la imposición de la moda nunca es inocente ni carece de su marca de clase social ni de su afiliación de partido. Guy estudia la vidriera, la oferta de las grandes tiendas, el espectáculo de la ropa para incitar el deseo del consumidor. Pero la vidriera también permite el desfile artístico de la novedad; ofrece un pequeño teatro para la muestra de nuevos valores, estéticas insólitas, a veces atrevidas. Tomando en cuenta un índice de representación no necesariamente corroborado por los textos canónicos ni por las proclamas de la historia oficial, la moda anuncia nuevos valores, nuevos apetitos para seducir al consumidor. Como explica López Seoane, en el capitalismo, la moda es una “alegoría elegante de la lógica mercantil”. Pero volvamos a los primeros tiempos. “La moda”, dice Socolow –cuyo ensayo sobre la llegada de la moda europea a la Argentina durante el Virreinato abre este volumen–, “nunca ha sido un fenómeno estático”. Y efectivamente, debido a la organización de los ensayos, que avanzan en orden cronológico desde el período colonial hasta nuestros días, vemos un vaivén constante entre tradicionalismo y modernidad, entre la oferta del invento europeo y su transformación en América del Sur, entre el deseo por alcanzar, a través de la moda, el consenso del público urbano y la manera de montar el espectáculo de la “diferencia” con el objetivo de que el individuo se separe de sus conciudadanos. Pero la moda también responde a las políticas estatales.

Gran parte de esta obra toma en cuenta el papel de la moda en la política desde la época de las guerras civiles del siglo xix hasta su resistencia durante el gobierno de la dictadura militar. Como es de esperar, la figura de Sarmiento ocupa el centro de varios capítulos (especialmente el de Munilla Lacasa y Marino). Será él quien explique en las páginas del Facundo que la moda separa la cultura europea de la tradición local: “El frac versus el poncho” como clave para enunciar la división entre civilización y barbarie, o también, la divisa punzó de los federales versus el estilo inglés de los unitarios. Sarmiento, con un paso digno de Roland Barthes, ya sabe que la moda es un espectáculo y un sistema semiótico que merece la atención. Como escribe en el Facundo: “Toda civilización se expresa en trajes y cada traje indica un sistema de ideas entero”. Y más allá de la sistematización de la moda, Sarmiento nunca dejaba de interesarse por la performatividad que el disfraz y la indumentaria permitían.

Espectáculo y performance, máscara y movilidad son los dos ejes de la autoafirmación expresada por la moda desde el siglo XIX hasta nuestros días. Me invita a pensar en las mujeres cubiertas por el velo, aquellas vestidas de hombres, los pobres que se disfrazan de gentlemen para desordenar los códigos de clase. Desde los cuentos de Juana Manuela Gorriti hasta las novelas de la Generación del 80, este juego de identidades perturba el orden cultural. Y si la ropa sirve de instrumento para transformar la identidad, también pone a prueba la ficción de la ley y la ficción del yo.

Todo ello sin hablar aún de una cultura de consumo que gira alrededor de los modelos del buen vestir. Las novelas de Emma de la Barra (como nos indican Berg y Lehman) se enfocan en la indumentaria como ejemplo del buen gusto, pero también focalizan en los hábitos del buen consumidor. Eran esos los tiempos, según Georg Simmel, cuando el consumo marcaba las identidades de clase social. También esos eran los tiempos de la cultura del ocio, como nos dirá Thorsten Veblen respecto a la vida cosmopolita del pasado fin de siglo, cuando consumir ya pasaba a ser una actividad importante y designaba al mismo tiempo las coordenadas de la ciudad moderna. Desde el auge de la gran tienda hasta la boutique de los barrios residenciales, el consumo de la moda sigue armando un mapa de gustos y privilegios que pertenecen al centro metropolitano. No cabe duda de que a partir de la colonia, el mercado rige la industria de la moda. Pensamos en la apertura de nuevos públicos de consumidores: la tentación de lo nuevo, la propaganda difundida en la prensa, el despertar de los apetitos que impulsan la adquisición. Presenciamos la compra y venta de bienes y de ideas, el traslado de propiedades que enlazan el comercio y el gran capital. Dinero, vestido y ley, entonces, como temas de la generación de 1880, anuncian un cambio de perspectiva que anticipará los deseos consumistas que definen a los ciudadanos al dar paso a la modernidad. Ver y ser visto no es, a esta altura, un tema que pertenezca exclusivamente a las mujeres. En el siglo xx, la identidad transformada es una historia que recorre desde el funyi de Carlos Gardel (Miller) hasta los cabecitas de Perón (Milanesio) por no hablar de la transfiguración de Evita, quien supo hacer de la moda una estrategia para movilizar a las masas (André). Y aquí me urge pensar además en el tratamiento de Evita en manos de un autor como Copi: la moda como eje del plagio o la cita como parodia y venganza.

Mucho se comenta en estas páginas respecto del intercambio entre Europa y América; en particular, en la década de 1960 surge una gran novedad con la importación de la moda pop de Londres y su recepción tanto en el medio periodístico como en la sede del Instituto Di Tella (King). Un mundo artístico ya modernizado, donde rigen las estéticas de vanguardia, se enfrenta con el autoritarismo de Onganía a través de un nuevo look. En este caso, la respuesta desde Europa configura otro sentido de la moda, en el que la moda de la minifalda y los jeans se vuelve un estilo contestatario frente al fundamentalismo del Estado nacional. Abrir espacio, tomar aire, respirar las brisas de la renovación; copiar el “swinging London” de los años sesenta e imponerlo en un país sofocante. La ruta emprendida por el Di Tella con respecto a la moda es solo uno de los posibles caminos. Otro está en la vuelta a la cultura tradicional, como indican Root y Novik respecto de las diseñadoras argentinas que retoman la artesanía norteña y la incorporan en sus diseños. La “Pachamama Prêt-à-porter”, de la modista Mary Tapia, ofrece evidencia, desde el título de la colección, de la importancia de resaltar la tradición local. Este rescate se dio no solo en los años sesenta, en los tiempos del Instituto Di Tella, sino después de la crisis de 2001, cuando se generó una mirada interna, que destacaba los textiles y diseños de origen local y popular con el objeto de resistir la alta moda que provenía del exterior. Pero la historia no termina aquí, como observa Root en el ensayo de cierre: la moda contemporánea va en busca de un nuevo vocabulario para resolver el trauma de la historia. La ropa reciclada, las fibras indígenas, la vuelta al mundo popular y pobre como fuente de memoria e invención son hitos en el pasaje de pasado a presente que sostiene la moda actual. Cierro este prólogo pensando en los efectos del exilio sobre la moda argentina. No es un tema menor para los sobrevivientes de los años setenta y ochenta, ni para los talentosos argentinos que tuvieron que abandonar su país en momentos difíciles y comenzar una nueva vida en el exterior. A partir de esa realidad, ¿cómo emergió la moda argentina desde afuera? Y desde adentro, ¿cuál fue el impacto de los acontecimientos de la Argentina sobre el diseñador que vive alejado de su país? ¿Made in Argentina o Argentina Made Abroad? En este aspecto, pienso en los diseños de la modista Dora Loos, quien llegó a la Argentina acompañada por su marido, el arquitecto Adolph Loos, ambos alemanes exiliados durante la Segunda Guerra Mundial. Fue Dora quien llevó el estilo de las bombachas gauchas a la alta moda europea, tras aprovechar su estadía en un nuevo país para crear nuevos diseños. Las historias como estas se repiten, las materias se reciclan, y por lo tanto no es sorprendente comprar en el Soho de Nueva York una cartera fabricada con el vinilo que antes tapizaba los asientos de los colectivos de la Ciudad de Buenos Aires. Este diseño pertenece a una joven de la Patagonia que ahora vive en Brooklyn. Todo es móvil, todo es viejo, todo vuelve a ser nuevo: de eso se trata el relato de la moda y la identidad.

 

 

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