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De bueyes perdidos

La entrevista pública a Mempo Giardinelli en La boutique del libro por Paco Gómez.

Por Gastón Fernández.

Buenas noches, bienvenidos. Estamos en La boutique del libro, en una actividad de FILBA para presenciar la entrevista pública que Paco Gómez le hará a Mempo Giardinelli.

Mempo Giardinelli nació y vive en el Chaco. Premio Rómulo Gallegos en 1993 por su novela Santo Oficio de la Memoria, su obra ha sido traducida a veinte idiomas. Es autor de novelas como La revolución en bicicleta, Luna caliente, Final de novela en Patagonia y Visitas después de hora, y de varios libros de cuentos, entre ellos, Soñario y de ensayos como Volver a leer. Obtuvo importantes premios literarios en todo el mundo, en 2006 recibió el Doctorado Honoris Causa de la Universidad de Poitiers (Francia). Es colaborador habitual de diarios y revistas argentinas y latinoamericanas. En Chaco preside una fundación dedicada al fomento de la lectura. Se inició en 1999 con el programa internacionalmente reconocido de abuelas cuenta cuentos.

 

 

Buenas noches, gracias por venir todos. Gracias a Mempo por estar hoy con nosotros. Me gustaría preguntar sobre tu perfil lector. ¿De joven qué es lo que te despertó la lectura?

Mempo Giardinelli: Mi mamá y mi hermana. En realidad mi perfil se lo debo a ellas. Yo me crié en una casa donde lo más importante que había –era una casa humilde– era la biblioteca. En el Chaco en esa época no había librerías. Yo de chiquito acompañaba a mi mamá y a mi hermana, ellas iban martes y jueves, cuando llegaba el tren de Buenos Aires, a buscar las revistas y los libros que mandaban por correo. Así fue naciendo una biblioteca que era bastante ecléctica, había de todo. Mi vieja leí cosas que eran equivalentes a lo que hoy sería bestseller y la gran literatura de Francia. También algunas cosas las compraban para mí. Así que había una buena dotación. Básicamente lo que era mío era toda la colección de Monteiro Lobato que era un autor que yo adoro, que fue muy formativo para mí. La colección de la editorial América lee, eran 23 tomos de Monteiro Lobato que es un gran escritor brasilero, que todavía sigue siendo en Brasil un clásico. Eso era fundamental para mí. Luego toda la colección de Stevensson, de Wells, de Julio Verne, que yo adoraba. Eran libros que estaban ahí, supongo que estaban para mí. Después los libros que estaban ahí y yo podía agarrar. Yo leí Moravia a los once, doce años. Mi mama me agarró una vez leyendo La noia y me encajó un sopapo fenomenal, pero me lo dejaba. Estaba ahí al mismo tiempo William Faulkner por ejemplo, una cosa ridícula porque en general eran mezclas, y yo no sabía que estaban ahí. Así que mi formación fue totalmente caótica porque al mismo tiempo leía a Neruda, Gide, muchas cosas francesas de la época. Ahí empecé a leer mis primeros libros de literatura policial: Poe, es decir los más convencionales, no de literatura negra sino los clásicos. Por ahí había un libro de Conan Doyle que me lo leí entero, a los 14 o 15 años, me fascinaba. Así que yo me crié en ese ambiente que era muy humilde en un sentido, un pueblo chiquito, muy tranquilo, sin televisión, a veces escuchaba la radio. La siesta era la hora en que se juntaban las mujeres a contar y era fantástico: mi mamá, las vecinas, mi hermana, amigas. Los hombres que dormían la siesta, las mujeres se juntaban a charlar y los chicos espiaban.

No sé si no es más peligroso lo que estabas leyendo o lo que contaban estas mujeres.

Mempo Giardinelli: Claro. Yo tengo un recuerdo muy lindo de eso, la verdad que fue una infancia muy hermosa, muy suave. Al mismo tiempo Resistencia era una ciudad muy cordial, muy arbolada, como sigue siendo, era realmente una vida muy placentera. Después se echó a perder todo, pero en esa época era muy linda.

Todo esto que yo podría englobar con una palabra que vos dijiste, que leí por ahí, como la literatura comarcal, se puede ver plasmado en tus novelas. Aunque te quieras separar de la literatura comarcal.

Mempo Giardinelli: No es fácil responder esa pregunta. Pero vamos a ver. Por literatura comarcal yo entiendo otra cosa. Para mí la literatura comarcal es un concepto que se vincula a la literatura que se estila en un pueblo, una provincia o una región, y que de alguna manera despierta un orgullo en los naturales de la comarca. Una literatura que despierta una especie de pretensión de autonomía dentro de la gran literatura universal por el hecho de que hay escritores regionales. Eso está muy instalado. A mí nunca me convenció este concepto, yo creo que las literaturas comarcales pueden ser muy útiles y pueden ser muy valiosas, para el rescate, para favorecer la identidad local, pero en términos literarios suele tener muy poco valor. Es decir, yo no conozco literatura de Kiev, pero conozco la literatura rusa. Me parece que acá es lo mismo, yo vivo en provincia y a veces esto es muy cómodo, pero yo creo que no soy un escritor chaqueño ni soy un escritor regional. Pero en general el elenco de la literatura argentina contemporánea hace literatura regional, escribe para su región y para su comarca. Esto es un concepto difícil y complejo. Muy polémico, es cuestionado, y no siempre uno gana amigos con esto, menos cuando uno vive en ese pueblo. Por otra parte la idea de que la comarca o la región nutre la propia literatura eso sí ocurre sin dudas y es otra materia. Evidentemente toda mi escritura está determinada por las lecturas y las vivencias de mi comarca. Entonces eso le pasa a todo el mundo, preguntale a García Márquez y te va a responder lo mismo. Uno es lo que ha leído y es de donde viene.

Sé que además sos un gran lector de poesía.

Mempo Giardinelli: Soy un lector muy aficionado a la poesía. Siempre me gustó. Mi mamá leía mucha poesía, en mi casa había antologías de poesía argentina, mejicana. Yo me crié con Almafuerte, con Nervo, con Rubén Darío, Baldomero Fernández Moreno, Alfonsina Storni, que era lo que se leía. Eran los poetas de la casa, mi mamá y mi hermana los recitaban y muchas veces lo conocían de memoria. Entonces yo me acostumbre a una blandura textual que era la poesía, que yo aprecio mucho. Yo empecé a escribir intentando versos, versos que por suerte para la literatura y para mi prestigio no prosperaron. La aventura de la poesía me ha acompañado siempre. De hecho de los últimos cinco, seis libros que he leído dos han sido poesía.

¿En qué momento escribís Luna Caliente?

Mempo Giardinelli: Luna Caliente lo escribí en México, en momentos de mucha furia, de mucho dolor, de mucho arrepentimiento, supongo. De alguna manera, como siempre me pasa cuando estoy muy angustiado, cuando me desconcierto, cuando estoy desorientado, cuando estoy mal, lo único que hago es ponerme a escribir. Mi escape siempre ha sido escribir. Supongo que me pasó algo de eso. Esto fue en el año ´81, un momento muy duro en México, uno tenía noticias de lo que pasaba en el país, de la tragedia y demás. Yo tenía algunos amigos que estaban desaparecidos y, no me acuerdo exactamente, algún día tuve una especie de visión de que yo debía escribir esta novela. La trabaje sobre un cuento, un mal cuento que yo tenía de cuando se publicó mi primer libro de cuentos, Vidas ejemplares, que fue en el ´81, se llamaba “Luna caliente”. Debe haber sido del año ´78 o ´79. Cuando revisé la galera decidí, a último momento, quitar ese cuento del libro. Era un cuento realmente malo. Me di cuenta revisando el libro –la corrección de un libro es el último acto de coquetería que podes tener, después de ahí ya estas frito– y saqué el cuento. Ese cuento quedó ahí un tiempo y un día en el año ´81 no sé por qué sentí que me llamaba y que era el momento de trabajarlo. Se me ocurrió una idea de continuarlo. El cuento originalmente era un hombre que llegaba de Europa y abusaba de una menor, entonces el padre de la chiquita lo buscaba y lo mataba. Era un cuento muy mediocre, un cuento sin ningún valor. Pero a partir de ahí yo empecé a dejarme llevar, el original de esa novela lo escribí en veintidós, veintitrés días, una cosa febril, una especie de locura. Era verano en México, hacía mucho calor y de alguna manera –como diría Borges, que siempre queda bien citarlo– me fue dado escribir este cuento.

Se te ha hecho más difícil ser meticuloso con tu escritura al escribir en veintidós días una novela…

Mempo Giardinelli: Bueno uno dice veintidós días. En veintidós días se vuelca de alguna manera un texto sucio. En realidad la obra literaria no es la primera versión. La primera versión es como salir del baño: salís limpio pero salís despeinado, tenés que vestirte. No es que ya estás listo porque te diste un baño, después viene lo demás. Es lógico, en la literatura siempre hay que ajustar algo, pulirla. No me acuerdo cuántas versiones hice, pero debo haber hecho fácil seis, siete versiones. Además, en esa época eran incipientes las computadoras y uno tenía que pasarlas enteras. Había que escribirlas en la Olivetti, era complejo para corregir: si te equivocabas en la última línea tenías que tirar la página y hacerla toda de nuevo. No había ni fotocopiadora, para copiar tenías que escribir con el papel carbónico. Esa labor artesanal era muy enriquecedora. Yo me acuerdo que estuve mucho tiempo trabajando el libro, y después estuve mucho tiempo parado porque no encontraba el final para Luna Caliente. Tuvo varios finales y ninguno me convencía. Después un día se me dio y sentí que estaba bien esa reaparición –o no se sabe si era una reaparición, hay una incógnita ahí–, me gustó.

Después vinieron dos novelas más durante el exilio.

Mempo Giardinelli: En el exilio escribí la introducción de mi primera novela –que ya estaba escrita, la lleve de aquí–, pero nadie sabía que era escritor salvo yo mismo. La revolución en bicicleta fue mi primera novela publicada. Después vino El cielo con las manos, que fue la novela que más satisfacciones me dio. Fue una novela que me colocó de alguna manera en el ambiente de la generosidad mejicana, diría yo. Con La revolución en bicicleta y con El cielo con las manos empecé a ocupar un lugarcito en la literatura mejicana. Los colegas me recibieron bien, esta novela me ayudó a existir. Fue muy importante. Después vino Luna Caliente y luego Qué solos se quedan los muertos, que fue mi novela de despedida de México. Era mi cuarta novela, yo escribía bastante, ahora estoy mucho más moroso, inseguro, por aquel entonces tenía esta cosa juvenil de darle para adelante. Ahora es notable el cambio de ritmo en la producción. Qué solos se quedan los muertos fue una novela de despedida de México, una novela que yo quiero mucho. Fue mi worst-seller, cada edición de Qué solos se quedan los muertos es un fracaso, una cosa increíble. En España, en México, en Argentina, cada vez que edité esa novela ha fracasado. Pero es una novela que yo quiero mucho por lo que significó, por la despedida, por la temática, porque está ambientada en México. La única novela mía que no pasa en el Chaco. Yo quiero mucho a México, entonces la novela tenía una carga afectiva. Soy un personaje migratorio. Siempre hay alguna alusión a México en mis libros. Pero bueno, yo no puedo escribir de esquimales. Mi imaginario está ambientado en general así. Cuando hay textos que tienen que ver con otras geografías, siempre hay alguna especie de arco, de vínculo que está enlazado con el Chaco.

Sabemos que también sos un viajero y que te fuiste de viaje con Fernando por la Patagonia. Quería preguntarte, además de por toda la literatura que te llevaste, qué fue lo que les despertó la voracidad por encarar ese territorio.

Mempo Giardinelli: Ahí hay un arco grande que tiene que ver de alguna manera con cómo pasa la vida porque después yo llegue acá e hice una novela en el año 2000 que de alguna manera surgió a través de una larga etapa de mi vida. No es la etapa de la que estamos hablando. Otro momento sería del período de la democracia, que está muy cruzado por Santo Oficio de la Memoria, que me llevo casi una década entre una cosa y otra. A mí me paso algo esa vez, es que el miedo trasciende a la literatura. Aunque en ese caso la novela no era una autobiografía (no es una versión de mi familia ni nada de eso), pero cruzó mi vida. Empecé la novela a los 30 y la termine a los 40: no sos la misma persona. Me pasaron cosas. Y esa larga década, que además fue un poco más larga (como 14 o 15 años), está cruzada por esa novela. Quizás también por algún texto de ocasión, por algunos cuentos. En ese sentido es un cierre de esa etapa diría hoy –cuando está pasando no te das cuenta, simplemente vivís y escribís– pero hoy yo creo que fue un cierre importante de una etapa también estructural y elemental. Yo siempre había tenido la fantasía de ese viaje. Yo viaje mucho por el mundo, por muchos países, conozco mucho. Conozco también la Argentina, recorrí muchas veces la mitad del Norte. Pero es como que me faltaba medio país. Ya había ido muchas veces a la Patagonía, pero siempre con viajes en avión. Había estado en Ushuaia, Río Gallegos, pero llegás en avión a la mañana, laburás y te vas al día siguiente. Entonces yo tenía esa cuenta pendiente conmigo mismo, tenía mucha fe en ese viaje. Le propuse a este colega, a este querido amigo, que es un poeta español catedrático en la universidad de Virginia, Fernando Operé. Éramos amigos hacía 5 o 6 años. Y era ahora o nunca, el viaje había que hacerlo. Entonces decidí irme en un cochecito que yo tenía acá, coloradito. Decidimos hacerlo sin planificación, quería ir a ver cómo era, sin una ruta predeterminada, sin plata, íbamos con una carpa, una guitarra, la laptop y a ver qué pasa. Pusimos unos cuantos mangos, más o menos los que teníamos, y fue un viaje muy hermoso. Le metimos casi de un tirón de Resistencia a Río Gallegos en 3, 4 días, y fue una cosa hermosa ver la geografía cambiando. A partir de ahí el viaje duró casi dos meses. Fue muy lindo, hicimos muchos amigos no convencionales.

Vos decís que escribís chúcaro en la novela. Hay una parte justo en la Península de Valdés. Decís: “yo no me voy a subir a una parte en la Península de Valdés a ver cómo se aparean los lobos marinos, yo me voy a ver por acá…”

Mempo Giardinelli: Pero ese era un viaje de mucha libertad. Fernando y yo anteponíamos en el viaje, y creo que lo hacemos en nuestra vida, el ejercicio de la libertad a todo. Además ese libro no estaba planeado, yo ni sabía que iba a escribir el libro. En realidad el primer artículo que mande a Página 12 fue cuando estábamos en San Antonio de los Cobres, en el camino a Sierra Grande. Ahí había un paisaje que me evocó mucho a Pedro Páramo, a Rulfo. El gran impacto fue Sierra Grande, lo que había sido la mina. Una ciudad próspera minera en el año 2000 era la desolación total. Había pasado el menemismo duro, no dejó nada. Eso a mí me impactó mucho. Era muy chocante el pueblo. Entonces ahí escribí el primer artículo para Página 12. Después escribí un par de textos más y cuando me di cuenta de que tenía dos o tres artículos que había mandado semanalmente sin compromiso, empecé a sospechar que podía haber algo. Cuando volví a Resistencia, fui a Paso de la Patria en Corrientes, escribí el libro en algunos meses. A partir de allí cambió, después de Final de novela… yo diría que entré en una larga crisis que todavía me dura. Mi producción cambió mucho, siento que está cambiando todavía, y no lo tengo muy claro, pero escribí desde entonces una novelita muy breve: Cuestiones interiores, es una novelita que yo quiero muchísimo. Me parece una novelita de mis mejores producciones, pero nadie está de acuerdo conmigo en eso. Luego escribí Visitas después de hora, que es mi última novela publicada. Los últimos 5 o 6 años he estado escribiendo una novela que acabo de terminar y que espero publicar, pero está ahí, en hibernación.

¿Cuánto hay de Juan Filloy en tu etapa de escritor?

Mempo Giardinelli: Yo creo que hay bastante –depende en que uno diga cuánto hay– yo creo que los buenos magisterios, el buen maestro es el que te enseño con actitud de vida, con actitud literaria a desarrollar tu propio camino, tus propios pasos y vos no te pareces en una letra, en una palabra al maestro. Ese es el mejor maestro. Los maestros que hacen que sus discípulos escriban como ellos, no son buenos maestros. Toda la escritura borgeana que no es Borges no sirve, toda la literatura de Abelardo Castillo que no es de Abelardo no sirve. Esto es un problema muy común. En ese sentido yo creo que tuve dos grandes maestros, quizás más, pero sin dudas los Juanes: Juan Rulfo en México y Juan Filloy en la Argentina. Para mí cada uno en cada momento fue muy determinante. En el caso de don Juan Filloy, para mí fue casi como un abuelo, yo lo conocí cuando él tenía 90 años. Él era de 1896 y murió en el 2002, a los 106 años. Yo lo conocí cuando el tenia 89 años y los últimos 17 lo frecuente bastante. La verdad que nos hicimos muy amigos, tengo un paquete enorme de cartas que él me escribía, y él otras, que estarán por ahí, que yo le escribía. Nos tratábamos con frecuencia, no había medios entonces, pero nos hicimos muy amigos. Era un lector muy adelantado, era un tipo monumental. Yo creo que si no hubiera existido Borges y él hubiera cedido un poco en su narcisismo, era el único tipo que se hubiera podido juntar con Borges y disputar un torneo de erudición. Era una cosa gigantesca. Y era un tipo muy agradable, de un gran sentido del humor, gran conversador, buen dibujante, palindromista único. Tenía un dominio de la lengua increíble. Una vez estábamos en un gran hotel en Río Cuarto y él se había fastidiado con su familia y se fue a vivir al hotel. Vivía en el hotel, tenía 90 años y quería vivir solo y tranquilo, entonces tomábamos café en el bar. Estábamos charlando un día, era plena época de los 90, y me dice: “Fíjese” – obviamente nunca me tutió– y escribió un palíndromo que decía: “Allí tápase Menem esa patilla”. En medio de una conversación, era de un ingenio…

Él tiene un libro que se llama Karcino, que es un breve tratado de palindromía. Está editado por El cuenco de Plata.

Mempo Giardinelli: Que bueno que lo estén editando ahora, porque durante muchos años era prácticamente imposible conseguir los textos de Juan. Don Juan escribió siete novelas excepcionales entre 1929 y 1937 más o menos, empezando por Periplo, después vino ¡Estafen!, después vino Op Oloop, la última fue Caterva que para mí es la mayor novela. Es una Rayuela escrita en los años ´30. Es una maravilla. Julio Cortázar, no en vano, apreciaba mucho a Juan; en Rayuela le hace un reconocimiento. Desde entonces él había decidido que no quería ser un escritor popular, quería ser un escritor bien, y entonces decidía quiénes iban a leer sus libros. Él hacía unas ediciones en Río Cuarto, en una imprenta modesta, de 100, 200 ejemplares y le mandaba por correo a los 200 tipos que él quería que lo leyeran. Entonces eligió su público, un público altamente calificado: desde Lugones a Sábato o Bioy Casares. Yo tengo en mi casa, que me lo regalo Bioy, un libro dedicado por Juan Filloy a Bioy. También tengo una edición de Luis Grave, muerto, que es un mal libro de Bioy, dedicado a Juan FIlloy.

Digo esto porque me encanta contarlo y compartirlo, porque yo creo que es un homenaje al maestro. Él estuvo inédito durante 30 años, como era juez e incluso camarista, consideraba que los jueces no tenían que tener ningún tipo de veleidad pública. Era un hombre de derecho. Durante 30 años él escribía y guardaba sus libros en una caja fuerte que tenía en el juzgado, pero no publicó nada. Solamente publicaba cada tanto algún artículo que mandaba al diario La Nación. Fue columnista de La Nación entre 1925 hasta el gobierno militar, fue uno de los más longevos columnistas del diario. Entonces en el año ´67, treinta años después, Bernardo Verbitsky lo convenció. En esa época Verbitsky se había hecho muy conocido porque había escrito una novela que fue una novela central de los años ´60: Villa Miseria también es América, la gran novela de Bernardo. Ya era un escritor muy importante, y se hizo amigo, entonces lo invitó y le hizo publicar en Paidos, que entonces era una joven editorial que venía con mucho impulso.

¿Cómo aceptó?

Mempo Giardinelli: Supongo que por el amigo, me imagino que Verbitsky lo convenció. Entonces publicó tres novelas en Paidos: Op Oloop, ¡Estafen! y La potra. No sé porque un día le pidieron la cuarta y él dijo que no, que se había arrepentido, que no era apropiado para un juez que le vinieran a pedir entrevistas ni ese tipo de cosas. Esos vienen a ser todos los libros que se habían publicado, hasta hace poco tiempo, que empezó a ser publicado después de muerto. Debo decir que yo he tenido algo que ver con eso, porque con los años soy buen amigo de Monique, su hija y heredera. Hace unos años ella me escribió para que la ayudara a recuperar la obra de Don Juan. Comenzamos en el exterior, en Alemania, en Holanda, en Francia. Hay varias ediciones con trabajos críticos míos en distintas lenguas y demás. Después la puse en contacto con una gente de una editorial importante, que es la que hoy está editando su obra en la Argentina. Esa es la historia del maestro Juan Filloy

Te pregunté por él  porque leí que eras alumno de él, aparentemente era un personaje fuera de serie. Fuiste amigo de Juan Rulfo también.

Mempo Giardinelli: Con Juan fue otra época, yo era un muchacho joven en México. A Don Juan Filloy lo busqué yo, en el caso de Juan fue la casualidad. Si es que la casualidad existe, los psicoanalistas dicen que no, pero qué sé yo. Fue por un premio literario el premio Juan Grijalbodel año ´78. Yo presenté La revolución en bicicleta y no gané ese premio. Poco tiempo después en una entrevista que le hicieron a Juan en el diario Excelsior, hizo un comentario diciendo que si no gané el premio fue porque los jurados no sabían nada y que él había votado en disidencia. Lo leyó un amigo mío, un poeta mejicano que se llama Marco Antonio Campos, que era colega en la Universidad Iberoamericana. Me llamó a la mañana por teléfono y me dijo: “Mempo, Rulfo te ama; luego existes”. Yo dije de qué estás hablando, y me fui a comprar el diario. Decía que yo tendría que haber ganado el premio, y con ese comentario ya estaba. Entonces le pedí a Marco que me consiguiera el teléfono para saludarlo y lo llamé. Me atendió, le dije soy Fulano, quería agradecerle lo que dijo ayer. Y me dijo: “No, tu novela es muy buena”. Ahí empezamos una relación. Yo en esos años trabajaba con Edmundo Valadés en la revista El cuento en México. Valadés era muy amigo de Juan y ellos salían. Yo lo había visto de lejos, a veces se reunían él con Juan José Arriola. Era un grupo de veteranos de mucho peso, y mucho alcohol también. Cuando yo los conocí estaban todos viniendo de alcohólicos anónimos, eran todos alcohólicos recuperados. Entonces tomaban café, coca cola, fumaban cigarrillos. Pero tenían una memoria muy cargada, muy tequilera. Para mí fue muy hermoso realmente empezar a acercarme a ese grupo. Éramos dos o tres jóvenes. Ahí conocí a un gran amigo de la vida, el Eric Nepomuceno que también estaba en México exiliado y que también era de ahí. Así que éramos un grupo de tres, cuatro jovenazos, como decían, y a veces nos juntábamos con ellos, con los viejos. Así fue surgiendo una relación muy cariñosa. La verdad que fue muy importante para mí. El magisterio de Juanito era otra cosa, era más de recato e intimidad. Era un hombre muy reservado. Para ser amigo de Juanito había que ser muy reservado, muy discreto. Había que saber escuchar, prohibido decir tonterías, y saber mantener el silencio, lo cual es muy eficaz. A veces uno podía estar cinco minutos tomando un café en silencio y se estaba bien, no era un silencio tenso. Se hablaba de todo, a ellos les importaba mucho la política, Juan era muy político. El que más ponía humor era Monterroso, muy bueno, como su obra. Basta con leer la obra de Monterroso, que es una delicia con un humor excepcional. Pero no payasesco, un humor muy fino, muy literario. Había que tener mucha lectura, a veces te quedabas pensando qué quiso decir este tipo. Así que fue otro tipo de magisterio.

La verdad que los dos Juanes fueron para mí una suerte en la vida. Yo le agradezco a la vida, soy un hombre agradecido a la vida, a las circunstancias, a la casualidad –llámese como se llame– de haber podido estar en esos lugares.

Bueno hemos recorrido tu vida un poco. Por un lado te pregunté muchas cosas sobre tu obra, pero por otro lado me interesa saber qué pasó con tu biblioteca.

Mempo Giardinelli: Está ahí. Está en estado de donación digamos. No es nada heroico. En realidad la donación de mi biblioteca fue una excusa para crear la fundación, para darle un buen destino. Hice la fundación cuando gané el Premio Rómulo Gallegos, me encontré con un buen dinero. Ahí yo pensé rulfianamente. Lo rulfiano fue la forma de pensar un premio tan importante. Lo primero que me dije es: esto no te tiene que marear, prohibido decir estupideces. Segundo: el premio más importante no tiene por qué cambiar mi escritura. Yo no voy a escribir mejor ni peor por haber ganado este premio. En tercer lugar no va a cambiar mi circunstancia económica: yo trabajé toda mi vida, sigo trabajando y vivo de lo que laburo. Entonces ahí quedó. Eran unos cuantos dólares, era sabroso el premio. Me impuse que no cambiara nada. Un poco después, en el ´94, tuve algunos problemas de salud, fumaba mucho. Era un tipo que tenía una vida muy desordenada, estaba muy mal, bastante desorientado, y fumaba como un animal. Me sentía muy mal y un día tuve un episodio cardíaco muy severo, me asusté mucho. Ahí dejé de fumar y me quedé pensando. Entre las distintas cosas pensé: ¿qué hago con mi biblioteca? ¿Si yo me muero qué va a pasar? Yo había conocido varios casos, en esa época hubo varios casos de herederos que se peleaban por bibliotecas. Entonces me dije: yo no quiero que mis hijas, mi hermana, que mi gente termine discutiendo por los libros. Yo había visto por entonces el sufrimiento de Don Juan Filloy. Él sufrió mucho por su biblioteca, cuando yo lo conocí la estaba desarmando. Tenía 90 años y tenía una biblioteca de más de 18.000 volúmenes separados y clasificados por él, tenía la ficha libro por libro. Esa biblioteca se perdió, y él sabía que se perdía. Yo alguna vez se lo reproche y me dijo: ¿qué querés que haga? ¿a dónde lo voy a dejar? A la municipalidad no le interesa. La universidad no se hace cargo. ¿Va a quedar acá? Él tomo la decisión de fragmentarla. Todo lo fue regalando a una biblioteca popular, a algún club humilde. Es decir, no existe la maravillosa biblioteca de Juan Filloy. No solo eso: la casa que tenía, una casa centenaria que era excepcional del siglo XIX, bellísima, obviamente ahora es un edificio de catorce pisos en el centro de Río Cuarto. Eso es muy argentino: la devastación. Después los argentinos van a Europa y dicen “qué maravilla, las catedrales tienen 800 años”. Sí, las de allá. O las calles adoquinadas de Italia, una maravilla, pero acá el adoquín lo pavimentamos. Una vez pregunté en la ciudad más bonita de Santa Fe dónde hay adoquines, todavía quedaban algunos y estaba el plan de pavimentación. Entonces pregunté: ¿por qué hacen esto? Me dijeron: porque está es una ciudad de automovilistas y te rompen los amortiguadores.

En fin, volviendo a la biblioteca. Me dije si yo me muero qué va a pasar, dónde va a quedar. Yo no quiero que mis hijas, mi gente, mi hermana se pongan a reclamar. En ese entonces tenía dos hijas en México, ¿van a venir hasta acá para buscar los libros? Hasta las ponía en el compromiso de tomar la decisión. Si se la dejaba a la provincia de Chaco, se iba a esfumar. Si se la dejaba a la Universidad del Noreste, no se hacía eco, ninguna universidad argentina va a tomar la biblioteca de nadie. Ahí decidí que con esa plata iba a hacer una fundación. Entonces la donación inicial fue esa.

¿Cómo fue desprenderse?

Mempo Giardinelli: No me desprendí. Todavía es mi biblioteca. Ahora empezó a tener unos 5 mil ejemplares que están en la fundación y que ya están inventariados. Hay otros tantos que tengo en mi casa del Chaco, otros tantos acá en Buenos Aires. Es un lío, estamos juntando plata para poder hacer la biblioteca bien. Yo sé que de repente hay un lugar donde esto va a quedar. Me parece que vale la pena, sobre todo porque no es una biblioteca excepcional, la debe tener cualquier escritor, cualquier colega. Sé la biblioteca que tiene Abelardo, la que tiene Angélica [Gorodischer]. Conozco sus bibliotecas y son infinitamente superiores a la mía. Pero por lo menos la mía va a quedar de alguna manera puesta a salvo.

Tiene que ver también con las cosas que hace la fundación en cuanto a la promoción de la lectura.

Mempo Giardinelli: Esa fue un poco la misión que le atribuimos a la fundación. Digamos que está más vinculada al fomento de la lectura desde que volví de México, desde que empezó la democracia en Argentina. Mi vida en Argentina está cruzada por la lectura, por los libros, la biblioteca. Mi hermana fue bibliotecaria y fundó la Biblioteca Municipal de Resistencia, que se llama Yrigoyen, es una biblioteca muy importante. La fundo y la dirigió mi hermana hasta que se murió, hace unos años. Yo estoy muy impregnado con eso. El trabajo de promoción de lectura que hace veinte años era una cosa exótica, por suerte hoy en la Argentina ha dado un paso adelante. Hoy hay muchas más cosas, hay más conciencia de la importancia de la lectura. Ahora hay que hacer otro tipo de tratativas específicas, en muchas de ellas trabaja nuestra fundación con programas que tenemos, con personal calificado que se ha preparado muy bien y con un voluntariado bastante importante.

No sé si alguien tiene alguna pregunta.

Público: A mí me gustaría saber cómo fue la primera vez que viniste a Buenos Aires e hiciste tu carrera periodística. ¿Qué recuerdos tenés de eso?

Mempo Giardinelli: Yo empecé a venir de chiquito a Buenos Aires. Vine a vivir a Buenos Aires después del servicio militar, a los 21 años. Venía muy cambiado, el servicio militar fue una fea experiencia para mí. Eran tiempos de Onganìa, Lanusse, vivíamos controlados. Era una época difícil: una colimba dura, larga. Yo no era un buen soldado, recibí mucho castigo. En fin, todo mal. Salí del servicio militar, salí de Resistencia, además yo estaba muy enamorado de una chica que se vino a estudiar a Buenos Aires, entonces, bueno: dos más dos son cuatro, terminé a las dos semanas acá. Me vine con un amigo muy querido, un poeta de Resistencia que murió muy joven, Eduardo Fracchia. Era un provinciano de 20 años y quería existir en materia artística, era pintor, bailarín, dramaturgo, poeta, tenía que venir a Buenos Aires. Hoy ya no es necesario. Esto cambió. La democracia y la tecnología hicieron un cambio fenomenal. Hoy hay un montón de productores, de creadores, de artistas muy importantes en todo el país. Y no es solo un fenómeno argentino, esto pasa en Colombia, en Venezuela, en México. Las capitales dejaron de tener esa cualidad de capite, de cabeza, centro, cerebro, de lugar donde se escucha, se habla, se ve. Dejaron de ser eso, hoy uno puede pasar de Buenos Aires con toda tranquilidad. Pero en ese entonces vinimos acá como dos jóvenes provincianos que veníamos al descubrimiento. Fue una época muy hermosa y muy difícil, como siempre pasa. Eduardo no aguantó y se volvió. Después se dedico a la carrera, fue decano de la facultad de humanidades en la Universidad del Noreste, un hombre muy conocido, un hombre importante en el Chaco. Yo me quedé en Buenos Aires, persistí. Tuve varios empleos, empleos canallas como son siempre. Laburé de lo que hoy sería un notero en radio El mundo, laburé los domingos para la editorial Julio Korn y trabajaba en una revista que llamaba Goles, que era una especie de El gráfico de segunda categoría. Cubría partidos de fútbol. Después laburé en Radiolandia, en una revista política que se llamaba Análisis. O sea, tenías que ganarte el puchero, siempre picando en todos lados. Hasta que recalé en la editorial Abril.

En la editorial Abril hice mi vida profesional, entre Abril y algunos otros trabajos que empezaron a importarme más. Tuve un fugaz paso como colaborador en La opinión, después trabajé en La tarde con Jacobo Timerman. Trabajé en el diario Crónica, donde adquirí una gran experiencia medial. En la crónica quinta, que era la crónica matutina, había que entrar a laburar a las 6 de la mañana, una experiencia muy interesante. Todos esos años fue una época de mucho fogueo, de mucha literatura, porque además tuve la suerte –así como fui muy desgraciado en muchos aspectos de mi vida– de que cuando yo empecé vivía en casa de unos amigos. Pero luego me fui a vivir a una pensión en la calle Mario Bravo y Córdoba y ahí estaba Osvaldo Soriano, él venía de Tandil. Ahí nos hicimos muy amigos, los dos laburábamos en la editorial Abril. Después él se pasó a La opinión, me llevo a mí y se quedó ahí. Fue una amistad muy literaria, para mi era un mentor de lectura. Osvaldo me llevaba 6 años, entonces cuando vos tenés 22 años un tipo de 28 es Gardel, era un poco así. El tipo sabía, tenía experiencia, era un gran conversador. Yo empecé a conocer la literatura policial a través de Osvaldo. Nos llevaba mucho la ginebra, éramos muy ginebreros. Yo tengo varios de mis cuentos de entonces: “El tipo”, que es un cuento que está en Vidas ejemplares, está dedicado a Osvaldo. Otro que se llama “La necesidad de ver el mar”... hay varios cuentos que son muy sorianisticos, “El funebro”. La verdad que estuvo bien esa época, fue un lindo tiempo. Además era como una larga dictadura, que no terminaba más. Era una dictadura, para lo que pasamos después, casi primaveral. No digo eso porque pasaron cosas oscuras también entonces, pero digamos que era un tiempo diferente. No sé si contesté tu pregunta más o menos.

Público: Mempo, recién hizo alusión a los avances en las comunicaciones. ¿Qué piensa del futuro del libro ante la aparición del libro digital?

Mempo Giardinelli: Por ser alguien que trabaja en el fomento de la lectura, a mí me importa más la lectura que el libro. Es decir, hay bibliotecas de libros y yo soy optimista. No participo de las ideas apocalípticas, de que el libro va a desaparecer, y que hay que aprovechar, ahora que se puede, para leer el papel. Me parece bien todo eso, pero no creo que el libro vaya a desaparecer. Lo que pasa es que lo importante es la lectura y la lectura puede cambiar de domicilio. En realidad, hasta acá el domicilio de la lectura fue el libro, pero ahora también es la pantalla y mañana podrá ser el aire. Lo que sé es que la sociedad no puede evolucionar sin lectura, porque la única manera de acceder al conocimiento y al saber es leyendo. Los que no leen no saben, así de sencillo. Entonces siempre la humanidad va a leer. Dónde lea será una cuestión que la tecnología evidentemente va a ir cambiando, igual que la escritura. Cuando en 1554 Gutenberg inventó la prensa de tipos móviles cambió la historia de la literatura, pero cuando el señor Remington creo la máquina de escribir también.  Cuando inventaron el bolígrafo también. A mí no me parece malo. Yo soy optimista, creo que no hay nada firme en las miradas apocalípticas. El libro va a seguir existiendo, el libro tiene una posibilidad de materialidad física que también va a ser necesaria. En cierto modo, yo no he visto el acta del original de la independencia, pero sé que existió, sé que está. Sé que puedo poner en Google "acta de independencia" y me va a aparecer el pdf del acta de la independencia firmada el 9 de julio de 1816 en Tucumán. Yo sé que en algún lado está esa acta. Pueden coexistir, está en Google, está fotocopiada y está el original en algún lugar. Con todo pasa lo mismo. Sí es cierto –y esa es una discusión ética importante que está presente ya, de hecho– que hay un peligro y es la posibilidad de distorsión. En el ´95 fue el primer congreso que me tocó participar en Santiago de Chile sobre esta pregunta. Yo escribí un artículo que tengo publicado, después me lo han afanado bastante, pero esas cosas pasan. Escribí que el problema que se iba a plantear en el tiempo es un problema ético, y ponía este ejemplo: el Don Quijote de Cervantes que van a leer nuestros tátara-tátara nietos dentro de doscientos años ¿va a ser el mismo que Don Quijote de Cervantes? Hay un riesgo de que no sea exactamente el mismo, porque puede suceder en el camino que alguna sociedad censora lo cambie. A lo mejor entonces cuando llegue esa versión y no haya una memoria que recorra la preservación física del original traducida a quién sabe cuántos idiomas, a lo mejor ese Quijote no va a ser fiel. No sabemos, es un tema que queda como una incógnita que no vamos a develar nosotros.

Público: Respecto de la fundación, ¿se limita al fomento de la lectura o abarca otro tipo de actividad?

Mempo Giardinelli: La misión esencial es el fomento de la lectura, que es lo que trabajamos. Tenemos la biblioteca, tenemos programas solidarios, tenemos distintas formas de trabajo de voluntariado. Tenemos el programa Abuelas cuenta cuentos, que es el programa más emblemático y conocido en el país y en el mundo, tiene una enorme trascendencia y es nuestro orgullo. Hacemos un congreso internacional todos los años con especialistas alrededor de la problemática de lectura, de literatura infantil y la capacitación de maestros y bibliotecarios. En fin, tenemos algunas estrategias de fomento de lectura. Pero está esencialmente dedicada a eso digamos.

Público: ¿Qué te parece la producción de la literatura a través de los blogs?

Mempo Giardinelli: Me encanta, me parece maravilloso. Yo tengo un blog y me encanta. Es muy buena la pregunta porque hay muchísima gente que escribe, que tiene la necesidad. Y no es fácil lograr la repercusión que cada ego tiene derecho a tener. Lo cual es lógico, es la naturaleza humana. Hay producciones que son muy buenas, hay otras que no son nada  buenas. A mí me parece que el blog es una forma de democratizar horizontalmente esta posibilidad. Seguramente calma los nervios a los que practican eso y al mismo tiempo son una forma de ejercitar la creatividad de manera muy permanente. Y serán, como pasa en el mercado del libro, los lectores quienes determinen el éxito o el fracaso. A mí hay dos o tres blogs que me interesan y más o menos los sigo. Los miro cada tanto porque me parece que hay cosas interesantes. Hay otros que los visito una vez, los miro y los largo. Supongo que con el mío pasará lo mismo.

Ahora, ¿por qué yo tengo mi blog? Porque hay un montón de literatura, que yo llamo literatura de emergencia, de ocasión, textos que creo que no van a ser un libro. Entonces los puedo poner ahí: artículos periodísticos que escribo en los diarios porque me parece que si están en mi blog, alguna gente que no leyó La Nación o que no leyó Página, puede verlo ahí. El otro día hacía una revisión de apuntes, hay muchas cosas (no es que esté escribiendo mis memorias, no soy tan pretencioso). Pero tengo una memoria, tengo una vida vivida, tengo una literatura recorrida y la sigo recorriendo. Además me parece que yo soy una figura de relativamente poca importancia, nadie se va a poner a escribir la historia de mi vida cuando me muera. Entonces los recuerdos que tengo los voy a sistematizar, y estoy escribiendo una cosa que se llama “El laberinto y el libro” (tomado de un poema de Borges de Los conjurados). Además es un título precioso, siempre estás ahí encontrándote y perdiéndote. Lo vengo escribiendo hace bastante tiempo, hace más de un año y escribo cada semana, cada tres días, cada quince días, voy recuperando memorias. Recupero textos míos que no publiqué, lo que quedó de la novela tal, apuntes de un viaje, ando siempre con mi libreta, entonces lo paso en limpio. Van saliendo recuerdos. Un poco empecé a hacerlo presuntuosamente, después se me armó un lío, pero está bien. Escribo lo que tengo ganas, me acordé lo que me pasó en Santo Domingo en el 2004 y escribo eso. Un encuentro que tuve en Salamanca con Luis Rafael Sanchez y lo recuerdo y escribo eso. Es decir, con toda libertad, es una manera de dejarse ir.

Yo creo que esa es una utilidad de los blogs. Otra utilidad de los blogs que me parece muy interesante sobre todo para los poetas, es que es una manera de que la poesía se pueda leer. Lo que uno quiere es ser leído. En general creo que los blogs permiten los comentarios. Yo no dialogo, pero no por malo, por fiaca. No puedo estar respondiendo a todo, recibo mucho material. Entonces prefiero advertir: “discúlpenme pero no puedo porque si no me pasaría horas del día respondiendo y dialogando”. Me mandan mucho material, muchos materiales, me escriben cartas, me hacen preguntas. Yo prefiero respetuosamente no entrar en eso. Si alguien me manda un mensaje diciendo “me encantó lo que escribió", lo pongo, si alguien me manda otro diciendo “qué estupidez lo que escribió”, lo pongo. Es decir, yo creo que es justo eso. Pero no entro en el dialogo. Además me parece que eso es muy importante para todos los blogs. Hay una cosa muy democrática. Además hay gente que por ahí no pensamos, cualquier escritor del mundo que a ustedes le interese, que se lo puede googlear y a lo mejor se encuentran con que ese fulano tiene un blog y es muy interesante. Y a lo mejor tiene cosas que valen la pena leer. Así que me parece que tengo una alta estima por todo lo que nos ofrece internet, aunque no participo de redes sociales. Pero eso en mi caso también tiene que ver con el tiempo. No me ocupo de Facebook, de twitter, no se me da por ahí. Pero me gusta, me parece interesante. Yo creo que hay que usar todo, la tecnología está a nuestra disposición. Yo me acuerdo de mi viejo hace 50 años, cuando yo era muy chiquito, decía que el aire acondicionado era una cosa superflua que no iba a importar. Hoy no podemos vivir sin el aire acondicionado. Me acuerdo de un amigo en México, cuando aparecieron las máquinas contestadoras automáticas, diciendo: para qué quiero una contestadora automática, y hoy no podemos vivir sin contestadora. Es así, y está bien. No hay que resistirse a la tecnología. La tecnología siempre está al servicio de la especie humana. Hay tecnologías canallas, pero hay otras que mejoran la vida. La vida nuestra es mucho mejor que la de nuestros abuelos, no tenían  televisión, no tenían twitter, no tenían celulares, computadoras, no tenían ni siquiera auto, era una porquería esa vida.

Público: Nos podés comentar algo de tu experiencia como profesor de las universidades americanas.

Mempo Giardinelli: Yo empecé cuando vivía en México. Una vez me invitaron a la universidad, fue una experiencia muy interesante para mí. Parece que hice bien las cosas y después me invitaron de otra y otra. Prácticamente llevo 25 años visitando distintas universidades, he ido a dar conferencias, talleres. Desde hace unos ocho años voy todos los años a la Universidad de Virginia, donde tengo un curso. No voy todo el año, voy un semestre. Es una experiencia muy hermosa para mí. Aprendo mucho enseñando, y la experiencia con los estudiantes norteamericanos es muy placentera. Los estudiantes norteamericanos tienen un nivel de disciplina, de concentración –porque pueden económicamente y sus padres le dan esa posibilidad– pero hay un nivel de aplicación que es muy interesante. Sobre todo porque son grupos pequeños, en general. Digamos, yo en la Universidad Nacional de La Plata el último año que fui profesor tenía un curso de 328 estudiantes. Era un auditorio, yo no sabía ni quién era quién. En Estados Unidos he dado cursos para ocho alumnos, catorce. Los muy numerosos –últimamente mis cursos son muy numerosos– son de 24 o 25 estudiantes. Eso permite un trato muy personal que algunas universidades estimulan. Hay bibliotecas que son excepcionales. De hecho las bibliotecas norteamericanas están dotadas fantásticamente en cualquier disciplina que el muchacho estudie. Es un ambiente un tanto recoleto, un tanto aburrido, para mi personalidad. No sé si podría estar todo el año ahí. Pero la verdad que es una experiencia riquísima. Creo que me permite ver bastante mejor las problemáticas de la educación en Argentina. He aprendido mucho en los Estados Unidos. Como aprendí de México, mis casi diez años ahí fueron muy formadores. Yo creo que tengo la suerte quizás de ser un tipo muy esponja, yo chupo, yo absorbo todo lo que veo. Un poco lo que mi mamá decía siempre: “donde fueres haz lo que vieres” y yo creo que eso funciona.

Público: ¿Cuál es la diferencia entre lo que escribe un poeta y lo que escribe un novelista?

Mempo Giardinelli: Y, que uno es poeta y el otro novelista. El poeta para mí es el creador por antonomasia, yo quisiera ser poeta. La literatura es un gran poema que no hemos escrito todavía y seguimos buscando. La novela tiene mucho más que ver con el oficio, con el periodismo, con la sociología, con la historia. Es prosaico, es otra cosa. La poética nos hace bien para ablandar la prosa, por eso yo leo tanta poesía. Leo mucha poesía quizás por nostalgia del poeta que hubiera querido ser y no soy, y al mismo tiempo porque siento y me doy cuenta de que mejora la expresión, la ablanda. Aún en los temas más duros, aun en los argumentos más horrorosos y arduos, la expresión poética es fenomenal. Si usted va a ser novelista, si va a ser narrador, lea poesía porque ahí va a encontrar una poética para poder narrarlo y para que lo significativo sea además bello y estético. Eso se lo va a dar la poesía. Novelista que no lee poesía podrá tener oficio, podrá contarte una historia más o menos –quizás la crítica lo va a aplaudir– pero no son grandes novelistas. La novelística depende mucho más de la poesía.

Bueno te quería agradecer por haber compartido tus lecturas, tus libros y toda esta hermosa charla.

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