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Comenzó Filba en Santiago

Las tres actividades que tuvo en su primer día el Filba en Santiago armaron en conjunto (y sin saberlo) un relato común. Los dos diálogos que se realizaron en la Biblioteca Nicanor Parra de la UDP dieron el contexto para entender la posterior presentación de Pedro Lemebel. Durante el día resonaron fuerte las palabras desacato, extrañeza y silencio.

lemebel Foto: Ana Edwards

Por Soledad Camponovo

Óscar Contardo cerró la primera mesa del festival, dedicada a los raros en la literatura latinoamericana, afirmando que el escritor actual más raro de Chile es Lemebel. A pesar de que los expositores se aproximaron al concepto de diferentes maneras y dieron múltiples lecturas, lo raro, al parecer, está dado por el desacomodo y está emparentado de cerca con lo maldito y lo rabioso. “Los raros están en la periferia, aunque lleguen al centro del canon. Lo raro tiene que ver con el desacato a la tradición cultural”, dijo Juan Pablo Sutherland, mientras salían a colación otros raros, como Mauricio Wacquez, Mario Levrero, Rodrigo Lira, Porfirio Barba Jacob, Jorge Barón Biza, o los favoritos de Galo Ghigliotto: Juan Agustín Palazuelos y Hernán Castellano Girón. Un gato aparecido de quién sabe dónde maullaba en la sala.

Afuera del auditorio se podía ver la exposición “Libros quemados, escondidos y recuperados a 40 años del golpe”, acerca de la prohibición y destrucción de libros durante la dictadura de Pinochet. Adentro empezaba la mesa “Lecturas bajo la bota”, sobre lo que ocurrió con la literatura y la circulación de libros e ideas en las dictaduras chilena y argentina. Participaban Elvira Hernández, Martín Kohan, Gonzalo Contreras y Marco Antonio de la Parra.

“Comenzamos a hablar en voz baja. Habíamos quedado sin palabras para responder a lo que era el golpe militar”, dijo Elvira sobre los grises años 70. “Chile estaba apagado, nadie se atrevía a decir nada. Todo el mundo calló”, comentó Gonzalo. Ambos coincidieron en que después del 73 hasta entrada la década del 80 se extinguió la voz colectiva. Hablaron de un país precario donde desaparecieron las editoriales y las librerías: “Es duro enfrentarse a la pobreza intelectual que significa la dictadura en un país”, apuntó Elvira, y además contó que con dolor de guata entraba a la biblioteca del Instituto Chileno-Norteamericano a copiar poemas de Pound y Eliot en un cuaderno para luego leerlos en casa.

Martín Kohan puso el contrapunto en el diálogo. Dijo que a él, por ser un poco más joven —tenía 9 años en 1976—, no le pasó nada ni remotamente parecido a lo relatado por Elvira y Gonzalo. La edad marcó una diferencia descomunal. No tenía una experiencia de la vida cultural de antes, tampoco una visión clara de lo que estaba siendo reprimido. “Mi vivencia no es la del agobio de la represión. Es su plena naturalización”, contó. El autor de Ciencias morales señaló que la pregunta que él se repite a sí mismo tiene que ver con la aceptación del período: “¿Cómo me resultó normal?” “¿Por qué no me pregunté, por ejemplo, la razón de que Johan Cruyff no jugara el Mundial del 78?”.

Ya eran cerca de las 8 de la noche y en el Centro Cultural Gabriela Mistral (GAM) la gente se agolpaba en la entrada para poder ver la performance de Pedro Lemebel, que se había presentado el jueves en Buenos Aires. “Lemebel provoca lo que produce la gente famosa de verdad, como una estrella de Hollywood”, había dicho Contardo un rato atrás. Una fila de 100 metros de personas sin boleto esperando entrar, le daba toda la razón.

Por mientras, adentro de la sala se afinaban los últimos detalles. Constanza, la asistente de Pedro, era una voz omnipresente que daba órdenes desde los controles. Estamos todos nerviosos. Entra el maquillador, falta una linterna. Se anuncia el ingreso del público a la sala al menos cinco veces, pero Pedro lo cancela porque aún no está listo. Entra el público. En primera fila Carmen Berenguer, Lina Meruane y Diego Zúñiga. Hay más de 300 personas esperando, la mayoría jóvenes. Le pregunto a un chico cuántos años tiene. Me cuenta que 16, pero que empezó a leer a Lemebel a los 14.

Una voz recuerda que no se puede grabar nada. Ni tomar fotos. Pedro es vanidoso. Le parece insoportable que pongan un video de él en Facebook con la voz que le dejó un cáncer a la laringe.

Entra Lemebel. La gente lo ovaciona. Es una estrella, una diva vestida de negro con tacones altos y lentejuelas. Suena una canción “de folletín” mientras Pedro cuenta la historia de un compañero de liceo que trató de defender un “mural de puños alzados” en la Unidad Popular. Pedro canta con su no voz: “todas las calles llenas de gente están”. “La música se cortó de pronto y quedó el silencio”, dice Pedro. Vino el golpe. Aparece ese mismo silencio que habían mencionado hace pocas horas Elvira y Gonzalo. A partir de entonces “retumba la música de la farándula miliquera”. Aplausos, aplausos para Pedro.

Lee un texto sobre el “exilio a los maricones” del universo poético de Joan Manuel Serrat. Tira besos al público. Tira besos también a su público “coliflay”. Habla con su voz de ultratumba. Le cuesta tanto hablar que llega a doler y se toca con su mano la garganta como queriendo llegar hasta sus cuerdas vocales. A mí también me duele la garganta mientras lo escucho. “No saben cuánto cuesta hablar”, repite.

Pedro se ríe. Dice que con lo que le costó la operación de laringe se podría haber puesto cuatro tetas. Que su cáncer es de diva (en comparación al sida, que es “muy ordinario”). Se ríe. “Chile no es pobre ahora”. Se ríe. Le da risa que a los jurados les cueste tanto entregarle un premio. Acaba de ganar el Premio José Donoso y hace chistes con el escritor de El lugar sin límites: “la señora Donoso”, dice.

Pedro habla del GAM, el lugar donde estamos. Un espacio simbólico. Construido por Allende, pero del que se apropió el régimen militar y usó la Junta como sede de gobierno hasta 1980, mientras se reconstruía La Moneda. Aquí, 40 años atrás, Lemebel se juntaba con sus amigas, a quienes recuerda en “Éramos tantas tontas juntas”.

A diferencia del show en Buenos Aires, Pedro incluyó un texto sobre el suicidio de Odlanier Mena, ex director de la policía política de Pinochet, que ha sacudido al país esta misma mañana en medio de la decisión de Piñera de cerrar “el penal Cordillera Inn”, cárcel construida para alojar a militares acusados de violación a los derechos humanos.
“Tengo miedo de quedar muda”, dice después, y comienza a hablar de las movilizaciones de los estudiantes: “lo único interesante que ha pasado en Chile en los últimos 10 años”. De fondo pasan las imágenes de los guanacos de la policía, las multitudinarias marchas, las bombas lacrimógenas, los carteles con consignas, los piedrazos de los encapuchados.

Pedro cuenta que visitó las tomas de los liceos y que los estudiantes lo recibieron con cariño, con juventud, con respeto. Para Lemebel “son una lección de dignidad en la trinchera del desacato”. Lee una crónica sobre este maravilloso encuentro, donde dos tiempos se unen. Y es como si la voz casi extinta de Lemebel fuera tomada por los estudiantes para señalar lo indecible. Y de pronto, Lemebel, “el más raro de todos”, hace patente que los últimos 40 años se han tratado de eso: de perder y recuperar la voz. La gente lo aplaude de pie.

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