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Infancias literarias

Desgrabación del panel "Infancias literarias" que se realizó el viernes 7 de septiembre en la Biblioteca Nacional en el marco del festival Filbita 2012.

Foto: Santi Ochoteco.

infancias literarias

En la actualidad sabemos que no podemos hablar de una infancia única, sino de distintas infancias. Aún cuando conviven en el tiempo histórico, muchas veces los niños, protagonistas y lectores de historias, son construidos y se construyen de distintas maneras en la literatura. En el marco del festival Filbita, los escritores Silvia Schujer, Paula Bombara y Antonio Malpica dialogaron con Elisa Boland acerca de esas diversas representaciones que posibilita la literatura. El encuentro se realizó el 7 de septiembre en la Biblioteca Nacional. Aquí la desgrabación.

Elisa Boland: Buenas tardes, gracias por la invitación a participar del Filbita. Me parece que hay que celebrar que Filbita haya encontrado el lugar propio separado del festival de la literatura para grandes.

 

El título de la mesa es “Infancias literarias” y nos permite desplegar la idea de infancia y la idea de libro y de literatura para niños. Hay algunas cuestiones que por ahí conviene precisar antes de darles la palabra a los invitados. Primero, que no podemos hablar de una sola infancia sino de varias; incluso: más que de infancia, de niño o niña considerados en su singularidad. Por otra parte, cuando uno dice literatura infantil tiene que hacer referencia a la evolución de la idea de infancia que comienza a aparecer en el siglo XVIII: no es la misma idea que tenemos hoy. Ha ido cambiando a lo largo del tiempo. No podemos dejar de hacer referencia, o por lo menos tener en cuenta, a la historia del libro y de la literatura por la manera en que se han ido condicionando mutuamente. Los chicos no llegan solos a los libros —ya los sabemos— y los adultos —podrán ser familiares, maestros, escritores— a veces conocen la tarea que realizan y otras veces no. La escuela sigue siendo una gran cliente de la edición infantil. En Francia, cuando la escuela recomienda la escritura de las fábulas de La Fontaine llega a 240 ediciones. Eso pesa. La literatura de entretenimiento, las novelas por entregas, tenían ediciones de 1500 ejemplares. Sin embargo, con el acceso a la alfabetización de chicos, mujeres y obreros, Julio Verne llega a tiradas de 30mil ejemplares. Y finalmente, quería hacer mención a Graciela Montes: una figura que para los que estamos en este tema fue quien comenzó a vincular la idea de infancia con la literatura infantil. Le dio otra dimensión a los que estamos en este campo.

Presento a los integrantes de la mesa:

Silvia Schujer es una autora que surge en los años ochenta. Si uno tiene que armar una selección de libros de la Argentina para niños y jóvenes, yo pondría Las visitas, la primera novela de Silvia, del año ‘91. No voy a dar todos los títulos que son muy numerosos, pero sí me quiero mostrar Hugo tiene hambre [levanta el libro], que es otra manera de mostrar la infancia, por el que obtuvo el premio Norma 2006. También traje Canciones de cuna para dormir cachorros [levanta el libro] porque me parece que también muestra una manera de ser niño o de considerar a los niños.

Paula Bombara escribe textos de ficción y también de divulgación científica. Dirige desde 2003 en la colección “¿Querés saber?” en Eudeba. Ella pertenece a la generación del 2000. Su primera novela El mar y la serpiente es de 2005. Paula, que sigue publicando y sigue ganando premios, obtiene el premio de Barco de vapor 2011 por Una casa de secretos.

El tercero es Antonio Malpica, pero él firma como Toño. Le damos la bienvenida porque viene de México. Es un escritor de novelas para adultos, pero también escribe para niños, y por ahí leí que toca el piano cuando hay piano. El obtuvo el premio Norma con Margot: La pequeña, pequeña historia de una casa en Alfa Centauri. Diría que en el caso de los tres autores hay una presencia o protagonismo de los niños que toman la voz y cuentan las historias. Los dejo con ellos.

Silvia Schujer: Yo hablo mal cuando no leo, así que traje algo. Pensé que había armado algo con una secuencia ordenada, pero me di cuenta que está desordenado, con ideas salpicadas: lo siento.

“El escritor, la infancia”

La infancia, dice el diccionario —y esto me causa mucha gracia—, es un período de la vida humana que empieza con el nacimiento y termina con la pubertad. Clarísimo. Lo que me importa de esto es que se trata de un momento de la existencia de los seres humanos y que, aún cuando no es igual ni se desarrolla del mismo modo en todos los casos —me refiero a las circunstancias sociales, particulares, culturales—, tiene denominadores comunes que la atraviesan. Puede haber infancias más o menos felices, más o menos respetadas, mejor o peor vividas, con mucha, poca o ninguna atención, pero es un período de la vida con características que le son propias. Qué cosas son inherentes a ese primer estadío humano: la dependencia del mundo adulto, la búsqueda de identidad, la desmesura, la experimentación como modo de apropiación y conocimiento del mundo. Puede haber otras, pero a mí se me cruzaron estas.

En cuanto a la dependencia es obvio que un cachorro humano es un ser desprotegido por definición. Precisa de los adultos para alimentarse, vestirse, educarse. De hecho, el andamiaje del mundo al cual llega está hecho por adultos. Las leyes, los objetos, la organización de lo que hay que saber, el conocimiento. Durante la infancia, todos los seres humanos son pequeños en proporción con lo que los rodea. En un principio hasta carecen del lenguaje para nombrar lo que hay, lo que les pasa, lo que los rodea. Y luego se van sometiendo, con más o menos dificultad, a las leyes establecidas para vigilarse.

En cuando a la identidad, es una búsqueda consciente o inconsciente particularmente en la infancia. ¿Cómo llegan a saber los chicos que son parte de la humanidad y no de una colonia de flamencos? La infancia es un tiempo de descarte: no soy este, este tampoco, esto me gusta, quiero esto y no me lo dan… Cómo hace uno para comprender que el que está del otro lado del espejo es uno mismo reflejado en un cristal pulido, por qué los chicos buscan el parecido físico con sus progenitores, por qué juegan a que son ellos, qué imitan, qué recrean, qué quieren saber, por qué un bebé suele distinguir entre un adulto y un niño, por qué los perros también lo distinguen, qué tienen de niños los perros —perdonen esta digresión pero me lo pregunto siempre—. La cuestión de la identidad es algo muy fuerte en esta etapa.

La desmesura es otra característica de la infancia. Los pibes en su pequeñez son paradójicamente desmesurados en la imaginación, en la capacidad de creer, en el deseo, en el tiempo que no distingue un día de un siglo. Son desmesurados en la capacidad de gozar infinitas veces con el mismo chiste, con el mismo juego, con el mismo cuento que deberá ser contado además con las mismas palabras. Se desmesuran en el dolor, en el berrinche, en la demanda, incluso en la fiebre que cuando sube parece que va a reventar los termómetros. El ser desmesurado de los chicos les permite creer, por ejemplo, que, como cuenta Mariño en El mar preferido de los piratas, un hombre es capaz de fabricarse un mar con gaviotas y todo en la puerta de su domicilio. Parte de la desmesura es creer que un señor vestido de rojo y barba blanca pueda, en una sola noche, dejar un regalo a todos los chicos del mundo. Pero gracias a esa desmesura, no obstante, se puede pensar en cambiar el mundo, o al menos, la propia realidad. Sobre todo si no es la deseada.

La experimentación, la exploración como un modo casi excluyente de conocer y apropiarse del mundo es también una marca de la infancia. Jamás intentaríamos meter en el fuego el dedo de un nene, sin embargo, el sabrá que el fuego quema porque de algún modo u otro se habrá aproximado al extremo calor. Digo esto, y me preocupa pensar que alguno crea que la ficción debe tener en cuenta esta experiencia de la realidad y entonces sea preciso abstenerse de crear superhéroes que vuelen. Quiero tranquilizar a la población: desde muy temprana edad los niños distinguen realidad de ficción, no precisan hacerse añicos para saber que no pueden ponerse una capita y arrojarse por un balcón. No cometerán un robo a mano armada en el kiosco de ninguna esquina por escuchar la canción de María Elena Walsh que dice “da la media vuelta, toca el cascabel, roba caramelos en el almacén”. Hecha la salvedad, continúo. Al principio, todo se agarra, todo se prueba, todo se rompe, todo va a la boca para conocer el gusto, la textura. Todos los sentidos se ponen al servicio del experimento y de la destrucción —o, si se quiere, de la deconstrucción. No digo nada original, pero esta propiedad exploratoria es fundamental a la hora de pensar en la infancia.

En rigor de verdad, todas las particularidades que mencioné como inherentes a la infancia se pueden vincular con el trabajo de un escritor. La dependencia, la búsqueda de identidad, la exploración y la desmesura son características que se ponen en juego ante la pantalla en blanco. La desprotección como estar ante lo desconocido, la dependencia como la necesidad de que todo lo que se va a crear sea puesto al servicio de la historia madre que es la única que manda, la búsqueda de identidad como una necesidad permanente de perfeccionar el estilo entre otras cosas, encontrarse uno mismo en lo que está diciendo, la experimentación como la inmersión en las mil y una posibilidades que nos da el lenguaje para expresar eso que queremos y la desmesura como el permiso y la capacidad de imaginar mundos enteros y fundarlos.

Mis cuentos, mis novelas, mis canciones y hasta los libros con juegos de palabra que he escrito no representan ni están destinados a ninguna infancia que no sea la propia. Pero atención: muchas veces se dice que los escritores de literatura infantil acudimos al niño que tenemos adentro. Esto suele entenderse como que acudimos al niño que fuimos. Creo que es un error. Los escritores acudimos a lo que nos une con la infancia desde lo que somos al momento de escribir, desde las características que nos son comunes, las que son propias de la infancia y que nosotros, al crear, ponemos en juego. La desprotección, la dependencia, la exploración, la búsqueda de identidad, la desmesura. Casi diría que esto para mí es lo infantil de la literatura infantil. Como escritora sé que no me dirijo a ninguna infancia en particular, que mis textos no pretenden describir ni redimir. Que lo que escribo no pueda ser leído por todos los chicos porque no a todos les llegan los libros es otro problema gravísimo. Pero requiere fundamentalmente de decisiones políticas.

Otro punto: no escribo de los pobres para que los niños ricos o los progres sepan que existen los pobres. Tampoco escribo de o con pobres para que los niños más humildes se identifiquen con los personajes y escenarios que les son más conocidos. Este es un equívoco del que después podemos hablar. No escribo de princesas para que los plebeyos desarrollen mejor su odio de clase. No escribo sobre un león chicato para que los niños que tienen que usar anteojos descubran que, después de todo, no es tan feo. No escribo para mostrarles a los niños argentinos cómo viven los de Antioquia o viceversa. No escribo sobre los niños ricos, pobres, buenos, malos, discapacitados, pelirrojos, burros, egoístas o pequeñoburgueses: pueden ser personajes de algunas de mis historias, pero nunca un tema en sí mismo. En este sentido, y con esto termino, Hugo tiene hambre, que es el libro por el que me preguntan siempre, no es a mi juicio destacable porque el personaje es un chico de la calle. Un chico de la calle bien podría ser un personaje de una telenovela, una obra no necesariamente para pibes o sencillamente de un mal cuento. Lo interesante de Hugo —con perdón de la autorreferencia— es que, apoyado en unas ilustraciones espectaculares de Mónica Weiss, pone al descubierto la magnitud de la desprotección que sufre Hugo, que tiene hambre, y por otra parte su enorme y desmesurada capacidad de imaginar y distraerse hasta del hambre cuando algo interesante o novedoso o simpático se le cruza en el camino.

Paula Bombara: Nos pidieron que fuera más una improvisación y a mí me cuesta un poco, pero a punto de cumplir cuarenta, me parece que ya es tiempo de dejar de depender del mundo adulto. Ya he buscado mi identidad mucho tiempo y de muchas maneras, sigo siendo desmesurada y sigo experimentando de todos los modos que puedo. Estoy a medio camino, pero puedo improvisar.

De los caminos que abrió Silvia, el tema de la identidad es el que me interesa porque es de lo que más hablo cuando me reúno con chicos en colegios. Surge en todas las conversaciones, vaya por el libro que vaya, en las escuelas. El tema de la identidad en los niños de hoy tienen también mucho de curiosidad sobre el tema de la identidad como pueblo y cómo cada uno va registrando las huellas que ha dejado la dictadura. Desde que existe el Día de la Memoria y el tema se trabaja como efeméride en los colegios, las maestras buscan propuestas en la literatura para que el tema deje de ser histórico y pase a la realidad cotidiana de los chicos. En ese sentido, mi infancia está vinculada a la infancia que se está viviendo hoy, treinta y pico de años después.

Cuando voy a las escuelas, la propuesta es que el diálogo sea libre: yo no hablo previamente sino que respondo preguntas. Me parece que esa es la manera más sincera de que ellos exploren sus identificaciones —aunque yo no las voy a saber nunca porque yo no les pregunto— y después, en la intimidad, lo vayan procesando. Creo que es la manera en que yo me formé como lectora. Seguramente a ustedes les haya pasado leer clandestinamente libros que nuestros padres no querían que leyéramos pero que estaban en la biblioteca y que en momentos en los que no había nadie en ese ambiente estaba buenísimo ir y abrir esos y muchos otros y chusmear por qué hablaban tanto. Más allá de los libros que me regalaban y que eran los que yo debía leer o tenía que leer o eran aptos para la edad, esa forma de leer robándoles momentos a otras actividades o pendiente de saber si me estaban mirando o no, es la que nos revela una fibra muy íntima como lectores. Ahora que tengo hijos me doy cuenta de que capaz mi mamá sí me miraba y dejaba que yo explorara esos libros, porque yo veo a mis hijos hacer eso, y creo que cuando uno ve a un niño que está yendo más allá de lo que le indica el mundo adulto, está siendo desmesurado y esa desmesura lo está formando profundamente como lector.

Yo trabajo conmigo misma para no perder la mirada desmesurada, para seguir asombrándome de cosas. En ese sentido, la formación científica aporta lo suyo. Ahora estoy escribiendo un libro sobre genética y, como hablaba con mi coautor, no tiene por qué ser tan obvio que de una gata nazcan gatitos. Hay algo que hace que suceda así. Los niños se lo preguntan; en el mundo adulto ya no hay tantas preguntas de ese estilo. Por qué en un arbusto todas las flores son del mismo color. Qué es lo que hace que en otros arbustos sean de otros colores. Qué está sucediendo ahí. Esas preguntas se las hacen los niños y cuando nos las preguntas decimos “qué sé yo, porque es así”. Yo trato de mirar al mundo de otro modo. Ahora sé porqué es así, si quieren otro día les cuentos. [Risas]

Antonio Malpica: Primero quiero empezar con una advertencia que le robé a Faulkner citado por Juan Marsé: yo soy escritor, no soy hombre de letras. Ahorita verán por qué me refiero a eso. Yo no pienso tanto las cosas. Me gustaría hacerme las preguntas correctas y tratar de encontrar las respuestas, pero estoy aquí muy por accidente. Para mí la infancia es también una preocupación, pero no me hago las preguntas correctas. Caí en la literatura infantil porque un día estaba aburrido y había un concurso en la ciudad de México que daba doce premios y pensé que uno me iba a tocar. Tengo la gran suerte de que escribo con los diez dedos y entonces escribo más o menos rápido y como no pienso tanto las cosas dejo fluir la historia. Esto fue en el 2001 y mi primer libro para niños, sin saber de qué iba la literatura infantil, obtuvo un tercer lugar. El caso es que tuve la suerte de que me premiaran la novela y me dieron el espaldarazo de subirme a un tren en el que había mucha gente, gente premiada y gente que había hecho cierta carrera y yo estaba como el impostor. Recuerdo que dije “bueno, ya me subí, pero no se preocupen, me voy a bajar en la siguiente estación”. [Risas] Pero descubrí una cosa: que me había gustado mucho la experiencia y que parecía que había gente que pensaba que no era tan malo, entonces seguí.

De la misma manera tan mercenaria de actuar, en 2003 escribí mi segundo libro para niños jóvenes, era una novela de literatura juvenil sobre un niño prodigio que tiene 14 años y que no pierde al ajedrez. Una premisa más o menos poderosa, la escribí y la mandé a un concurso y gané, esta vez sí, el primer premio del Gran Angular.

Me preguntan mucho por qué en un momento decidí que quería escribir para niños y jóvenes, y la única respuesta que tengo es que no sé escribir de otra manera. Me di cuenta de esto porque mis novelas para grandes las leen los niños y es lo mismo. Mis novelas para grandes dicen palabrotas, se dan de tiros y hay escenas sexuales, pero la prosa, los temas, la forma de contar es muy infantil y juvenil. Quisiera saber exactamente cuáles son los componentes, qué tiene que tener un personaje, pero no lo sé. Hasta la fecha no lo sé.

Lo que sí sé es que hay una preocupación por la infancia en la que yo me sumo y que, curiosamente, nos suma a todos nosotros y ya no somos niños. De pronto se hacen muchos coloquios, ferias, festivales y no ves más que a un niño por vez, que además está aburridísimo y que pregunta “por qué hablan de nosotros en tercera persona”. Cuando era niño me preguntaba por qué las jugueterías no estaban atendidas por niños que nos dijeran lo que nosotros queremos. Era lo más lógico. Por qué en los premios de literatura infantil y juvenil no hay un niño que opine. La definición de literatura infantil y juvenil que más me gusta es la de Wikipedia. Es la más absurda: más o menos dice que es aquella literatura que también le gusta a los niños. A qué voy: nosotros nos podemos confabular todo lo que queramos que esto es lo que le tiene que gustar a los niños, que ya lo decidimos, que el maestro está de acuerdo y el jurado y aquel señor y entonces callate la boca y lee. Pero no siempre es así. Nosotros quisiéramos que el libro que ganó el premio, el libro de Fulano que sabe mucho, funcione con los chicos, pero no siempre es así. Pero es una acrobacia difícil porque tampoco es nada más lo que ellos quieran, si no a lo mejor ellos estarían escribiendo Capitán Calzoncillos. Es una acrobacia difícil y qué bueno que nos preocupe: vale la pena pensar en ello. Es como con mis hijos. Hubo un momento en que me agobié de literatura pensando en que tenía que hacer las cosas bien porque mis padres cometieron errores conmigo y yo no quería que mis hijos se traumaran. Pero un amigo psicólogo, una persona muy honesta, muy sensata, a quien quiero mucho, me dijo “no hay respuestas correctas, pero lo que sí te puedo decir es que con el simple hecho de que los estés pensando ya basta”. Me da la impresión de que los niños de ahora tienen a los autores de ahora, como los niños de antes tuvieron a Andersen. Yo estoy aquí, insisto, por accidente, pero hago lo mejor que puedo y trato de divertirme los más que puedo y creo que los niños se divierten conmigo.

Creo, finalmente, que la infancia siempre va a existir. No nos la vamos a poder quitar de encima. Los que estamos aquí también la vivimos y tal vez no la apreciamos en su momento como debimos haberlo hecho, porque cuando se es niño te parece tan trivial ser niño y ahora que no lo somos tal vez es esa nostalgia por esa edad la que nos hace hacer tanto coloquio y tanta literatura.

Elisa Boland: A partir de lo último que decía Antonio, que los niños de hoy tienen a los autores de hoy.  El contacto que había antes con los autores no era tan intenso como ahora, donde los autores van a las escuelas, hay una presencia más fuerte: ¿creen que el contacto con el autor aporta algo nuevo a la lectura?

Silvia Schujer: ¿En la formación como lectores? Yo creo que no es determinante. Es un elemento más que se puede aportar en esta construcción y que se le puede aportar a la escuela que está interesada en que los libros circulen y los chicos se acerquen a los libros. Como experiencia, me parece valiosa, me parece linda. El recuerdo que tengo en la infancia en relación con los libros es que los escritores estaban todos muertos. No les íbamos a mandar cartas ni nada porque estaban todos muertos. Las bibliotecas estaban bastante muertos en relación con lo que son ahora. De todas maneras, en ese momento igual yo me hice lectora. Creo que lo más importante es que estaban los libros y los tenía cerca y disponibles para leer. Me parece que es algo más, que no es algo determinante. En muchos casos diría que es una conjugación de lo útil con lo beneficioso que es para las editoriales y probablemente para un autor que los libros se vendan más. Pero, a veces, a mí me gusta ir.

[Intervención del público] Me parece que ayuda muchísimo al proceso creativo de los chicos el naturalizar el proceso de un autor. Las preguntas de los chicos son maravillosas y a mí, que me interesa mucho el proceso creativo de los autores, es muy interesante porque muchos autores marcan que la devolución de los chicos, los problemas y las preocupaciones de los chicos, les hace repensar su obra.

Paula Bombara: La primera vez que fui a una escuela, el primer chico que me habló, de 12 años, me dijo “tu novela no me gustó”. Esa fue mi inauguración. Pero fue genial empezar así, porque en realidad es un lector desafiante. Te pone en un brete, tenés que salir de ahí.

Silvia Schujer: Sí: matarlo. [Risas]

Paula Bombara: A mí me gustan esos lectores. Hay encuentros que son difíciles, porque me preguntan por qué maté a tal personaje. “¡Podrías haber matado a otro!” Y te lo dicen con una cosa de bronca e indignación. Me encantan esos lectores porque se apropiaron de lo que está escrito y lo hicieron parte de sus pensamientos. Ese tipo de lectura es la más valiosa. En ese sentido capaz que a ellos les sirve que yo vaya, pero a mí sí me sirve ir: me mantengo al tanto de su manera de leer y de recibir un determinado mensaje. Me encanta que la literatura se tome como un trabajo y no como una inspiración que uno recibe desde afuera. Yo trabajé como bioquímica, sé lo que es un trabajo en relación de dependencia. Este es otro tipo de trabajo que me apasiona, pero no deja de ser un trabajo. La devolución es muy enriquecedora.

Antonio Malpica: Agregaría que sirve que sepan que los autores son personas de carne y hueso. No sólo nosotros: si buscan en youtube y ven que JK Rowling es una señora que conversa con chicos, les permite confrontar la idea que tú dices. El escritor es un creador: está creando mundos. A mí parecer les permite hacer una distinción de la ficción y la realidad. Para la creación de escritores me parece muy importante. El que no le haya gustado tu libro es algo que se puede explotar para proponerle escribir: por qué no escribes tú uno en donde todo te haga sentido, eso es volcar en la página lo que tú quisieras ver en el mundo.

Silvia Schujer: A propósito de las visitas en las escuelas, una vez fui a una donde había leído Oliverio junta preguntas. Lo primero que me pasó fue que cuando llegué la maestra me presentó:  “Chicos, acá está Silvia Schujer, yo quiero que vean que los autores son de carne y hueso” y un nene dijo “sobre todo de hueso” [Risas]. En esa misma escuela, un chico me preguntó por qué le había puesto Oliverio y yo, que a veces invento porque no me acuerdo de todo, le dije que yo había leído mucho a un poeta que me gustaba mucho y que me lo había imaginado así de chico por el tema de las palabras, que se llamaba Oliverio Girondo y que, tal vez, esa resonancia me había hecho ponerle Oliverio al personaje. Y el pibe me dijo “ah… yo creí que le habías puesto Oliverio porque naciste en Olivos”. Yo me quedé helada porque en ningún momento había puesto que el barrio donde transcurre la vida de Oliverio era Olivos, que es mi barrio de infancia como dice la solapa, pero después cuando llegué a mi casa, completamente pasmada me puse a leer todo el libro y ¡es Olivos! A partir de entonces aproveché esa anécdota contándosela a otros chicos para contarles hasta qué punto ellos leen cosas en lo que nosotros escribimos que por ahí no nos damos cuenta y de la cantidad de lecturas que puede haber alrededor de un mismo texto. Es interesante transmitirles esa posibilidad. Que frente a finales abiertos ellos hagan su interpretación. Más que mostrarles que somos de carne y hueso o hablarles del oficio, sobre todo darles la posibilidad de que vean que cada cosa puede ser leída de muchas maneras, que tiene muchas lecturas, y que, por lo tanto, la que hagan por sí mismos es válida. Eso es interesante porque la escuela tiende a una única voz, una única conclusión que además, casi siempre tiene que parecerse a la de quien ejerce el poder ahí que es la maestra. Nosotros estamos en una posición muy interesante en ese lugar como para transmitir esa otra cosa. En ese sentido me parece que es muy positivo. Eso es mucho más formador de lectores.

Paula Bombara: El miércoles fui a una escuela a hablar de una novela que se llama La cuarta pata. En esa novela hay un personaje que se llama Lu. Siempre los encuentros empiezan con la pregunta: “¿cómo se llama Lu: Lucía, Lucila, Ludmila, Luciana?” Yo no sé cómo se llama Lu. Se me ocurrió como Lu y no lo cambié. Se tendrá que definir si escribo otra historia. A partir de ahí hablamos de los finales abiertos. Por qué era una novela que para ellos podía tener una secuela y qué lazos agarrarían. Por supuesto que lo primero que me dijeron es que tenés que decir cómo se llama Lu, se tiene que llamar de una manera completa, tienen que ser los mismos personajes y si falta uno hay que explicar por qué falta. Y me dijeron que a ellos los finales abiertos le daban miedo. Entonces yo les dije “ustedes están viviendo algo abierto, porque están terminando la primaria”… [Risas]. Me dijeron “después viene la secundaria”. Entonces: “¿por qué no dejar que los personajes crezcan?” Y una nena dijo “yo podría escribir lo que le pasa a Lu”. Esa nena no hizo demasiadas preguntas pero en ella estaba el bichito del lector-escritor. Descubrir eso es muy interesante. Yo no sé si uno representa conscientemente la infancia actual, la de uno, no sé: no pienso en eso. Pero cuando los veo y discuten y te confrontan con lo que escribiste y que muchas veces no lo recordás tanto porque hace tiempo que no lo leés, ahí está el lector interesante. El que confronta. Y en eso el contacto con el autor es maravilloso.

Elisa Boland: ¿Abrimos preguntas al público?

 

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