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“Lo único que se puede modificar de las vidas son los relatos”

Marie Gouiric

En su primera novela, De dónde viene la costumbre (Random House), la poeta Marie Gouiric sigue a una familia y dice que se propuso escuchar a sus personajes en vez de hablar por ellos. “Dejarlos hablar y que dijeran, por fin, lo que necesitaban expresar”.

Por Agustina Rabaini.

 

“Con la poesía sentí como si, de golpe, tuviera una voz. Sentí una cosa preciosa, ese deseo de decir y de hablar de otras personas, de la escuela, de mis alumnos de Fiorito, del trabajo de mi papá, poder contar y contar”, recuerda Mariela Gouiric (1985) al intentar explicar qué la llevó, inicialmente, a escribir un poema tras otro, y un texto en prosa y otro más, hasta encontrar un lenguaje, una lengua, un paisaje propios.

Unas frases después, va a decir que escribe “para conocer mejor las cosas, para meterse adentro y poder tocarlas”, o “para pensar y revisar el propio recorrido”. Y al avanzar con la entrevista, dirá también que lleva tiempo pensando en cómo hablar de la violencia, “de la violencia propia y de la ajena, de cómo nombrarla y abordarla; cómo mostrarla desde la escritura”. 

La autora nacida y criada en Bahía Blanca, es hija de un padre obrero y de una mamá ama de casa –las semejanzas con los protagonistas de De dónde viene la costumbre no son pura casualidad- y se vino a vivir a Buenos Aires con una formación docente bajo el brazo.  Como profesora trabaja desde 2010 dictando clases de Artes Visuales en escuelas públicas de la ciudad y muchas de sus vivencias marcaron su escritura y dieron letra y potencia a los libros de poesía que publicó: Tramontina (Vox, 2012), Botafogo (Eloísa Cartonera, 2014) y Un método del mundo (Blatt & Ríos, 2016). Ahora salió al ruedo su primera novela, De dónde viene la costumbre (Random House).

Empieza así: “La rama se cortó y juntas se desplomaron sobre la tierra. La rama siguió sujeta a la soga, y con la soga en el cuerpo. Antes de desmayarse y abandonar la sequedad de la tierra, vio los yuyos moverse: un oleaje cálido y parejo con el viento suave de marzo. Cerró los ojos”.

 

Tu libro arranca con una anécdota que te contaron: un intento de suicidio de parte de un alumno adolescente de secundario, que en el libro es mujer y se llama Melisa, y es una de las hijas de Elena, la madre de la historia…    

Sí, un día estábamos en un asado en Santa Fe y un amigo docente me contó una anécdota. Un alumno suyo se había colgado de la rama de un árbol y pudo salvarse porque la rama se cortó. En ese momento, lo llamaron de la escuela para avisarle que “tenían que pasarle la tarea para que no perdiera el año”. Él estaba muy sorprendido y pensaba, 'pero si no quería seguir, ¿qué tarea le voy a dar?', y a mí la escena me pareció muy potente y me quedó en la mente. Se cortó la rama y cómo sigue la historia, pensé yo. Más que un final, había un punto de partida. Ahora el libro cuenta la historia de una familia que vive en el sur y, a partir de esa anécdota, aparecieron otras preguntas y pude hablar de temas que me preocupan como la precarización laboral y los problemas de género.

También hay una idea eje en el libro, la pregunta de a qué se tuvieron que acostumbrar los personajes para llegar a entender algo, o escucharlos, simplemente. Se lee, por ejemplo: “Cuando nacía el último, Elena ya estaba con demasiada costumbre de que le fueran dadas las cosas. También quitadas…”

Sí. “De dónde viene la costumbre” es una frase que yo también uso. Al principio el personaje decía “de ahí me viene la costumbre” y después llegamos al título. No quería que pareciera que lo decía yo, sino que abriera algo más. La frase del título se aplica a esta historia y a estos personajes, pero interpela a todo el mundo.

Hay un interés por lo humano o por los otros que se cuela en la construcción de las historias y los personajes. ¿Quisiste darles voz, contar su modo de vivir, qué?

No sé si quise darles voz porque ya la tenían. Tuve que aprender a escucharlos y ese fue, como narradora, la tarea más difícil. Lo fui descubriendo en las charlas con Ana Laura Pérez, la editora del libro. Quería acompañarlos hasta el final, no hablar por ellos. Y si había un personaje que no aprendía, contarlo así. Luchar contra esa tendencia a querer salvar al personaje; entender que tenían sus limitaciones y que tal vez no iba a poder salir. El padre de la historia, por ejemplo, está lleno de complejidades y contradicciones.

¿Cómo fue el proceso de escritura?

Al principio tenía algunos textos y, una vez que le mostré el material a mi editora, fuimos enriqueciéndolos. Agregué las voces en primera persona y los relatos más generales. Ahora está la voz de la madre, Elena, y en otro momento habla uno de los hermanos. Cuenta la historia de los techos y cómo es la iglesia evangélica, y también están el padre y la abuela. Siento que no es una novela tradicional, no hay un gran final, pero sí hay algo que se reformula. Creo que lo único que se puede modificar de las vidas de las personas son los relatos. Los propios relatos.

¿Cómo se cuenta o revisa la propia vida?

Sí, eso es algo que yo misma aprendí a los ponchazos. Una vez, hace mucho, una profesora me contó que su mamá le decía que ella era muy independiente y que desde chica se notaba que era así “porque al despertarse, en vez de esperar, se paraba sola en la cuna”. Que siempre creyó que ella era independiente y que no necesitaba de los demás. Había todo un relato construido alrededor de eso, hasta que ella se dio cuenta de que lo único que había ahí, era una niña parada en la oscuridad, y que podía cambiar ese relato. A esa idea yo la traje a mi escritura también.

¿De qué manera aparece en el libro ahora?

Ya en Un método del mundo había escrito una prosita poética que dice que “cuando mi mamá estaba haciendo trabajo de parto para tenerme, mi papá llegó y estábamos las dos juntas; mi mamá dice que estábamos las dos solas, pero yo prefiero contar que estábamos las dos juntas”. A eso me refiero con modificar el relato. Para la novela agarré esa prosa y la desarmé todo lo que pude. Significaba mucho para mí y, como si fuese una fruta, le saqué todo el jugo hasta el final.

¿Hay algo más de vos en el libro?

Sí, están los paisajes del sur, y yo soy de Bahía Blanca; está la distribución familiar y la referencia de mi papá que, como el personaje del libro, es obrero en una fábrica. Cuando lo entrevisté para conocer más sobre el trabajo en la fábrica, me di cuenta de lo poco que sabemos del otro. Le hice preguntas y después tomé algo de eso para contar lo que quería contar: un personaje de ficción.

¿Cómo fue la transición de la poesía a la narrativa?

Se dio con el tiempo. Empecé a escribir narrativa porque me lo sugirieron. Un día Washington Cucurto me dijo: “Si escribís narrativa, yo te publico en Eloísa Cartonera. Tus personajes en poesía son sólidos, usá esos mismos personajes y paisajes”. Y así empecé escribiendo uno y otro más, y en un momento María Laura, mi editora, también me pidió que siguiera escribiendo  y en la narrativa encontré posibilidades nuevas. Yo soy muy del trabajo y de la idea de la superación; creo que el oficio se construye y a mí aprender me emociona, me parece muy  lindo. Quiero seguir escribiendo narrativa.

¿Y los poemas?

Sigo escribiendo, también. La poesía tiene una inmediatez muy satisfactoria. Escribís un poema y enseguida alguien lo lee y te devuelve algo. La narrativa es un trabajo más largo y solitario. Cuando escribía la novela, quería encontrar la familiaridad con la poesía, y en vez de encabalgar los versos, encabalgaba las imágenes. Venía una imagen y después otra y esa sacaba una nueva, algo pasaba con el ritmo. Cuando empecé a escribir poesía, me regalaron un libro de Zelarayán y él dice que existen los “hablados” por la poesía, y yo creo que puede haber diferencias entre la poesía y la prosa en el modo de trabajo y el tiempo que lleva cada uno, pero no creo que no se puedan juntar. Pueden ir juntas.

¿Hay algo más del cómo llegás a escribir tus libros que quieras compartir? ¿Tomás notas, investigás, hacés collage, cómo escribís?

Hago collage y voy juntando cosas, sí, pero en general estoy muy atenta, escucho y observo mucho. Eso es algo que también aprendí de Zelarayán y de Hebe Uhart. Es muy importante poder escuchar. Yo en este libro hablo de la iglesia, del obrero, y de una familia del interior. ¿Y quién habla de la Iglesia Evangélica o de qué hay detrás de un tipo golpeador? Si la base intelectual no está pudiendo ver ahí, con un corazón un poco más sensible, alguien tiene que poder hacerlo. Ver que no hay ahí solamente un tipo golpeador, sino uno que también viene de una familia golpeadora y etcétera. Cuando un padre en estas familias se queda sin trabajo, por ejemplo, ¿quién lo contiene? Y qué pasa con ese tipo que no sabe cómo hacer con la tristeza de su mujer porque la manera en que aprendió a cuidarla es pidiéndole que no trabaje. La tiene triste, y a él desde los diez años lo llevaron a laburar y ni siquiera sabe lo que siente. Hay algo de la complejidad de las relaciones y de la injusticia que siempre me llevan a escribir.

Dijiste también que “la poesía se hace andando”. Y esto venía de un profe que te decía que “la pintura se hacía pintando”.

En realidad, él me decía, que a qué es la pintura, vas a responder pintando. En los talleres de poesía que doy en casa, muchas veces vienen y me piden que les diga si lo que escriben “es poesía o no”. Y yo les hago el chiste de “traigan el poemómetro” y lo medimos. Después les digo, ¿qué es poesía?, una pregunta y que a eso se responde haciendo, con un poema. A qué es la maternidad, se responde siendo madre. A qué es la amistad, siendo amigo. Y también les digo que todos los poemas son malos y fracasan, y por eso necesitamos escribir uno nuevo cada vez. De esa manera descanso en el error de las cosas y al mismo tiempo me obsesiono por ajustarlas.

Dijiste también que “no es fácil desarmar las propias violencias y dejar de repetir”. ¿De dónde viene la costumbre de la violencia en la casa, en lo doméstico?

Revisar las propias violencias es muy difícil y desarmarlas, ni te cuento. A mí lo que me interesó en esta novela es que no hubiera un solo foco de violencia. Hubiera sido fácil pensar que la violencia es el marido, el que rompe las cosas, etc. Porque después su mujer también reproduce un poco la violencia con los hijos y, a la vez, el marido recibe la violencia laboral de alguien a quien destinaron a algo toda la vida y un día se los sacan y no sabe qué hacer, no tiene adonde pedir. Hace un tiempo leí a Mary Wollstonecraft (1559-1797), y en un ensayo sobre la mujer decía que las mujeres recibimos los trabajos de la casa y después esas mismas mujeres reproducen esa violencia con sus empleadas, con sus hijos y se preguntaba a dónde iba a ir a parar todo esto. Yo leía esto mientras escribía la novela y me pareció muy interesante preguntarnos adónde vamos a parar.

¿Dónde vamos a ir a parar y de dónde más aparecen los temas para tus escritos? Si es que te interesa hablar de temas y no borrar directamente el referente, como a veces pide la poesía…

No, mis poemas tienen temas. Si agarrás Un método del mundo, están los de la escuela, los de la familia, los de la hija, los de la madre, los de los amigos. Revisando ahora la novela, creo que también hay muchos de los mismos temas ahí.

¿Y por qué vas a seguir escribiendo, hacer esto en vez de tantas otras cosas?

¿Porque no dejo todo esto y salgo a pasear, por ejemplo? La escritura me da mucho placer y me ha venido salvando de muchas cosas. En este libro me hizo volver a subirme a un techo para mirar desde arriba, o pensar cómo me pusieron el nombre y cómo decir un montón de otras cosas. Ayer hablaba en mi taller y alguien se quejaba de que una poeta no tenía suficientes recursos poéticos, y yo decía que me parecía que ella escribía más desde la urgencia de la palabra. A veces pasa eso, hay una urgencia con la que uno crece y la poesía viene a satisfacer eso. Habíamos leído a la poeta June Jordan ¡y ella habla tan bien de la injusticia! Habría que preguntarse si satisfacer la urgencia de la palabra de una persona no tiene en sí mismo un valor. Cuando la escritura viene a cubrir eso, ¿no hay un valor literario ahí? La escritura que me gusta no responde solamente a las cuestiones formales de la literatura.

 

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