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De la comunidad de lectores a la comunidad Movistar

Por J. P. Zooey

«Al posthumano no le interesan los valores intensos y anticuados de los himnos humanistas. El himno lo canta por deporte, en las canchas y para que Messi “la rompa toda”, aunque al ídolo “postmaradoniano” parezca no significarle nada.» El prólogo al nuevo libro de Cía. Naviera Ilimitada.

 

Por J.P. Zooey.

 

El humano es aquel capaz de establecer lazos comunitarios mediante la lectura y la escritura. Los libros demarcan las fronteras del idioma y su territorio, fijan en tinta los acuerdos comunales sobre ideas y puntos de vista. Para el humanismo, las naciones se formaron principalmente por un acuerdo acerca de los libros que las describieron cabalmente y que relataron sus principales historias. Hasta hoy la amistad humanista también se basa en discusiones y acuerdos sobre escritores en común. Las librerías son espacios donde libreros y clientes suelen conversar sobre el canon literario, el listado de escritores con los que se identifican. Las vidrieras de las librerías, con la variedad de títulos que exponen y el criterio que expresan, son una suerte de bandera patriótica del local.

El hombre que ascendió a la cumbre mediante la educación humanista puede abarcar todos los accidentes de la nación en que vive. Primero, en el siglo XIV, las cumbres fueron físicas (cuando Petrarca ascendió el monte Ventoso). Pero aun entonces hubo una relación entre estar “arriba” y demarcar la patria que se habitaba. Petrarca, desde las alturas del monte, contempló los accidentes de su patria así como un doctor en Letras, Historia o Sociología, mediante los libros, hoy puede dar cuenta de cada río de sangre y cada valle de lágrimas que sufrió su nación. 

Petrarca cuenta desde la cumbre: “Dirigí mi mirada hacia las regiones de Italia, adonde se inclina más mi ánimo; los Alpes mismos, helados y cubiertos de nieve, a través de los cuales aquel fiero enemigo del hombre de Roma pasó […] Suspiré, lo confieso, en dirección al cielo de Italia, visible más bien al ánimo que a los ojos, y me invadió un deseo desmesurado de volver a ver a los amigos y la patria”.* En ese punto de su relato, Petrarca aún no había leído el fragmento de las Confesiones de San Agustín que lo llevaría a rotar la mirada desde la naturaleza exterior hacia el interior y los asuntos humanos. Tal vez por eso define desde las alturas físicas a Italia por sus accidentes geológicos y su cielo.

Pero ya en 1401, cuarenta y ocho años después de la conversión humanista de Petrarca, el florentino Leonardo Bruni (1369-1444) no describiría a Italia por los Alpes ni los cielos, sino por los libros que la retrataban: “No hay en Italia costumbre, ni montaña, ni río, ni familia de cierto abolengo, ni hombre que haya realizado alguna hazaña digna de recordarse que Dante no tenga presente y no haya sido incluido oportunamente en su poema”.**

La escuela y el colegio públicos son paraísos en blanco para el humanista. A la educación la llama “inversión” y “futuro” pues ahí puede crear, comenzar a formar almas maleables como plastilina, incluso fijarles un territorio, una lengua, entrenarlas en el pensamiento crítico y nacionalizarlas mediante libros de Historia, Educación Cívica, Lengua y Literatura, Ciencias Sociales, Educación Sexual. A través de algunas lecturas, posibles gracias a la alfabetización, se definió a la Argentina y una conciencia nacional.

El humano también podrá grabar en las memorias vírgenes de los escolares himnos célebres sobre la nación con valores humanistas. El niño argentino memoriza y canta: “Oíd, mortales, el grito sagrado: / Libertad, libertad, libertad”; se verá en otro capítulo el valor capital que tuvo la libertad para el humanismo en el manifiesto de Pico della Mirandola. Y como saliendo de la caverna platónica, habiéndose desencadenado, canta: “Oíd el ruido de rotas cadenas”. Y agrega el concepto laico y humanista-burgués (sin reyes ni aristocracia): “Ved en trono a la noble igualdad”. La lectoescritura formó comunidad también mediante los diarios de papel que los ciudadanos compraban para conocer las noticias de su nación. Además, los diarios unificaban el lenguaje babélico de una patria poblada por inmigrantes. El humanista dedicaba, y a veces aún dedica, mañanas enteras a la lectura para iniciar el día con conocimiento de los “accidentes” políticos, económicos, sociales y culturales de su comunidad nacional. También para enterarse, mediante las necrológicas, de las bajas de sus amigos conciudadanos del gran club de lecturas que es su país.

El humanismo renacentista, que comprendió las extensiones territoriales como si fueran las extensas páginas que las describían, se vio fortalecido con la Revolución Francesa y sus valores de Libertad, Igualdad y Fraternidad apoyados sobre un proceso de alfabetización y educación burguesas. “En efecto, desde 1789 hasta 1945, tuvieron los Humanismos nacionales, amigos de la lectura, su tiempo de gloria […] el Humanismo burgués no fue otra cosa que la procuración de imponer clásicos a la juventud y de afirmar la validez universal de las lecturas nacionales”, sintetiza Peter Sloterdijk (1947-).***

La lectoescritura, los libros canónicos de una comunidad, los himnos célebres y hasta los diarios formaron el lazo comunitario durante el tiempo de gloria humanista. Pero desde 1945 aquel lazo comunitario fue gradualmente reemplazado por el de la televisión primero y por el de las comunidades virtuales décadas después. Las grandes esferas inclusivas que fueron las naciones estallaron y de ellas se formaron esferas más pequeñas y evanescentes como espuma, también inclusivas aunque efímeras, de comunidades de televidentes, consumidores y usuarios de redes. “A través del establecimiento mediático de la cultura de masas en la Primera Guerra Mundial (radio) y después de 1945 (televisión) y más aún a través de las actuales revoluciones de red, la coexistencia de los hombres en las sociedades actuales fue puesta sobre nuevas bases. Y estas son, como se puede mostrar sin esfuerzo, decididamente post-literarias, post-epistolográficas y consecuentemente, post-humanísticas”,**** decía Sloterdijk en una conferencia dada en 1999 vislumbrando la emergencia de lo posthumano (de lo cual el pensamiento se debía empezar a ocupar).

Luego de las comunidades letradas llegó entonces la televisión que formaría la comunidad de los televidentes y competiría con las instituciones educativas. Casi desde el comienzo el humanista intuyó que la TV era una amenaza. Al principio el Topo Gigio diría con una canción a toda una nueva generación: “Veo la tele cuando salgo de la escuela / pero siempre antes hago la tarea”. Destacado: primero las letras. Pero en verdad, y esto hay que decirlo, el Topo Gigio admiraba a Brigitte Bardot, estrella del incipiente posthumanismo de los años cincuenta y sesenta que basaba el ascenso en el atractivo sexual; tal vez por esto no tardó ni una estrofa más en apostar enteramente al nuevo lazo comunitario: “Con café, con leche y mantecadas / a la tele no la cambio yo por nada”.

Aquella escuela de la primera mitad del siglo XX hacía comunidad, por eso no era extraño que un director ganara bastante dinero, su rol como formador de comunidad era necesario para el capitalismo, educaba para el trabajo en la nación. En la actualidad, los medios de comunicación masivos hacen comunidad, y no debe extrañar, por caso, que un conductor de televisión como Marcelo Tinelli, principal “funcionario nacional”, sea millonario. ¿Qué tipo de comunidad crea esta televisión? La comunidad que produce no es la gran esfera patriótica, sino una comunidad plural, de microesferas como las que componen la espuma, que se basa en las adhesiones y rechazos de los televidentes hacia las figuras de un programa. Las comunidades que se forman en cada programa son de fans, parciales y efímeras. Como sucede durante las emisiones de Gran Hermano. Lo mismo en torno a los instagramers. El espectador sube el pulgar o lo baja ante las figuras y puede cambiar la posición en la microesfera que lo contiene casi en la evanescencia del aire.

En internet las redes sociales también forman comunidades parciales y efímeras. Cada usuario de Facebook o Instagram, pertrechado de corazones, produce una comunidad de “amigos”. Y cada vez que algunos de sus “amigos” ven una foto divertida suben el pulgar o envían un corazón para decir “me gusta”, así crean una comunidad en torno a la foto o el posteo como mejillones pegados sobre una roca. Tal vez, ya se ha dicho, la condición efímera de estas comunidades genera una sensación de pertenencia débil y de identidad evanescente. Pero a diferencia de la comunidad nacional, Facebook o Instagram no nos pedirán quevayamos por ellos a la guerra, de momento. Apenas exigen que cumplamos un servicio de conexión y visualización obligatorio. Al posthumano la lectoescritura y la nación le significan tan poco como la escuela. La educación y la patria son inútiles para el ascenso a través de la obtención de teléfonos de última generación (más aún, si grava la importación, la nación es un problema). Tampoco la educación y la patria son útiles para el ascenso en popularidad o hacia altos puestos de trabajo. Al posthumano no le interesan los valores intensos y anticuados de los himnos humanistas. El himno lo canta por deporte, en las canchas y para que Messi “la rompa toda”, aunque al ídolo “postmaradoniano” parezca no significarle nada. Para martirio del humanista, la letra del Himno Nacional, con sus rotas cadenas y noble igualdad, hace dos mundiales fue reemplazada por diversas tonalidades del “Oh Oóh Oóh / Oooooooooooóh / Oh Oóh Oóh / Oh, oh”.

Las comunidades posthumanas basadas en los medios masivos de comunicación, primero, y en la telecomunicación digital en red, después, se conjugan con las comunidades formadas por el consumo de productos y marcas. El principal lema de una compañía telefónica es “Comunidad Movistar”. Una publicidad de Movistar para televisión llamada “Paz”, de 2010, expresó cabalmente el pasaje hacia una comunidad posthumana. La primera imagen muestra una casa en medio de un paisaje desértico. La voz en off de un joven dice: “Me harté del ruido y me fui lejos de todo. Necesitaba paz”. Luego dice que se llevó sus cosas a la “casita” y después llamó a sus “viejos”. 

Entonces la imagen muestra otra casa que se desliza mágicamente sobre el desierto y se acerca a la del joven, es de los padres. “Y como ellos sin mate no pueden vivir, se trajeron el almacén de Rubén para tener yerba”. Llega el almacén deslizándose sobre la tierra. Después llegaron unas “vaquitas” para tener leche para los sobrinos porque el hermano vio el lugar por internet y se acercó con su familia. Luego crearon una plaza, pusieron semáforos para que los chicos pudieran andar tranquilos, construyeron un estadio, una escuela primaria, un museo, un banco, autopistas y, finalmente, la imagen muestra toda una ciudad en torno al joven que se había ido al desierto harto de la ciudad. Él mismo nos dice con ironía: “Así que acá estoy: solo, en el medio de la nada, paz total”. La voz en off, ahora del locutor que representa a la telefónica, nos recuerda: “Nacimos para vivir en comunidad. Comunidad Movistar. Conectados, podemos más”. En la sociedad posthumana, Pedro de Mendoza fue reemplazado por el joven emprendedor, la lectoescritura por la conexión digital, y la nación por la comunidad Movistar.

 

 

Continúa en... 

 

 

 

 

 

 

Notas

*  Petrarca, Bruni, Valla, Pico della Mirandola, Alberti, Manifiestos del humanismo, ob. cit., p. 30

** Ibíd., p. 66.

*** Peter Sloterdijk, “Reglas para el parque humano”, en Pensamiento de los confines, Nº 8, Buenos Aires, 2000, p. 10.

**** Ibíd., p. 11.

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