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El primer escritor de América latina

Mónica Maristain es la autora de El hijo de Míster Playa (Ediciones Treintayseis), una biografía coral sobre Roberto Bolaño construida a partir de entrevistas con amigos y con su segunda mujer. “Cuando el Boom nos tenía acogotados y boqueando en el piso, vino el Chapulín Colorado con Los detectives salvajes y nos hizo ver que estaban Borges, Di Benedetto, Tizón, Felisberto Hernández, Wilcock”, dice.

Por Patricio Zunini.

Mónica Maristain ya vivía en México cuando conoció a Roberto Bolaño. A él le habían dado el Rómulo Gallegos por Los detectives salvajes en 1999 y ella comenzó a insistirle para que le diera un cuento para la revista “Playboy”, donde era subdirectora. Fue gracias a ese cuento, que se demoró en llegar y finalmente nunca lo hizo, que mantuvieron una tórrida amistad con correos electrónicos que llegaban a deshora. Aquellos primeros tiempos en el nuevo país fueron difíciles para la periodista argentina y Bolaño le escribía recomendaciones: “No fumes, no te drogues, no bebas”. Ella le contaba sus fracasos amorosos y él la consolaba a la distancia. “Había una cosa muy de los sesenta”, dice ella, “que tiene que ver con la esgrima verbal y literaria que se da entre dos personas del sexo opuesto y se atraen platónicamente”. Si bien no tuvieron una intimidad, la relación epistolar fue importante para ambos y se mantuvo hasta la muerte de Bolaño, muy pocos años después.

—Hace poco me preguntaron qué grado de valor le daba al material epistolar de Bolaño —dice Maristain—. No lo sé, porque viendo las cartas de todas las chicas que somos “viudas de Bolaño”, vi fragmentos de cartas a una que le había escrito a otra. Los correos de Bolaño son fantásticos. No me extraña que utilizara los mismos párrafos: no es una cuestión moral, es una cuestión de herramientas prácticas.

Un tiempo después, Maristain se dedicó a escribir una biografía del escritor chileno, reunió los correos, convocó a amigos, se entrevistó con Carmen Pérez de Vega —la segunda mujer de Bolaño, la que lo acompañó al hospital en la última internación. En algún momento, con el rompecabezas avanzado, recibió amenazas de juicio por parte de Carolina López, la esposa «legal», que la llevó a acelerar el trabajo. En el libro se ve cómo la primera persona, muy comprometida con la historia, se va corriendo para dejar espacio a las entrevistas transcriptas textualmente, un procedimiento que no la dejo del todo conforme: “La moraleja”, dice, “es que hay que ignorar cualquier intimidación que te hagan durante la escritura y resolverla cuando termines”. El enojo de López se debía a que Maristain había decidido no entrevistarla ya que, puestos a elegir, consideraba que el testimonio de Pérez de Vega era lo suficientemente valioso:

—Ella estuvo con él hasta el último momento —dice—, Roberto le entregó el diskette con El gaucho insufrible, le entregó sus lentes, y entró al hospital a morir. Extraoficialmente se sabe que Carolina estaba en la puerta y le dijo a Carmen: “Acá se terminó el circo”. Es lo que se sabe, a mí no me lo comentó. Luego Carmen ya no supo nada más. A los cuatro días Roberto murió.

El libro salió en México por Almadía, y el año pasado se publicó en la Argentina por Ediciones Treintayseis, con el título imprevisto de El hijo de Míster Playa.

—Un título muy freudiano —dice Maristain—. Cuando su mamá se fue a España, él se quedó viviendo con el padre, como lo cuenta en “Últimos atardeceres en la tierra”. Frente a este hombre, que murió a los 84 años dueño de un cuerpo esplendoroso, toda la vida del hijo, un hijo enjuto, con problemas de salud —porque la enfermedad de Roberto era congénita—, consistió en negar al padre, rechazarlo, superarlo. No en vano era el hijo de Míster Playa.

La figura de Bolaño se asocia al poeta maldito, pero en tu libro se lo ve como otra clase de persona.

—Bolaño era más bien un tipo aburrido, pero a la vez absolutamente imprevisible. En la adolescencia era capaz de atar a alguien a una cama para que no se fuera o intentar suicidarse por amor. Es una pasión que lo persiguió hasta el fin de sus vidas. El asunto entre la viuda y la mujer corresponde a un hombre absolutamente apasionado, le hace honra a su historia amorosa. Es probable que el hecho de no casarse con Carmen haya sido fruto de tener cuatrocientas novias diseminadas por otros lados y especular en torno a ellas. Fuera de eso, no parece ser ni un tipo maldito ni un poeta maldito ni mucho menos un adicto a nada más que al tabaco, las películas de terror y los programas de chismes.

Alan Pauls dijo alguna vez que Bolaño habría querido ser poeta, por eso tenía tantos poetas en sus novelas.

—Un poco es así. Pero si uno lee la poesía de Roberto con atención, puede ver que sale con dignidad de la contienda. Y eso ya es mucho cuando de poesía se trata. No era tan malo. Uno de los grandes valores de la literatura bolañesca es que es literatura. Nunca estuvo en Ciudad Juárez, no conoció el norte de México, vaticinó la guerra del narco pero nunca la pudo haber vivido.

Sergio González Rodríguez sacó un libro periodístico sobre los crímenes de Ciudad Juárez en la misma época en que Bolaño escribía "La parte de los crímenes" en 2666. Pero Bolaño eligió la literatura.

—Yo creo que los grandes escritores, y comparo a Bolaño con Dostoievski, tienen un gran poder vaticinador. Bolaño compara las sábanas y manteles que cuelgan en la casa del profesor con esculturas duchampianas y diez años después empiezan a aparecer cadáveres colgados en los puentes de todo México. Teresa Margolles, una importante artista visual de Ciudad Juárez, va al Centro Médico Forense y saca agua, trapos, sangre y con eso hace sus instalaciones de los muertos por el narco: eso está en 2666 diez años antes que pasara. Eso es literatura pura.

¿Bolaño podría ser un escritor del Boom?

—Todo lo contrario: él nos liberó del Boom. El rompió con el Boom, nos enseñó a escaparnos. Cuando el Boom nos tenía acogotados y boqueando en el piso, vino el Chapulín Colorado con Los detectives salvajes y nos hizo ver que estaban Borges, Di Benedetto, Tizón, Felisberto Hernández, Wilcock.

Yo lo pensaba en relación con Cortázar.

—Cortázar es el único escritor del Boom que es Boom y anti Boom al mismo tiempo. Creo que a Bolaño le ofendería muchísimo ser tomado como escritor del Boom. Hay algo en lo que coincido a medias con Jorge Volpi, cuando en El insomnio de Bolívar dice que Bolaño es el último escritor latinoamericano: sí, lo es, pero al mismo tiempo es el primero. Bolaño nos da la posibilidad de seguir pensando una literatura latinoamericana. Más que pensar en lo que el Boom nos aportó —que de eso ya se encargó Carmen Balcells y todo el sistema literario latinoamericano—, tenemos que pensar en lo que el Boom nos negó. Empezar a leer al Boom por las ausencias: Tizón, Di Benedetto, y por no leer tampoco leímos a Borges. A veces siento haber perdido el tiempo leyendo a García Márquez en mi adolescencia. Bolaño murió por un problema de hígado, pero habría muerto en un duelo si alguien negaba a Borges.

Bueno, Bolaño escribió La literatura nazi en América latina que es una versión de Historia universal de la infamia.

—Exacto. Es muy provocador decir que Bolaño recupera a Borges para Latinoamérica, pero yo lo creo firmemente, con muchísima convicción. Yo he tenido una relación ambivalente con Borges. Aprendí a leerlo a partir de Bolaño. Y Bolaño, por otro lado, recupera un canon latinoamericano maravilloso que plantea la dicotomía eterna entre la ciudad y el campo, entre lo urbano y lo no urbano, que siguen Ronsino, Piglia por supuesto, Alvaro Enrigue. Bolaño ve eso: El gaucho insufrible es una joya.

¿Por qué Bolaño tiene tantos epígonos hoy en día?

—Bolaño transformó el rumbo de la literatura. Yo creo, como decía Bioy Casares, que los verdaderos escritores son aquellos a los que quieres y puedes imitar. Los que crean una tendencia. Uno de los autores de los que yo no tendría problema en decir que voy a imitar conscientemente es Emmanuel Carrère. Con Bolaño pasa eso. No lo veo mal. Quedan los libros: si son buenos o malos lo dirá el tiempo.

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