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Ficcion

El siciliano interminable

Andrea Camilleri

Quintín sigue su serie de literatura policial con Andrea Camilleri, escritor siciliano que recibió la fama a los setenta con la serie de novelas policiales del comisario Salvo Montalbano, personaje que lleva más de diez millones de copias vendidas. ¿Por dónde empezar a leer al prolífico Camilleri?

Por Quintin.

Ayer miércoles cumplió 92 años Andrea Camilleri, escritor siciliano cuya fama comenzó verdaderamente a los setenta con la serie de novelas policiales del comisario Salvo Montalbano. Acaba de aparecer Nido de víboras, la última traducida al español (en italiano hay al menos una posterior, L'altro capo del filo) y la colección ya va por los treinta títulos. Me puse a leer Nido de víboras y cuando me quise acordar no solo la había terminado sino que había leído otras cuatro (La forma del agua, La paciencia de la araña, La pista de arena y La búsqueda del tesoro) y podría haber seguido hasta liquidarlos todos. Así de breves, entretenidas y ligeras son las historias de Montalbano.

Montalbano se llama así en homenaje a Manuel Vázquez Montalbán (1939-2003), comunista como Camilleri, creador de Pepe Carvalho, detective malhumorado, gastrónomo, best seller editorial y televisivo como el comisario. Las cifras de Montalbano son enormes. Lleva más de diez millones de copias vendidas, pero además de los libros está la serie de televisión, en la que Camilleri coordina los guiones. La serie se exhibe desde 1999 y es muy popular en Italia y en otros países (leo que aquí se vio en el canal Europa, Europa, pero no la recuerdo). Además de escritor, Camilleri es un hombre de la RAI, productor y guionista desde los años cincuenta, pero cuesta creer que siga tan activo.

Montalbano nació el seis de setiembre de 1950, 25 años después que su creador. En la primera novela, La forma del agua, es un cuarentón consolidado en su puesto de comisario de Vigatà, un pueblo inspirado en Porto Empedocle, la aldea de pescadores donde nació Camilleri. Montalbano es un funcionario público de relativo buen pasar, que además vive en una casa sobre la playa gracias a una pequeña herencia. Es soltero y tiene una novia llamada Livia, que vive en Génova y con la que se ve cada tanto. Esta relación es uno de los rasgos originales del personaje: Livia no es especialmente simpática y, para colmo de males, es mala cocinera, lo que para Montalbano es un pecado capital. En Un nido de víboras la manía llega al colmo: el comisario encuentra siempre un pretexto para huir de la casa cuando su novia cocina. Para colmo, Livia detesta a Adelina, una pieza fundamental de la vida del héroe: es la sirvienta que viene todas las mañanas y le deja la comida hecha. La enemistad entre las dos mujeres es tal que, cuando Livia está de visita, Adelina desaparece. Esto desespera a Montalbano, que no es exactamente un feminista, pero para ser un policía no es tan políticamente incorrecto.

Montalbano no es un gastrónomo dedicado como Pepe Carvalho, ya que su gula es moderada. Se limita a comer casi siempre una dieta de pescado, pasta y vegetales del país en la trattoria de Enzo. En algún dice que la cocina sofisticada no es para cualquiera y, ante la duda, prefiere la que está basada en el producto y la tradición. Hay algunas excepciones. En una oportunidad come en un pequeño pueblo y la dueña de casa prepara conejo agridulce, "un plato harto difícil de preparar, pues todo se basa en la exacta proporción entre vinagre y miel y en la adecuada amalgama entre los trozos de conejo y la caponata (fritura de berenjenas, apio, alcaparras y tomates), dentro de la cual tiene que cocer la carne. La señora Zarco lo había hecho muy bien y, para acabar de redondearlo, le había espolvoreado una picadura de almendras tostadas." Pero normalmente Montalbano se conforma con su pasta con berenjena, sus mariscos y sus salmonetes pescados en el día. No está nada mal, de todos modos: si supiera pescar y cocinar (y en mi pueblo, San Clemente, se consiguieran verduras decentes) podría ser la base de mi dieta.

Si, como gastrónomo, Carvalho es incomparable con Montalbano, este le saca ventaja en el tema sexual. No es que tenga muchas mujeres, más bien tiende a ser fiel a Livia pero sus ocasionales aventuras y, sobre todo, sus grandes tentaciones con mujeres espectaculares, son uno de los centros neurálgicos del libro. La sueca Ingrid, por ejemplo, que termina siendo una gran amiga del comisario, que parece inspirada en Anita Ekberg (Camilleri tiene la edad adecuada para ser fan de Anita). Aun más espectacular es la amazona Rachele, una amiga de la sueca que magnetiza La pista de arena (uno de los mejores libros de la serie), que transcurre entre aristócratas mentalmente descalabrados, igual que Nido de Víboras. Para Camilleri, la aristocracia es la ocasión para hablar de promiscuidad sexual, de historias de abuso patriarcal, incesto y depravación. Es el condimento escandaloso de la vida tranquila de Montalbano, en definitiva un empleado público no demasiado descontento, aunque se queje de la burocracia policial y judicial.

En el mundo de Montalbano hay mar, hay comida, hay personajes coloridos como el absurdo agente Catarella, totalmente peleado con el idioma italiano (en el original, las novelas incluyen una buena dosis de dialecto siciliano) o el hijo de Adelina, un delincuente de poca monta, al que Montalbano suele meter preso pero le pide que sea el padrino de su hijo. O el fiscal onanista Tommaseo y el patólogo Pasquano, cuyos intercambios de malhumor con Montalbano son de los momentos más logrados de la serie. En la Sicilia de Montalbano también hay mafiosos, inmigrantes, pobres y otra serie de contingencias que afean el paisaje e intranquilizan a la buena sociedad. Pero no del todo: las cuestiones sociales, la corrupción, la política aparecen asordinadas, son la parte oculta de un mundo esencialmente disfrutable, colorido, un poco arcaico aunque en las últimas novelas haya celulares. Camilleri no romantiza Sicilia, no la hace folclórica ni literaria, si no más bien parte de ese mundo de la RAI que tanto ha hecho para unificar Italia con su mitología y sus estrellas. Y Camilleri siempre fue hombre de la RAI: como Montalbano, fue un empleado público bien pago y progresista. Pero en esa Italia bella, con tiempo libre, bien comida y alejada de los centros de mayor conflicto y modernidad, el lector puede tomarse unas vacaciones soleadas, unos pescaditos y unos vinos locales con Montalbano, patrón benevolente y astuto de su comisaría de pueblo que investiga siguiendo a su modelos Maigret o Martin Beck. Puede que, además, el lector tenga suerte y le toque una de las novelas más inspiradas, ya que no todas lo son igualmente. En ese sentido, La paciencia de la araña es la más luminosa de las que leí, seguida de cerca por La pista de arena. En cambio, La búsqueda del tesoro tira a lúgubre y Nido de víboras es un poco chata aunque se lea con placer. Es que Montalbano no está siempre del mejor humor y a veces se angustia porque no está seguro de que vaya a pasar los noventa en ejercicio como ocurrió con su creador.

 

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