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La tercera dimensión de la escritura de Gustavo Roldán

De izquierda a derecha: Pilar Muñoz Lascano, Violeta Noetinger, Laura Roldán, Melina Pogorelsky
Un encuentro en la librería
Cerró el ciclo de LIJ en la librería con un panel en homenaje a Gustavo Roldán en el que participaron Violeta Noetinger, Melina Pogorelsky y Laura Roldán.

Desgrabación: Miranda Correa.

El ciclo de encuentros dedicados a la literatura infantil cerró con una mesa dedicada a Gustavo Roldán. Escritor imprescindible y gran responsable de la refundación del género, Roldán (1934-2012) es el autor de libros como Sapo en Buenos Aires, El viaje más largo del mundo, Historia del piojo, etc. Desde 2012 el Ecunhi realiza un festival anual con su nombre. En el panel, moderado por Pilar Muñoz Lascano, participaron la editora Violeta Noetinger —que acaba de recibir el premio a la editora del año entregado por la Feria del Libro de Buenos Aires—, la escritora Melina Pogorelsky y Laura Roldán, que, además de desarrollar una importante tarea en la formación de mediadores y trabajar en la promoción de la lectura, esta vez, excepcionalmente, aceptó participar para contar de primera mano la experiencia de trabajo de su padre. Esta es la transcripción de la charla.

Violeta Noetinger: Vengo pensando —y disfrutando de pensar— en Gustavo, una persona tan encantadora y tan amorosa que es como recordar un amigo. Visitarlo, en cierta medida. En el fondo, esta mesa en homenaje a Gustavo no es una ponencia ni nada, es simplemente contar un poco nuestras experiencias. La búsqueda que hice de mi experiencia de trabajo con él, de por sí ya fue un gran gusto. Pensaba cuáles eran sus peculiaridades como autor. Recordé muchas cosas. Estas semanas las vinimos pasando bien con Gustavo en el recuerdo, que es donde siempre sigue viva la gente. Cuando uno trabaja con autores, les va sacando el estilo; los autores tienen sus taras, hay cosas que les molesta muchísimo, otras que no les importa, uno los va conociendo a medida que los edita. Y a veces, los peores autores para editar son los que también fueron editores, porque quieren avanzar sobre la tarea del editor y vos les tenés que decir “Dejame a mí mi trabajo, vos sos el autor”. Con Gustavo ese no era el caso, no me pasaba. Con otros autores que también son editores, sí tengo que decirles que saquen la mano, pero con él era al revés. Toda su experiencia como editor se notaba al momento de editarlo. Él entendía muy naturalmente el proceso, se hacía muy fácil trabajar con él. Además, era muy sólido. En general, el lugar del autor es el de la escritura que más intuitiva y no tan analítica; entonces el rol del editor es hacerle la bajada un poco más analítica, más conceptual, para fundamentar ciertos cambios de estructura. Con Gustavo no hacía falta eso. Yo he reeditado sus libros y he editado libros nuevos y todos venían con el mismo nivel de perfección. Eran pocas las cosas que uno le sugería. Era muy sólido y muy claro en lo quería y no quería. Recuerdo que había algo que no negociaba, por ejemplo: él despreciaba la humanización de los animales en la ilustración, de la forma que fuera, ya sea vistiéndolos, lo que no significa que quisiera una ilustración realista, si no que odiaba que los personajes que eran animales cien por cien tuvieran características humanas. Cuando reeditamos Las pulgas no andan por las ramas… Un editor nuevo es como un novio nuevo; uno viene con las facturas del novio anterior, que es el editor anterior. Era el caso de este libro, que había salido en AZ hace un millón de años, y él estaba molesto con este libro porque resulta que había un gato en la historia —en un momento la pulga anda en un gato— y era un gato macho, y en la edición de AZ resulta que le censuraron los huevos y lo castraron al pobre gato. Sin decir nada lo castraron. Además, era un prejuicio muy en las líneas de humanizarlo porque el prejuicio de mostrar genitales es con los humanos, y castrarlo era un poco como vestirlo, atribuirle pudores humanos a un animal mientras que los animales andan con los genitales al aire y nadie se escandaliza. Era como subestimar al lector ¿no? En la nueva edición cambiamos el estilo, pero no habría habido ningún problema en mostrar los huevos del gato.

Era un gran placer trabajar con él. Se notaba que era escritor a la par que editor. Me contaba Lauri que fueron muy de la mano esas carreras. Es una figura muy grosa en la literatura infantil por todos los libros que tenemos de él y que todavía seguimos leyendo, que marcaron un camino en la literatura infantil, pero no se habla tanto de él como editor. Gustavo le dio voz a un montón de autores, escritores e ilustradores, que hoy en día son, como Itsvansch acá presente, autores consolidados. Él fue el primero que les dijo “Vení a trabajar conmigo”. Esa función como editor y como identificador de talento. Era un caballero, la verdad que era un señor.

Melina Pogorelsky: Es un honor que me convoquen para hablar de Gustavo Roldan. Yo empecé la primaria en el año 86, y mi primer día de primer grado fue con un cuento de Laura Devetach, “Monigote en la arena”. Y algo me pasó con eso, ahí dije “Yo quiero ser escritora”. Para mí la obra Roldan-Devetach venía todo junto, era un poco difícil de separar. Gustavo y Laura acompañaron toda mi escolaridad. Después, fui maestra de primaria durante diez años y lo exprimí a Gustavo. Siempre volvía a él una y otra vez. Una de las cosas que me marcaron en mi ejercicio de docencia, y en la escritura también, es un texto de Dragón, que aparte de ser un libro maravilloso, es un libro muy distinto lo que él venía haciendo, y tiene algo casi como de mantra. Es un libro que leo con chicos, que he leído con abuelos, que he leído con maestros. ¿Se lo acuerdan lo que decía? Dice «Los dragones saben mucho, siempre tienen una mirada llena de asombro. Se asombran de las cosas que no conocen y de las cosas que conocen. A todo lo que conocen, lo miran con ojos nuevos cada día, y si la mirada es nueva, las cosas son diferentes. Entonces se sorprenden de que haya tantas cosas nuevas en el mundo, y les parece hermoso conocerlas. “Que hermosa flor”, dice el dragón negro, “Muy hermosa” contesta otro. “'Es parecida a la que estaba ayer en este lugar”. “Sí, pero la que vimos ayer era cuando el sol estaba alto. Esta, con un sol de atardecer, me parece más hermosa”. “Qué hermosa flor”, dice el mismo dragón al amanecer del día siguiente. “Sí”, contesta el otro. “Muy parecida a otra que ya vimos, pero con los rayos del sol del amanecer esta es más linda”. Y vuelan hasta las montañas más altas, esas donde las nieves están desde el primer día del mundo, contentos por haber descubierto una flor nueva. Entonces un dragón le dice al otro “Qué hermosa montaña, tiene toda la nieve del universo”, y los dos sobrevuelan en grandes círculos el pico de esa montaña que acaban de descubrir, y que ya sobrevolaron mil veces.» Esta imagen y esta idea de mirar todo por primera vez, me parece muy, muy clave cuando uno trabaja con chicos: no perder la mirada del asombro. Obviamente eso funciona también con los escritores, para repensar las cosas y volver a mirar. Gustavo Roldán está siempre ahí. Me puse a releer varios libros que ya tenía en mi biblioteca y que me gustaban, y me doy cuenta que la sorpresa está en toda su obra. Hay otros de los textos de Dragón que es hermoso, que es donde todo lo que los dragones sueñan se materializa, aparece. Entonces vos podés leerlo y preguntarle a un nene de cuatro qué quisiera soñar para que aparezca. Pero funciona para chicos de cuatro y para chicos de quince, no hay edad. Yo trabajo con muchísimos libros por semana, con muchísimos libros por año, pero carcajadas como las que saca La canción de las pulgas… [lee el cuento] Somos todos adultos y estamos muertos de risa, pero ¡los chicos lloran de risa! Toda la semana recibí mensajes de los papas con el audio de los chicos cantando “Pata, peta, pita, pota, puta”. Para mí, es muy valioso alguien que te emociona con un dragón y te hace morirte de risa sin ser vulgar, sin el chiste fácil. Me acuerdo que lo usaban mucho las maestras jardineras para trabajar el tema de las malas palabras, cuándo están bien usadas y cuándo no.

Violeta Noetinger: Él también tenía la habilidad de hablar de la escritura. Con la mirada del dragón habla de la mirada del escritor, del proceso creativo y el extrañamiento necesario para el proceso creativo, y en La canción de las pulgas habla de la sonoridad de las palabras y de que cada palabra significa el sentido que cada uno le pone, siempre tenía la habilidad para meter en las historias... Recuerdo que en El vuelo del sapo empieza en la mentira, termina en la ficción.

Melina Pogorelsky: Tenía marcado otro, uno muy, muy cortito, que dice «Un dragón ama los rompecabezas. Inventa los más difíciles y después trata de armarlos. Durante muchísimo tiempo va poniendo cuidadosamente las piezas en su lugar. Pero nunca lo consigue. Armar un rompecabezas significa terminar con el encanto del juego. Entonces lo mejor es equivocarse, poner una pieza donde no corresponde y seguir jugando, seguro de no ganar. Por eso un dragón está siempre contento cuando trata de armar un rompecabezas.»

Violeta Noetinger: Es como una tercera dimensión que le da a la escritura, que incluso sería el hilo propio en su obra, su teoría sobre el proceso creativo.

Laura Roldán: Estas infidencias que uno sabe porque estuvo detrás de los libros… Detrás de El dragón, detrás de La balada del aullador, que fue un libro que nació en quince días, cuando mi madre se fue a trabajar a Cuba como jurado del concurso de Casa de las Américas. La gente lo lee y piensa “¿Qué le paso? ¿Qué le hizo esa mujer?” Es tremendo, porque es un libro de amor y desamor. Yo estaba casada en esa época y día por medio iba a visitar a mi padre para tomar mate, porque él no tomaba mate si no estaba mi madre, ellos siempre cebaban juntos, leían el diario juntos. Bueno, hay gente que leyó la primera edición y dijo “Qué tremenda esta mujer”. Estuvieron casados 52 años, esa mujer estaba trabajando en Cuba, y él, en esos quince días, con el corazón roto, escribió ese libro.

Yo había traído cosas que tienen que ver conmigo, con nuestra infancia y con la vida cotidiana. Él empezó a escribir cuando tenía 45, 46. Escribió para adultos —poemas y cuento— y para chicos había escrito algunas antologías que traían las revistas, pero, más que nada, los había contado oralmente a todo el mundo, y un día mi hermano y yo —yo tenía diecisiete años, mi hermano trece— le dijimos “¿Por qué no escribís esos cuentos que nos contabas cuando éramos chicos?”. Y él nos dijo “Porque no me los acuerdo”. “Pero nosotros sí nos acordamos”. Ahí empezó la historia.

El primer cuento que le contamos —que le dictamos— fue El viaje más largo del mundo. Este lo contaba cuando teníamos 8 años yo y 4 mi hermano. Salió editado en el 2002. Nosotros se lo recontamos, más o menos, en el '79. Hacíamos sesiones en una gran mesa en un taller y, mate y anotador de por medio, le contábamos los cuentos y él anotaba. Después los pasaba a máquina de escribir, los reelaborara, y en este caso tuvo que hacer, además, una doble reelaboración, porque El viaje más largo del mundo termina verdaderamente en Córdoba, pero cuando él lo rescribe, nosotros ya vivíamos en Buenos Aires, en San Telmo. Entonces tuvo que darle una vuelta más y, gracias a las inundaciones que traían camalotes, los animales pudieron llegar por distintos medios a cumplir “el viaje más largo del mundo”. En algún momento eso va a tener otra vuelta porque los animales llegaron y se quedaron instalados en el departamento de mi madre. Están ahí. Ella dice que va a continuar la historia porque el muy picarito se fue al Cielo del Impenetrable pero le dejo los bichos en la casa.

Crimen en el arca tiene un personaje, que es el Tiborante, que surge de la película. Yo tenía tres años, estábamos en Reconquista, que como no tenía cine, el cine en verano se veía en un patio proyectado en una sábana blanca. ¿Qué puede ser un Tiborante? Mezcla de rinoceronte y elefante. Era mío, mi hermano no existía: yo tenía tres años así que era totalmente mío. Y cuando salió La pulga preguntona, que yo lo había comprado para cuarenta escuelas del Impenetrable, una profesora me dice “¿Vio que está dedicado a usted?” Yo no tenía la más mínima idea, nunca miro las dedicatorias y el libro acababa de salir. Decía «Para Laura R, la verdadera pulga preguntona». Porque como nosotros no teníamos formación religiosa, mi padre se la tuvo que aguantar y dedicarse a explicarme la teoría de la evolución, noche tras noche tras noche. Después de que terminaba toda la explicación, yo le decía “Bueno, ajá, sí, pero la primera primera vaca: ¿cómo nació?” Así que, bueno, yo creo que no pudo con su ser analista y terminó escribiendo esto.

Bueno, quería contarles eso y también hacer una gran aclaración a los editores presentes, que siempre ponen en la parte de atrás que «Gustavo Roldán nació en Sáenz Peña»: no nació en Sáenz Peña. ¡Todos los editores mienten! [Risas]

Violeta Noetinger: “Todos los editores mienten”, titular de la mesa.

Laura Roldán: Gustavo Roldán nació en Fortín, Lavalle, en el impenetrable chaqueño. Se licenció en Letras Modernas en la Universidad Nacional de Córdoba. Fue narrador, poeta, escritor. Entre sus libros se destacan: Dragón, El monte era una fiesta, Como si el ruido pudiera molestar, La balada del aullador, Para encontrar un tigre, Y Sapo en Buenos Aires. Yo lo presento. Como nadie lo presentó, dábamos por sentado que todos sabíamos. ¿Por qué digo lo del monte chaqueño? Mi abuela Elodia, fue a parir al hospital de Sáenz Peña, por eso nació en Sáenz Peña, pero después se volvió al monte. No es de Sáenz Peña. Vivió cuatro años muy felices en Fortín Lavalle.

Itsvansch: De ese niñito a estudiar letras en Córdoba. ¿Cómo fue ese proceso?

Laura Roldán: Se quedó hasta los cuatro, porque sus hermanos mayores ya tenían edad para ir a la escuela y entonces se fueron a Sáenz Peña a hacer el primario. Y después, a los diez, se fueron a Córdoba. Hicieron el secundario y mi padre decidió estudiar Letras Modernas. Se especializó en Latinoamericana. Estuvo instalado y casi recibido en el 55. Y ahí conoce a la gringuita, se gana a la gringuita en la universidad, que también estudiaba Letras Modernas, pero que se especializó en otra cosa. Bueno, se recibieron el mismo año que se casaron y al mes mi madre quedó embarazada de mí.  Fue todo muy rapidito. A los cuatro años nace la torre de cubos y él empieza a escribir cuentos para adultos.

Pilar Muñoz: Les leo algunos de los comentarios. Este es de Silvia Schujer: «La cuestión es que tras ganar el premio me hicieron un par de ofertas editoriales para publicar Cuentos y chinventos y ahí lo conocí a Gustavo, que me pareció un señor muy serio. No hizo, en el primer encuentro, el despliegue de simpatía que después le conocí. Fue muy gentil al hablar de los cuentos que integraban el libro, pero me sugirió, con la misma gentileza, que dejara afuera uno. Yo le preguntaba “¿Por qué?”, y él me respondía con evasivas. Hasta que un día, se ve que lo pudrí, me dijo que el libro iba a ser demasiado largo si agregaba también ese cuento y que a él le parecía que había que sacarlo. Bueno, yo era inédita e inexperta en materia de publicaciones, así que acepté su consejo. El cuento que no salió entonces, nunca lo incluí en ningún otro libro: tuvo que pasar un tiempo para darme cuenta de que era malo. Era un cuento muy malo. Siempre le estaré agradecida al querido Gustavo”.

El de Mario Méndez es un poco largo, pero vamos a leer unas partes «Era la Feria del Libro de 1998, que si mal no recuerdo —no revisaré archivos ni buscaré en internet porque estos son recuerdos y esa es su gracia— se hacía en el predio ferial de Libertador frente a Recoleta, y la editorial Alfaguara había organizado una presentación colectiva, una mesa de autores que presentábamos novedades. Para mí era la primera vez, y estaba orgulloso, tan orgulloso como lleno de nervios. No era para menos: en esa mesa que se sentaban doce autores estaban, entre otros consagrados, Graciela Cabal, Ricardo Mariño, Laura Devetach y Gustavo Roldán. Yo no conocía a ninguno todavía. Llovía a cantaros y la presentación comenzó con un grupo de chicos que hacían preguntas. De pronto, Gustavo Roldán interrumpió el ida y vuelta. “Paremos”, dijo. “Yo tengo que decir que mientras nosotros estamos hablando de nuestros libros, acá al lado hay un represor que está presentando un libro y creo que, antes de seguir, tenemos que hacer un repudio”. Nadie lo esperaba, Gustavo se refería a un marino, acusado de participar en los crímenes de la dictadura, que presentaba un libro de memorias, o algo así, en la sala contigua. Prácticamente todos los presentes estallaron en aplausos, aunque no faltó el que dijera que no estábamos allí para hablar de política, si no para hablar de libros para chicos. Gustavo, visiblemente enojado, hizo un discurso impecable que volvimos a aplaudir con fuerza. Creo que esos chicos que estaban en primera fila haciéndonos preguntas aprendieron mucho más de la intervención de Gustavo, que de ninguna otra cosa esa noche de lluvia. Y yo también.»

Y el último es el de Roberto Cubillas. Dice: «El primer libro infantil que ilustré y publiqué como dibujante se llamó La gorgoñeta en el pantano sarampionoso, de Raquel Piaggio, en la colección Pajarito Remendado. El editor que me seleccionó fue Gustavo Roldán, quien dirigía en ese momento junto a Laura Devetach, esa y otras colecciones, en 1996. Yo admiraba mucho los libros que estaban haciendo y también a muchos de los ilustradores que trabajaban en ella: Fortín, Rojas, Gustavo Roldán hijo, Juan Lima. No podía creer que me publicaran a mí, junto a esos ilustradores. Había dejado una carpeta en la editorial unos meses antes, con dibujos muy influenciados por Ayax Barnes, y Napoleón. Un par de semanas después de dejar el material, Gustavo me convocó a una entrevista en su estudio del barrio de Once. Fui a la reunión muy nervioso y él me recibió muy cálidamente; yo sólo lo conocía por sus textos, pero no lo había visto personalmente. De ese encuentro surgió el encargo del libro de La gorgoñeta. Gustavo se tomó el tiempo de pasar uno por uno los dibujos de muestra que tenía, los comentaba, los volvía a mirar, los criticaba, los elogiaba. En todo momento, me trataba como si yo fuera un ilustrador: eso tampoco lo podía creer. Después hice varios libros más con él como editor. Y también ilustrando sus cuentos. Siempre fue un placer trabajar sus textos, y, sobre todo, lo que más me gustaba y extraño era reunirnos para hablar de los proyectos. Trabajé con otros editores que también me ayudaron mucho, como Beatriz Ferro o Canela, pero con Gustavo descubrí que podía vivir o sobrevivir de esta profesión, y, sobre todo, me podía divertir mientras lo hacía.»

No voy a leer a Itsvansch, porque nos lo puede leer el.

Itsvansch: Bueno. Yo soy de San Jorge, Provincia de Santa Fe, y habiendo ganado un premio en la Ciudad de Santa Fe, una gente, entre la que estaban Fontanarrosa y Quino, me dicen “Esto es ideal para libros para chicos”. Me recomiendan ir a ver a Laura y Gustavo; lo vine a ver, viajé a Buenos Aires y ellos fueron los primeros que me dijeron que siguiera un libro. Yo tenía diecisiete años, una cosa así. Todavía estaba en la secundaria, tiene que haber sido en el 86. Hablé con Laura por teléfono, que me dijo “Los que dirigimos somos Gustavo y yo; él te va a ver en Dinámica Rural”. Me atiende en una oficina, ve las cosas y al tiempo me llaman para darme para ilustrar un libro que resultó ser La mesa, el burro y el bastón, escrito en versión de los hermanos Grimm, hecha por Laura —la Laura acá presente.

Puede que haya sido en el mismo viaje —yo era un pendejo muy de ir para adelante, no tenía y nunca tuve ningún tipo de timidez— que Laura me dijo “Andá a verla también a Graciela Montes”. Y Graciela me dijo que me iban a tener en cuenta y al tiempo me mandó para hacer un libro que salió en El Quirquincho y después por Colihue. Pero los primeros que me dijeron que sí fueron ellos. Después de La mesa, el burro y el bastón salió Un pez dorado escrito por Laura y fue la primera vez que usé recortes y terminado en tempera. Y después de Un pez dorado me dieron El aire y el zorro, de Luis Franco, que usé solo papel.

Pilar Muñoz: Tenemos que ir cerrando esta mesa. Agradecemos a todos por venir, fue muy interesante. Muchísimas gracias y las despedimos con un aplauso.

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