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Lydia Davis: "El amor y la curiosidad por las palabras nunca terminan para mí"

Los ensayos de la autora de Ni puedo ni quiero

"Este libro surgió con bastante naturalidad", dice. Entrevistamos a la escritora estadounidense, ganadora del Man Booker Prize, a propósito de su primer tomo de no ficción. Qué obras leyó para configurar su estilo y de qué manera piensa sus prácticas de escritura.

Por Valeria Tentoni.

 

 

“Aguda, hábil, irónica, sobria y constantemente sorprendente”, dijo de ella Joyce Carol Oates: Lydia Davis regresó a librerías argentinas después de Ni puedo ni quiero con una segunda apuesta de Eterna Cadencia Editora: el primer tomo de sus ensayos (y la promesa del segundo). Ensayos I reúne los textos de la estadounidense sobre prácticas de escritura y artes visuales, y reserva para el venidero todo lo atinente a la traducción, otra de las "ocupaciones principales" de su vida, como la llama.

"Este libro surgió con bastante naturalidad. Pensé que era hora de recopilar los textos de no ficción que había tenido la oportunidad de escribir a lo largo de las décadas y reunirlos en un solo volumen", escribe Davis. Y en estas casi 500 páginas, que incluyen imágenes a todo color, encontramos muchas pistas sobre el modo en que se convirtió, entre otras cosas, en la ganadora del Man Booker Prize.

"Algunos días escribo sobre mí en tercera persona y otros en primera. Ahora que lo pienso, entiendo por qué: cuando importa que yo sea quien lleva a cabo la acción, cuando yo soy el sujeto de verdad, entonces recurro a la primera persona. Cuando no importa quién lleve a cabo la acción, pero me interesa que alguien la lleve a cabo, entonces recurro a la tercera persona", encontramos por ejemplo en el ensayo "Corregir una oración".  

 

 

En el libro se exponen aspectos bien técnicos de tus propios hábitos de escritura y procesos de aprendizaje. ¿Por qué decidiste compartir estas lecciones que otros quizás prefieran mantener como secretos?

Los ensayos en los que discuto estos aspectos técnicos comenzaron siendo conferencias o charlas que me invitaron a dar ante alumnos de posgrado que estaban estudiando escritura creativa. Yo quería mostrarles lo que ocurre al componer una pieza de escritura. O, al menos, lo que me ocurre a mí. Quería eliminar para ellos algo del “misterio” del proceso, ¡aunque siempre queda bastante misterio! 

Otra cosa que aparece es el amor por las palabras, por ejemplo en el ensayo dedicado al término "gubernatorial". ¿Cuándo te enamoraste de las palabras y de qué se trata ese amor?

El amor y la curiosidad por las palabras nunca terminan para mí. Todavía anoto cada palabra o frase que me encuentro por primera vez. Creo que este amor e interés fue, sin dudas, cultivado por la familia en que crecí, donde un gran diccionario siempre estaba a mano en una mesita de soporte, en el living, y mi padre siempre andaba buscando palabras y anunciándonos de dónde venían, sus orígenes. Ante esos refuerzos constantes, no pude evitar prestarle gran atención a cada palabra. (Aunque —si se me permite contradecir lo que acabo de decir— es cierto que mi hermano y mi hermana, si bien escribían y hablaban bien, no eligieron carreras que involucren la escritura.) 

Escribís que un buen poema ofrece algo asombroso que no necesariamente debemos entender para poder disfrutarlo, y hay otro ensayo pariente de esa idea, el dedicado a la obra de la artista expresionista Joan Mitchell. ¿Es lo mismo cuando escribís, solés seguir ideas o asombros que no “entendés” por completo?

A lo que aludo con “entendimiento”, cuando se trata de un poema, es a la capacidad de explicar, en otras palabras, lo que el poema está expresando o diciendo exactamente. Hay algunos poemas que no puedo “explicar” del todo o ni siquiera de modo parcial, pero que me dan placer simplemente por el modo en que las palabras se mueven y por las imágenes que crean. Una podría decir que no se habrían escrito de esa manera si hubiese sido posible reformularlos de otro modo. Pienso que mucho de la composición, ya se trate de escritura o de pintura, debe ser instintivo, por impulso antes que siguiendo un plan racional. Y creo que es un error pedirle a un estudiante avanzado de escritura o de pintura que explique exactamente qué está haciendo y por qué. 

En estos ensayos dejás mucha información acerca de tus lecturas, de Kafka a Perec o Paley, y varios autores más. ¿Cómo tiene que leer alguien que se propone escribir? 

Recomiendo que un escritor o escritora lea mucho y con especial atención. Les he sugerido a los estudiantes de escritura que lean por placer —sumergiéndose en la historia o en el texto de no ficción— pero a la vez muy despacio y deliberadamente, analíticamente, prestando particular atención a la técnica de los autores. Esta atención detallista será muy beneficiosa. El aspirante a escritor debe desarrollar una buena técnica y después escribir desde el corazón. Entonces, el estilo vendrá por sí solo.

Decís que cuando se corrige una oración también se corrigen las ideas. ¿Cuán importante es el momento de corrección en tu escritura y cuándo decidís darlo por terminado?

No me preocupo demasiado por la corrección cuando estoy trabajando en un primer borrador. Para mí es importante no detener la escritura hasta haber escrito la mayor parte del primer borrador, o tanto como pueda. Una vez que la historia entera está escrita, repaso todo y corrijo cualquier cosa que me parezca errada. Sigo corrigiendo hasta que nada me parece mal. O hasta que ya no se me ocurre cómo arreglar un problema (y en ese punto dejo descansar el texto por un rato). Cuando ya no hay nada más que arreglar, el cuento probablemente está terminado. Quizás no sea un cuento brillante ni el mejor, pero está terminado.

Has leído y trabajado con las cartas de Flaubert, y también compartís aquí algunos detalles sobre la correspondencia que mantuviste con otras autoras como Lucia Berlin o Rae Armantrout. ¿Por qué estás tan interesada en las escrituras epistolares? ¿Qué pueden atesorar? 

Bueno, las cartas son bastante especiales, representan a un escritor hablando personalmente en la hoja. Son piezas de escritura características, bien expresadas, vívidas, por lo general emotivas, pero no están escritas para un público sino para un amigo o amante o familiar. Nosotros, el público, mucho tiempo después de que la carta fue escrita, a veces tenemos el privilegio de ser testigos de ese momento personal, de ese intercambio privado. Son a la vez documentos emocionales y piezas de buena escritura, una combinación peculiar.

¿Qué cosas te permite explorar el género ensayo que no te permite la ficción? 

Un ensayo me permite hablar como yo misma, directamente, antes que como un personaje, a través de una persona asumida que no soy realmente yo, tal y como sucede por lo general en mi ficción. Disfruto de hablar como yo misma, y disfruto de expresar algunas ideas que tengo de un modo directo. Sin embargo, la escritura de cada uno de los ensayos de este libro evolucionó de una manera algo distinta, por lo que tuve variedad de experiencias al escribirlos. Algunos evolucionaron con el tiempo, como por ejemplo el que está al final, bastante personal, “No se olviden de los Van Wagenens”, sobre la memoria y, en el fondo, sobre el propio paso por la vida.

¿Y cómo identificás los temas en los que podrías pensar y escribir piezas como estas? ¿Qué cosas llaman tu atención?

Muchos de estos ensayos fueron por encargo. Me pedían, quizás, que diera una charla, o que escribiera un prefacio, una reseña, o sobre un pintor que haya tenido influencia formativa sobre mí, o que escribiera algo sobre la memoria o la Biblia, y así siguiendo. Lo que sucedía en estos casos era que un asunto que ya me interesaba de antemano me parecía tema adecuado para el ensayo que se me había pedido escribir, asuntos como un poema en particular sobre un mitón rojo o el encuentro de un ancestro mío con Abraham Lincoln. Me interesan muchas, muchas cosas. Hay muchas cosas sobre las que podría escribir. Así que este volumen de ensayos fue el resultado, hasta cierto punto, de la casualidad.

Escribís sobre escritores pero también sobre artistas visuales. ¿Qué cambia cuando en vez de texto leés imágenes? ¿Sos más o menos libre?

De nuevo, estas cuatro piezas sobre artistas visuales aparecieron de modos muy distintos, así que fui más y menos libre en diversos grados al escribirlos. El ensayo sobre Joan Mitchell no trató sólo sobre su pintura sino, sobre todo, sobre mi propia comprensión naciente acerca de cómo mirar una pintura abstracta, mientras que el ensayo sobre Alan Cote, quien es mi marido, fue el fruto de muchas conversaciones con él acerca de cómo mirar su obra más en profundidad y comenzar a ver con mayor claridad la complejidad de las interacciones entre el color, la luz y la oscuridad, el movimiento implícito en los lienzos, etcétera. “Escenas de los Países Bajos: fotografías de viaje de comienzos del siglo XX” fue a su turno otra experiencia, porque lo que estaba involucrado en mirar las fotos, así como en tomarlas, era tanto una situación sociológica como artística, y para escribir sobre ellas primero tuve que leer y estudiar mucho acerca de la cultura y la geografía de los Países Bajos. También investigué sobre las primeras cámaras y sobre la familia que tomó las fotos. Esa fue una experiencia completamente distinta, para mí, a la de componer una pieza de escritura que pudiera parecerse a una caja de Joseph Cornell, tal y como en el cuarto ensayo sobre artes visuales de libro.

¿Cuál es la idea más persistente que te empuja a escribir?

Lo más persistente no sería tanto una idea sino algo más primitivo, el impulso de capturar un fragmento de lenguaje, o un personaje, o una situación, o una paradoja lógica, y darle una forma, expresarlo de la manera correcta, convertirlo en algo más. La alegría está en la creación, en el terminado: ver algo nuevo emergiendo, algo que antes no existía. 

 

 

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