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Raquel Franco: "Nos dedicamos a crear experiencias de lectura"

Al frente de Pequeño Editor

Comenzó su carrera en el mundo editorial con tan sólo 16 años y hoy dirige uno de los proyectos más innovadores de la literatura infantil y juvenil, el que ha introducido en el país los libros para bebés o repensando el lugar de ilustradoras e ilustradores.

Entrevista y foto Valeria Tentoni.

 

 

Fundada en 2002 por Diego Bianki, Ruth Kaufman y Cristian Turdera, Pequeño Editor es uno de los sellos infantiles más innovadores de Argentina. Su catálogo está integrado por libros ilustrados para niños de ficción y no ficción, de fuerte impronta gráfica. En 2015, el sello recibió el galardón Best Children Publisher of the year in Central and South America, otorgado por la Feria del Libro infantil y juvenil de Bologna. 

Hace un tiempo, finalmente, Raquel Franco -comenzó a trabajar allí de modo freelance hacia 2008- se hizo del sello y desde entonces lo dirige. Con una estructura pequeña, desde Pequeño Editor se hacen libros pero también actividades y series, como las que armaron para Paka Paka.   

La conversación con esta editora que habita el ecosistema editorial desde los 16 años comenzó alrededor de una preocupación actual: el drama de la falta de papel, algo que están enfrentando todos los editores argentinos pero que es también un conflicto más allá de nuestras fronteras.

 

¿Ustedes imprimen todo en Argentina?

A mí no me gusta imprimir afuera, me parece que está bueno armar tu propio ecosistema de producción, con tus imprenteros, con la gente que trabaja acá. Tengo dos razones: la principal es ideológica, la de imprimir con industria gráfica argentina. Y la segunda es de planificación. Planificar una producción en China requiere una gran anticipación. Y el funcionamiento de la industria es muy dinámico y muy inestable. Por otro lado, tenés que tener disponibilidad de dólares para eso, y estás trabajando en dólares para ganar en pesos. Es una decisión compleja, para empresas con otros resto financiero. Imprimimos en China hace muchos años El secreto de Borges, pero la situación era totalmente otra. Es cierto que hay otras posibilidades, gramajes distinto del papel, el sectorizado para la retiración, intercalar tipos de papel adentro del pliego, es algo estandarizado allá y se puede hacer muy fácilmente, pero no se puede hacer acá. En Pequeño Editor empezamos a probar otros modos de encuadernación. En la primera edición de Abecedario hicimos una tapa distinta con un tipo de encuadernación muy antiguo que se hace poco, con la tapa pegada, y quedó lindísimo, coordinando la producción con una cartonera y una imprenta. Es un proceso más largo, más artesanal, y cuando querés replicarlo no es tan fácil, pero ahí generás un producto totalmente distinto con un uso de la creatividad y la coordinación. Hay que ver qué podés hacer con los recursos que tenés acá para innovar un poco en el desarrollo físico del libro.

Con Abecedario, además, innovaron en el modo de asegurarse la distribución. ¿Cómo fue?

Nosotros tardamos muchos años en hacer ese libro: tuvimos esa idea con Ruth Kaufman hace muchísimo. El libro tiene una base textual pero hay otra que pone el ilustrador, que tiene que construir esas viñetas mudas para que los chicos construyan su propio discurso y repliquen ese uso de la palabra. Tiene una función didáctica muy grande, entonces ese ilustrador tenía que tener la capacidad para construir con mucha autonomía y humor. Probamos varias cosas y finalmente la persona era Diego Bianki, así que terminó siendo "nuestro libro", el de los tres. Lo pensamos con una diversidad de palabras que, traducidas a otras lenguas romances, pudieran replicarse: cuando pensamos la A para "abrir" sabíamos que en francés se iba a transformar en la O de "ouvrir", y que entonces esa página de la A se iba a convertir en la O del libro francés. El libro ganó el Premio New Horizons, así que inmediatamente surgieron propuestas de traducción, pero como tuvimos eso en cuenta desde la concepción del libro, para cada edición tuvimos que re ilustrar pocas páginas, porque se fueron cambiando de lugar. Todo ese proceso de armar las tablas de relación fue muy divertido e interesante. La clave de ese libro es que todos los abecedarios siempre asocian el sonido de la letra con un sustantivo, con una cosa, y nosotros tomamos otro criterio: el de asociarlo a una acción. El lenguaje es un acto de predicación. Uno actúa sobre el mundo. Además, cuando uno aísla una palabra en un sustantivo se reduce la polisemia. Jugar con las acciones fue una decisión ideológica, pero además es mucho más productiva, porque amplía el vocabulario, la construcción del discurso. Ahí jugamos con varias tendencias en el aprendizaje de la lectoescritura: unimos nuestra mirada sobre el lenguaje como una herramienta de predicación -para que los chicos desarrollen su propia voz, y para eso tienen que poder decir muchas cosas- y por otro lado, que vayan aprendiendo el código a través de las letras y su sonido. Creo que ese libro resume la mirada de Pequeño Editor en general.

Pienso en Con la cabeza en las nubes, ese libro persigue un poco el mismo camino, ¿no?

Con ese libro había una idea muy clara de que se tenía que poder ingresar desde distintos lugares: dibujando, viendo el trabajo de otros ilustradores, o por la información, viendo cómo eran las nubes, por qué no se caían, etcétera. Hay que tratar de que los libros tengan muchas puertas de acceso porque uno nunca sabe cómo llega un niño o una niña a leerlo.

"Hay que tratar de que los libros tengan muchas puertas de acceso porque uno nunca sabe cómo llega un niño o una niña a leerlo".

¿Y cómo piensan las marcas de edad?  

Bueno, nuestro logo son dos sombreritos: un adulto y un niño. Tanto niños como adultos deben disfrutar de la situación de lectura conjunta. Ese libro tiene que interpelarlos a los dos, no sirve que le hable solo a niño. Sabemos que los libros llegan a los chicos por un camino mediado, es muy difícil que lleguen solos; para empezar, porque tienen que adquirir el código, y porque en un libro hay un montón de complejidades que con un adulto se transitan de otra forma. Por otro lado, la indicación de edad es algo crítico en el mundo de la librería. Nos hubiera encantado sostener las marcas de lector experto, lector inicial, buen lector, pero un librero necesita resolver rápido. Ese choque es un choque real de la industria.

¿Leen más o menos los chicos hoy?

Los chicos leen muchísimo, sobre todo en la clase media. Leen sagas como Harry Potter, son volúmenes de 700 páginas... Nosotros no teníamos eso, no había tanta frecuentación y no había tantos libros para niños ni había una conciencia tan grande de eso. Entonces algo se ha hecho, no es que no ha habido una transformación. Nosotros leíamos obras del Siglo XIX. A la vez, tenés la impresión de que se produce muchas veces más de lo que vale la pena producirse, de los libros que tiene sentido que existan. Y no hay tantos autores, me parece, que realmente le hablen a la sensibilidad, a la imaginación y a la inteligencia infantil. Está lleno de libros que no tienen construcción narrativa y están contando no se sabe qué, la ensoñación de un adulto...Para mí, el giro narrativo y que el libro no sea obvio son puntos críticos. Por eso es que no se puede publicar tantos libros: porque no te llegan tantos así tan usualmente.

Ustedes trabajan más encargando que esperando manuscritos, ¿no?

Eso es lo que siempre quisimos ser, y durante muchos años trabajamos así: decimos que somos una editorial de ideas, alrededor de una idea construimos los libros. Nuestros grandes libros fueron así: las nubes, El abecedario, la colección "Los cuentos del globo"... Y después tenés otros "accidentes" de serendipia, como Una casa bien abierta, ilustrado con piedritas pintadas. Ahí es cuando uno disfruta la tarea de edición: ese poema llegó a nosotros accidentalmente, en un recorrido de Ruth en internet. Es una de esas historias incómodas: un niño que no tiene casa y vive en la playa. Poner un libro así en un catálogo es toda una decisión, porque casi ningún padre o madre lo va a elegir, nadie tiene ganas de hablarle a sus hijos de cosas duras. Son los que se llaman "libros incómodos", toda una línea de reflexión sobre los libros infantiles. Son los libros que hablan, por ejemplo, sobre la muerte. Con ese libro, entonces, la fuimos a buscar a Claudia Legnazzi, tuvimos muchas reuniones, y en esas reuniones se discutió la mirada alrededor del texto; lo que hacemos es discutir la lectura, y si el ilustrador coincide o no con tu mirada del mundo es un desafío. Somos editores que intervienen un montón en la construcción de los libros. Nosotros no publicamos: editamos.

 

¿De qué se tratan las colecciones?  

"Los duraznos" son libros de cartoné, para lectores desde el nacimiento. Con esa colección yo siento que transformamos el mercado de los libros, transformamos el mercado de los libros para bebés, e instalamos una conciencia de leer antes de que los chicos lean, con mucha cantidad y calidad. Eso me da una satisfacción gigante, y a partir de una idea que una acuñó y acompañó: hacer cartoné en Argentina siempre ha sido carísimo, cuando la lanzamos en 2017 había que mandar a imprimir a China, y yo no quería. En un cumpleaños de gente que no conocía alguien llegó con unos rompecabezas y contó que era el dueño de la fábrica de cartón y tenían una máquina nueva. Le pedí de ir a ver la máquina en la semana, hacían sobre todo carpetas. Pero probamos pliegos y calados y lo logramos, al principio nos asociamos con la fábrica y al tiempo pudimos pagarles. Es la colección que comenzó con los libros para bebés, antes no había, fuimos los primeros. Ahora todos los sellos tienen, pero antes no había. Luego tenés la colección "Panzada de letras", para el niño de entre 4 y 6 años que está empezando a reconocer el código, y a veces puede llegar a leer palabras, y que muy probablemente pueda llegar a leer ese libro solo. Y no porque esté en imprenta mayúscula, sino porque tiene un montón de otros rasgos el texto, la ilustración y el modo en que se construye el sentido que lo van a ayudar a leer solo. Después viene El abecedario, que es la gran bisagra, donde se formaliza un poco ese aprendizaje. Y luego "Incluso los grandes", una colección que ya es una literatura de otro tipo, con más volumen de texto, más profundidad y complejidad de sentido, la más literaria de nuestras colecciones. Y siempre estamos pensando en ese recorrido lector. Los libros acompañan un momento del desarrollo y del placer lector.

Muchos de sus libros tienen videos, y también diseñan experiencias participativas, ¿cómo piensan al libro en este sentido?

Nos dedicamos a crear experiencias de lectura. Y con la pandemia, tuvimos una oportunidad inigualable para pensar propuestas adentro de las familias: nos dedicamos a crear actividades y juegos para hacer en casa. Durante todo el 2020 lo hicimos todos los días, desarrollamos el contenido y los videos que lo iban a acompañar.

¿Cómo fue que te metiste en este mundo a los 16 años? 

Hay mucho de azar y después te vas enamorando de lo que hacés. Mi papá murió cuando yo tenía catorce años, y era una figura enorme en mi familia, muy significativa. Era psicólogo social, y mi mamá Licenciada en Letras, así que había una biblioteca brutal en mi casa. Yo en los veranos me aburría un montón y una amiga de mis papás me invitó a trabajar a su editorial, Aique, una editorial dedicada a la educación. Me propuso que los ayudara con la promoción para los docentes. Empecé trabajando así, durante los veranos, hasta que comencé el CBC. Después me propusieron enseñarme algunas cosas de corrección, y después pasé a ser asistente de gerencia. Empecé a editar ahí adentro. A los 22 me fui de Aique a trabajar freelance, también trabajé en el Ministerio de Educación durante la gestión de Daniel Filmus, coordinando toda la producción editorial. Para Pequeño Editor comencé a trabajar de una manera freelance, hasta que me fue comiendo esa pasión. Entré en 2008. Pasé a dirigir a fines de 2011.

"Los libros acompañan un momento del desarrollo y del placer lector".

Leí que entre los cambios que el sello introdujo estuvo el de repensar el lugar del ilustrador en términos contractuales y de autoría, ¿de qué se trató eso?

Eso fue en 2002, cuando Diego y Ruth fundan la editorial. Venían del 2001, un escenario de crisis total, pero además de un proceso en la industria de mucha atomización en grandes grupos y cero edición independiente. Este año Pequeño Editor cumple 20 años, y la gran transformación de estos años sin dudas es la edición independiente. El proyecto, con fuerte impronta de Diego, buscaba hacer libros en los que la ilustración tuviera una importancia tan grande y tan significativa como la palabra: entender a los ilustradores como autores. Fueron de los primeros contratos que se hicieron en Argentina en los que el ilustrador y el autor cobraban mitad y mitad de sus derechos de autor. En ese momento cambió el modo en que se ilustraba en Argentina, comenzaron a aparecer los libros álbum, y esa fue una tendencia en todo Latinoamérica. El origen de esto es europeo, el libro álbum francés. 

¿Cómo ves el estado de cosas ahora que hay muchas más editoriales infantiles? ¿Creés que hay que sacar más o menos libros, quizás más cuidados? 

Menos y más cuidados es siempre la respuesta. Ahora, dentro de eso hay un montón de matices. Los niños necesitan muchos libros. Tienen que tener bibliotecas. La industria editorial trabaja para la clase media y alta, entonces un editor se tiene que encontrar con estas ambivalencias ideológicas; quien más volumen de lectura necesita no tiene acceso. Además hay un funcionamiento del mercado que necesita novedades constantemente, es un mercado de la novedad. 

¿Hay mercado para tantos libros?

No...

¿Cuál es la tirada promedio de Pequeño Editor?

3000 libros. Argentina es gigante pero el gran volumen se vende en Buenos Aires, no es nada sencillo distribuir en las provincias, hay muy pocas librerías. En ese sentido, el evento pandemia fue muy interesante en la dinamización del libro. Yo creo que en 2020, al desaparecer la escuela, volvió a las familias la preocupación por la educación de los chicos, algo que estaba totalmente delegada en la institución escuela. ¿Qué le damos? Esa tarea que la hacía la escuela, la de leer con los chicos, pasó a ser de los padres. Y yo festejo eso: darse cuenta de que eso también es su responsabilidad, su patrimonio y su disfrute. El gran boom del libro infantil durante 2020 responde un poco a eso. Y comenzaron a aparecer muchos pequeños comercios virtuales en las provincias alrededor del libro, muchos libros por envío. 

¿Cómo pensás a la lectura en relación a la educación?

Creo que si lográramos sacar a la lectura del entorno de la educación y lo lleváramos a algo transversal, desde la mirada del estado -esto es, si la lectura empieza a ser una preocupación del Ministerio de Desarrollo Social, del Ministerio de Salud, de Infancias, de Cultura, ya no le pertenece a la institución escuela sino a toda la sociedad. Y si le pertenece al Estado en toda su égida para el desarrollo de los chicos, cambia totalmente el acceso de los chicos a los libros y a la lectura. Para mí, esa es la transformación. 

¿Qué te pasa cuando sabés que un libro que hiciste está en un montón de casas, lo leen un montón de chicos?

Es la parte linda de tu trabajo. A mí me gustan dos partes: una, cuando estás metida adentro del libro, trabajando, proponiendo, y tenés un equipo que escucha e interviene. Es un momento de tremenda incertidumbre, y después cuando al libro le va bien eso da mucha satisfacción. Pero se pasa muy rápido y ya pasás al siguiente. A mí me gusta más el momento anterior.

 

 

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