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Lugones y Einstein

Lugones practicando esgrima

Borges y sus precursores

Alrededor de la reedición de Las fuerzas extrañas (Odelia editora), una oportunidad para releer a ese hombre que recibió a Einstein cuando visitó el país y marcó la literatura de Borges, entre otras cosas, antes de darse muerte por mano propia en el Tigre.

Por Luciano Lamberti.

“Los monos fueron hombres que por una u otra razón dejaron de hablar”, dice el cuento Yzur, de Lugones, incluido en Las fuerzas extrañas que las chicas de Odelia acaban de reeditar. A ese libro lo leí por primera vez en la facultad y me asombraron dos cosas: la primera que a Lugones se le notaban los robos de Borges. Es decir: era evidente que Borges le había robado, no solo a nivel del lenguaje (en el cual se parecen bastante, aunque Lugones tienda a ser más florido) sino también en las historias y los géneros que abordaba, como si Borges se hubiera parado en los hombros de Lugones para mirar a través de un tapial imaginario, y ese tapial fuera la literatura argentina. Me sorprendió porque yo pensé que Borges no tenía un antecedente tan determinante en la tradición local, y ahí estaba, bien clarito.
Lo segundo que me sorprendió fue que era un libro buenísimo, entretenido, oscuro e imaginativo, adelantado a su época y, a la vez, una fotografía total de la misma, de sus inquietudes, de sus concepciones científicas y artísticas. Yo me imaginaba a Lugones más bien como un señor envarado de bigote piamontés y pose marcial, que lo era, y también como un poeta infumable, que en gran parte lo era, una de esas estatuas literarias que están muy bien conservadas pero a las que es imposible leer. Que no lo era, porque me gustó mucho cuando lo leí, y también ahora, en ese hermoso volumen tan bien diseñado.
En este libro, acorde a la fama de esotérico de Lugones, hay dos clases de fuerzas extrañas en constante pugna: la ciencia y lo otro, la oscuridad, lo que no puede explicarse. Lugones siempre pone a chocar esas dos fuerzas y trata de ver qué pasa. Se sabe que esas fuerzas actuaban, también, en su propio interior. Lugones era parte de la sociedad Teosófica y es muy posible que su suicidio, en el Tigre, haya tenido que ver con cuestiones de esa clase. No es difícil ver la forma en la que el amor por el conocimiento se enfrenta a la ambición por el saber fáustico, más allá de cualquier límite, que siempre implica peligro y la destrucción del científico, que ve caer el rayo y exclama que el monstruo está vivo (y suelto). Era alguien que amaba la ciencia, como lo demuestran esos cuentos, pero que buscaba en la ciencia no un fin en sí mismo sino una puerta al más allá. Se sabe que fue uno de los anfitriones de Albert Einstein, cuando éste visitó la Argentina en 1925 ("Ciudad cómoda, pero aburrida. Gente cariñosa, ojos de gacela, con gracia, pero estereotipados. Lujo, superficialidad", escribiría el científico en su diario). El acercamiento genérico de estos cuentos, que van desde el fantástico telúrico de “El escuerzo” hasta la ciencia ficción más dura de “La fuerza Omega”, pasando por reescrituras bíblicas como “El origen del diluvio” o “La estatua de sal” son la prueba necesaria para mostrar la manera en la que funcionaba su mente, pasando de lo apolíneo a lo dionisíaco con absoluta facilidad.
Pero uno de los cuentos que más me gustan es “Izur”, citado más arriba. El mismo describe la búsqueda de un hombre “de negocios” para enseñarle a hablar a un mono que compró en un remate. Como se imaginará el lector avezado, la idea de la adquisición del lenguaje se acerca más a la de la “humanidad” o la “civilización”, en tanto es el lenguaje el que crea de modo cabal la consciencia (nociones como la de tiempo o la de mortalidad no existirían sin él, sin ir más lejos). Tres años de búsqueda infructuosa, apoyada en las “modernas” teorías fonéticas y pedagógicas, lo único que consigue el narrador es fatigarlo hasta la agonía y la muerte. Pero es ahí, en ese portal, entre lo humano y lo otro, lo incognoscible, donde sucede el milagro. La búsqueda de una total comunión, que no tarda en darse, entre ambos espectros de la cadena evolutiva, termina acercándolos irremediablemente. Como en “Axolotl”, de Cortázar, donde el narrador, de tanto mirar a esos extraños peces, termina atravesando el vidrio del acuario, el de “Izur” asiste a las primeras palabras de ese mono que ya está a punto de morir, y que más explicar o cerrar el cuento lo abren a profundidades que no podemos imaginar: “AMO, AGUA”.
Algo muy parecido sucede en “Informe para la Academia”, de Kafka, es uno de mis top ten asegurados. Un cuento corto, o relativamente corto, donde Kafka despliega todo su arsenal de humor negro y locura. Hay un artículo de Foster Wallace donde lo analiza como un escritor humorístico. Creo que ahí cuenta la anécdota de que, mientras le leía La metamorfosis a sus amigos a veces tenía que detenerse para tomar aire en medio de las carcajadas; él, que siempre fue visto como el escritor de lo terrible y que no llegó a ver su nombre como adjetivo de la opresión y el anonimato de los sujetos en el mundo contemporáneo. Creo que leer a Kafka como un escritor de humor (aunque no solo de humor, sino más bien con humor) es liberador para él y para nosotros, que seguimos acudiendo a su obra cuando queremos hundirnos un poco en nosotros mismos como un pez en su acuario público.
Como todo el mundo sabe, el cuento narra el proceso por el cual un mono, llamado Pedro el Rojo por sus captores, actual artista de variedades, para a ser “civilizado”, a tener rasgos humanos, aunque una parte de su condición de mono no pueda nunca abandonarse del todo. Por ejemplo: cuando les muestra a las visitas, bajándose los pantalones, la cicatriz que uno de los disparos de sus captores le dejó. Por ejemplo: cuando alivia sus necesidades sexuales con una mona, cuya mirada enloquecida de animal en cautiverio no soporta. El cuento, escrito bajo el género del informe, representa desde el comienzo una imposibilidad: la de dar cuenta de su “anterior vida simiesca”. Sobre ese oscuro mundo sin lenguaje nada puede decirse. Es mediante el proceso por el cual el mono pasa a tener uso de la palabra cuando se forman sus recuerdos y, de modo cabal, su consciencia. Es cuando empieza, al mismo tiempo, su prisión; no solo porque se despierta en una jaula sino también porque la libertad, “ese gran sentimiento hacia todas las direcciones”, ha sido experimentada por él como primate, y la jaula en la que lo encierran (tan estrecha que no le permite estar de pie ni sentado) es la que paradójicamente lo insta a buscar una “salida”. Impresionante reflexión sobre las particularidades de la consciencia animal, Informe para la Academia es un cuento sin historia, un clásico cuento kafkiano que atenta contra la posibilidad misma del cierre.
Anverso y reverso de la misma moneda, ambos cuentos se asoman al abismo de lo que no es humano, y allí nos dejan, desnudos y muertos de frío, rascándonos las cabezas como monos confundidos.

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