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Los escritores y sus geografías: un mapa argentino

Por Natalia Gelós

Del norte al sur nacional, un recorrido por algunos de los territorios que se imprimen en el imaginario de nuestros autores. "El espacio que habitamos genera versos. La geografía estudia el aspecto de la Tierra, sus relieves, sus ríos, esos recovecos en los que conviven el hombre, las plantas, los animales, pero también presta su caudal para movilizar la poesía".

Por Natalia Gelós.

 

Hay un aparato que se llama cianómetro: es un círculo perfecto en el que se suceden distintos tonos que van desde el blanco más puro hasta el azul más ceniciento. Sirve para medir el color del cielo. El libro La invención de la naturaleza, de Andrea Wulf, que cuenta la vida de Alexander von Humboldt, lo muestra en una de sus fotos. Se dice que el naturalista andaba por los territorios de lo que hoy llamamos Ecuador y alrededores con ese cartón circular en la mano, para ver qué cielo encontraba en las alturas de los volcanes y montañas que escalaba. Es un instrumento de la ciencia, sí, para estudiosos de la geografía, pero es a la vez poético

¿Cuántas veces la poesía ha medido el azul del cielo? El espacio que habitamos genera versos. La geografía estudia el aspecto de la Tierra, sus relieves, sus ríos, esos recovecos en los que conviven el hombre, las plantas, los animales, pero también presta su caudal para movilizar la poesía.

 

El ómnibus que va al cielo

sale de plataforma once

en la terminal de San Salvador de Jujuy

poco antes el mediodía,

apenas un antes de que el mediodía

deslumbre al Trópico de Capricornio.

 

El Jujuy de Néstor Groppa. Tenemos también el litoral, esa presencia eterna y templada del río, en Juan L Ortiz, en Saer, en tantos otros. Hay un latido, un cosmos, que inspira a sus poetas. Pablo Gianera y Daniel Samoilovich escriben en el prólogo a la Poesía Reunida de Arnaldo Calveyra sobre esa fusión del poeta con la geografía; sobre Maizal del gregoriano, por ejemplo, apuntan: “De las napas de las lomas entrerrianas fluye un hilo que contiene todo lo que fue, lo que es y lo que será”. Calveyra nace en Mansilla, en Entre Ríos, y vive su infancia en una casa de campo. Su poesía se nutre de ello. Se codifica su mirada a partir de ese paisaje. Para todos ellos esa tierra de colores, sabores, exuberancias, ese pájaro, esa manera de pegar la luz, desatan versos.

¿Pero qué pasa cuando la geografía es más humilde, cuando no hay montañas, ni frondosas extensiones, cuando todo es llanura, viento, yuyos bajos?

Vicente Barbieri, nacido y criado en Alberti, le escribió al Río Salado. El río, de alguna forma, también escribió en él. De chico moldeó su ojo en esa geografía de agua y llanura y entre su obra se destacó por los poemas escritos en endecasílabos bajo el título de La balada del río Salado:

 

era en mi infancia entre juncos y rocíos

cuando lo vi pasar arrodillado

mojaba soles y castillos frios

en relatos de tiempo lloviznado

ay de mi jugo enamorado

era un tiempo mejor, tiempo de ríos

 

Mario Ortiz le escribe al Napostá, en Bahía Blanca, un hilo manso que zigzaguea en la zona del sur de la provincia de Buenos Aires. El poeta bahiense, autor de Cuadernos de Lengua y Literatura, le ha escrito también a YPF, al puerto, a las flores amarillas. Ha pintado el territorio del sur bonaerense con poesía. Él cuenta que una vez, en 1994, fue con un amigo a un congreso de literatura en la Universidad de Tucumán. Para llegar, atravesaron Santiago del Estero, el monte, la llanura, los cactus, el mistol y la tierra seca como todo paisaje. “Monte, monte y más monte, parecido al de nuestra Patagonia, pero de vegetación un poco más alta. Cada tanto se abrían a la vera de la ruta caminos vecinales de tierra que se perdían en la espesura y capillitas a algún santo, que nosotros llamábamos 'cuchitas de perro'”, recuerda Ortiz. Más tarde, ya en el congreso, en un intervalo, se cruzó con una estudiante de la Universidad de Santiago, y en la charla, bromeó:

Che, ustedes tanto que le cantan a su provincia como si fuese un paisaje paradisíaco, “Santiago querido, nunca te voy a olvidar” y letras parecidas, ¡sin embargo no tienen nada!

Ella fue al hueso:

Precisamente, como no tenemos nada, nuestros poetas dicen que hay que construirlo todo desde la poesía.

Ortiz quedó pensando en ello. Fue una revelación: “Juro que esa contestación me dejó mudo y al día de hoy se ha convertido en una especie de guía para mí, un programa de escritura, una lección moral y política que orienta todo lo que escribo sobre y desde un paisaje inhóspito como Bahía Blanca”.

Él señala que la poesía de Sergio Raimondi fue clave porque le me mostró cómo se puede trabajar desde la palabra un paisaje tan "antipoético" como el puerto de White, el nodo ferroportuario. Otra fuente de inspiración fue Sebald y “sus extraños recorridos, esos viajes a pie por el condado de Norfolk en 'los anillos de Saturno'”. Sin embargo, quien dice que lo marcó más fue Estrabón, el geógrafo de la Antigüedad: “Aunque parezca delirante, esos fragmentos me enseñaron cómo se puede cruzar la descripción geográfica, la referencia histórica, la recuperación de una anécdota o la referencia a un mito del lugar. Todos eso amalgamado en una trama textual homogénea y equilibrada.”

 

Como no tenemos nada, nuestros poetas dicen que hay que construirlo todo desde la poesía…

 

En la única entrevista que dio, Héctor Viel Temperley le cuenta a Sergio Bizzio sobre un instante: “También recuerdo que cuando yo era muy chico vivía en Vicente López, y todas las mañanas mamá me llevaba al río, cargado en la espalda. Yo todavía no sabía caminar. Y un día me caí al agua. Recuerdo que estaba sentado debajo del agua en paz, sin extrañar absolutamente la vida, la respiración, el mundo. Lo único que sentía era el éxtasis de ver una pared color tierra cruzada por el sol: era un manto anaranjado que yo tenía ante los ojos. Y era feliz”.

Como todo místico, Viel se integraba con el entorno. El paisaje es algo más que un escenario. Es un cosmos del que él también formaba parte. La liebre que lo mira, el pájaro que se posa en su corazón, todos en la tierra donde lame el mar. Él veía el punto invisible en el que todo se une o estalla. Quizá ahí estaba la pista de dios.

 

“Es mi parte de tierra la que llora por los ciruelos que ha perdido.” (Para comenzar todo de nuevo)

“Aves marinas que regresan de la velocidad de Dios en mi cabeza: No me

separo de las claras paralelas de madera que tatuaban la piel de mis

brazos junto a las axilas; no me separo de la única morada —sin paredes

ni techo— que he tenido en el ígneo brillante de extranjero del centro de

los patios vacíos del verano, y soy hambre de

arenas —y hambre de Rostro ensangrentado.” (Larga esquina de verano)

 

Juan Viel Temperley, uno de sus hijos, fotógrafo de los pueblos bonaerenses, de edificios abandonados, de moles solitarias en la intemperie pampeana, cuenta: “Le encantaba la naturaleza. Amaba el mar, la playa y nadar. Siempre en lugares solitarios. También le gustaba mucho el campo donde hachaba árboles caídos. En muchos libros habla sobre eso. Él nació y paso su infancia en una quinta antigua en Olivos donde su madre lo llevaba todos los días al río. En Buenos Aires me llevaba a caminar desde Retiro donde vivía hasta La Boca a mirar el río, pasaba mucho tiempo en la plaza San Martin escribiendo o íbamos a caminar por barrios tranquilos. Se encontraba en el silencio por lo visto. Vivía en un ambiente sin teléfono donde pasaba días encerrado meditando y escribiendo...”.

La Pampa es otro territorio arisco. Juan Carlos Bustriazo Ortiz, sin embargo, no se amilanaba. Allá andaba por las noches, con su linterna, alumbrando perros que lo toreaban, de peña en peña, con su maletín, hasta que luego seguía su camino, solitario, en busca de la inspiración: la planicie misteriosa se abría para su arqueología poética. Así nacían los libros. Al menos así se lo explicaba a Andrés Cursaro para la revista Confines: “Andaba yo por la noche, recorriendo las peñas. Y después me iba solo por ahí a buscar inspiración. Y ahí nacían los libros”.

En esa idea de tránsito se abre un abanico: se habita la búsqueda y los territorios desfilan por la ventana, como pasan y pasan los postes de la luz cuando avanza el tren.

Alicia Genovese no nació en el Delta, pero viajó viarias veces, incontables veces, y en su trabajo, eso se cuajó en varios poemas. Los últimos en forma de Diarios del Delta, recién publicados. Y de ese ámbito de juncos, aguas lentas y voraces, de silencio y contemplación, también sabe Diana Bellessi, que lo desentraña con sus versos:

 

Nacarado en la luz del atardecer

boga el río un árbol sobre la marea

con raíces de proa como si fuera

un ataúd del monte que rinde ahora

tributo a la tormenta recién en calma

 

Son universos poéticos plagados de surcos, caminos, piedras, llanuras o frondosidades. Son geografías que tallan la voz, o son talladas por la poesía, como decía la chica santiagueña. En una lista tan vasta como todos esos paisajes, el mapa es inabarcable. Queda apenas el verso, o la línea, un borde suave que intenta atrapar un cosmos tan inmenso, tan interno, que todos ellos reflejan quizá para que no nos trague, quizá para que no se diluya.

 

 

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