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Entrevistas

"Se necesita muy poco para encender la imaginación de las personas"

M. John Harrison

Entrevista al inglés M. John Harrison, autor de El curso del corazón, recientemente publicado por Páprika.

Por Valeria Tentoni.

 

“No busco representar lo espiritual, lo ambiguo, lo paradójico, lo tenue: busco inducir ese tipo de estados”, dice M. John Harrison, nacido en Inglaterra en 1945. Empezó a escribir a los trece después de leer cuanta cosa se le cruzó en el camino y le pareció “interesante”, aprovechando los carnets de la biblioteca de toda su familia. Cargaba diez, quince libros en su bicicleta y volvía a casa. Cuando le publicaron el primer cuento, a los 18, largó todo, se dejó crecer el pelo y se fue a Londres para “ser escritor”. “Los destinos comunes no tienen mérito”, quizás se haya dicho en ese arranque vigoroso, como le hace decir a Yaxley, uno de los personajes de El curso del corazón. O tal vez: “La cautela no te lleva a ninguna parte”.

 

Trabajó en la revista de ciencia ficción New Worlds, donde publicaban tipos como J. G. Ballard –cuya influencia puede rastrearse en sus escritos. Empezó a ganarse la vida con reseñas que ahora catalogaría como las de un troll. “Lo opuesto a la inocencia no es la ironía sino el vacío”, podría completar eso, pero dicho no en este intercambio sino dentro de la novela que acaba de salir.

Así como dejó entrar todo a su biblioteca mental, produjo y sigue produciendo una obra profusa y ecléctica que incluye novela, cuento, ensayo y crítica, y que puede ser asimilada desde varias etiquetas genéricas a la vez. “La rara síntesis entre fantástico, realismo y diagnosis anticipada que distingue a Harrison lo ha hecho heredero privilegiado de la larga línea de narradores visionarios ingleses”, escribe Matías Serra Bradford. Harrison ha sido distinguido, por caso, con premios que llevan el nombre de Arthur C. Clarke o Philip K Dick. Páprika hizo una de sus primeras apuestas editoriales con sus cruces entre psicología, gnosticismo, fantasía y terror en unas 300 páginas traducidas por Andrés Ehrenhaus. Interzona ya había publicado antes aquí Preparativos de viaje.

Mientras trabaja en un nuevo libro de cuentos, reuniendo piezas que fue publicando periódicamente en su blog, responde algunas preguntas firmando los mails como Mike, el nombre escondido en esa "M" a la que le sigue un punto en las portadas de sus obras.

 

—En una entrevista mecionaste que te proponés llevar al lector a una zona de extrañamiento.

—Creo que es importante cuestionar nuestra vida cotidiana, nuestros valores cotidianos. La ficción, al torcer un poco nuestras percepciones, puede estimular eso. Lo que aceptamos como normal e inamovible –especialmente en un sentido ideológico– es en realidad un territorio vasto y complejo a ser explorado. La ficción nos ayuda a guiar la vida reflexiva, no la irreflexiva. Nos ayuda a no dar las cosas por sentadas.

—¿Qué libros te han llevado a vos, como lector, a esa zona?

—Los cuentos de Borges y J. G. Ballard—El Aleph y Las voces del tiempo— y las novelas de Thomas Pynchon y Lawrence Durrell —V y El cuarteto de Alejandría. Y a esos libros los equilibraría con los trabajos más realistas de Chéjov y del escritor inglés H. E. Bates.

—También dijiste que lo que hacés es instalar la rareza con movimientos minimalistas, pero que el lector es quien, de hecho, construye lo extraño. Te cito: “Si leés cualquier cosa, estás haciendo buena parte del trabajo, aunque no te des cuenta”.

—Es que una novela se pasa dos o tres años siendo escrita por su autor hasta adquirir existencia. Después de eso, es leída hasta adquirir existencia por sus lectores. Los lectores quieren hacer esto que llamamos leer –quieren extraer sentido del texto. La urgencia de esta necesidad permite al escritor ser escueto y minimal, no necesariamente en cuanto a la prosa, pero sí, definitivamente, en cada una de las demás características de la ficción, incluyendo la construcción de una mise-en-scène o de un “mundo”. Se necesita muy poco para encender la imaginación de las personas, y hasta la más realista de las ficciones depende de actos de la imaginación legible*.

—¿Cómo apareció el libro que está, como una mamushka, dentro de El curso del corazón?

—Es una explicación de los hechos incrustada en otra, escondida en otra. Siempre me fascinó la idea de que el mundo que damos por sentado codifica otro, uno bastante distinto. Se entiende, esto no significa que yo crea que hay otros mundos ligados al nuestro: sólo significa que me interesa esa idea. La mayor parte de la buena ciencia está basada en el análisis de un conjunto de datos para llegar a los procesos que les dan lugar. En cierto sentido, solo estoy diciendo que soy un estructuralista. Me interesan también los análisis falsos del mundo –magia, ideología, ciencia basura y demás; y el tipo de personas que tienen obsesiones de esas.

—Hay un trabajo muy detallado sobre los paisajes en la novela. ¿El escenario es, para vos, algo así como un personaje más?

—Sí, definitivamente, en parte porque pasé mucho tiempo en relación directa con distintos paisajes. Y, por supuesto, a mi ficción le interesa la relación entre el mapa y el territorio. Pero como cualquier otro escritor gótico, también uso los fondos como una manera de comentar las vidas de los personajes y hacerles contrapunto –es importante permitir que el ambiente, el entorno del personaje, así como sus acciones, construyan algo de sus propias personalidades para el lector. Cuando era joven creía que el personaje “aparecía” en el paisaje: pero eso fue en un momento en que la vida occidental estaba recién comenzando a sentirse avergonzada de su relación directamente histórica con la tierra. A eso pronto le siguió el divorcio posmoderno, y el medio ambiente construido se convirtió en el único medio ambiente que podemos admitir.

—Ciencia ficción, fantasy, suspenso, mitología, sexualidad, gnosticismo, ¿cómo llegaste a estas combinaciones?

—Leía mucho de joven. Volvía a casa de la biblioteca con uno de Albert Camus, una novela con Johnny Fedora**, un libro de cosmología, uno sobre montañismo, un libro sobre fenómenos paranormales, una historia de poltergeist en una rectoría inglesa... Para cuando tuve veinte, explorar las colisiones de todos estos mundos en la ficción ya se me había convertido en un dogma de fe. Es como un colisionador de partículas –los escombros que vuelan por el aire en el instante de la colisión les dan a los físicos conocimiento sobre la realidad.

—En una entrevista para The Guardian, leemos: “Si Ray Bradbury escribió para anticipar el futuro, Harrison dice que escribe para anticipar el presente”. En tu blog, de hecho, aparece: “Hay futuros por todas partes”. ¿El futuro es para vos algo de lo que simplemente, de un momento a otro, somos concientes?

—Creo que sí. Y esa es una comprensión esencialmente ideológica. Ideológicamente, hay mucho en el presente a lo que es necesario anticiparse.

—¿Creés que la escritura viene de lo que no sabemos que sabemos? Has hecho referencia a cosas como que cierto texto fue escrito “por alguien que probablemente era vos, pero no hay pruebas de eso”, o en tu blog decís: “Las ideas que se me ocurren para la ficción entienden la situación política mejor que yo”, o que las ideas se conectan con cosas que somos demasiado racionales como para ver.

—Sí, creo que la escritura –o la mía, digamos—viene de un lugar como ese. Un entendimiento casi inconsciente (o por lo menos una inquietud) de las construcciones políticas cambiantes y de las estructuras de valores que tomamos como “el mundo real”. Me parece que, en este aspecto, mi mente racional siempre va detrás de mi intuición.

—¿Y cómo son tus procesos de escritura? Contaste que, al escribir, confiás en los accidentes.

—A veces son rápidos y fluidos, por lo general torpes y lentos. Confío en los accidentes para darle nuevas perspectivas a la historia que estoy escribiendo. Pero es importante no depender de los accidentes. En la ficción, todo es estructura: podés dejar –hasta podés alentar algo así— que un accidente modifique una estructura; pero esa estructura no debe ser accidental.

—Yendo un poco más atrás, ¿cómo te convertiste en un lector?

—Leía con voracidad. Pedía prestados libros y los robaba. Iba a bibliotecas. Aprovechaba todos los carnets de mi familia, mi hermano y mi hermana, mis abuelos. De esa manera podía volver a casa cargando unos 17 o 18 libros en el canasto de mi bicicleta en cada visita. En mi adolescencia leía tres o cuatro novelas por día, lo que me cayera en la mano, desde thrillers livianos hasta El nudo de víboras. Casi ninguno de esos libros de biblioteca tenía sobrecubierta, así que crecí acostumbrado a elegir libros sin el auxilio de los envoltorios. Mientras que disfrutaba novelas de ciencia ficción, aprendí a leer cualquier cosa que pareciera interesante. Como resultado, escribo para un lector que se haya desarrollado de la misma manera antes que para un lector que solo lee libros de su género favorito.

—¿Y cómo empezaste a escribir?

—Empecé a escribir a los 13, pero hice mi primer intento serio en el cuento a eso de los 18 años, sentado en la mesa de la cocina, tarde a la noche, después de cenar con amigos. Mandé los textos resultantes a revistas. El primer cuento que escribí fue publicado en 1966, dos años después de haberlo escrito. Yo estaba en la universidad: me fui, abandoné todo inmediatamente para vivir en Londres, dejarme crecer el pelo y convertirme en escritor. Un proyecto naif pero, al final de cuentas, al menos parcialmente exitoso. Porque el pelo me creció.

—Ahí fue cuando empezaste a escribir reseñas, ¿no?

—Sí. Las reseñas que escribí para la revista New Worlds entre 1968 y 1978 me permitieron aprender más acerca de mi propia escritura y a construir mis opiniones, y no fui lento en hacerlas públicas. Tuve suerte de tener a Michael Moorcock como editor. Muchas de esas reseñas eran puramente polémicas, pendencieras –de hecho, hoy en día las describiríamos como trolleo. Trolleé al género fantástico. Trolleé a la ciencia ficción. Estaba enojado y me divertía. Para 1990 ya me había vuelto más responsable, y empecé una segunda carrera de crtítica escribiendo principalmente para el Times Literary Supplement, The Guardian y The Telegraph --aunque también colaboré con The Spectator y el New York Times. De nuevo, tuve suerte con los editores: Lindsay Duguid en el TLS, y Claire Armistead y Justine Jordan en The Guardian, ellos me alentaron a desarrollar mis capacidades en direcciones más sofisticadas (aunque igualmente rebeldes). Disfruto de reseñar: veo a la reseña como una obra en sí misma, un entretenimiento, un pequeño baile peligroso con el libro reseñado.

—¿Es cierto que pasaste veinte años haciendo montañismo? 

—Sí, ¡pero eso no quiere decir que haya llegado a ser bueno haciéndolo! Como cualquier deporte de riesgo, la escalada te ayuda a correr tus propios límites –por supuesto, tus límites pueden estar un poco más cerca que los de los demás. Pero amaba escalar, y escribí sobre eso en la novela Escaladores que es, para mí, el punto cúlmine de las dos actividades a la vez, la escritura y el montañismo.

—¿Trepar montañas es como escribir?

—Yo creo que sí, que escribir y escalar tienen puntos de contacto interesantes: pero tienen que ver más que nada con la estructura. En los ochentas yo estaba escribiendo El curso del corazón, haciendo autodefinidos y trepándome a pequeñas montañas bajas e impiadosas en el Distrito de los Picos, en Inglaterra. Creía que estas tres actividades, estos tres tipos de desarrollo de soluciones, tenían similitudes estructurales.

—Si tuvieses que mencionar autores Latinoamericanos, ¿quiénes serían?

—Bueno, yo no podría escribir mis cuentos sin los ejemplos de Borges y Cortázar.

—También de tu blog: “En una época viví durante un par de años con otra novelista. Por esos días jugaba a la lotería. Cada billete que compraba, ella se quejaba: ¿Por qué hacés eso? Somos escritores. Ya estamos jugando a la lotería”. ¿Cómo es ser un escritor para vos, por estos días?

—Prácticamente lo mismo, diría.

 

* “El discurso se cierra escrupulosamente en un círculo de solidaridades, y ese círculo, donde «todo es coherente», es el de lo legible. Lo legible, como es de esperar, está regido por el principio de no contradicción” Barthes, Roland en S/Z.

** Johnny Fedora es el agente secreto que protagoniza más de una decena de novelas de misterio escritas por el inglés Desmond Cory.

*

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