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A 20 años de la Generación del 90

Aníbal Jarkowski, Gustavo Ferreyra, Miguel Vitagliano y Martín Kohan en una entrevista que rastrea los orígenes de la editorial Tantalia.

Por Edgardo Scott.

gamerro, mira, vitagliano, jarkowski
Rubén Mira, Miguel Vitagliano y Aníbal Jarkowski, fundadores de Tantalia, acompañando a Carlos Gamerro en la presentación de Ficciones barrocas.

En el ´93 se firmó el Pacto de Olivos; el pacto que supo dar pista libre a la reforma constitucional del ´94, a la que le debemos todas las reelecciones posteriores y todas las que puedan venir. En el ´93 Argentina salió por última vez campeón de América y en televisión ya reinaba Tinelli, mientras un grupo de cómicos under estrenaba Chachachá. Son del ´93 los viajes masivos a Cancún, el 1 a 1, y el aluvión de bandas extranjeras que dura hasta hoy (Metallica y Peter Gabriel, por ejemplo, tocaron en Vélez ese año). En literatura, Antonio Dal Masetto, Osvaldo Soriano y Andrés Rivera eran los autores argentinos de mayor visibilidad. En esas condiciones, sin Internet, con computadoras que todavía se parecían más a confusos electrodomésticos que a dispositivos multimedia, un grupo de escritores jóvenes de Buenos Aires, egresados y docentes de la carrera de Letras de la UBA, fundaban la editorial Tantalia.  En Tantalia y durante aquel ´93, Aníbal Jarkowski, Rubén Mira y Martín Kohan publicaron sus primeras novelas (Rojo amor, Guerrilleros —una salida al mar para Bolivia— y La pérdida de Laura), mientras que Miguel Vitagliano publicó su segundo libro (El niño perro). No era el único gesto, “en otro rincón de la ciudad”, Luis Chitarroni leía como editor de Sudamericana un singular manuscrito, de título El amparo: la primera novela de Gustavo Ferreyra, que saldría publicada en esa editorial al año siguiente.

 

Reunidos con la excusa de la efeméride, los cuatro autores –y amigos- hablan de aquella experiencia, de aquella época, y también del presente.

*

¿Qué fue Tantalia?

Miguel Vitagliano: Tantalia fue una editorial cooperativa de escritores, que buscaban publicar las novelas que no tenían espacio. Ya en ese tiempo, las editoriales empezaban a concentrarse tanto como los gustos; sin embargo, unos años antes, Federico Jeanmaire y Jorge Consiglio —que eran amigos de varios de nosotros— habían publicado sus libros por su cuenta, así que eso nos motivaba. También había aparecido el proyecto de Beatriz Viterbo, en Rosario, que había publicado a Laiseca, a Aira, y era un proyecto de gente joven que algunos de nosotros conocíamos, pero no se trataba de una cooperativa de jóvenes escritores, que era lo que nosotros buscábamos. Queríamos que nuestros libros circularan de otra manera, que se vendieran de mano en mano. Tantalia tenía mucho de banda beatle con pretensión de conspiradora; y eso era fantástico. Recuerdo que compramos damajuanas de vino porque queríamos tener algo con qué brindar en las presentaciones. Estábamos convencidos de lo que escribíamos y hacíamos, ¿cómo no íbamos a celebrarlo?

Aníbal Jarkowski: Tantalia fue, ante todo, una idea de Rubén Mira, quien nos transmitió la confianza con que encara sus proyectos vinculados al arte. Lo que Rubén percibía era que el espacio editorial estaba dominado por una lógica nada más que mercantil y que, ideológicamente, la autogestión era la verdadera respuesta que había que dar. Lo instalado era la recuperación de la narración, la reconciliación con los lectores y todas esas banalidades que regresan cada diez o quince años. Y no era sólo una cuestión que nos involucraba a nosotros, que éramos unos desconocidos. Recuerdo que Fogwill por aquel entonces pasó por el disparate de que un principiante interviniera sus textos antes de editarlos; como si el criterio de aplanar las escrituras a su antojo fuera alguna garantía de venta.

Martín Kohan: Fue una de las señales más tempranas de que, si las editoriales llamadas grandes, salvo por excepciones, se desentendían de la tarea de detectar y promover nuevos escritores, eso podía empezar a activarse por otros canales, por otros circuitos. Lo que fue pasando después, hasta hoy, confirma la validez del proyecto.

Hace algunos meses leí la siguiente afirmación (de Ariel Idez, en Ñ, 19/01/13): "Los grandes narradores de los noventa fueron los poetas". Más allá de la polémica, ¿qué tensiones o afinidades encuentran entre la narrativa y la poesía en esos años?

Martín Kohan: Ya entonces solía decirse que poesía argentina había pero narrativa argentina no. Una sentencia que tal vez tuviera el atractivo de la falsedad, cuando es tajante. Publicaban muy buenos poetas, también publicaban muy buenos narradores, así de sencilla es la verdad.

Miguel Vitagliano: Por un motivo u otro los poetas siempre tendieron a armar sus grupos, editar sus libros, organizar lecturas y hacer revistas. Es decir, partían de una realidad, y ésta decía que nadie esperaba algo ni le importaba la poesía. Era como ese brevísimo poema de Guillemo Boido, tan breve como un tajo: “La poesía no se vende/ porque no se vende.” Pero es cierto que los ´90 fueron un momento bisagra para los narradores: el momento en que se dieron cuenta de que ya nadie esperaba algo ni tampoco le importaba nada de las novelas.

En cada uno de esos libros, y de una manera muy personal, se nota una aguda crítica al presente de entonces. ¿Cuánto ven de la época en los libros que escribieron? ¿De qué modo buscaron abordarla?

Gustavo Ferreyra: Bueno, El amparo nace de esa coyuntura: ¿hasta dónde pueden reducirse las condiciones de vida de un individuo o de los pueblos para que estos se rebelen? Y la respuesta es que no hay ningún límite. A fines de los ´80 me planteé esto y a comienzos de los ´90 escribí El amparo: dados ciertos procesos histórico-sociales una persona puede tener a bien ser receptor de carozos (hacer el papel de los viejos sapitos en la mesa).

Aníbal Jarkowski: Pasó mucho tiempo, ¿no? Éramos un grupo -un grupito- de escritores con estéticas muy diferentes. Lo común era una amistad de fierro para sostenernos mutuamente cuando la mercantilización, la explotación, el culto al éxito, la farandulización y la grasada se habían convertido en formas de vida ejemplares. Como marca de la época, por la negativa, están la ironía de llamar "Treinta monedas" a lo que pretendía ser la colección o el diseño particular de cada tapa, confiando en la creatividad de Andrea Chaskielberg antes que en la reproducción de las ideas dominantes. Creo que eso fue de las mejores cosas que hizo Tantalia. En cuanto a mi novela, tenía tomas de posición contra aquel presente. No estaba mal. Es lo que todo escritor debiera hacer siempre. Decíamos “No”.

Miguel Vitagliano: Formábamos parte de esa última generación que todavía pegaba y recortaba papeles para preparar un manuscrito original y que estaba descubriendo los “márgenes justificados” de las páginas en computadoras. El tiempo se aceleró de manera enloquecida desde entonces; pero si me detengo en esto es porque, creo, da una muestra de cuáles eran las condiciones materiales. Es decir: decidirse a armar un proyecto editorial de narrativa era no sólo bastante costoso sino que exigía cierta tecnología que no estaba al alcance de cualquiera. Sin Alejandra Glace, que tenía un taller de diseño y composición, no podríamos haber hecho Tantalia. Con respecto a mi libro, El niño perro contaba la historia de un chico que había vivido como un perro, o que era medio perro y medio hermafrodita, y al que encontraban cuando estaban por demoler el Albergue Warnes. Un antropólogo de la UBA terminaba llevándolo a su casa para estudiarlo. La novela terminaba en la segunda década del XXI, así que aquello que escribí en el pasado sigue esperándome en el futuro. El Albergue Warnes, en cambio, ya no. Ahora es un hipermercado lo que en tiempos del primer peronismo fue un proyecto de hospital modelo para niños; después un centro de fusilamiento durante la última dictadura y en los ´80 una villa miseria. La historia se graba en los cuerpos y la ciudad en nuestro cuerpo colectivo.

Martín Kohan: No veo de ninguna manera en especial lo que publiqué hace veinte años, trato de evitar lo retrospectivo cuando se trata de mí. En cambio veo con admiración hasta qué punto tanto Aníbal como Miguel encontraban ya en esos libros ciertos registros que irían profundizando después. En cuanto a El amparo, de Gustavo Ferreyra, bastaría por sí sola para desmentir la presunción de que en la narrativa argentina de ese tiempo no pasaba nada. Pasaba El amparo, por lo pronto, lo que no es poco decir.

¿En qué proyectos y autores del presente pueden ver la influencia de Tantalia y de su generación? ¿Qué continuidades y rupturas encuentran desde aquel panorama narrativo hasta hoy?”

Gustavo Ferreyra: Lo anterior, lo instalado viene en capas geológicas y la última siempre está algo volátil todavía, dispersa. Quiero decir que a comienzos de los ´90 lo anterior, lo verdaderamente instalado, los que estaban en sus poltronas para mí -ajeno al mundo de la academia- eran los viejos maestros; los que parecían haber estado ahí desde siempre (Borges, Cortázar, Sábato). Como si el mundo de la consagración fuera inmóvil. De alguna manera, Saer, Piglia, Fogwil, Tizón, Castillo, Gusmán, como otros, incluso Puig, que venían publicando desde los ´60, estaban en una suerte de presente aun no asentado. Yo no tenía la percepción de que formaran parte de un sólido sustrato. Supongo que se debía a lo inane de lo literario en la vida del país, a lo poco que movía el fiel de la balanza en la sociedad. Un estado algo gaseoso de la literatura que se perpetúa hasta nuestros días. Para los grupúsculos activos dentro de la literatura todo se hace viejo rápidamente, pero saliendo de esos pequeños círculos concéntricos prácticamente nada envejece, mayormente porque ni siquiera nace. Justamente, este estado gaseoso de la literatura desde fines de los ´80 hasta aquí no permite apreciar continuidades y rupturas. Desde hace 30 años todos estamos más o menos en presente; boyando sin ton ni son y sin darnos cuenta de nada, los de 50 con los de 30. O puede que yo esté muy absorto en la escritura y por lo tanto algo ciego con respecto a la época (escéptico también de nuestra capacidad para juzgarla).

Miguel Vitagliano: Me parece que hoy los proyectos de las editoriales llamadas “independientes” son distintos a lo que buscábamos con Tantalia. Nosotros queríamos publicar, pero diferenciarnos de los circuitos que seguían los libros; hacer una conspiración de escritores. Lo que tratamos de hacer con Tantalia está en mayor sintonía con los encuentros de lecturas que hoy día organizan los escritores; o con las revistas on-line, con todos esos proyectos que hagan una apuesta por lo colectivo.

*

“El mundo es de inspiración tantálica”, escribió Macedonio en un gran relato que lleva ese nombre. Tántalo fue castigado con la sed eterna, por robar la ambrosía, el néctar de los dioses. Así, condenado en el inframundo, Tántalo quiere beber, pero al acercarse, las aguas se alejan. No fue trágico, sin embargo, el destino de Tantalia, que entre el ´96 y ´97 pasó a manos de Florencia Abbate.

Hoy, Martín Kohan, Aníbal Jarkowski, Gustavo Ferreyra y Miguel Vitagliano, son autores de referencia, con escrituras y obras ya consolidadas e influyentes. No son los únicos; esa generación también incluye a Jorge Consiglio, Eduardo Muslip, Carlos Gamerro, Fabián Casas, José María Brindisi, Juan José Becerra, Damián Tabarovsky, Gabriela Bejerman, entre otros.

20 años no es nada. 20 años es el tiempo mítico, la medida occidental de la errancia. Cumplidos los veinte años algo vuelve a su origen. Se vuelva como Ulises, como Jacques Austerlitz o como Gardel, parece ser el tiempo favorable, para recoger y transmitir una experiencia.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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