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“A nadie le importa un escritor”

Una entrevista con Fabián Casas por su último libro, La supremacía Tolstoi (Planeta).

Por Nando Varela Pagliaro. Foto: PZ.

fabián casas

A fines del año pasado Fabián Casas publicó La supremacía Tolstoi, una serie de ensayos sobre temas que cruzan la literatura con la vida cotidiana. Su contenido es tan variado como lo son sus intereses. Hay ensayos dedicados a V. S. Naipaul, a Luis Alberto Spinetta, a Coetzee, a Roger Waters, a Tolstoi, a San Lorenzo y a su perra Rita. En un perfil que escribió Leila Guerriero sobre él, Casas hablaba de un poeta, Hofmannsthal, que decía que la fuerza del círculo vence a la muerte. El escritor de Boedo, como no le gusta que lo llamen, piensa que escribe sobre un círculo y ese círculo son su primo, sus hermanos, su papá y sus amigos. Sobre las personas de ese círculo, pero también sobre el periodismo, Nirvana, el karate, Spinetta, Fogwill, Holanda del ´74 y el Barcelona de Messi, hablamos en esta entrevista.



-Cuando uno te lee da la sensación de que el barrio y los amigos de la infancia estuvieron siempre presentes en vos, ¿cómo es que en ese mundo tan callejero, por decirlo de algún modo, aparecen los libros?

-Lo que pasa es que para mí no hay una diferencia entre la alta cultura y la baja cultura, sino que siempre estuvieron cruzadas. Yo era una persona que vivía en un barrio, como casi todo el mundo, porque es difícil no vivir en un barrio. Toda la ciudad está cruzada por barrios. Salvo que vivas en el campo. Pero a su vez, mi viejo hacía teatro independiente y había estudiado Bellas Artes, entonces él ya tenía una formación de libros. Además tenía a mi primo, que estaba en la pieza de adelante, que era de la JP y él era como muy antiguo en los años setenta. También estaba mi padrino, que era una persona muy importante para mí y que vivía en mi casa. Éramos como una familia Ingalls, esas familias de las que ya cada vez hay menos, esas familias largas. Ahora las familias son cada vez más pequeñas. Esas familias largas eran muy productivas porque se juntaba un montón de gente y todos te estimulaban. Para mí no existía una cultura de la escritura, como algo que te separaba de estar en la calle, de estar con los amigos, de jugar al fútbol o de otro millones de cosas que me estimulaban. Siempre estuvo todo mezclado.

-Muchas veces decís que preferís pensarte como lector antes que como escritor. Pedro Mairal también dice algo parecido, que cuando tiene que completar la tarjeta de embarque prefiere poner que es docente. ¿Por qué cuesta tanto asumirse como escritor?

-No, no es que cuesta tanto, sino que evidentemente yo me considero más un lector que un escritor. Leer, leo todo el tiempo, todos los días y muchos libros a la vez. En una época me preocupaba por si llevaba tranquilizantes en la cartera, cuando la pasaba mal. Ahora, en cambio, lo que pienso siempre es si tengo un libro. Siempre tengo libros y leo diferentes tipos de géneros. Pero por ejemplo, si alguien me prohibiera escribir, me molestaría, porque siempre te molesta que te prohíban algo, pero no sería tan radical como lo que sentiría si me prohibieran leer. Si me prohibieran leer, yo creo que me enloquecería. Entonces, siempre me considero más un lector que un escritor. Es algo real y muy evidente. Yo escribo muy de vez en cuando y de a tirones. No soy una persona productiva en términos de que todos los días me levanto y tengo una hora para escribir. Tengo mi estudio en casa, en donde podría sentarme a escribir y sin embargo no tengo horas en las que estoy en el estudio. Ahora, por ejemplo, estoy más concentrado en criar a mi hija y en karate. Son las dos cosas que más me interesan. Poder hacer karate, poder adelantar y aprender los cinturones. En cambio, para escribir dreno de a poco. Hace poco trabajé un guión con Lisandro Alonso. Para mí fue increíble porque era algo que nunca había hecho. Siempre busco hacer cosas que no sé hacer bien, como el karate. Entonces siento como que eso te empobrece y te obliga a agudizar tu ingenio. No tengo imaginación pero sí tengo ingenio. En ese sentido no es que me cueste o no asumirme como escritor porque por ejemplo, ahora que estoy hablando con vos, estoy hablando y soy un escritor. Leo lo que escribo y lo banco y eso está bueno. O cuando voy a un encuentro de literatura o a otros lugares que me invitan, hablo como escritor y cuento mis experiencias, pero en realidad me considero más un lector. Además, me parece que muchas veces pensarte dentro de la literatura sí te impide escribir y eso es otra cosa. No es que tenga que ver con ser escritor o no, sino con pensarte dentro de la literatura y decir yo soy el escritor de Boedo, soy el escritor de la Argentina, soy el mejor, tengo que hacer esto o lo otro, eso me parece que es improductivo. Te impide escribir, como pensarte dentro de la filosofía te impide pensar. Cuando vos te liberás de esos esquemas, de lo que tiene que supuestamente estudiar un filósofo, yo creo que empezás a ser más creativo porque podés tomar de todas las disciplinas, podés afanar, mezclar, mestizar. Que es donde me parece que pasan las cosas más importantes. Si vos querés escribir periodismo, primero está bueno saber cómo se escribe una nota en prensa gráfica. Está bueno saberlo, pero después tenés que irte de eso, tenés que empezar a cruzarte, a mezclarte, a no pensar en todo eso porque sino te delimita.

-Ya hace muchos años que venís trabajando en periodismo, ¿pensás que el hecho de estar todo el tiempo en contacto con la escritura es contraproducente para tu propia literatura?

-No, para mí son dos disciplinas distintas. La literatura tiene que estar siempre en estado de pregunta y el periodismo siempre en estado de respuesta. El periodismo es el genio de la época, siempre tiene que responder todo y todo el tiempo. Igual, vos le podés hacer trampas a la matrix. De hecho, yo como lector he leído notas en Clarín o en otros medios más estandarizados donde el periodista hace trampas y te tramita información interesantísima. Por ahí le piden una boludez que tiene que hacer, una nota de agenda y el tipo ahí si es un crack, te hace una trampa y salta la matrix. Yo desde chico vengo leyendo a autores que me enriquecían en notas triviales de periodismo.

-Ahora que el periodismo está tan en primer plano, ¿seguís a algún periodista?

-No soy tanto de seguir a periodistas ahora, pero en una época sí. Por ejemplo, Alejandro Caravario que ahora trabaja conmigo era un periodista que a mí me fascinaba lo que escribía y también me gusta su literatura. Después hay todo un grupo de periodistas que se ubicó en un sitio de Internet que se llama Los Trabajos Prácticos, que a mí me gustan mucho, como Esteban Schmidt. Tal vez, no comparto la ideología de ellos porque para mí la ideología es algo que te impide pensar, te propicia para estupideces. Muchas veces me puede gustar lo que dicen, me puede encantar como escriben, pero no comparto completamente su aspecto ideológico. La gente quiere compartir todo y eso me parece que te reduce mucho. Spinetta es una persona que yo amaba y su música me parecía genial. Sin ninguna duda cambió mi vida completamente y hay un montón de cosas con las que no estoy de acuerdo y me parecía un idiota en lo que decía.

-Alguna vez llegaste a decir que para vos era un músico de derecha.

-Sí, para mí tiene un pensamiento de derecha, pero independientemente de todo eso es evidente que yo lo amaba y cambió mi vida. No el tipo porque no lo conocí, pero sí lo que él hacía.

- Una cosa es lo que hace y otra, a veces muy distinta, es su forma de pensar.

-Claro. Para mí lo que está bueno es no comprar paquetes completos, sino tener una relación intensa con una persona y decirle lo que pensás. Yo hace más de diez años vivo con mi mujer, la amo, tengo una hija y sin embargo hay un montón de cosas que no comparto con ella desde ningún punto de vista. Es una relación real, no una relación ideal. La relación ideal se acaba rápidamente. Aparte si vos te volvés muy accesible con las personas que querés, terminás gastando los vínculos.

-Volviendo a tu etapa de formación, empezaste escribiendo en la revista de poesía 18 Whiskys, junto con otros poetas de tu generación con los cuales también hacían una especie de taller literario. Teniendo en cuenta tu experiencia, ¿pensás que los talleres realmente sirven para formar a un escritor?

-Yo a los que quieren ser escritores muchas veces les digo que lean Anna Karenina. Después de leer Anna Karenina, seguro que si tenés que ser escritor, vas a ser escritor. Con esto lo que quiero decir es que el taller literario no puede hacer magia, pero sin duda hay algunos talleristas que pueden ayudar. Trabajar con otras personas y ver la escritura como algo colectivo y no individual me parece algo súper positivo. Para mí la literatura es colectiva, no es individual. Que vos puedas llevar tus textos y que lo puedan leer muchas personas y te los critiquen y que vos aprendas a convivir con la crítica. No que te hagan el diario de Yrigoyen, sino que te ataquen y que te hagan buscar tu voz extraña, no la voz más estereotipada. Si eso se da en un taller, me parece muy positivo. Ahora, el taller que forma clones, que todos terminen escribiendo como el que da el taller y eso es algo que pasa muy a menudo también, eso sí es muy negativo. Igual, el que no va a ser escritor, no lo va a ser por más que vaya al taller o aunque viva con García Márquez. Pero evidentemente, si tenés el potencial, es algo que sin duda te va a ayudar. Es como ver jugar a Holanda. Si vos vas a ser escritor y ves jugar a Holanda de Cruyff, eso te va a ayudar. Siempre me preguntan cuál es el mejor comienzo de la literatura de todos los tiempos y yo digo que uno de los mejores comienzos es el comienzo de Alemania y Holanda del 74. Los holandeses la tocan todos y cuando la vuelve a tocar un alemán están adentro del arco. Eso para mí es uno de los grandes comienzos de todos los tiempos.

-Ya que nos metimos en el fútbol, ¿te gusta más cómo jugaba la selección de Holanda del ´74 que el Barcelona de Messi?

-La verdad que me gustan los dos. Lo que pasa es que a Holanda, quizás no lo pueda sacar del momento en que yo lo vi. Porque yo veo al Barcelona y es algo que ya lo vi. Para mí la revolución del Barcelona es algo que empieza con Rinus Michels, que era el DT de Holanda del 74. En esa época Holanda, al igual que Argentina en literatura, no tenían una tradición fuerte. Eso también lo tematiza Borges en El escritor argentino y la tradición. Cuando no tenés una tradición tan pesada con la que cargar, podés afanar de todas las tradiciones del mundo. Entonces, estás completamente libre. Podés ser un llorón y decir no tengo tradición, soy un idiota o potenciar eso como en el yudo, que usás la fuerza de los demás y decir, como no tengo tradición entonces le afano a todo el mundo. Eso fue lo que hizo Holanda. Al no tener una tradición fue a buscar su fútbol en la forma en que jugaban al handball. Entonces en el handball estás circulando, y en ese sentido fueron más abiertos. Los tipos se liberaron e hicieron cualquier cosa, enloquecieron. Lo que también reconozco es que en lo que supera Holanda al Barcelona es en que Cruyff era hermoso y las camisetas de los holandeses eran hermosas.

-¿Estéticamente eran más lindos?

-Lo superan, claro. Estéticamente eran más hermosos. La forma en que circulaban. Esa cosa de que podían ir con sus novias a las concentraciones y fumaban en el entretiempo. En eso Holanda tiene un plus que supera al Barcelona y Cruyff me parece un jugador descomunal. Messi es un crack que tiene a favor el presente, el prestigio del presente y a su vez Cruyff es un jugador que estaba en el futuro. Era algo que no se podía creer. Yo me acuerdo que una vez le pregunté a Perfumo, porque él lo tuvo que marcar, me dijo que lo intentó pero era un tipo que te enloquecía. Es como esa canción de Prince que dice “no soy un hombre ni una mujer, soy algo que no podés comprender”, eso le pasó a Perfumo. No sabía que hacer con eso.

-Volviendo a la literatura, tu cuento “Ásterix, el encargado” lo corregiste durante más de diez años, ¿con la poesía también sos así de obsesivo o muchos de los primeros versos que escribís después quedan en el poema?

-No, a los poemas, por ejemplo, los voy trabajando en partes separadas. Me acuerdo de un poema del libro El salmón que lo escribí como treinta veces. Lo escribía, lo escribía y lo miraba. Le tocaba alguna palabra, me sentía muy frustrado. Lo daba a leer, me lo devolvían y lo volvía a escribir, así que en algunos poemas, sí me pasa lo mismo. Y en los originales de los libros, que están escritos a mano. Porque la poesía primero la escribo a mano y después corrijo. A veces hay pilas enormes en donde hay diez o doce versiones de cada poema.

-Cuando escribís narrativa o ensayos, ¿también escribís a mano?

-Narrativa a veces escribo a mano y a veces directamente en computadora. Por ejemplo, ahora un relato que estoy escribiendo está trabajado entre computadora y a mano. Depende mucho de cómo esté y en la situación que esté. Hay momentos que me dan ganas de escribir y por ahí estoy viajando, así que escribo a mano porque nunca viajo con la computadora. No viajo con computadora, no tengo celular, tengo celular sólo del trabajo, no tengo Blackberry , no tengo vida virtual. Y cuando no estoy en mi trabajo o estoy de vacaciones, no chequeo ningún mail de nada. Soy medio raro en ese sentido.

-¿Sos muy Holanda del ´74?

Sí, es verdad, soy muy Holanda del ´74. Soy de una generación que creció sin todo eso y al menos yo, no me enloquecí con esas cosas. Me parece que esas cosas te hacen perder mucha experiencia. Si vos estás con tu hijo y estás pasando un momento increíble y tenés que ir a twittear “estoy con mi hijo, estoy pasando un momento increíble”, me parece raro.

-En los recitales eso hoy es lo que más se ve. Hay más gente mirando lo que filman desde su celular que al recital en sí.

-Sí, es verdad. En vez de permitirte que eso que estás viendo quede en tu cabeza y muera con vos. Porque eso es acumular experiencia. La gente ya no tiene experiencias.

-Cuando empezaste a escribir decías que tus lectores imaginarios eran tus amigos de la infancia de Boedo. Ahora que tenés lectores reales, ¿eso cambió?

-Nunca pensé en los lectores, salvo en ese caso muy puntual, que era el origen de los relatos. Ahí yo pensaba que estaría bueno que tal amigo de Boedo lo leyera, pero nunca lo leen. No les interesa lo que yo escribo. Yo me encuentro con ellos a comer y no les importa nada. Entonces, digamos que esos lectores quedaron de lado. Y los lectores reales que aparecen, y aparecen un montón, son muy disímiles y yo no puedo imaginar de dónde van a venir. Pero para mí es un honor. Es algo muy gratificante que aparezca un lector y te diga “te leí, me gusta”, es algo genial y está buenísimo.

- ¿Pero de todos modos, no pensás en un lector a la hora de sentarte a escribir?

-No, no. Yo lo que pienso es que aparezca la voz extraña. Cuando escribo me doy cuenta de que primero aparece un voz que es la mía, la personal, la voz que yo identifico y lo que hago es tratar de trabajar en contra de eso. Trato de buscar una voz, un relato, una forma de escritura que me interese para seguirla, que sea como una piedra en el zapato, que me genere incertidumbre, que me dé vergüenza. Una vez que siento eso, recién ahí empiezo a trabajar. Por eso estoy mucho tiempo con cada texto y no puedo firmar contratos. Porque yo no escribo una novela por año, ni trabajo de esa manera ni lo voy a poder hacer nunca. Porque por ahí estoy diez años con un cuento y eso para una editorial es improductivo.

-Antes hablabas de tu falta de imaginación, decías que como no tenés imaginación siempre terminás apelando a lo mismos temas. De hecho muchos de los personajes que aparecen en tus libros son reales: tu hermano, tu papá, tu padrino. ¿Cómo toman ellos verse en tus relatos?

-Mis personajes surgen de algo real, pero en realidad no lo son. Por ejemplo, Ásterix tiene un origen real. Fue real, pasó. Al portero del edificio donde yo vivía lo habían acusado de matar a dos personas y era mi amigo. Durante diez años lo que me pasó fue que esa personalidad que era real, el nombre real, que no era ni Ásterix el nombre de él ni físicamente era igual al que yo relato, era tan fuerte para mí que no me permitía ficcionalizarlo. Entonces, tiene que pasar que en algún momento eso que origina la experiencia se mueva a una musiquita y yo lo pueda escribir. Tiene que dejar de ser la persona real. Mi papá es mi papá, pero cuando yo lo empiezo a trabajar para poder escribirlo, tiene que mutar en otra cosa. Porque si se convierte mucho en mi papá no me deja escribir. Quedo esclavo de lo que es él.

-Pero cuándo ellos se ven dentro del libro, ¿te ponen algún límite o sos vos el que se pone algún límite?

-Hay un cuento que se llama “La mortificación ordinaria” que habla de un tipo de la JP que es un Montonero y tiene el mismo nombre de mi primo y la historia que cuento es la de mi primo. No lo que pasa, pero su historia vital sí es y a él no le gustó. No es que no le gustó, sino que lo afectó mucho cuando salió. Es un cuento medio oscuro. Yo construí una ficción pero el pasado de su personaje es lo que es él y para mí es un homenaje a él y a esa juventud que fue increíble. La juventud de izquierda, no solamente la JP, sino toda la juventud de izquierda que en los setenta puso el cuerpo para cambiar las cosas.

-Alguna vez hiciste referencia al territorio, al escritor y el país, decías que la etiqueta de escritor argentino mucho no te cierra. En una vieja entrevista también declaraste que preferías pensarte como un patriota, pero del barrio de Boedo. ¿Cuán importante creés que es encontrar un territorio a nivel literario? ¿Imaginás tu literatura fuera de Boedo, por ejemplo?

Yo trabajo sobre el barrio ese porque no tengo imaginación, sino hubiese construido otro barrio. Yoknapatawpha como construyó Faulkner. En definitiva aunque sean barrios ficcionales, lo que construyen estos escritores es evidentemente el lugar donde van a situar sus historias. En ese sentido, para ese tipo de escritor, fue importante porque fueron escritores que de alguna manera necesitaban tener una ubicación territorial, como hasta ahora está demostrado que lo necesito yo. Pero el futuro, mañana es mejor. Por ahí hago otra cosa. Nunca trato de determinarme por las cosas que digo porque terminás discutiendo con tu propio grito. Decís una cosa y después quedás esclavo de lo que dijiste. Yo te diría que hasta ahora fue funcional, productivo, situar las historias en determinado lugar, pero cuando me empiezan a llamar y me dicen: che, ¿vos sos el escritor de Boedo? Vení a Boedo para hacer tal cosa. Yo digo que no soy el escritor de Boedo, no tengo una inmobiliaria en Boedo, no me interesa vender los lugares de ahí. Yo vivía ahí y escribí las historias porque no las podía situar en un lugar ficticio porque no lo inventé, no me dio la cabeza o no me interesó. Creo que hay determinados escritores que necesitan eso y hay escritores que no. Beckett, que es un escritor que yo admiro mucho, que me parece genial. Aunque él es irlandés y todo lo que le pasó con Irlanda. De hecho él fue pedido por la resistencia francesa y después volvió a su país, porque estaba su madre ahí, pero sus historias no se sabe dónde pasan. Molloy u otras novelas de él no tienen una ubicación. Uno puede encontrar, a veces por la forma de hablar, cosas que pueden ser típicas de Irlanda, pero no sabés dónde pasan. Entonces, para él, ese especie de territorio difuso le fue funcional. En cambio en Proust sí. La campiña donde el creció para él es impotante. Para García Marketing todo Macondo, Comala para Rulfo o Santa María para Onetti.

-Cuando hablamos de tus lectores, me dijiste que tus amigos de la infancia no te leen. En cambio Fogwill sí te leía. Tengo entendido que él era uno de tus primeros lectores. Ahora que ya no está, además de extrañarlo como amigo, ¿lo extrañás como lector?

-No, yo lo extraño como amigo. No lo extraño ni como lector ni como escritor. Yo lo que extraño es la voz de él. Él me llamaba una vez por mes y cuando mi mujer estaba embarazada me llamaba todas las semanas para saber cómo iba el embarazo. No lo veía todos los días porque era muy intenso y lo quería matar cuando lo veía todos los días, pero por ahí cada quince días o una vez por mes nos encontrábamos. También viajamos juntos. En una época, antes de que naciera mi hija, estuvimos de vacaciones en el mar con los hijos de él y mi mujer. Yo extraño eso. Extraño a mi amigo, a la persona real. Los libros de él ya los leí. Hay autores que yo leo y me gustan mucho y no me importa conocerlos. Lo que extraño es la persona. Se extraña eso y la voz. De las personas que no están, de mis seres queridos, por ejemplo, José Luis Mangieri, que era mi editor de Tierra Firme, que fue una persona muy importante para mí, lo que más extraño es la voz. Creo que es eso lo que más extraño, porque la voz es lo que vuelve siempre. Extraño el tono, las cosas que te decían. Ni siquiera es que los recuerdo en algunos lugares por los que paso. Yo recuerdo la voz, es raro, pero recuerdo eso.

-Recién nombraste a José Luis Mangieri, tu primer editor. ¿El hecho de arrancar publicando poesía pensás que te ayudó a que no te pese tanto el dilema tiempo- obra publicada?

-Para mí fueron productivas dos cosas, primero que empecé escribiendo poesía y como a nadie le importa nada de eso, me permitió trabajar cada libro durante siete u ocho años con mucha tranquilidad. Después que soy un escritor y en este país a nadie le importa un escritor y eso para mí está buenísimo. El escritor no ocupa ningún lugar, no tiene ninguna incidencia. En otros países, por ejemplo en Francia, los escritores conocidos o que tienen cierta repercusión, son como culones, son Voltaire. Sus opiniones se debaten y entonces el escritor deja de escribir y se convierte en un idiota, en un culón. En Argentina hay escritores que pueden creer que son eso, pero es tan evidente y tan estúpido que no tiene consistencia. Entonces, como desde tu país no recibís un lugar importante, a mí me parece muy productivo porque eso lo único que hace es que no estés pensando en boludeces y que te concentres en escribir, que hagas literatura, que escribas.

-Durante un tiempo dijiste que para vos fue salvador el hecho de que no hayan reparado en vos a nivel literario. ¿Extrañás algo de esa época ahora que sí tenés lectores?

-No, porque independientemente de los lectores, a mí en mi vida no me conoce nadie. Yo voy en colectivo, voy en subte. Esporádicamente aparece algún lector que me saluda y me parece genial, pero después no siento nada más. Lo que siento es buena onda de personas que te escriben o te proponen cosas. Como cuando me llamó Lisandro Alonso para hacer una película. Yo era súper fan de él y me pareció genial. Después, encima descubrí que es una persona increíble, así que mejor. No siento mucho el cambio porque mi vida no cambió. No me pasó algo como lo que le puede pasar a un boxeador que después termina saliendo con una vedette. Tengo la misma vida de siempre. Trabajo ocho o nueve horas. Estoy con mi hija a la mañana. Voy a Karate como iba siempre. Estoy con mis amigos y a la mayoría de ellos ni les interesa lo que yo escribo.

-¿Y no te sentís presionado por esos lectores para tener que publicar?

-No, en lo que sí pienso es en cómo me gustaría trabajar tal o cual cosa que quisiera escribir. Ahora, por ejemplo, volví a escribir poesía y la voy escribiendo en las últimas páginas de los libros que leo. Termino teniendo todo separado y después tengo que buscarlo para trabajar en eso. Pero la verdad es que este proceso se activó siempre en mí. Igual, siendo totalmente sincero, tengo una vida absolutamente normal y no percibo ningún tipo de mirada que me esté encima como para que me obligue a hacer algo. En ese sentido estoy muy relajado.

-Yendo para atrás, cerca de los veinte años hiciste un viaje de mochilero, ¿qué pensás que te aportó ese viaje a nivel personal y literario?

-Me dio experiencia y me convirtió en una persona sin miedo social. No tengo miedo de quedarme sin trabajo, puedo tener preocupación, pero no miedo. En el viaje dormí en la calle y en cualquier lado. Viví seis meses en taparrabos en el Amazonas eso me ayudó a liberarme de las cosas. A partir de ese momento me gusta mucho viajar y viajo mucho todo el tiempo que puedo. En ese viaje, también me di cuenta lo importante que es no cargar peso. Que no es necesario llevar muchas cosas. Yo soy una persona que se reduce todo el tiempo. No tengo mucha ropa, no tengo muchos libros. Trato siempre de pasar las cosas. La gente que viaja es muy particular porque todo el tiempo te van pasando las cosas que tienen. Aprendí esa disciplina, que el peso sea poco porque si la mochila es muy pesada, no se puede viajar. Eso fue muy importante para mí porque me dio lo que se dice en karate, un equilibrio. El karate siempre busca el equilibrio porque sin equilibrio no se pueden tirar patadas ni podés defenderte.

-Durante la entrevista varias veces nombraste el karate, alguna vez dijiste que hacés karate y antes hacías boxeo para domesticar la melancolía. Si no hicieras karate, ¿cómo pensás que eso influiría en tu vida y en tu literatura? ¿Escribirías más?

No, ni loco. El karate me da alegría. Si no hiciera karate, y lo podés hablar con mi mujer, sería un monstruo.

-¿Hacés karate todos los días?

-No. Antes hacía tres veces por semana y ahora hago dos nada más porque hay dos días que nos turnamos con mi mujer por nuestra hija, pero yo tengo que hacer Karate. Cuando hago, me levanto de otra manera. Hoy hice karate, por eso estoy de buen ánimo. Es central para mí. Tiene que ver con el equilibrio. Me produce endorfinas. Me da alegría. Me abre la cabeza para pensar cosas. Si no hiciera karate sería una persona mucho más mediocre todavía. Sería más oscuro, más nervioso, más estresado, con menos aire para pensar. Uno tiende siempre a tratar de representar cosas y cuando estás obligado a representar cosas, te convertís en un esclavo. Cuando estás haciendo karate, te olvidás mucho de tu ego, trabajás mucho para que no te peguen. Eso para mí tiñe toda mi vida.

-¿Y por qué creés que es necesario domesticar a tu melancolía, no podés escribir desde ahí?

-Para mí la melancolía y la nostalgia son enemigos. La nostalgia es como un compañero de la muerte. La melancolía y la nostalgia te hacen estar en estado de sopor, te hacen huir de tu destino, volvés para atrás y te regodeas en cosas que ya pasaron. Spinetta ya lo dijo “mañana es mejor”. Yo me doy cuenta que cuando estoy bien, estoy hacia el futuro, proyectado a hacer cosas. No en la melancolía, en el llanto, en lo que tendría que haber sido y no es.

-Tus últimos libros a mí me hacen acordar a Espoiler, el blog en el que Casciari se dedicaba a escribir sobre series. En ese blog él decía que trataba de transformar en algo productivo lo que más le gustaba hacer: tirarse en el sillón a mirar la tele, ¿me equivoco si digo que tus libros de ensayos también son la excusa como para sentarte y escuchar toda la discografía de Nirvana, Spinetta u otras cosas que también te interesan?

Lo que pasó en realidad fue al revés. Yo descubría una biografía sobre Kurt Cobain que me gustaba mucho y la leí. A partir de esa biografía me dije voy a escuchar a Kurt Cobain y empecé a escuchar Nirvana. Cuando yo agarro un objeto trato de tomarlo por todos los lados. Entonces vi películas sobre Cobain, sobre Nirvana, sobre el Grunge, que ya ni sabía qué carajo era. Sabía que mi hermanito me había hablado de eso, pero no tenía ni idea del movimiento Grunge. Lo único que podría decirte era que el Grunge tenía que ver con Seattle, con tres grupos, pero no sabía nada más. Y de golpe entré a buscar y ahora soy casi un experto. Pero fue porque me interesó una biografía o porque me puede interesar algo que me diga alguien. Por ejemplo, Martín Caamaño, un amigo mío que hace música en Rosal, un día me dijo comiendo en mi casa que había una película que se llamaba Reencarnación que le había encantado. A partir de eso la vi, vi quién era el director, vi sus otras películas y a su vez empecé a trabajar sobre la reencarnación y escribí un ensayo.

-¿Pero cuando investigás tanto ya lo hacés con la idea de volcarlo en algo escrito?

-No, por ejemplo a uno de los autores que más he leído y que creo que tengo todos sus libros, inclusive en el idioma original y también he leído diarios, bocetos, libros que están publicados sólo en Francia y acá no, es Céline y sin embargo nunca escribí nada sobre él. Por ejemplo Pixies, yo soy fanático de esa banda, he escuchado todos sus discos, he leído libros, he buscado un montón de cosas, he visto documentales y tampoco nunca escribí nada todavía. Hay algo que te hace bajar a escribir que no sé qué es, pero no tiene que ver con el interés, porque a mí me fascinan. Pero quizás de todo lo que leo y todo lo que veo, no tengo nada que decir. Solamente lo disfruto. Quizás la diferencia sea que en algunos casos sí encuentro cosas que puedo decir. Me parece que no está bueno agregar algo si no tenés nada para decir, si no suma.

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