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Andi Nachon: treinta años de hacer poesía

Y su obra reunida, En la música vamos

Editorial Bajo La Luna acaba de publicar todos sus libros en un solo tomo: desde SIAM, que sacó con tan sólo 19 años, hasta el inédito que le da nombre a En la música vamos. Este año, además, la guionista, profesora de letras y poeta nacida en Buenos Aires en 1970 publicará su primera novela por Caleta Olivia. 

Entrevista Valeria Tentoni. Foto de Valentina Rebasa. 

 

"A mí la escritura creo que me permite aceptar lo terrible y maravilloso que es estar acá: esa experiencia de lenguaje me hace posible procesar eso", dice la poeta, fotógrafa, guionista y docente Andi Nachon, nacida en Buenos Aires en 1970. Acaba de publicar En la música vamos, que reúne su poesía escrita entre 1990 y 2019. Antes, apenas, había salido reeditado su segundo libro por Caleta Olivia, y fue esa reedición la que disparó la propuesta de los editores de Bajo la Luna de reunir su obra al momento en un solo tomo.

Joven violinista, su profesor le prestaba libros y libros y además fue quien le recomendó asistir al taller de poesía de Diana Bellessi. Tenía 15 años. Más tarde, Nachon se graduó como Profesora de Letras. Pasó de trabajar en escuelas secundarias -superponiéndolo por motivos de supervivencia con labores gastronómicas- a dar clases en la Universidad Nacional de las Artes con Alicia Genovese, junto a quien imparte el Taller de Poesía.

Este 2020, además, la autora de Taiga, La III Guera Mundial, Goa y Plaza Real, entre otros que se hacen lugar dentro de En la música vamos, estrenará su puesto en los estantes de narrativa con su primera novela: "Se llama Dos o tres días de fiesta. Sigue a una chica que trabaja en un negocio de quiniela en 1994. Es una novela pequeñita", adelanta. 

  

En la música vamos salió muy cerquita de la reedición de W.A.R.Z.S.A.W.A. por Caleta Olivia, ¿cómo fue ese proceso?

W.A.R.Z.S.A.W.A. se reeditó en 2017, y como la primera edición, de los años noventa, era de Bajo La Luna, hablé con ellos para pedirles permiso. Fue ahí que Miguel Balaguer me preguntó: "¿No pensaste en hacer una poesía reunida?" Ese fue el disparador.

¿Cómo fue reencontrarte con tu segundo libro, agregarle la contratapa de Mariano Blatt? 

Yo lo quiero mucho a Mariano, lo conocí por un taller que daba en el Centro Cultural Rojas sobre vanguardias. Su lectura es amorosa, por sobre todas las cosas; es la lectura de alguien de otra generación a quien que en cierta medida vi crecer, y me encanta lo que hace.

Él hace hincapié en el ritmo, en la respiración, ¿cómo pensás estos elementos?

Él subraya las dos cosas que me desmarcan de los noventa, me parece. Ese trabajo con cierta rítmica, cierta respiración y fraseo del poema que hace sentido. Para mí siempre el poema nace desde cierta sonoridad, cierto aliento propio que diría marca cada uno de mis libros. Muchas veces me sorprendo cuando la gente dice "yo ando con un cuadernito y escribo ideas": yo no escribo ideas. Es eso, es una respiración, es un latido que voy siguiendo, voy repitiendo y voy trabajando, ajustando. En general, el primer verso es el disparador del tono y de la cadencia. En los distintos libros siempre está presente ese trabajo, pero con búsquedas un poco distintas.

El imaginario de W.A.R.Z.S.A.W.A., si no leí mal en otra entrevista, tiene algo que ver con el imaginario del tema de Bowie, que por otra parte es muy experimental y trabaja incluso por fonética.

En realidad, me regalaron el título. Alguien me dijo que era un lindo título para un libro. Yo ya había escrito un poema que se llamaba Varsovia. Pero sí, adoro ese tema de Bowie; Bowie es la banda de sonido de mi vida. Y sí fue por dos cuestiones: por una parte, porque me encanta Bowie como músico, que da vueltas los temas, como Ashes to ashes, y ese tipo de búsquedas siempre me encantaron, y a nivel letras también me gusta. Varsovia porque toda la vida me sentí una refugiada rusa, de hecho el libro juega con ese imaginario. Fue el segundo libro: salir del primero y buscar un tono realmente propio me llevó mucho tiempo. Creo que es un poco eso y el horror de los noventa lo que atraviesa W.A.R.Z.S.A.W.A. Es casi un libro de ciencia ficción, en lugar de anclarlo en el realismo que era los que atravesaba más la narrativa e incluso a mis compañeres de generación. 

¿Cuando sale este segundo libro, ya estabas en el taller de Diana Bellessi?

No, yo estuve en el taller de Diana muy chiquita, a los quince, con SIAM. Mis últimos tres años de secundario.

¿Y cómo llegaste ahí? 

Por un golpe de suerte. Mi maestro de violín siempre me pasó libros, en un momento me preguntó si escribía y me dijo que hable con su primo y él fue quien me pasó el dato.

¿Cómo eran esos años en Buenos Aires, en los que te formaste y escribiste tu primer libro?

Toda mi etapa de la adolescencia fue en la primera democracia, había mucha cosa para hacer, muy de estar fuera de la casa familiar. Era el estallido de todo, el Parakultural, el Rojas, los ciclos de cine, Cemento, mucho reviente. Había a la vez algo muy oscuro y algo muy celebratorio. Todavía era muy heavy estar en la calle. Nunca en mi vida me pidieron tantas veces documento como entre el 85 y el 94.   

¿Y al violín cómo llegaste?

El violín, de los instrumentos, es uno de los más exigentes, y de hecho cuando dejé tocaba muchas horas por día. Me fascinó, a los siete años. Iba a conciertos con mi mamá, y en algún momento dije que quería tocar violín. Todo el proceso de vincularte con un instrumento para mí fue fundamental, hay algo de la disciplina, del manejo de la frustración, del manejo de ciertas cosas que un instrumento como el violín te inculca. 

El violín es un instrumento un poco díscolo, no tiene trastes, no hay casi guía, dependés del oído, ¿no?

Dependés de la digitación y de tu oído y de la práctica.

Pero si no tenés el oído entrenado en la afinación no sale.

No, pero el oído se educa.

¿Y sentís que tu oído se educó también como oyente de poesía? Arrancaste en una época en la que ya había un montón de lecturas.

Yo siento que las lecturas de los ochenta y noventas fueron formativas. Yo iba a lecturas a los 16, 17, cuando Mirta Rosenberg estaba leyendo Madam, Susana Villalba estaba leyendo Susy, secretos del corazón, fui a la presentación de Eroica de Diana Bellessi... Toda esa época, llegué a escuchar a [Francisco] Madariaga, a [Edgar] Bayley, en ese periodo. Eso para mí es fundamental. Siempre insisto, cuando alguien trabaja conmigo, en que vaya a lecturas: sobre todo las de las voces mayores, porque te dan otra dimensión. No es lo mismo leer a Escudero habiéndolo escuchado antes. Una sola vez lo escuché en el San Martín: lo había leído y me gustaba, pero de pronto escuchar la cadencia, algo de la puesta del cuerpo en la lectura que fue increíble. En el caso de Escudero el trabaja con una lengua muy particular y muy anclada en cierta zona y cierta época y cierto contexto: de golpe, ahí cobraba vida. Si bien los poemas viven en el libro y más allá del momento de escucha, para mí oír a Orozco, por ejemplo, oír a Orozco, la sacralidad de Orozco, que vos la leés en voz alta y llega a vos, ¡pero no sabés lo que era ella con esa voz grave! La vi un montón de veces, y de hecho leí con ella la última vez que leyó en Babilonia. Ella ya estaba leyendo sus poemas inéditos. Era muy cercana, tenía un humor negro maravilloso.

Olga escribía con tres piedras en la mano, con sus talismanes. Vos también tenés talismanes encima, ¿no? Unos muñequitos de Star Wars...

Sí, ahora tengo un Miyazaki y un Yokai. Tengo en casa muchos juguetes, y cuando me trabo escribiendo suelo agarrarlos, pero no es la cosa tan mágica de Olga. Tengo de todo. Son cosas que amo. Participan más de la cultura popular o de la baja cultura: dibujitos animados, animé, manga.

¿Por qué los tenés?

Porque hay que agararse a algo en la vida. Y estas cositas son propias y no son valiosas. Me gusta que puedan ser cositas menores.

¿Qué habías leído cuando llegaste al taller de Bellessi?

Fui muy lectora desde chiquita. Mi profesor de violín, por ejemplo, me prestó toda su biblioteca de Robin Hood: cada semana no solamente iba a  violín sino que volvía con tres o cuatro libros. 

W.A.R.Z.S.A.W.A. es el libro de una refugiada, dijiste. ¿Hay algo de refugio en la poesía para vos?

No me gusta anclar la poesía en términos ni de salvación ni de dolor. Lo que puedo decir es que la escritura en mi caso, en mi experiencia, fue un centro. Yo llego a la escritura en una adolescencia complicada donde tenía muy pocas herramientas: tenía el violín, tenía la lectura y no mucho más. Y la escritura fue siempre un centro.

La belleza es otra presencia en tu libro, ¿cómo la pensás? ¿También como un centro?

Sí, pero no la gran belleza, sino la pequeña belleza, el brillo de todo esto que en cierta medida está siempre desapareciendo, fugándose.

Son treinta años de poesía, ¿cómo decidiste incluir SIAM, que es de 1990?

Sin SIAM no hubiera llegado a En la música vamos. Sé que hay muchas poéticas que resuelven dejar atrás los primeros libros, como Juana Bignozzi; es una decisión válida, ella considera que su voz aparece desde ahí. Si bien yo siento que SIAM no es el libro que más me gusta, sin ese libro nada del camino siguiente hubiera estado.

Es un libro muy maduro para ser un primer libro.

Yo lo veo y me veo. Realmente SIAM me corrió de ciertas experiencias, de cierta forma de estar en el mundo. Poder atestiguarla hace que no te entregues y te pierdas, ¿no? Tiene que ver con una adolescencia dura. A un primer libro llegás con todo, con todo lo que sos, con tu historia; desde ahí, a los libros llegás de otra forma. Cuando sacamos el libro con Nusud todavía era fotocomposición, la tapa era de placa de metal, cartulina.

Armaste la antología de 2007 con Del Dock, Poetas argentinas 1961-1980, y vos habías estado en la presentación de la antología anterior por el mismo sello, la que hizo Irene Gruss, de 1940 a 1960.

De muy chica hice una amistad profunda con esa generación de poetas mujeres. Irene Gruss era muy rigurosa, nunca hice taller con ella. Sólo hice taller con Diana, pero después tuve la fortuna de tener poetas amigas que siempre fueron muy generosas en sus lecturas con material mío. Irene siempre estaba con ese ojo de lince en las lecturas, y si bien no tuve la cotidianeidad que sí tuve con Mirta o con Susy Villalba en algún momento de mi vida, con Irene cada tanto nos tomábamos un café. A esa generación la quiero mucho.

¿Sentís que aprendiste algo de Irene?

Sin duda. Sólo con leerla, esa cosa entre la rigurosidad y la bajada de línea pero a la vez una mirada que de pronto le da brillo al afuera es Irene y es su poesía. Tiene algo increíble, cierta subjetividad, una sensibilidad muy particular, donde se para en un lugar doloroso y lo revierte. Eso siempre me fascinó, es lo que me pasó cuando leí El mundo incompleto. 

¿Y de Diana? Por ejemplo, la cadencia en la lectura tuya es muy cercana a la suya, ¿no? Hay una música que comparten.

Soy un poco más sincopada que Diana. Diana, sobre todo en los últimos quince años, ha logrado un tono y un trabajo formal que... chapeau. Lo mío es un poco más rocker. Trabajo la musicalidad, sí, pero pensá que Diana puede hacer una corona de sonetos, ¡y sostenerlos ahí! De Diana aprendí un montón de cosas, ella me habilitó desde lecturas de poetas mujeres a un mundo de poesía argentina contemporánea a la que ir; yo estaba leyendo a Pizarnik, Gelman, y de golpe leí Ova completa de Susana Thénon, me lo pasó ella. Juan L. Ortíz... Uno de los primeros libros que me prestó fue En el aura del sauce, la vieja edición. Un mundo de lecturas, y también una forma de vincularse con las escritura. Del trabajo y la atención, de la escritura como una forma de estar.  

¿De vivir?

No de vivir, porque ahí aparece otra cosa. De estar atenta una misma a lo otro, que me parece eso es un poco escribir. No es que vivís como poeta, pero sí hay una cuestión de atención en la mirada, en el afuera. Yo en la escucha, en lo que dicen y oigo. Y que se podía hacer eso, que esa era una posibilidad: si me preguntás qué te habilitó Diana, que la escritura era una posibilidad. Y no algo allá arriba: una posibilidad. Es un montón.

Cuando elegís los nombres de tus libros, hay una marca geográfica muy fuerte. Son lugares, algunos. ¿Por qué?

Los primeros libros están muy marcados por zonas, territorios. Para mí los libros tienen que ver con construir un espacio, y en los primeros libros esos territorios tenían un carácter quizás más mítico. Cierta espacialidad construye la poética, cierto movimiento que capta o en el que fluye hacen a esas zonas. SIAM, W.A.R.Z.S.A.W.A., Taiga, Goa... Son las construcciones de un mundo propio, que son los libros. El último que tiene esa caractrística es Plaza Real.

¿Taiga qué era?

La última zona que tiene vegetación antes del Ártico. La última zona de tierra, donde hay determinada vegetación. Ese libro en particular es un libro que se ancla en lo doméstico; en el anterior, W.A.R.Z.S.A.W.A., necesité irme al espacio y a los campos de regugiados, y en Taiga están mis peces, mi perro, el día a día de la supervivencia, mis amistades, ese construir hacia dentro cierto espacio de alianzas protectoras, que fue lo que aprendimos en los noventa.

En el inédito que da nombre a la obra reunida ya aparece tu hija, ¿cómo llegaste a ese libro?

Es un libro que cruza muchos años. Hay libros que se me solapan, algunos poemas de En la música vamos aparecieron cuando estaba intentando cerrar La III Guerra Mundial. Ese libro también me llevó mucho tiempo, apareció primero un poema largo promediando los 2000, lo leí en Belleza y Felicidad.   

En tu escritura siempre está el tema del adentro y el afuera, del refugio y el viaje, la calle y la casa...

Sí, la vida es muy complicada y en este autismo loco el afuera siempre es muy tentador. De hecho yo me vuelco mucho al afuera, pero esa dialéctica está. Y es muy loco cuando te pasa con alguien que está descubriendo el afuera, y eso está en el último libro. El afuera es esplendoroso; es complicado, es doloroso, pero es una maravilla.

Volviendo a la antología, acerca de tu criterio, ¿qué te hizo quedarte en un poema, desear seguir leyendo? ¿Qué buscás en un poema?

La antología se publicó en 2007 y yo la empecé a armar en 2005. Yo no sé si hubiese elegido hacer esa antología, igual aprendí un montón haciéndola. Sobre todo fue un gran ejercicio de renuncia, porque de la primera versión a la que tuvo que quedar hubo muchas renuncias, de autoras, de poemas, de todo. En ese sentido, estoy agradecida. Fue un hermoso ejercicio para leer a mis contemporáneas. Como lectora soy medio omnívora. Sé que las lecturas que me marcaron tienen que ver con cierta tensión que atraviesan las poéticas de las mujeres de los ochenta, pero para mí por ejemplo Arturo Carrera fue una lectura fundamental, también Szpunberg o Lamborghini, los dos, Osvaldo y Leónidas... Lo que me detiene en un poema son dos pulsiones muy distintas: donde me sorprendo, ¿qué experiencia a contrapelo de la propia me permite vivenciar?, y donde en general reconozco una mirada. Una mirada que no es la mía pero que me hace reconocer algo, y me puede pasar con escrituras súper distintas a la mía.

Además de ser docente, te dedicás al cine. ¿Cómo llegó eso?

Estudié fotografía de chica y finalizando los noventa empecé a trabajar con artistas visuales, cruzando fotos y poemas, teníamos un ciclo de lecturas, y me encontré trabajando en un colectivo artístico instalaciones. Empecé a filmar videos para amigos, y a raíz de eso me convocan del Canal de la Ciudad para hacer un programa para un ciclo que se llamaba "Luz propia", y a partir de ahí empiezan a aparecer otros laburos. Siempre me encantó el cine. Si me preguntás qué hice en la adolescencia: ir a bailar, ir al cine y sobrevivir. Para mí esto implicó poder pensar con otros: sea audiovisuales o sea una serie para chicos, la posibilidad de pensar con otros, que es re difícil y no siempre es grata, es lo que más me interesa. Es precioso, es otra frecuencia de pensamiento.

¿Y sobre la novela que viene? ¿Qué te gusta leer en narrativa?

Soy muy lectora de narrativa, me gusta mucho leer novelas. Narrativa de mujeres norteamericanas: Carson McCullers, Flannery O'Connor, Cynthia Ozick, Dorothy Parker... Si me preguntás qué lecturas me marcaron de acá, Sara Gallardo, Griselda Gambaro, Juan José Saer. Hay más, Uhart, Demitrópulos, muchas más.

Para cerrar: en una entrevista dijiste que esta obra reunida es como una cápsula del tiempo. ¿Cómo es escribir después de publicarla?

Sí, de pronto lo veo y digo: ah, está todo ahí. Mucho o casi todo lo que escribí está ahí. Es raro, es ver tu historia, no la que sos ahora. Para mí siempre salir de un libro es complicado, se solapan cosas. Me lleva un tiempo de sedimentación. Ver este libro me produce algo así como calma. Es eso. Es una capsulita de tiempo. No es tanto ni es tan poco. Me da alegría haber podido hacerlo.

 

 

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