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Arturo Carrera: “No tengo voluntad de escribir nada autobiográfico”

Por Gonzalo León

“Me di cuenta de que todos los temas que yo toco en mis otros libros de poemas estaban de alguna manera contenidos acá”, explicó Carrera sobre Anch’io sono pittore! (Mansalva), libro que que recorre la primera infancia de este poeta nacido en Pringles y reconstruye brevemente el pasado de pintora naif de su madre.

 

Por Gonzalo León. Foto de Fabio Bracarda.

 

Anch’io sono pittore! es el nuevo libro de Arturo Carrera y si bien está en la colección de no ficción de Editorial Mansalva no elude o más bien aborda lo que ha sido su producción poética desde 1972 con Escrito con un nictógrafo hasta Los ritornelos, porque aquí se encuentran sintetizados muchos de los temas e incluso algunos de sus títulos.

Los materiales que usa Carrera son variados: entrevistas, ensayo duro y blando, poemas. En este sentido perfectamente podría haber estado en la colección de poesía y ficción de Mansalva. Por otra parte, también es un libro de no ficción. Aquí están los pintores que Carrera admira y ha admirado: Marcia Schvartz, Guillermo Kuitca, Alfredo Prior, Juan José Cambre, Enrique Aguirrezabala, entre otros. ¿Pero por qué hablar de arte y de su relación con los artistas? Bueno, Anch’io sono pittore! es precisamente la respuesta a esta interrogante, una respuesta que recorre la primera infancia de este poeta nacido en Pringles y reconstruye brevemente el pasado de pintora naif de su madre y la muerte temprana de ésta.

 

Este libro se puede mirar o leer de dos formas: por un lado tu relación con la pintura y a los artistas que admiras y por otro lado el bagaje de imágenes de un poeta referidas al arte.

Yo creo que se pone de relieve ese famoso dicho de Horacio que dice ut pictura poesis, que era una epístola que él escribió a los hijos de un amigo, y donde les enseñaba cómo se tenía que escribir. A la vez es la famosa frase que después recorrió toda la cultura hasta hoy, y siempre hubo algunos que pensaron sí, ut pictura poesis significa “como la pintura como la poesía”, pero algunos decían “no, porque la poesía no puede llevar adelante el operativo del pintor, no tiene esa tensión con los materiales”. Mi lectura constante de un poeta que murió hace poco y del que fui amigo, Yves Bonnefoy, para quien esta frase la vivía, la ponía en acción, ya que escribía poemas como si estuviera pintando: miraba a los pintores del quattrocento italiano, miraba a los arquitectos, miraba toda la cultura occidental como si él fuera un gran escultor, un gran pintor, y de hecho los poemas son eso, entonces eso por un lado. Pero en realidad cuando escribí este libro a lo que me estaba refiriendo era casi a un mecanismo autobiográfico, porque yo había escrito algunos artículos para algunas revistas y unas notas para una visita guiada de la retrospectiva de Guilermo Kuitca en el Malba, y estas notas eran como poemas sobre Guillermo, pero lo más importante de este libro es que muestra la gran amistad que tuve con esos pintores. No sé si las artes generan este operativo de la amistad, aunque como cuando Borges dice que si hay algo extraordinario en La divina comedia era que lo que Dante proponía era rescatar el tema de la amistad, el tema del afecto.

Pound decía que La divina comedia era un tratado sobre la usura.

Claro, lo que pasa es que la novedad de Pound es que puso como centro en su libro de los Cantos el tema de la usura, entonces analiza todo bajo esa óptica. Pero volviendo a Anch’io sono pittore!, lo que me sorprendió cuando terminé de escribirlo fue esta especie de ceremonia de la amistad en distintos niveles. Empiezo con Marcia Schvartz, a quien conocí en los 80, y fue extraordinario lo que descubrí en su pintura: los mecanismos para poner en acción todo el operativo de su gusto por la pintura, cosa que de alguna manera me transmitió. Al mismo tiempo yo me iba haciendo amigo de Guillermo Kuitca, y un día estaba en su casa; fui al baño y en los banquitos que suele haber allí estaba mi libro Arturo y yo, y me creó mucha intriga, y le dije por qué lo leía y me respondió que ese libro había venido a reemplazar otro que él tenía, y que eran los poemas de Vladimir Holan, y ahí empiezo a leer a Holan, que era un poeta que no estaba en el canon de lo que había yo frecuentado. En el caso de Prior, bueno, también fue extraordinario, porque yo lo conocía cuando los dos estábamos en la misma aula, cursando la materia Española III, y teníamos una profesora extraordinaria, esa mujer nos estaba enseñando a leer la Fábula de Polifemo y Galatea, de Góngora. Y yo, en medio de la clase, tuve una salida quizá media estúpida, cosa que causó risa. Cuando fuimos al recreo, se acercó Prior y me dijo “qué cómico lo que preguntaste, ¿querés que vayamos a tomar un café?”. Y ahí Alfredito me empezó a contar que estaba haciendo música, así unas partituras, y le aplicaba a las partituras como unas pequeñas estatuillas de caballitos en relieve; las pegaba, eran como sus primeros cuadros-partituras. En un momento me dice “vos sabés que hay un pibe que acaba de publicar un libro que tiene las páginas negras y escribe en blanco”. Soy yo el que lo escribe, le dije entonces, y nos reímos mucho y empezamos a tener una gran amistad, nos compartíamos la revista Artpress. Íbamos traduciendo muchos artículos de pintura actual que a él le interesaban: Pollock y otros. Entonces fui aprendiendo con él, siguiéndole los pasos de lo que pintaba.

¿Podría decirse entonces que este libro es un poco autobiográfico en el sentido de tus amistades con algunos artistas en relación a ti?

Sí, pero autobiográfico a pesar de todo, porque yo no tengo una voluntad de escribir nada autobiográfico y sin embargo aparecen las cosas que Prior dice acerca de la pintura más tarde; publica una entrevista conmigo sobre el color y todo eso va quedando. Lo mismo Marcia que también estuvo en Pringles, pintó algunos detalles de mi casa, después tengo un retrato que me hizo. Y en el caso de Aguirrezabala también, lo queríamos mucho, era un viejito extraordinario, y digo viejito porque tenía diez años más que nosotros, y era como si habláramos con un chico y mis hijos estaban enloquecidos con él, empezaron a ir al taller a pintar con él.

Voy a forzar una interpretación, pero parece que Escrito con un nictógrafo y ese espíritu infantil de Lewis Carroll (el nictógrafo era su invento) también está en Anch’io sono pittore!, no es solamente tu fascinación por el arte en tu infancia, sino también cuentas la presencia de los niños en las obras de estos pintores.

Me pasó algo con este librito y es que cuando lo leí me di cuenta de que todos los temas que yo toco en mis otros libros de poemas estaban de alguna manera contenidos acá: el nictógrafo, el mundo de los niños, qué cosa, ¿no?, ¡qué insistencia!, ¡qué obsesión! Y qué pasión, porque me acuerdo de Alberto Girri: una vez yo le di uno de mis libros y él me dice “otra vez con los niños. ¿Usted cuándo va a terminar de hablar de los niños?”. Yo lo miré y le dije: "Quizá nunca".

De hecho ya desde el título lo dice un niño.

Claro, porque el pequeño Correggio, dicen, que va con el padre a ver el taller de Rafael y ante tanta belleza de sus cuadros, cuando salen dice: “Anch’io sono pittore!”. Por eso lo dejé en italiano, porque es más misterioso y me pareció una gran cosa que la gente tenga incluso dificultad para pronunciar el título, que es justamente lo que propone la poesía: que haya algo misterio que debe ser develado, o lo que dice Denise Levertov, que cada poema tiene que contener un talismán.

Lo que decías antes que los temas que tocas están de alguna manera en este libro, eso también sucede con algunos títulos, como potlach, acá usas esa palabra.

Terminan apareciendo de alguna manera todos los títulos y todas las cosas de los otros libros.

Es como una obra reunida sintética.

Como una especie de pequeño mosaico. Por eso añadí también esa cosa que tuve en esos años preescolares: el encuentro con la pintura de mi madre; yo vivía entre esos cuadros y con el relato permanente de la muerte de mi madre. Vivía con mis abuelos, mi padre vivía en otro lugar, y todo el tiempo estaba el duelo por la muerte de mi madre que había sido terrible para ellos. Bueno, la muerte también es un tema que trato en mis otros libros.

Hay una cosa muy linda en esta época preescolar y es cuando cuentas que agarrabas los lienzos de tu madre y los pintabas encima.

Yo creo que eso es la actuación del Anch’io sono pittore!, mirá mamá, yo también soy pintor y puedo pintar arriba de tus cosas. Cuando me preguntan cuándo comencé a escribir, yo relato ese mito que me contaban, esto de que le había escrito una carta a mi madre. Lezama Lima dice cuando le preguntan cuándo empieza a escribir, él cuenta que estaba jugando a algo que es parecido a la payana en Cuba y de pronto se dieron cuenta de que esos materiales de la payana formaban la cara del padre, entonces ahí piensa que esa cara era la constatación de la ausencia pero a su vez contando de una presencia por venir, y ahí es cuando la madre también le dice “Tú vas a ser escritor”, esa cosa crea el mito como escritor. Entonces es cómo se rescata la presencia a través de la indeterminación en la poesía.

Los formatos en los que está escrito el libro son ensayo más duro, ensayo blando, entrevistas, poemas, y sin embargo está en la colección de no ficción de Mansalva, siendo que perfectamente pudo haber estado en la colección de poesía y ficción latinoamericana.

Sí, la colección por la que salió se llama Campo Real, y bueno más real que esto no hay.

Pero esa heterodoxia de recursos, por ejemplo cuando haces entrevista no es una entrevista tradicional…

Claro, hago preguntas rebuscadas, lo que pasa es que si uno conoce a un pintor por tantos años uno le hace ese tipo de preguntas, lo mismo con el texto frente a la obra de Marcia que podría haber sido cómo ella pintaba con su caballete en Pringles, pero quedó ese ensayito centrado entre la diferencia entre rito y culto. Culto como la invocación para que baje el dios y rito es alimentar a los dioses como si alimentaras el aceite de una lámpara. En el caso de Marcia y también en el de Perlongher las dos cosas van juntas, son de culto y de ritual.

Hay algo que también está en Anch’io sono pittore! y es esta cosa del autorretrato y del retrato. De hecho los retratos de los pintores que admiras los llamas autorretratos, que sería una especie de autorretrato en relación al otro.

También está la idea del autorretrato clandestino, en el caso de la obra de Cambre, porque de alguna manera él puede pintar algo muy abstracto y sin embargo sigue siendo una especie de autorretrato. Ahora me falta llevarle a cada uno el librito, porque ellos no lo han leído.

Tomas además a John Ashbery para explicar el concepto de autorretrato que vas a emplear.

Él teoriza esta cosa extraordinaria del autorretrato del Parmigianino, también es muy raro el encuentro de Ashbery con el Parmigianino en un pueblito de provincia de Estados Unidos, no es en Nueva York ese encuentro, no, es en este pueblito mirando libros viejos y encuentra un libro sobre este pintor y ahí también encuentra el Autorretrato en un espejo, que eso es algo extraordinario: lograr ese efecto de alguien que se está mirando en el espejo y al mismo tiempo pinta su autorretrato, ¡es maravilloso! Y debe ser ese libro, Autorretrato en un espejo convexo, uno de los poemas más bellos de Ashbery.

¿Hay alguna relación con él, más allá de la admiración?

Sí, Ashbery trabajó muchos años haciendo notas de arte en Francia, después llegó a hacerle una entrevista a un poeta extraordinario que fue un poco mi maestro, que es Henri Michaux, la única entrevista que quedó para el mundo fue la que él le hace, y después se liga mucho a la pintura del expresionismo abstracto y dice que sus cuadros podrían ser como la cercanía que tiene con Rauschenberg o con Pollock, la manera casi que tienen de pasar de la tela en el caballete a la tela extendida en el piso, pintar con el dripping, que era el chorreado, bueno, todo eso es también el operativo de un pintor que se acerca con esa instantaneidad y con esa acción de pintar con el cuerpo, que se acerca mucho a la escritura. Por otro lado, Severo Sarduy dijo refiriéndose al action painting, que era sobre todo la marca de Pollock, que su escritura era una action writing, y con su novela Gestos, que fue su primera novela, él la consideraba un operativo de action writing.

Me parece que hay una relación más fluida, o incluso relajada, entre la poesía argentina y el arte. Pienso en algunas obras, como Las poetas visitan a Andrea del Sarto, de Juana Bignozzi, o Elegía Joseph Cornell, de María Negroni, o La impresión de un folleto, de Mario Arteca.

Sí, hay algo que buscan los poetas en la pintura. Creo que se intensificó en los últimos años, porque en los primeros años los poetas argentinos tenían a los pintores como ilustradores de sus libros. Los incorporaban, pero como ilustradores, como poemas ilustrados. Por eso con César [Aira] nos rebelamos contra eso y dijimos “no, los poemas ilustrados sí, pero abstractos”, me pareció que ahí estaba nuestro aporte en ese momento.

Claro, porque eso aparece cuando cuentas cómo estos adolescentes que eran César Aira y tú hacen esta muestra en Pringles bajo la premisa que recién contabas. Y ahí surge otra cosa y es qué posibilidad había de que en un pueblito como ése nacieran un narrador y un poeta tan importantes para la Argentina.

Fijate que en los pueblos, por un lado, está el chico artista, pero siempre está guiado por la familia, que era por lo general bastante dura, patriarcal y jodida, y que te dice “vos tenés que seguir una carrera”, en mi caso doble porque tengo el apellido Carrera. Como se habían muertos tantos en mi familia dije voy a ser médico para restaurar un poco esas muertes, y estaba un poco como entusiasmado, como que me interesaba también, y César dijo que iba a ser abogado. Entonces vinimos a Buenos Aires a estudiar medicina y abogacía, después abandonamos todo eso, porque cuando nos dimos cuenta, nos pasamos a la carrera de letras. Y para mí fue un alivio pasarme de medicina a letras.

Hay muchos poetas que cuando se largan a hacer un ensayo o simplemente algo diferente abandonan el tono de sus poemas y acá el tono permanece, es tuyo. No hay una impostación.

No, la cosa del libro de ensayo armado para la academia no va a ser así nunca, porque yo no soy un académico, incluso en mis clases en la universidad les digo a los chicos: "Ojo que yo no soy profesor, soy un poeta que está hablando".

Por último, ¿crees en los poetas como especialistas o profesionales de la poesía?

Cuando uno lee, por ejemplo, a un poeta que yo admiro, como William Carlos Williams o como Mallarmé, él dice que no hay diferencia entre la poesía y la prosa, la diferencia está en si el poeta sabe captar el alma de su tribu, entonces la pregunta que se hace William Carlos Williams es qué le devuelvo a mi pueblo, ¿le devuelvo la lengua como ellos me la dieron? Y entonces cuando le preguntan por qué le gusta un poema muy raro de e.e. cummings, él responde que si un poeta puede presentar una lista de compras de supermercado, destruyendo esa especie de materia y transformándola en materia poética, la transforma en un poema.

 

    

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