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Camila Sosa Villada: “Tomé conciencia de que era una escritora trans con este libro”

Invitada al próximo Filba Internacional

"La identidad no puede apartarse de la escritura", dice la actriz, dramaturga y escritora cordobesa en esta entrevista con Gonzalo León. "Estas son/somos las transescritoras. Estamos escribiendo de una manera nueva, de una manera que no se esperaban, usando por primera vez la voz, formando un movimiento, si se quiere. Soy parte de ello sea que sea como se llame".

Por Gonzalo León.

 

El viaje inútil: trans/escritura (DocumentA/Escénicas), de Camila Sosa Villada (1982), es un ensayo autobiográfico donde la escritora, dramaturga y actriz cordobesa intenta encontrar una explicación de por qué se hizo escritora, o más bien cuándo o en qué condiciones apareció la pulsión por escribir. Una infancia llena de precariedades pero bajo el refugio de la lectura parece ser una explicación, aunque no del todo, entre otras cosas porque este ensayo es a posteriori; es decir, no sabemos lo que pensaba por esos días, aunque sí sabemos que su nombre de varón fue lo primero que escribió. Quizá la concepción de que “escribo para que una historia se sepa” puede ser la explicación más plausible, como si una vida no escrita no fuera vida, al menos en el caso de Camila. O, dicho de otra manera, escribir para no olvidar.

Camila Sosa Villada tiene ya un recorrido artístico interesante: ha escrito tres obras de teatro y un libro de poemas que tituló La novia de Sandro. Además, ha trabajado en cine, teatro y televisión como actriz. 

 

 

¿Qué te llevó a escribir El viaje inútil?

Fue un encargo que me hizo Gabriela Halac, editora de Documenta. Ella al principio me había propuesto que hiciéramos algo juntas, pero no sabíamos qué, y se ve que luego a ella se le cruzó la posibilidad de hacer esta colección junto a otros escritores y me invitó a formar parte. Eso fue lo que me puso a escribir, pero luego lo que me motivó definitivamente fue haber encontrado un poema que está bueno -y que fue engordado, crecido al final del libro-, y que tenía escrito a  máquina y que era de cuando era muy chica, no sé qué edad habré tenido, ¿quince, dieciséis, once años?, no sé. A partir de las poquitas frases escritas ahí empecé a hacer crecer todo lo demás. Pienso que es un libro difícil de ubicar en un determinado tipo de escritura, porque es un ensayo, pero también no lo es y a la vez es ficción. Bueno, es medio raro.

En la primera parte abordas tu infancia, un territorio donde aparecen la pobreza, la soledad, el aislamiento. ¿Esto efectivamente detonó la escritura en ese momento o en retrospectiva notas eso?

Tengo recuerdos de escribirles poemas a mis maestras, a mi mamá y a mi papá, y al poco tiempo de aprender a escribir, que fue a los cinco o seis años. Me parece que sí era no sé si debido a la pobreza, sino más bien a mi papá y a mi mamá que escribía, supongo: escribía para tener una existencia dentro de sus vidas. ¿Viste que en un momento cuento que nos comunicábamos por cartas? Bueno, me parece que era una forma de tener una voz.

Hay una cosa que llama la atención y es el momento en que la lectura, tu lectura, te aleja de tu madre, porque te encierras en tu pieza, pero además en la lectura el mundo de afuera no existe. ¿Qué tan importante fue leer en esos primeros años?

En esos primeros años no era importante, pero era algo en lo que yo estaba sumergida: leíamos revistas, historietas, libros eventualmente, la Biblia, para entretenernos, porque no teníamos televisión y leíamos a la luz de las velas, y de alguna manera ese era el mundo. Lo demás era lo que me dolía, pero era una costumbre muy vieja, que era poder pasarse las horas leyendo sin ánimo de instruirse, sin ánimo más que de pasar esas horas viviendo en esas condiciones. Tiene importancia la lectura ahora cuando escribí el libro, ahí cobra un significado total el hecho de saber que leí de esa manera, que fui una lectora.

En una parte señalas que “escribo a partir de mí y para mí. Eventualmente me comparto, comparto lo que escribo, pero eso no quiere decir que yo me abra al mundo, sino que traigo a los visitantes a mi intimidad”. ¿A qué te refieres exactamente?

Me parece que escribir es una cosa muy íntima, de las cosas más íntimas que existen. Mirá, yo soy actriz, y nunca tuve una experiencia de tanta intimidad como con la escritura, que además no requiere de una disposición previa como otros oficios. Por ejemplo, como actriz tengo que calentar una hora antes de salir a actuar para que el cuerpo esté blando y a la vez alerta. Yo, en cambio, puedo escribir en el avión, en la cola del banco, en el departamento, y eso se vuelve una experiencia muy solitaria, muy íntima, en la que una pone a funcionar la cabeza y eso está muy bien; es como una meditación un poco amarga, un poco agria, pero siempre con mucho placer, con mucho goce. Esa intimidad no puede ser transferida, yo no le puedo dar a través de la escritura esa sensación de intimidad, eso lo da en todo caso la lectura, que sería la puerta a esa intimidad de la que hablo. Los lectores pasan a través de la lectura a ese mundo, que está escrito, que es físico  y que es mío, pero después cierran el libro y se van.

Hay una cosa que pones al inicio del libro y es que lo primero que escribes es tu nombre de varón. Dices de hecho que es un “recuerdo muy antiguo”. Y aquí tengo la duda de si no será más preciso hablar de ajeno.

No es ajeno porque está cerca siempre, es antiguo, viejo; es un recuerdo que tiene otra calidad, otra textura, como si estuviera en otro papel, no sé. No es reciente ni nuevo.

¿De qué modo tu identidad, o la de cualquier persona, se cuela en la escritura o en la lectura?

Pienso primero que la identidad se escribe siempre, que no hay manera de no escribir quiénes somos, por más que no hablemos de nosotros, por más que evitemos querer dar un indicio de cómo somos, la identidad no puede apartarse de la escritura. Ahora en cuanto a mi identidad trans, yo tomé conciencia de que era una escritora trans con este libro, que había algo de la literatura de lo que yo podía decir en tanto escritora trans. Me gusta mucho cómo escribe Marlene Wayar, las letras de sus canciones, las notas que escribe en Página 12, y por eso tal vez digo: estas son/somos las transescritoras. Estamos escribiendo de una manera nueva, de una manera que no se esperaban, usando por primera vez la voz, formando un movimiento si se quiere, que no tiene por qué llamarse transescritoras ni mucho menos. Soy parte de ello sea que sea como se llame.

Hay en esta transescritura ciertas reverberaciones. Por ejemplo, en esa escena del gas reverbera la poeta estadounidense Sylvia Plath y en otros momentos Pedro Lemebel. ¿Cuáles son tus grandes influencias?

Bueno, a las minas que me interesa leer las cito en el libro, que son la Marguerite Duras, Carson McCullers, también Truman Capote. Bueno, me parece que ellas son una influencia muy grande, sobre todo la Duras, que es una de mis escritoras favoritas. De hecho para El viaje… tomé como referencia su libro Escribir, lo tuve presente mientras escribía éste, creo que fue muy inspirador.

¿E influencias latinoamericanas o argentinas, destacarías alguna?

García Márquez, sí, toda la vida, porque además fue un escritor que leí muchísimo siendo muy joven. ¿Argentinos? Tengo que pensar… No, como influencia, no, me gustaba mucho Gabriela Mistral, en algún momento de mi vida fue un gran-gran amor, la leí muchísimo. Después, bueno Sylvia Plath, Pizarnik, la Orozco, todas las poetas tan maravillosas me provocan muchísima admiración, pero no están en el plano de la influencia.

Nombraste recién a Pizarnik y a Plath, ambas tuvieron finales trágicos. ¿Te atrae esa intensidad?

Sí, justo estaba leyendo las memorias de Fernando Noy, Peregrinaciones paganas, donde cuenta un par de anécdotas con la Pizarnik, cómo se conocieron, su sentido del humor, etcétera. También leí hace poco un libro de Marcelo Percia que habla sobre la relación de ella con el sicoanálisis, pero me interesa no tanto su vida trágica, sino cierto enojo con el mundo, cierta cosa muy espinosa que tenía con las personas, eso sí me parece atractivo, porque este tipo de artistas los pienso como personajes dramáticos.

En otro momento del libro escribes: “La escritura es un saber y ser travesti tiene un significado de orden espiritual que sustenta ese saber. Algo significó en mi vida ser un travesti muy joven en un pueblo muy pequeño”. ¿Podrías ahondar en esto del orden espiritual?

Es un grito del espíritu, es una de las cosas más intensas que experimenté en mi vida, que sólo traía felicidad y que hacía cimbrar el espíritu en un pueblo donde el espíritu podía volverse muy opaco, muy gris y aburrido. A mí me pasaba eso: ir caminando al colegio y ponerme un rímel, y volver a mi casa y en el camino sacármelo, no sé, era de orden espiritual, se trataba de llenar la vida con una cosa más femenina, más alegre y feliz.

También hablas de tu experiencia como actriz en la que tomas la decisión de, ante la ausencia de papeles para trans, escribirte uno y hacerte dramaturga. ¿Alguna vez esperaste un papel escrito por otro dramaturgo?

No, nunca esperé, por eso me los escribí, y esa es una crítica política.

 

 

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