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Carlos Gamerro: “Yo no desmistifico, remistifico”

"Lo fundamental en la búsqueda de un argumento, de un personaje, de un punto de vista o un modo de narrar, es que surja una nueva escritura. Es eso lo que me atrae de la ficción: el grado de incertidumbre o de peligrosidad", le dice el autor de Las islas y Facundo o Martín Fierro, entre otros, a Luciano Lamberti en esta entrevista realizada en su estudio.

Por Luciano Lamberti. Foto Daniel Mordzinski.

 

Entrevisté a Carlos Gamerro en su estudio de la calle Gurruchaga. Hablamos a propósito de su último libro de ensayos, Facundo o Martín Fierro (Sudamericana) que a partir de una hipótesis solipsista (es la literatura la que construye la realidad, y no al revés) repasa el canon de la literatura argentina.

Carlos Gamerro nació en 1962, en Buenos Aires. Ha publicado novelas, como Las islas y La aventura de los bustos de Eva, los relatos de El libro de los afectos raros, es traductor y ensayista.

 

¿Empezaste a leer desde chico? ¿Venís de una familia lectora?

Sí, leía desde chico. En mi casa había libros. No era que me impulsaran a leer, pero los libros estaban ahí. Mi madre era maestra de escuela, leía más que nada bestsellers. En mi período de adolescencia temprana los leí bastante. Para mí están bien, hay que leer cualquier cosa, lo importante es el hábito de la lectura. Mi padre era científico y tenía más textos de filosofía y de política, pero siempre había también novelas dando vuelta. Pero la ferocidad lectura fue siempre mía. Había eso sí en la familia paterna una tradición de gente que se dedicaba a las letras. Un tío que era profesor de griego en La Plata. La familia de mi viejo eran inmigrantes italianos, se establecieron en San Nicolás y de ahí fueron a estudiar a La Plata, todos los varones, algunos se fueron a vivir a La Plata, otro volvió a San Nicolás, mi viejo se casó y vino a parar acá, a Capital. Y después en el colegio, yo fui al San Andrés, estimulaba tanto la lectura en español como en inglés. Leí siempre en los dos idiomas, no tengo recuerdo de no saber inglés. Eso por el lado de mi vieja, que también se educó bilingüe y cuyo padre venía de Gibraltar, el tema de las dos lenguas estaba instalado en la familia desde el origen europeo.

¿Y empezaste a escribir desde Letras?

En Letras más bien paré. De chico, lo típico, las composiciones del colegio eran festejadas. Después el primer trabajo de largo aliento y cierta ambición fue una historieta, una versión propia de El viaje al centro de la tierra, de Verne. En esa época tuve un largo período de lectura de historietas. Y después qué sé yo, poesía por suerte muy poca, porque era muy malo. Y mientras hacía Letras escribí una primera novela, que no pude publicar porque era malísima, y una serie de cuentos que algunos de ellos entraron en mi único libro de cuentos publicados que es El libro de los afectos raros.

Las islas, tu primera novela, fue tu trabajo más serio.

Sí, el libro de cuentos yo lo consideraba serio y de hecho seguí insistiendo mucho tiempo en publicarlo. Hasta que lo logré con La Aventura de los Bustos de Eva. Porque siempre que llevaba el libro de cuentos me decían sí, sí, muy buenos, pero ¿no tenés una novela? Ahí escribí Las islas. Hasta que finalmente me cansé y dije, bueno, ¿querés esta novela? Viene con un libro de cuentos. Así que de ahí salieron.

¿Hiciste alguna modificación en Las islas a partir de las reediciones?

Bueno, la publiqué por primera vez en Simurg, en el 98. Después salió por Norma, y ahí estaba igual. Pero en la versión de Edhasa sí la cambié. Pasaron dos cosas bastante importantes en el medio. La primera es que hice la obra teatral, con Tantanián, y la segunda fue la traducción al inglés, en la cual participé bastante, y esa está bastante modificada. Yo preparé un texto con la versión reducida del español y después trabajamos juntos con el traductor. Pero sobre todo lo que me pasó fue que en la versión teatral surgían nuevas cosas, diálogos, escenas. Y de repente descubrí que releyéndola me extrañaba que no estuvieran, porque ya mi memoria las había puesto ahí. Es la única novela con la cual me pasa eso, siento que siempre está como en proceso.

Es un libro escrito en cierta forma dialogando con la carrera de Letras. Pienso en esa escena de la facultad de veterinaria que alude a El matadero. En ese sentido ¿cómo resolvés en tu propia escritura el problema entre civilización y barbarie?

No, no creo que tengo una idea previa. Reflexionar sistemáticamente sobre ese eje es algo que hice con Facundo o Martín Fierro. Lo que sí me pasa en general es que a la mayoría de los temas los exploro de maneras más intuitivas a partir de la ficción, y una vez que lo trabajé en la ficción puedo elaborarlo a través del ensayo. Malvinas, por ejemplo. Justo ahora va a salir un libro editado por Espacio Hudson, que es una editorial patagónica, que reúne los ensayos que estuve escribiendo sobre Malvinas, y son todos posteriores a Las islas. Lo mismo me pasó con el Che Guevara, primero escribí Un yuppie en la columna del Che Guevara y después el ensayo. Y con respecto a lo que decís sobre la escena de la facultad de veterinaria, el impulso inicial fue el de cómo mierda justificar ese año perdido. Para algo me tiene que haber servido. Evidentemente cuando lo escribiendo en algún lugar lo sentí como una reescritura de El matadero. Pero no es que me lo propuse. No es que leí El matadero con Sarlo y después fui y lo escribí en forma de ficción. No trabajo así. No es algo tan consciente. En mi segunda novela, El sueño del señor juez, de alguna manera recoge el tipo de tramas de Borges, Bioy y Cortázar que yo llamo después ficciones barrocas. Pero primero lo experimento en la ficción. Con esa manera de involucrarme que para mí es más exigente, para mí por lo menos. Después elaboro también el ensayo y teorizo, un poco. Pero en las novelas la pregunta básicamente es qué funciona. Lo fundamental en la búsqueda de un argumento, de un personaje, de un punto de vista o un modo de narrar, es que surja una nueva escritura. Es eso lo que me atrae de la ficción: el grado de incertidumbre o de peligrosidad. Nunca sé si me va a salir bien. Yo me pongo a escribir un ensayo y no tengo esas dudas. Sí, me saldrá, obviamente. No hay riesgo. Con la escritura de ficción trato de ponerme en situación de riesgo. Y me divierte cada vez más la idea de trabajar novelas textualmente heterogéneas. Cada capítulo con un género literario discursivo particular. Y que el próximo capítulo sea una apuesta completamente distinta en se sentido.

A lo Puig.

Algo de eso, sin duda. Pero también, por ejemplo, menos citado en ese contexto, Walsh, al que yo vinculo mucho con Puig. En una época estaba de moda oponerlo y me parece mucho más lo que tienen en común. Los dos cuentos en particular de Walsh que son “Fotos” y “Cartas”. Es el procedimiento de Puig miniaturizado. Cada párrafo está pensado desde otro punto de vista, otro personaje, otro estilo. Es el mismo procedimiento de montaje que usaba Puig para armar sus libros. Son novelas condesadas a tamaño cuento. Hay más material ahí muchas veces que en algunas novelas extensas. Yo creo que en algún lugar digo que tanto Borges como Walsh descubrieron la manera de comprimir el material para una novela en un cuento, y que en ambos el apoyo es el cine. En Borges más bien parecería que el modelo es la escritura del tratamiento, la película en dos páginas. En Walsh se usa más el montaje. Y el primero es Joyce, en ese sentido. Las técnicas de montaje para escribir literatura. Toda esa cosa experimental en la ficción me gusta y me sirve para no achancharme.

En el libro planteás la hipótesis de que la literatura genera la realidad.

La idea era ver si ese procedimiento, si esa manera de ver las cosas, generaba textos interesantes y se sostenía de un texto a otro. Si funcionaba en uno pero en el otro no, bueno, ya no me servía. Es cierto que, a diferencia del libro de ensayos primero mío, que se llama El nacimiento de la literatura argentina, que reúne ensayos ya publicados en distintos medios, y donde traté que hubiera una cierta coherencia, una cierta armonía, en este caso escribí prácticamente todo el libro, a excepción de dos capítulos, con ese proyecto, y que ambos ya presentaban esta misma hipótesis. Me gustó un poco llevar la contra, y ser tachado de idealista, entre otras cosas para poner a prueba algo que siempre me pareció, que en el ensayo lo que importa no es la tesis sino las ideas que aparecen. El famoso ensayo de Lukas sobre Franz Kafka y Tomas Mann. Lo que propone es un disparate, que Kafka representa a la derecha. Pero sus ataques a Kafka es una lectura suya mucho más interesante que muchos panegíricos. El mismo libro que cito y que estuve leyendo, el de Galasso, (Borges, un escritor perdido en el laberinto), la tesis es un disparate, dice que el primer Borges, el criollista, el populista, es el mejor, y que después de Ficciones se desbarranca. Es un delirio. Sin embargo, el esfuerzo que hace para probar esa tesis indefendible lo lleva a leer materiales, a exhumar textos y te ilumina un terreno totalmente nuevo. A mí poco me importa en última instancia si la literatura crea la realidad, me importa que refresque un poco la mirada sobre textos ya muy visitados. Es un libro que surge a partir de una propuesta de la editorial, cuando Juan Boido se hace cargo y me pide que lo escriba, me dijo que quería una especie de Cannon Occidental de Bloom pero de la literatura argentina. Yo le dije ni en pedo, olvídate. Y también en ese sentido esta idea rectora me ayudó. Porque no digo que son los mejores textos, sino los que conformaron ciertos aspectos de la realidad que me parecen importantes. Efectivamente la literatura tiene este poder. Y después lo que también me gustó fue que iba contra esos libros que tienen ochenta páginas donde desarrollan el marco teórico. Yo dije: quiero una teoría literaria que pueda expresar en una línea. Que sea muy simple, pero que sus efectos se ramifiquen y sean útiles. Por otra parte a mí la escritura ensayística que me gusta son los de Borges, los de Woolf, los de Piglia, los de Orwell. No son académicos y no necesitan postular una teoría o discutir todo lo que se dijo sobre ese autor. Y me parece lo más idiota del mundo que los académicos tengan que resumir la tesis, lo que intentan probar, en el primer párrafo. Es como empezar una novela policial con el asesino. El factor sorpresa, el factor enigma, es muy importante. Se trata de demorar la solución del enigma. Creo que este libro es el que más está concebido como una obra de ficción. Me gustaría que fuera leído como una novela.

¿La literatura cumple la función social de contraponerse al relato del Estado, genera discursos subversivos en ese sentido?

Yo estoy de acuerdo con eso, pero no limitaría a eso. Puede oponerse, puede exagerarla y parodiarla, que de alguna manera es la lectura que hace Piglia sobre Arlt. Y es un poco como yo leo a Fogwill y Los Pichiciegos. Más que oponerse a los medios, propone una ficción más delirante. Y yo, no soy quién para decirlo, habré hecho algo parecido en Las islas, sobre todo en el capítulo del videogame, que fue el que más trabajo me dio. Por eso cuando me dicen que en mi obra yo tomo los mitos, Malvinas o el peronismo, el Che Guevara, para desmitificarlos, yo digo no, yo remitifico. Por decirte, en La aventura de los bustos de Eva, cuando pongo en el burdel a todas chicas iguales a Eva, no me estoy oponiendo al discurso peronista o gorila, sino que lo estoy exacerbando.

Lo que hace Santoro en alguna medida.

Sí, bueno, no es casualidad que las tapas de algunas ediciones de ese libro sean suyas. Claro que en él hay una voluntad de homenaje, en lo mío no tanto.

¿En el hecho de atribuirle racismo a Sarmiento o Hernández no hay un anacronismo? ¿No es como pedirle feminismo? ¿Existía la palabra “racismo” en esa época?

Bueno, si existía la palabra tendría que indagarlo. Pero sí había cuestionamientos de las teorías de base racial. Y eso lo estoy investigando a fondo con la novela que estoy escribiendo ahora. En los textos que me parecen fundamentales de la frenología, de la antropología y de la etnología temprana que eran sobre todo la rama de la antropología que hoy en día está bastante ninguneada que es la antropometría. Se dedicaban los antropólogos prácticamente a medir esqueletos para establecer las diferencias entre las razas y trazar un paradigma de superioridad racial, que funcionaba bárbaro cuando se trataba de indios sudamericanos y de indios africanos pero cuando llegan a Europa, y se ponen a discutir si los nórdicos son superiores a los franceses o a los celtas ahí se arma la podrida, los antropólogos franceses por supuesto no van a tolerar que la bracocefalia sea un índice de inferioridad y van a decirle a los nórdicos, que proponen la doricocefalia como índice de superioridad que los negros son más dóricocefalios que ellos. Discusiones sobre algo que era pura ideología, donde la única base era el racismo. Y Sarmiento, su último libro, Conflictos y armonías de las razas en América, es simplemente una transcripción de todas estas ideas al eje civilización y barbarie, donde todo se simplifica a una oposición binaria, blanco versus indio, todo lo blanco es bueno todo lo indio es malo. Y ese es el momento de la Campaña del desierto. Ahora, yendo a tu objeción, que me parece válida. Yo pongo siempre un método que es que no contrasto esos discursos con la actualidad, sino con discursos contemporáneos. No es casual que yo haya incluido un capítulo sobre Ranqueles de Mansilla. Si Mansilla, que está del lado de los civilizados, escribe un libro donde no se condena a los indígenas, incluso desde el punto de vista de la representación literaria: los indios de Mansilla no hablan en gerundios, conjugan bien los verbos. Llega a una estancia gobernada por un indio donde todo funciona con el mismo grado de eficiencia. Después me enteré que La campaña del desierto tiene en buena medida el objetivo no solo de acabar con las tribus enemigas sino también sacarles las tierras a las tribus amigas. No se hacía distinción en la campaña entre aliados y enemigos. Y para eso hay que construir la imagen del indio que construyen Sarmiento o José Hernández, la de Mansilla no sirve. Yo no me paro en el indigenismo bienpensante de ahora, si bien algo habrá. Lo mismo que ahora que estoy trabajando todo el tema del racismo constitutivo del pensamiento europeo, también aparece este alemán, que oh casualidad, también era judío, Boas, que dice que no hay ninguna relación entre el tamaño del cráneo y la inteligencia, y que las características físicas dependen más de los factores externos que de un patrón genético, y que medir los huesos es científicamente un disparate, no tiene gollete.

¿Lo interesante de Borges es que él resuelve la tensión entre civilización y barbarie en su propia escritura?

Yo lo juzgo en términos de la literatura mundial. Si vos suponés que la literatura actual es una especie de edificio, y sacás a Piglia, a Walsh, a Puig, hay como una pequeña vibración, pero eso es todo. Si sacás a Borges se viene abajo. No es pensable la literatura mundial sin Borges. También es cierto que Borges en buena medida termina resumiendo buena parte de la literatura argentina en su propia literatura. Por eso no tiene oponentes. Si pensás en Borges o… tenés que ir a Perón. Y Walsh lo detecta. Yo jodiendo digo que se hizo montonero para oponerse a Borges. En sus escritos personales se nota, cómo se revuelve contra Borges y se pelea. Es un caso de angustia de las influencias en el sentido de Bloom. Puig raja para el cine, Saer para la literatura francesa, Walsh para el peronismo.

 

 

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