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Cynthia Rimsky: "Me importa más escribir que ser escritora"

Y una reedición muy esperada

Una década después de salir en Chile, Los perplejos vuelve al papel con Leteo de este lado de la cordillera. "Con esta novela me salí de los mandatos", asegura la escritora radicada en Argentina desde hace unos años. En esta conversación alrededor de Maimónides y de su libro, que lo persigue, ofrece sus propias cavilaciones acerca del valor del tiempo, del misterio y de la lectura en el presente.

Por Valeria Tentoni. Foto: Bruno Szister.

 

Córdoba, Mediterráneo, Eslovenia, Belgrado, Montenegro, Croacia. El índice de Los perplejos (Leteo Ediciones) es una hoja de ruta que se inaugura con la pequeña gran pregunta: “¿Qué hago en este lugar?”, un estado de duda que será el motor de todas esas páginas. Publicada hace una década en Chile, la novela de Cynthia Rimsky sigue los pasos de Maimónides pero también los de una narradora que calca los recorridos del sabio, buscando la mirada que él podría haber tenido del presente.

Mientras termina una novela de la que sólo adelanta el título, Yomurí, a salir por Random del lado de la cordillera en que nació —que no es el lado en el que vive: desde hace algunos años, Rimsky reside en un pequeño pueblo de la Provincia de Buenos Aires— la cronista y narradora responde algunas preguntas sobre esta reedición en el sello comandado por los también escritores Christian Kupchik y Jorge Consiglio. Es el tercer libro que edita en Argentina, después de Poste restante (Entropía) y El futuro es un lugar extraño (Random House). También en Chile, en su momento, había salido en tercer lugar, justo después de La novela de otro.

 

 

Los perplejos se publica ahora en Argentina, pero es una novela que tiene diez años ya. Era tu tercera novela, ¿no?

Sí, era la tercera, y además la segunda fue medio fallida. Nunca me gustó cómo quedó. Se me fue de las manos un poco, hay algo que no funcionó.

¿Y con Los perplejos te sentiste más en control?

Bueno, esta fe un vía crucis en realidad: me demoré cinco años y fue tremendo porque no sabía nunca a dónde iba. Fue muy difícil encontrarle la forma, la estructura, entender qué quería contar. Al meterme con Maimónides, era un universo inabarcable. Personalmente, con esta novela me salí de los mandatos. La novela, además, tiene que ver con eso; con encontrar el lugar de uno a pesar del mandato, en este caso dentro del judaísmo. En qué lugar me sitúo, en qué lugar hago mi pastiche personal, también como escritora. Desde qué lugar quiero escribir, cuál es el proyecto al cual quiero hincarle el diente en términos estilísticos. 

¿Cuándo entraste en contacto con las escrituras de Maimónides?

Tenía un viejo amigo, al cual está dedicado Poste restante, que era un hombre muy mayor, un aristócrata medio decadente que se encerraba a beber y a leer libros muy viejos, muy asquerosos, como rescatados de la alcantarilla. Compraba puras chucherías a los persas y las iba colocando con clavos en cualquier lado, era un personaje increíble. Y él un día me dice —ya estaba medio enfermo— que había encontrado el tercer tomo de La guía de los perplejos. "Quizás algún día te sirva". A los pocos meses se murió, y ese libro me quedó. Yo traté de leerlo. Mi libro tiene varias renuncias, y una es tratar de entender a Maimónides; de hecho, los estudiosos de Maimónides no lo entienden, en general. Por eso digo que lo más difícil fue salir del mandato y decir: puedo leer a Maimónides desde donde yo puedo, y eso también es leerlo.

La idea de la lectura aparece en la novela una y otra vez. Está por ejemplo el encuentro con el académico en Córdoba que desprecia cierto congreso sobre Maimónides: se ingresa al problema de la lectura autorizada, algo que parecés desmontar, ¿no?

Exactamente. Ese también es un mandato: cómo hay que entender. ¿Tenés que ser filósofa para leer a un filósofo? Y ahí se contrapone lo que dice Barthes: leer es leer levantando la cabeza del texto para ver qué te pasa, qué te resuena. Y, de hecho, creo que con ese libro aprendí a leer. Creo que antes estaba muy acosada por mandatos sobre cómo leer bien, que para escribir sobre un personaje histórico hay que quemarse las pestañas en una biblioteca y leer muchos libros y toda la bibliografía que hay, siendo que soy una persona que tiene que ver más con la experiencia que con la investigación rigurosa y metódica. Me interesan mucho los temas filosóficos, sin embargo no soy capaz de quemarme las pestañas y sacar fichas y todo eso.

En la novela, en cierto momento, se describen escenas de trabajo de restauración de libros: los movimientos, los roces, la limpieza, el cepillado, los sonidos que despiden esas tareas. ¿Este libro cambió también tu vinculación material con la escritura?

Sí, absolutamente. Lo que fuera apareciendo, ese era mi estilo. Unir un fragmento con otro, moverlos. Hice muchos experimentos. Y cada escena o cada capítulo aparece a partir de un objeto, y a partir del objeto voy construyendo. O a partir de trayectos. O sea, lo importante ya no es el contenido, sino que más bien la forma de contar. Con Los perplejos descubrí que para mí escribir es una lectura cada vez más profunda de lo que voy escribiendo. O sea: pongo una capa de escritura, y me da lo mismo lo que es. Lo importante es poner una capa. Cualquiera. De ahí empiezas a leer esa capa, y empiezan a aparecer los sentidos que yo nunca supe que iba a escribir. Y así sigues, otra lectura, y va armándose la forma. Pero la forma va emergiendo del mismo texto que inconscientemente escribiste, no como desde afuera con la intención de. Esa idea de la lectura, que es la de Maimónides, cómo el tipo lee de otra manera que no es siguiendo el contenido.

Elegiste a un personaje muy compañero de esas ideas, ¿no?

La novela fue mutando, y al principio lo que me pareció interesante es que había libros sobre héroes de esto y de lo otro, pero ¿por qué no hacer de héroe en una novela a un sabio? Un tipo que quiere alcanzar el conocimiento. Que quiere alcanzar la sabiduría. Esa fue la primera idea de la novela. Pero además un tipo que está tensionado entre el saber que va a liberar a su pueblo -en el fondo un intelectual comprometido- o por el lado del intelectual que tiene una investigación loca en su cabeza, que es su pasión dijéramos, y que no tiene ninguna relación con el pueblo o tiene una relación muy indirecta. Esa tensión me pareció súper interesante. Y la idea de que dependiendo la forma en que tú lees, puedes cambiar el mundo.

¿Se trata de un libro impenetrable, el que lo ocupa?

Sí, y entonces ahí tú tienes dos opciones: lo haces completamente transparente pero le quitas el misterio y así la gente lo puede entender, lo puede seguir y puede convertirlo en una ética o en una moral y tiene una guía para vivir; o por el contrario penetras cada vez más y lo dejas como un misterio indescifrable, que es una labor de toda la vida, en el fondo. Y a mí me parece que es una controversia muy actual.

¿En qué sentido?

Cada vez las cosas son más legibles. Hoy día venía para acá y pasé por la vitrina de una librería y me detuve a ver los títulos de los libros. Y eran: "Cómo entender la relación de", "Cómo hacer yoga", "Qué comer". No había un solo libro que no fuese de ese orden ni estuviese atado a una realidad concreta que estuviese en los diarios o a la información, y esa era la vitrina de la librería. Es literatura donde se te transparenta todo: esto-es-así. Desaparece el misterio de la literatura, de la escritura, de la lectura.

Hace diez años, cuando salía Los perplejos por primera vez, creo que no era tan agudo: había best sellers, pero no todo tan aplanado, ¿por qué creés que se acentuó?

Tan transparentado, tan claro... Hay varias teorías al respecto. Desde cuando yo he empezado a ganarme la vida hasta hoy día, lo que me he dado cuenta es que cada vez es más difícil y necesitas más tiempo y más energía para pagar tus cosas. Lo que han ido encareciendo es, justamente, lo que antes era casi gratuito. Por lo tanto tú tienes que destinar gran parte de tu tiempo y de tu energía hoy día a sobrevivir. El tiempo libre que tienes, además de que ya está tomado como parte de esa supervivencia -tú vas al cine como si fueras a pagar la luz- se va convirtiendo en medio para que sigas teniendo esa vida, no para sustraerte a ella, porque hoy día si tú te sustraes a eso no tienes dónde caerte muerto, realmente. Entonces vas optando por lo que está fuera de ese sistema de supervivencia, que te ayude a soportar esta carga. Me acuerdo cuando empecé a trabajar, que debe haber sido en el año 84, la luz, el agua y la comida eran un mínimo de tu salario. Mantenerse vivo está ocupando la mayor parte de la energía y del tiempo, entonces no tienes tiempo para acceder al misterio. Ahora todo es explicación. Información explicativa.

Maimónides es un personaje de la Edad Media, ¿cómo fue llegar a él y en cuánto te acercó a ese acceso al misterio?

Antes había leído a Bourdieu, y por supuesto me quedé frenada y nunca más escribí por un año. Con Maimónides volví a entender la idea del lenguaje como misterio, la idea de que el lenguaje es indescifrable, pero al mismo tiempo el lenguaje es una cosa muy moldeable, muy creativa. Hay una cita muy linda en uno de estos libros judíos centrales que habla de que el lenguaje es una doncella que está dentro de un palacio, y de repente hay un hombre que la mira por la ventana y se queda enamorado, pero ella no se muestra completamente ante él. Él trata de ir a acosarla pero ella no aparece, y él entonces aprende que dando vueltas alrededor de ella, pensándola, soñándola, ella empieza a revelarse. Toda una relación con el lenguaje. Eso lo vi con este libro. Dicen que escribo poéticamente, pero no tiene que ver con eso porque yo no soy poeta, sino que tiene que ver con que para mí el lenguaje no es un instrumento. Cada palabra viene de hace siglos, y tiene una historia, tiene memoria, tiene color, olor, es toda una vida por la que ha pasado esa palabra. Entonces, si tú quieres tomarla, tienes que hacerle un nido para que esa palabra caiga y explote, resuene y evoque. Y además este libro tiene una trampa: porque a mí no me interesaba pasarme tres años estudiando cómo era la Edad Media. Me aburro. Entonces lo que hice fue que a mi barrio, y a lo que pasaba en mi barrio, le ponía túnicas. Y este libro es, en verdad, sobre lo que ocurre en mi barrio.

Pero los viajes que se relatan, ¿sí los hiciste?

Sí, los viajes sí. Pero las partes de Maimónides son de mi barrio. Una mezcla de cosas que leí, escenas, y lo que ocurre en mi barrio. Cuando la narradora va a Córdoba y el estudioso le dice que la historia es una ficción, ahí él me liberó. Entonces empecé a leer libros de historia dura como si fueran ficción. Y era alucinante. Eso me empezó a dar libertad, empecé a descubrir que ese mismo lenguaje de la historia es un lenguaje tramposo, porque está abierto a miles de interpretaciones, y muchas de sus palabras son clichés. ¿Qué es un trono? ¿Cómo eran los tronos? ¿Cómo era la sensación de estar en un trono?, por ejemplo. Entonces empecé a hacer todos esos desplazamientos de la historia, y a mostrarme muy irreverente.

Y antes, ¿a qué sentís que estabas atada?

A una idea de verdad, y a una serie de mandatos del judaísmo. El judaísmo es una religión muy normada. Freud cuenta que Moisés habría escogido a este pueblo judío porque eran los más higiénicos de entre los pueblos, entonces era más apto para ir al desierto y hacer toda esta peregrinación porque iba a soportar más organizadamente este viaje.

¿Cómo pensaste a la perplejidad, más allá de la cita de Maimónides?

Como una manera de mirar el mundo sin juzgarlo. Y eso también tiene que ver con una salida del mandato. Bueno, nunca se sale del todo, porque esto es como una caja china, pero te sales del mandato, ¿y cómo miras? Me pareció que la perplejidad podían ser unos buenos anteojos que me permitieran salirme del juicio. Me parece que la perplejidad es una linda manera de leer: como un filtro que se le pone al lente. Y es increíble cómo las cosas van perdiendo los "y", "como", "y es que", "por lo tanto", "sin embargo". Todos estos ilativos, que están tan presentes en nuestra cultura y hacen que las cosas funcionen, te das cuenta de que son completamente irracionales. Poner "sin embargo" entre una cosa y la otra no soluciona nada. Y la perplejidad, creo, hace caer todos esos ilativos que están a la fuerza, y te hace ver entonces las cosas y encontrar relaciones entre las cosas. Los ilativos lo que hacen es que quepa todo en un frasco, cuando no tiene cómo caber.

Esa idea entonces reatomiza todo, ¿no? Si nada tiene que ver en verdad con nada, uno puede inventar esas continuaciones del pensamiento.

Exactamente. Y puedo leer como quiero. Que es lo que hace Maimónides. Y puedo mirar el mundo, puedo ver como quiero. Ahí me aluciné bastante con esa idea de que si tú lees el mundo de otra manera, el mundo es de otra manera. Cosa que no sé si es real. De hecho, con este libro me perdí. La investigación, el viaje, fueron dos años, pero me demoré tres años más porque no tenía idea cómo escribirlo. Lo único que me forzaba a escribirlo era que me había ganado una beca, y tenía que entregar algo. En un momento que estaba muy muy perdida, y pasó algo. Cuando estaba en Estambul, había ido a un mercadillo persa y había un señor que vendía piedras, cuarzos, que tenían en la superficie distintos grabados de signos árabes, eran de esas piedras que se ponían en los anillos para lacrar. Yo elegí dos: una para una amiga, verde, y otra para mí, blanca. Cuando llegué al hotel me di cuenta de que estaba trizada, entonces fui donde el señor y le dije, en un idioma inentendible, lo que había pasado. Me dijo que la cambie por la que quiera, y empiezo a buscar y buscar y llego a la misma piedra. Vuelvo a Chile. Me hago un anillo con esa piedra. El día que me hago un anillo con esa piedra, vuelvo a  encontrarme después de un año o dos con la bibliotecaria del Centro de Estudios Judaicos que me había permitido consultar estos libros antiguos con los que trabajé. Me ve el anillo y me dice: "¡Pero esto es árabe, no es judío!", entonces lo copió y me dijo que iba a averiguar lo que significaba. Yo estaba en una crisis con el libro, lo iba a dejar, iba a decirle al Consejo que no iba a terminar y que quería devolver el dinero... Y a los días ella me dice: "Esto significa 'y lo arrojó', y viene de David y Goliat, cuando David se atreve y arroja la piedra contra el gigante". Me di cuenta de que lo que tenía que hacer era arrojar el judaísmo, arrojarlo y no tener miedo. Y ahí salió la novela. No tener miedo de lo que estaba haciendo, de que la historia se pudiera leer tan subjetivamente -porque de repente me dio miedo, me decía ¿quién soy yo para hablar de Maimónides?

¿Por qué decís te demoraste tanto? ¿Fue el trabajo sobre la estructura lo que te demoró?

Me demoré mucho porque al principio iba todo el viaje por delante, Los perplejos todo junto por detrás; la tradicional. Y de repente empecé a ver esta cosa, que ya había trabajado en Poste restante y me encanta, de Eisenstein sobre el montaje: ¿qué pasa si ponés un ojo primero y después un cuchillo, sin que el cuchillo penetre en el ojo? El montaje es lo que más me gusta del trabajo. Empecé a acercar cada texto al otro, pero dejándolo a una distancia exacta para que se contaminaran, pero que surgiera algo, algo que tampoco sé mucho lo que es. Lo dejo totalmente al lector, al misterio. No creo que el lector sea tonto, que haya que darle las cosas digeridas. Creo que leer realmente es una aventura, y es un lenguaje propio. Y, de hecho, si te fijas bien, Los perplejos es también una historia de la lectura: parte desde la escuela, la biblioteca, la biblioteca del padre, los libros prestados. También es la historia de cómo vas leyendo los mismos libros a medida que vas creciendo. Y se entronca con la historia de cómo Maimónides aprende a leer.

¿Los perplejos es el primer libro en el que trabajás con la Historia? Luego en El futuro es un lugar extraño, por ejemplo, también.

Sí, fue el primero en el que empecé a tomar a la Historia, a leerla de otra manera, apropiarme de la Historia con más desparpajo, a no temerla como sagrada. A desacralizar. La Edad Media pasó hace tanto tiempo, uno la lee en el colegio y la siente tan distinta, y de repente está atravesada por problemas que son universales y que se dan también ahora, más o menos atenuados. Lo que quería en Los perplejos era explorar cómo tu pones escenas cotidianas y les das un aura, una pátina que las vuelva universales. Está todo el libro trabajado con eso, la Edad Media es como una pátina de universalidad.

¿Y cómo construís ese aura?

Creo que tiene que ver con darle mucho mucho valor a las cosas, que es algo que se ha perdido.

¿A los objetos?

A los objetos, a las personas, a sus movimientos. Otorgarle un valor. Hoy día le damos muy poco valor a todo. Creo que tiene que ver con cómo las cosas te resuenan. Yo no estoy escribiendo así, como llenando un formulario, sino que realmente me meto en la escena, siento lo que esa mujer está sintiendo, siento lo que el tipo está sintiendo, y entonces logro tocar eso que está pasando ahí, en lo profundo. También tiene que ver con que me importa más escribir que ser escritora. Me he dado cuenta, conociendo personas, que hay escritores que dicen "tengo que escribir" y se están quejando; en cambio acá realmente me importa mucho lo que está ocurriendo ahí, en la escritura.

Hebe Uhart decía, creo, que había que sentir simpatía por los personajes. Creo que se refería no a que te cayeran bien, sino a esto que estás diciendo, ¿será?

Todos son diamantes, si tú los pules. Hay que encontrar el diamante en todo. No sé si en todo, porque en algunas partes no funciona, pero a mí me interesa mucho la idea de la resonancia. De que resuenen, no de que digan nomás. No es un problema de que digan, no es un problema de contenido; el problema es que resuenen, evoquen. Esto de la pátina que decía. Trabajo muy pictóricamente, hubiera sido feliz siendo artista plástica, pero no tengo ni una facilidad. Hago lo que puedo.

¿Al misterio del que hablábamos, lo asociás con la idea de dificultad en alcanzar una idea?

Creo que más que nada con la interrupción. Que para acercarte al misterio tienes que interrumpir; no es la continuación de tu vida cotidiana, de la lectura del mail, del WhatsApp. Hay una interrupción, y no todo el mundo quiere hacer esa interrupción, o sabe hacerla, o sabe que existe como mecanismo. Hoy día los movimientos también se han reducido: los verbos son "entrar", "salir", incluso en la literatura. Pero había muchos más movimientos antes: "irrumpir", "desviar". Hay un repertorio más chico de movimientos. Y de cómo te mueves en el libro: está muy estandarizado que sean capítulos chiquitos, por ejemplo. Yo usé los países como capítulos; a mí sí me interesa ayudar al lector a entrar, pero una vez que entra, me parece importante soltarlo. Yo te invito al libro, que es como un país: hay un aeropuerto, hay un avión que llega, te bajas, sales del aeropuerto y ahí, corazón... ¡viaja! 

 

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