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Daniel Saldaña París: "Trabajo de manera muy caótica"

Literatura mexicana contemporánea

Finalista del Premio Herralde de Novela con El baile y el incendio, también por Anagrama acaba de salir su libro de no ficción Aviones sobrevolando un monstruo. Desde una beca de escritura en Nueva York, cuenta acerca de sus procesos de escritura.

Por Valeria Tentoni. Foto de Camila Mata Lara.

 

 

 

Daniel Saldaña París nació en Ciudad de México en 1984 y es au­tor del libro de poemas La máquina autobiográfica, del proyecto transmedia Método Universal de Poesía Derivada y de las novelas En medio de extrañas víc­timas El nervio principal, ambas traducidas a varios idiomas.

En 2017 fue incluido en la lista Bogo­tá39 de los mejores escritores menores de cuarenta años de América Latina y en 2020 obtuvo el Premio de Literatura Eccles Centre & Hay Festival.

Finalista del Premio Herralde de Novela con El baile y el incendio, también por Anagrama acaba de salir su libro de no ficción Aviones sobrevolando un monstruo. En este último, de hecho, aparece un ensayo breve que se publicase por primera vez en este blog y Saldaña Paris escribió durante su residencia de escritura del Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires.

Desde Nueva York, donde llegó por una beca que le permitirá escribir su próxima novela, el escritor, poeta, traductor y editor responde algunas preguntas alrededor de esta dupla de novedades. 

 

 

¿Cómo aparecieron estos dos libros, en simultáneo?

Fueron escritos en paralelo, de alguna manera. Me cuesta mucho decir cuándo empecé a escribir los libros porque siento que siempre tengo libros empezados en la cabeza, o tengo apuntes, y no es muy claro el pistoletazo de salida. Aviones sobrevolando un monstruo se fue escribiendo solo, son textos que me pedían para revistas o ensayos que proponía en diferentes medios. Y luego, en paralelo, tenía una novela que era parecida a lo que acabó siendo El baile y el incendio que en algún momento deseché y empecé de nuevo. La versión que se publicó la escribí más o menos rápido, en un año, pero había detrás el cadáver de varias novelas que quedaron en el camino.

¿Esta es la novela que escribías durante tu residencia en Buenos Aires del MALBA?

Sí, exactamente esa. La residencia fue en 2019. Ahí la empecé. Luego la seguí en Londres, con una beca, y la terminé en pandemia, en 2020.

En ambos libros aparece la ciudad de Cuernavaca, la atacás desde la ficción y la no ficción, ¿cómo pensaste eso?

Me interesa eso en relación a las ciudades. Creo que las ciudades, más allá de lo que sucede en literatura, son también una especie de palimpsesto con capas de ficción y no ficción. Las ciudades están constituidas por su arquitectura, por su historia pero también por las ficciones que se han escrito sobre ellas. Sentí que escribir una novela y al mismo tiempo ese ensayo sobre Cuernavaca era la continuación de un mismo proyecto de exploración de las historias que nos contamos sobre las ciudades.

El tema de la enfermedad también es una recurrencia, y en cierto momento reflexionás sobre los duendes de quien escribe. ¿Qué podés decirnos de tus duendes?

Creo que hay algunos que vienen por temporadas, y el tema de la enfermedad fue importante entre el 2016 y el 2020 porque pasé una temporada en la que yo estaba enfermo sin diagnóstico y el tema reclamaba mucho mi atención. Ahora ya lo siento un poco menos urgente, pero sí fue uno de los duendes que terminó filtrándose en los dos libros. Y luego hay otros temas más transversales que atraviesan toda mi obra, que tienen que ver quizás con las relaciones entre padres e hijos, las ciudades, la tensión entre la ciudad y lo que hay fuera de la ciudad.

Las drogas también, ¿no? O los estados alterados de conciencia.

Los estados alterados de conciencia y las drogas también, sí.

¿Y creés que se puede escribir sin duendes?

Yo no sabría cómo hacerlo. Muchas veces me propongo escribir un libro, me lo planteo de manera muy racional, me invento una historia, un proyecto, y luego a la hora de ponerme a escribir y realmente hacer el libro se va todo por otro camino. Creo que, inevitablemente, termino regresando a algunos lugares que me son familiares. Yo no podría escribir sin esas obsesiones.

En Aviones sobrevolando un monstruo hacés una reflexión sobre los modos de ganarse la vida de quien escribe en México. Ahora estás en Nueva York, ¿de qué te informa esta experiencia, qué podés contarnos de cómo vive alguien que escribe ahí?

Ese texto sobre las condiciones materiales de la escritura y el mundo literario en México lo escribí, justamente, por encargo de una revista gringa, Electric Literature, así que tenía algo de esfuerzo de explicar cómo funciona la comunidad literaria local. Desde entonces ha cambiado mi situación: he seguido publicando, y me pasé a Anagrama, cosa que me dio mas alcance en términos de lectores porque se distribuye más en países como España y en casi todo Latinoamérica. Poco a poco ha ido mejorando la cosa, y este es el primer año de mi vida en el que vivo exclusivamente de escribir, cosa que jamás creí que fuera posible. Por lo menos temporalmente, porque tengo esta beca de la Biblioteca Pública de Nueva York y me dieron una oficina para trabajar ahí. Y sí, exponerme a cómo funcionan aquí las cosas, por un lado, es muy deprimente: la comparación no nos deja bien parados. Acá casi cualquier escritor independiente que empieza, que publica un par de novelas, logra vivir de eso y de dar clases, por no hablar de la gente a la que ya le va un poco mejor y que ya no necesita dar clases y recibe adelantos con los que puede vivir de las ventas de sus libros y escribir. Ahora tengo un espacio de escritura, cosa que es muy importante, llevaba varios años trabajando en mi casa y ha sido un cambio: me gusta el ejercicio, la disciplina de ir a un lugar para escribir. No sé qué va a pasar, probablemente el año que viene vuelva a buscar trabajos varios de editor, de traductor, oficios afines con los que aprendo a editarme a mí mismo, ciertas maneras de leer, cosas que a mí me sirven. Son oficios más alimenticios que practico por sobrevivir pero también son mi escuela: yo no estudié literatura y es ahí donde he aprendido a escribir.

 

 

¿Cómo fue el trabajo de documentación para componer todo el mundo de la danza que leemos en El baile y el incendio?

En realidad, trabajo de manera muy caótica: leo mucho cosas bien distintas, tomo fotos, anoto pasajes que no sé si me van a servir para la novela que estoy escribiendo. Guardo muchas cosas que sospecho que en el futuro me van a servir. A veces he hecho investigaciones que no me sirven para lo que estoy escribiendo y me sirven después. Sí había estado leyendo mucho sobre danzas medievales, las epidemias de danzas. 

¿Vas guardando temas? ¿Tenés un cajón de ideas?

Sí. Guardo personajes, temas, historias que me interesan y me divierten. Tengo carpetas en la computadora con PDFs, imágenes, transcripciones, páginas webs guardadas. Siempre desde la curiosidad y el capricho. Y luego, cuando ya estoy escribiendo la novela esa investigación tampoco tiene que entrar en el libro, forma parte del universo de cosas que puedo conectar junto con mis recuerdos personales y mis lecturas. Es uno más de los recursos que tengo a mano.

¿Cómo fue la escritura de El baile y el incendio?

Tenía la idea de escribir sobre alguien que regresa a su lugar de origen, sobre la imposibilidad de ese regreso porque ya no se es la misma persona ni el lugar es el mismo. Tenía algunas notas, fragmentos de esa voz, la de Erre, que ocupa la segunda parte de la novela, pero lo deseché todo y comencé con la parte de Natalia, que es la que abre la novela. Escribí toda la primera parte muy rápido, en tres semanas, y ya no lo moví tanto. Con las otras me fui tardando más, sí sabía que tenían que ser varias voces pero no sabía cuántas, en algún momento hubo una voz más que terminé eliminando por completo.

¿Pensaste a estas voces como complementarias o querías que discutieran la historia?

Quería que fueran tres voces muy distintas entre sí, que sí se sintiera a nivel prosa y ritmo, a nivel transparencia del lenguaje, que fueran distintas. Creo que son complementarios, de algún modo, los personajes, y la forma en que está contada la historia no es perfectamente consecutiva; es decir, donde empieza a contar uno no es donde terminó el anterior. A nivel estructura, eso me servía.

 

 

En el libro está mencionado J.G. Ballard, en el de no ficción Georges Bataille: ¿cómo pensás al erotismo en estas obras?

Sí, el texto que está en Aviones sobrevolando un monstruo es una especie de homenaje a algunas lecturas, como Bataille, Sade, Foucault, que me fascinaron en mis primeros años y que determinaron mi relación con el erotismo quizás a los veinte años. En El baile y el incendio, en cambio, hay un tratamiento más complejo, creo, del erotismo, más desencantado, más triste, y más ambiguo. Me interesaba armar una amistad a tres bandas con una fuerte carga erótica entre los personajes, pero que la amistad fuese el vínculo principal que los uniera. Y Ballard, ese libro en especial, Compañía de sueños ilimitada, me parece deslumbrante y absolutamente genial y sentí que estaba un poco en el tono delirante del final de mi novela, sobre todo en el tema de los incendios, y una especie de erotismo desbordado, un erotismo en la naturaleza y en el mundo, de un carácter casi metafísico. Un erotismo que no es de color de rosa sino un erotismo que consume.

¿De dónde salió todo ese imaginario de incendios, algo que puesto en un libro parece ciencia ficción pero leemos en los diarios?

Fue directamente de la observación. Justo antes de la pandemia, en 2019, hubo una temporada de incendios fuerte en el centro de México. La ciudad estaba muy contaminada, entonces yo me fui a Cuernavaca pensando que ahí iba a estar mejor, pero estaba mucho peor, había muchos más incendios en los cerros. Me impresionó mucho eso. Ver el cielo gris, el humo. A partir de ahí le empecé a poner más atención, y ese año hubo incendios en muchas partes: California, Australia, en Argentina mismo. Y yo estaba leyendo sobre las epidemias de bailes y una de las explicaciones que se les dieron es que había crisis sociales pero también ambientales, que hubo una serie de sequías en Europa en ese periodo, y que las sequías y las hambrunas detonaron estos episodios de histeria colectiva. Yo empecé a pensar en que probablemente vayamos a ver cosas así. Si se sigue deteriorando el medio ambiente, eso tendrá impactos sobre la salud mental, se generarán crisis de todo tipo. Y me pareció que una posible crisis podía ser esa del libro, la que juntara estos dos momentos históricos para decir algo también sobre lo que estaba viendo todos los días en los periódicos y por la ventana.

 

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