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Iosi Havilio: "Creo en una novela que pueda rebelarse mientras se revela"

Con libro nuevo, Jacki, la internet profunda

"Si la imaginación es una fiesta, el lenguaje es la resaca", se lee en el útimo lanzamiento del autor de Opendoor, Pequeña flor y Paraísos, Iosi Havilio. Desde una residencia para escritores suiza, donde alterna mañana y tarde trabajando en dos libros a la vez, el autor responde sobre Jacki. La internet profunda, publicada por Socios Fundadores.

Por Valeria Tentoni. Foto Ulises Conti.

 

Becado por una fundación para escritores suiza, Iosi Havilio responde por Skype desde una cabaña entre Ginebra y Lausana. "Lo que propuse fue venir a trabajar sobre la novela que incluye Jacki, pero finalmente estoy tomando notas y no estoy trabajando esa. Estoy trabajando una que creí que iba a terminar antes, una novela que transcurre en la isla Martín García: distopismo loco cruzado con la historia de mi madre. Eran dos novelas distintas que se cruzaron y se convirtieron en una sola", dice.

Jacki es nada más y nada menos que su último libro, Jacki. La internet profunda, un volcánico monólogo enajenado que una escritora frente a la pantalla, en conexión con una joven autora de la que comienza a enamorarse con fervor. Ilustrado por Denise Groesman, el libro salió por Socios Fundadores, pequeña editorial que también publica poesía y ensayo.

 

¿Entonces Jacki está incluida en otro libro mayor?

Jacki es un gran proyecto en el que vengo trabajando hace muchos años y que está ahí. Lo que estoy haciendo en realidad es dedicarme a la mañana a una y a la tarde a la otra, dos horas y dos horas.

Ya habías trabajado así antes, con La serenidad y Mi pequeña flor.

Sí, hay algo ahí que me divierte mucho. Es como tener dos grupos de amigos muy distintos. Eso fue en 2013, 2014, eran dos novelas muy distintas en un lugar, pero que sí compartían algo de juego de cierta experimentación, en un caso más fantástico y en otro caso más con el lenguaje, hacia lugares para mí por lo menos no conocidos. Hace unos diez años ya que yo vengo trabajando esa gran novelota que incluye Jacki. Ni tengo registro, hay unas 800, 900 páginas de eso. Y es como si ese fuera un gran terreno, un gran universo del cual surgen nuevas experiencias de escritura. Una suerte de fuente. Por eso no me frustra no terminarla, sino que me resulta bueno que eso esté vivo, y no acabarla. Es un país o una zona que vas a visitar de tanto en tanto y cuando volvés de ese viaje traés nuevos materiales. 

Cuando decidiste separar esta secuencia para armar el libro con Socios fundadores, ¿de qué del total extrajiste esto? ¿Es el comienzo?

No, es el clímax. Es ese pico en el cual se aproxima a la cima. Para mí fue muy lindo esto justamente porque fue como ver desde ahí arriba y desde esta mujer, relacionándose con las distintas zonas de la novela, con sus hijos, con la literatura, con la Patagonia, con el apocalipsis, con el volcán, con la guerra, con la economía. Todas esas zonas las podía ver desde ahí arriba. Y las novelas no tienen por qué terminarse; mi hipótesis es algo así como que los seres que habitan esos mundos viven mucho más allá de lo escrito y viven mucho antes de lo escrito.

Decís que estás trabajando desde hace diez años en esta novelota, ¿cuándo apareció?

Hay varios universos en el origen. Uno era una aventura andina o patagónica; pensaba en esas películas del expresionismo alemán, me imaginaba eso, gente queriendo subir a picos nevados y en medio de eso tragedias y traiciones y amores. Y después entró un ingrediente muy grande que fue Tito Andrónico, la tragedia de Shakespeare: la hipótesis de trabajo tenía que ver con un Tito Andrónico patagónico en clave costumbrista. Porque también toda esta escritura tiene que ver con un reencuentro, casi una apología del costumbrismo, que me parece un género muy maltratado, porque es visitado de manera poco profunda. A mí me resulta una materia de una gracia y una potencia infinitas. Lo que pasa es que huimos de eso porque es justamente donde nos reconocemos más rápido, reconocemos nuestras miserias, nuestras porquerías individuales y sociales, y salimos corriendo. Con respecto a Jacki en particular, surgió a las afueras de un bar. Una muchacha, en Londres, en un momento me empieza a contar de su tesis, sobre Pinocho. Y entre el fervor del bar y la cerveza y el viaje yo me entusiasmé de una manera que no podía creer lo que me estaba contando. Encima era una versión de Pinocho en historieta, donde en lugar de ir del muñeco al niño iba del niño a un robot asesino serial, que al mismo tiempo servía de consolador para la mujer de Gepetto. "¡Yo con esto tengo que hacer algo!", dije, y ese fue un germen increíble. Y bueno, después se lo entregué a esta mujer y esta mujer se enfiestó.

¿Y cómo la imaginaste a ella, a este personaje? 

Es una mezcla, una mujeraza de pelos locos, una suerte de walkiria. Una gran promesa, para sí misma y para el entorno, de juventud en el medio literario; alguien que viene a romper con todo, pero la vida la empieza a romper a ella, y ese ímpetu intelectual se va convirtiendo en otra cosa, esencialmente en resentimiento. La idea de la crítica literaria que prometía ser una estelaridad única e irremplazable, que se convierte en una mujer resentida con el mundo entero, pero que al mismo tiempo sigue manteniendo su pasión por la lectura y la creación me resultó siempre muy atractiva. Me vienen distintas mujeres, desde Argerich, Ludmer, Susan Sontag. Personajes así, apasionados.

Hay, tanto en las ilustraciones como en el texto, referencias al travestismo: ¿cómo lo pensaste en la historia?

Claro, ella lo dice, que dejó de ser una mujer hace mucho, que es un mutante, un calamar. No es un travestismo que va hacia el macho o al revés, sino uno que va hacia la monstruosidad. Una monstruosidad donde la sensibilidad -el amor, la necesidad de ser querido, lo que nos mantiene en pie- nunca deja de ser la pulsión esencial de su movimiento. Y tiene que ver también con una idea de escritura: para mí, escribir es necesariamente una actitud transformista. Transformar lo que uno supone que eventualmente iba a ser tal personaje, tal trama, tal idea, en algo inesperado. Y ella escribe en su cuerpo o usa su cuerpo como la gran materia de escritura. Escribe con su cuerpo y en su cuerpo, con todo el dolor que eso implica.

¿Cómo apareció el elemento de la deep web, ese puente en el que se encuentran y desencuetran estos dos personajes?

Esta mujer es una encantadora de palabras y se deja encantar por las palabras. Es un poco como una maga, y una pinocha, como cualquiera que empieza a malabarear y a jugar con palabras y se convierte en un buen mentiroso. La sensación que tengo es que a ella la internet profunda es algo que le interesa porque alguna vez lo leyó y le pareció genial, un acto poético, ¿cómo la internet va a ser profunda? La internet es necesariamente plana. Lo profundo de la internet sería su conexión con esta muchacha, de la cual se enamora, y se enamora por última vez. Son sus últimas cartas de amor, sobre todo. 

"Si la imaginación es una fiesta, el lenguaje es la resaca", leemos en el libro. ¿Por qué?  

Primero que "resaca" es una palabra que tiene mala prensa, pero es una gran experiencia. La experiencia verdadera donde el ser, donde la conversación consigo mismo sucede no es en la fiesta, es en la resaca. En la resaca de un libro, en la resaca de un encuentro, la resaca del amor. Ella, que es una enamorada y entregada a la experiencia del lenguaje reivindica fuertemente la resaca en relación a la fiesta que es la imaginación. Cualquiera puede hacer una fiesta, tener una buena fiesta es la gran venta del capitalismo, pero tener una buena resaca... Ahí está el desafío.   

Hay otra línea: "Cuando un escritor es muy bueno hay que dudar de él, cuando nos parece muy malo hay que dudar de uno".

Desde mis diez, quince años de "carrera" como escritor, desde que empecé a publicar, me pregunto quién es quién para señalar con el dedo al sucesor, al escritor que viene. Cuando yo saqué mi primer libro un poco disfruté de ese espaldarazo, de Fogwill, de Sarlo, qué se yo. Hoy, a la distancia, digo bueno, sí, está buenísimo, pero ¡qué estupidez más grande! Esta idea de que hay alguien que puede decir de otro que es al que hay que leer hoy. Hay una suerte de danza de egos, donde los críticos, pero también los lectores, los libreros, los periodistas y los propios escritores con sus colegas se enfiestan con la exclusividad de un pequeño mesías literario. Cuando sobre un escritor todos coinciden que es bueno, hay que dudar mucho de él, porque se armó antes una parafernalia que tiene poco que ver con los universos que transita y explora y desarrolla y mucho que ver con el cotillón. Cuanto más coincidencia hay en relación a algo, menos profundidad hay, eso está clarísimo. Yo lo veo como profesor, los peores textos son siempre los más ricos. Los mejores textos suelen ser una gran cagada, porque obturan la posibilidad de ir más allá del texto. En cambio, las peores zonas de un texto son potencialmente las más ricas.

Hay algo sobre lo que se habla en el libro y sobre lo que también hablás en entrevistas; el aburrimiento. Lo que no te permitís ni como lector ni como escritor.

Bueno, ella habla de un libro mío, y me mata, de Paraísos, y dice que no puede creer que alguien escriba lo que yo escribí en esa novela en este siglo. No puede creer que alguien nombre así una novela. Me hace un gran escrache. Yo tuve una experiencia con ese libro, cuando el oficio me empezó a fluir de las manos como telas de araña de Spiderman. Yo me dije: "Wow, esto es increíble. La vida de acá en más va a ser una maravilla. Voy a abrir las manos y van a salir novelas y novelas y novelas". Y hubo un momento en que ese piloto medio automático me generó una angustia inmensa. Me dije: "¿Y entonces qué? ¿Qué estoy descubriendo?". Es un libro que yo quiero mucho, pero quiero decir es que la experiencia que tuve tuvo que ver con eso, más que con el aburrimiento. Con la idea de la suspensión de la sorpresa. Y como lector, como espectador, con la vida, cuando tengo esa experiencia de ver que se está dando lo que se suponía se tenía que dar, siento un fraude inmenso. Y puede ser en un texto muy bien escrito; escribir bien puede ser una gran trampa. El tema es justamente no saber a dónde se va, permitirse abrirse. Está todo bien con el oficio, pero creo que cada universo le aporta un rasgo nuevo, distintivo y particular a ese oficio. A mí me enerva pensar y no puedo aceptar que se escriban de la misma manera tal universo y tal otro. Incluso siento que son soportes distintos, tiempos distintos, ritmos distintos. Hay algo ahí que se pone en juego que me parece esencial.

¿Y desde lo estilístico cómo lo pensaste? Hay protagonismo de los puntos suspensivos, por ejemplo.

Claro, esto siempre pensándolo como un extracto de esa gran novela donde hay momentos más narrativos clásicos, otros momentos más teatrales. En la novela hay tres monólogos de tres mujeres distintas, de ella, de la hija de ella y de la mujer de su enemigo. Uno gira sobre la política, otro gira sobre la creación y otro gira sobre los afectos. Lo de los tres puntos lo usé porque es algo de la respiración, si yo pongo un punto en un monólogo, en un Skype como este, aparece la ilusión de lo conclusivo, y me interesa esto de hablar, respirar, encontrar la palabra, perder la palabra y seguir. Y ahí descubrí que los tres puntos eran la manera. Y al mismo tiempo se da algo increíble: yo hace veinte años me hubiera cortado una mano antes de escribir puntos suspensivos, era algo que yo jamás hubiese hecho en un libro, era algo del dominio de la mala literatura, del periodismo, del aforismo. Es una respiración no conclusiva, y hay un sinnumero de elipsis donde el inconsciente va hilando y dejándose sorprender.  

Tiene una zona muy ensayística este monólogo, ¿lo pensaste así?

Me dedico a dar clases desde hace años ya, es algo que me apasiona incluso más que escribir, algo muy edificante. Poder entrar y abrazar el universo de otros, más allá de una valoración estética, es ahí donde uno se brinda de verdad y a mí me libera de una manera increíble. Entonces yo no puedo dejar de pensar todo el tiempo en qué es esto de escribir, y me encanta anclar en distintos textos -filosóficos, de crítica, religiosos, espirituales- para poder pensar todo esto. Pero al mismo tiempo el ensayo duro me da paja. Leerlo, en general, salvo cuando hay alguien que viene y te sacude, y escribirlo directamente... Me da vergüenza. No le deseo a nadie mi ensayo. A los veinte años escribía ensayos y los publicaba en diarios. Por muy periférico que seas, el ensayo, como cualquier género duro.... Pero la idea de esta mujer sola, borracha, ensayando de madrugada sobre la genealogía de la mentira o sobre la creación literaria o sobre el patriarcado me encantaba. Le creo. 

¿Y cómo fue publicar con Socios fundadores, cómo fue el trabajo con las ilustraciones?

Lo que empezó siendo una búsqueda de tapa para el libro, se convirtió en un proyecto de trabajo y cooperación. Primero con los editores, que para mí fue vital -si bien en Random, que es donde publico las novelas, a veces hay un intercambio lindo y fuerte, que no es tan acostumbrado en las grandes editoriales, la experiencia de editar con chicos jóvenes implica un intercambio muy fuerte, poner el texto en juego y discutirlo fue de una riqueza infinita. Y lo mismo sucedió con los trabajos de Denise Groesman, que primero iba a hacer la tapa y luego aparecieron estas ilustraciones, que a veces pienso que son los garabatos que la propia Tamara hace mientras dice todo lo que dice. La invitación de la editorial originalmente era para publicar un libro de poemas, pero mis poemas están felizmente inéditos. Así que surgió esto: esa novelota en este momento no está en mis manos concluirla, pero sí está la posibilidad de que esta mujer que viene reclamando ser escuchada sea escuchada a menos parcialmente. Y me encanta formar parte de un proyecto naciente. Es más probable, por la cantidad de libros que sacan las grandes editoriales, que pasen más rápido a la historia los libros que publican las grandes editoriales que en estas pequeñas. Tiene que ver con esto de que los mundos que uno provoca, canaliza, se cagan en donde se editan o donde no se editan. Sería genial poder seguir en distintas editoriales e incluso no sé, en la arena, publicar una novela en la playa. Sería un gesto increíble. Si aparece un mecenas para eso, no lo dudo. 

En la contratapa de La serenidad, Damián Ríos se refería a tu cualidad de reinventar la idea de novela a cada libro. ¿Qué idea de novela abandonaste, con cuál persistís?

La novela, como cualquier género, está viva desde el momento en que la suposición que uno tiene tanto sobre el género como sobre la lectura se pueda poner en conflicto durante el proceso de escritura. Creo en una novela que pueda rebelarse mientras se revela.

 

 

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