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La escritora comida

Entrevista con Claudia Aboaf, autora de Pichonas (notanpüan).

Por Cecilia Boullosa.

claudia aboaf

"Escribir era tan natural como jugar", dice Claudia Aboaf sobre su infancia que acontenció en una gran casona de Belgrano, donde vivían juntas cinco generaciones y una bandada de personajes excéntricos y un poco artistas entre los que se destacaba su abuelo, Ulyses Petit de Murat, poeta y guionista de cine. Desde hace diez años, también es el alma mater del restaurante del Museo Evita, otra casona, declarada monumento histórico nacional. Entre la cocina y sus funciones de anfitriona, Aboaf se procuró el tiempo para escribir y para publicar dos novelas: Medio grado de libertad y Pichonas. Sobre esta última Iosi Havilio dijo que "narra la imposibilidad de reconstruir un amor en una época siniestra y delirante".

Tenés dos libros publicados y te dedicaste mucho tiempo a la gastronomía como dueña de restaurantes. ¿Cómo hiciste para compatibilizar dos actividades que a primera vista parecen tan distintas?

Escribí desde siempre, desde muy chica. Pero una cosa es escribir y otra muy diferente muy publicar, cuando querés publicar entrás en un proceso de corrección que es largo, después tenés que acompañar el libro. Y la gastronomía tiene mucho de esclavo, pero si te gusta lo hacés con gusto, sos una esclava consciente, una esclava feliz. Siempre me hice el tiempo de escribir, pero dentro de ese esquema de vida de horas tardías, de abandono de la familia, de vivir a contrapelo de todo el mundo, sentía que no podía darle una profesionalidad a la escritura. Finalmente me procuré el tiempo. Llegó un momento en el que pude desprenderme de esa adrenalina increíble que tiene la gastronomía, donde pasan infinitas cantidad de sucesos y te sentís un poco artífice de crear cierto clima que no solo tiene que ver con la comida sino con climas, con un ambiente. Hay algo en el hecho de servir que para mí es un alimento.

Cuando lo entrevisté a tu editor, Fernando Pérez Morales, me dijo que lo que más le interesaba o lo primero que le interesaba en una novela era el ritmo. ¿A vos también te preocupa el ritmo cuándo escribís?

Sí, me gusta el suspenso, me gusta administrarlo, no sé qué tan bien lo hago pero tengo la intención. Busco que la historia no sea meramente una descripción de paisajes y personas sino que haya una acción que marque una cierta cadencia que acompañe la historia. La trama, la acción y el suspenso me interesan.

¿Dónde está el germen de las historias que escribís? ¿De qué etapa de tu vida surgen?

Por un lado, tengo una formación que tiene que ver con mi abuelo, con Ulyses Petit de Murat. Él escribía argumentos de cine, pero también era poeta. Era un poeta un poco al estilo de Rilke, con cierta prosa. Vivíamos juntos, cinco generaciones en la misma casa, una mansión en O´Higgins y Zabala. Mi abuelo empezó conmigo con los rusos, me daba para leer y después yo tenía que hacerle alguna síntesis, al principio era más verbal, después más escrita. Creo que hubo un germen en la lectura de los clásicos y en esos climas, personajes, intensidades. Sumado a esa casa, donde circulaba tanto personaje creativo, una casa abierta. Eso alimentó mucho una fantasía que no era light, era una fantasía que estaba empapada de estos climas oscuros, invernales, estas estepas y esa gente encerrada en una casa durante muchos meses. Nunca fui demasiado inocente de estas cuestiones humanas oscuras ni de lo que pasaba en la casa ni de lo que leía. Siempre desconfié de que las cosas fueran exactamente como me las presentaban. Había una segunda mirada casi para todo. Nunca me sentí inocente.

Estas hermanas, las protagonistas de Pichonas, también pierden pronto la inocencia.

Sí, pero una se da cuenta un poco más tardíamente que la otra.

¿Qué te interesaba a priori del vinculo entre hermanas?

Me interesan las relaciones familiares en general. En esas casas grandes como la que viví se establecen relaciones transversales. ¿Y por qué suponer que son todos buenos o cuerdos?

En Pichonas las familias son muy, muy chiquitas.

Sí, pero está el clima, hay una palpabilidad de cierto clima. Desde chica pasaba por esas quintas viejas, donde la casa está muy adentro y me preguntaba qué pasaba ahí, en ese aislamiento. Después de que establecés una cierta sensación de aislamiento, ponés los personajes a funcionar y el camino se va marcando solo.

En pequeñas dosis, pero también aparecen detalles relacionados con el mundo de los restaurantes.

Sí, en todas mis novelas algo hay. En Pichonas está Dora, que proviene de una familia que fue perdiendo posición. De dueños de restaurantes terminaron en bacheros: una curricula descendiente. Uno pone la experiencia vital que ha recorrido aunque no tengo la intención de casar una cosa con la otra. De vez en cuando se me ocurre que debería escribir un libro acerca de los restaurantes, del backstage, de lo que pasa atrás, un libro sobre los dueños de restaurantes, del amor al odio porque es una historia de pasiones, a lo mejor lo hago algún día.

¿Con qué ánimo te disponés frente a la hoja en blanco?

El momento en que me siento a escribir es de mis pocos momentos de libertad. La hoja en blanco, lejos de producirme un bloqueo, es la libertad absoluta. Podés escribir cualquier cosa, podés inventar cualquier escenario, cualquier país, cualquier lenguaje, podes escribir de las cosas más espantosas como de las más bellas. Más allá de lo que me alimente como historia personal, un poco me dejo llevar. Hay algo de lo siniestro que tiene esta novela que no manejé. Uno de los personajes está en suspenso, podría ser un desaparecido. Yo nunca me planteé hablar sobre los desaparecidos, pero si empezás a transitar un camino por lo siniestro, ¿cómo no te vas a topar con algo que define lo siniestro como que un Estado, que debería ser una entidad al servicio nuestro, nos asesine? No lo podés soslayar.

¿Sentís que tenés más libertad por no tener que vivir de la escritura?

Gracias a mucho tiempo de trabajo tengo una situación en la que puedo hacer lo que quiero. Me la armé y hoy como escritora tengo esa libertad. Si no los escritores empiezan a tener que hacer tantas tareas, un poquito de taller, de textos por encargo, como para ir juntando un salario. Y en un punto, ¿cuándo escribís? Yo me lo armé, lo pude hacer y espero poder sostenerlo.

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