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La escritora secreta

Sobrina nieta de Roque Sáenz Peña, hija del director del diario El Mundo, conoció a Roberto Arlt, fue amiga de Borges y de los Ingenieros. Dedicó toda su vida a la escritura por encargo, con seudónimo, y recién a los 92 años salió a escena con La sonrisa secreta (Cuenco de plata), una colección de cuatro relatos ambiciosos.

Por Cecilia Boullosa.

Susana Muzio Sáenz Peña

Es difícil seguirle el ritmo a Susana Muzio Sáenz Peña. Me lleva más de 50 años, pero su mente es fresca, punzante, transita a 200 kilómetros por hora. Cada tanto, dispara preguntas imposibles: ¿sabés cómo se construye un buque de guerra? ¿Sabés el himno de Alemania? ¿Sabés en qué café para Martha Minujín? Y se ofusca si una no sabe la respuesta. “Ay querida, ¡no sabés nada!”.

Muzio es un caso raro: tal vez sea la escritora debutante más vieja de la historia. 92 años ya había cumplido cuando La sonrisa secreta (El Cuenco de Plata), su primer libro de ficción publicado, llegó a las librerías de Buenos Aires. Antes había pasado por todos los oficios terrestres vinculados con un teclado: cronista de guerra (con 12 seudónimos diferentes, todos de hombre) para el diario El mundo, directora de revistas de historietas, de revistas de fotonovelas, escritora fantasma o negro sobre los temas más disímiles, desde un volumen sobre anorexia hasta la biografía de una psicóloga disléxica.

En su larga vida, Muzio tuvo tres maridos, conoció y alternó con Borges, Roberto Arlt, las Ocampo, los Dávalos, los Fernández Moreno, los Ingenieros. Viajó mucho, crió dos hijos.

Tal vez para compensar el tiempo pasado en las sombras, su trayectoria intensa, pero anónima, en La sonrisa secreta, decide ir por todo: reescribe Emma Sunz, conjetura sobre la vida de Duchamp en Buenos Aires y sobre la muerte del poeta alemán August Stram. El cierre está entre lo más alto del volumen: “Nakamura”, un cuento sobre árboles diminutos, perversiones y erotismo.

En el café Veracruz de Vicente López, de donde es habitué, un señor se acerca a contarle una historia. Muzio le espeta un “cortito” y cuando el hombre se va, dice: “A éste nunca le pasó nada divertido”.

¿Y a usted qué fue lo más divertido que le pasó?

Bueno, yo toda la vida me divertí. Yo soy half-irish. Pero soy de los irish que se ríen, no de los que están hundidos en un mundo terrible, depresivo.

¿Cómo llegó a la escritura?

Porque soy hija de periodista. Mi padre se estaba afeitando, entonces yo tomaba la máquina de escribir, que en ese momento era un tanque, como un motor del jeep. Él me decía: “te voy a dictar una cosa y la escribís”. Nunca aprendí a escribir con los diez dedos, pero con estos dos dedos (levanta los índice de cada mano) no sabés la guita que he ganado, los viajes que he hecho, la gente divina que he conocido. He ido transmutando con las tecnologías. Con un teclado yo vivo. A mí me das un teclado and I make a living. ¡La libertad que te da el teclado! Es una herramienta fantástica.

¿Qué temas le interesaban?

Yo me formé en una familia internacional, que amaba la política, los conflictos internacionales, lógicamente me hice geopolítica. Era especialista en guerra. Firmaba con seudónimos porque en esa época no podías saber cosas de la guerra: primero porque eras mujer, segundo porque vivías en Buenos Aires. And so on, so on. Recibía información a las 4 de la mañana, que era la hora que en llegaba la onda de los países europeos y me ponía a escribir.

¿Qué clima se vivía en las redacciones de esa época?

Yo he trabajo siempre, pero nunca he estado dentro de esa amalgama que es la redacción, no existe la redacción para mí. Yo trabajo, llevo el trabajo, lo publican y lo cobro.

Me contaron que lo conoció a Roberto Arlt.

Claro, ¡muy bien! Era buenmocísimo. Bastante sucio. Porque era una época en la que los hombres no se bañaban muy seguido, a lo sumo se lavaban la cara cuando se afeitaban. Nosotros vivíamos en una casa tipo Tudor en la calle Echeverría, entre Washington y Forest. Roberto Arlt era redactor de El mundo, que mi padre dirigió por muchos años, y pasaba tiempo en casa. Me acuerdo de estar en cama con paperas, a los 9 años, y de Arlt intentando enseñarme a escribir. Me decía “vos me vas a describir algo que esté en este cuarto y cuando yo venga mañana tengo que adivinar qué es, pero no tenés que usar el nombre de la cosa”. Otra vez que yo volvía mojada del colegio, él estaba sentado frene a la salamandra de casa. Me dijo: “¿sabés que hay chicos en el mundo que no tienen este fueguito caliente para secarse los zapatos y que tienen tu edad y son como vos?”. Ahí me hice socialista. Desde entonces.

¿Qué otras figuras del campo intelectual formaban parte de su ambiente?

El íntimo amigo de mi papá era José Ingenieros. En casa lo llamábamos pepe. Fue el testigo de su casamiento. Yo heredé familias enteras, los Ingenieros, los Fernández Moreno, los Dávalos. Era mi perímetro social. I´m a Belgrano Old Girl. Ahora tengo un libro llamado Maten a Borges que voy a ver si me lo editan. Parto de la anécdota que dice que cuando Gombrowicz dejó la Argentina gritó, desesperado, ¡maten a Borges! En el libro, como no lo podemos matar, intentamos secuestrarlo, nos conspiramos, pero como es distraído Borges no se da cuenta que había sido secuestrado. Entonces, a partir de ahí decidimos cambiar de foco y nos metemos con Victoria Ocampo, que también era imposible porque era impermeable, vivía pensando en su yo, no se daba cuenta de nada de lo que pasaba a su alrededor. Qué mina de mierda...

¿También trató con Victoria?

Claro, veraneábamos en Mar del Plata tres meses. Yo terminaba de dar exámenes en la facultad y me iba, allá estaba María Rosa Oliver, que era una mujer con sentido de humor, internacional, con la cual teníamos los mismos códigos. Pasábamos todos los veranos, prácticamente…

¿En la casa de las Ocampo?

Sí, pero no con ella.

¿Por qué? ¿Era una persona difícil?

Era la típica guaranga porteña y además era muy... era antipática, no sense of humour... nada, nada, nada. Calculá que cuando yo iba a la casa de ella, a mí ya me pagaban por nota o por cuento corto en una cantidad de editoriales. Había por lo menos cinco revistas femeninas a las cuales yo les vendía cuentos cortos, yo tenía una entrada enorme de guita, a mí me pagaban por escribir. A ella nunca nadie le pagó por escribir. Entonces fundó su editorial, publicaba sus cosas. Ha quedado en la historia de la literatura argentina una cantidad enorme de ejemplares con artículos de otra gente. Pero la cantidad de testimonios de Victoria Ocampo es un estante que se cae abajo por el peso de los libros. No recogés una sola frase que te puede servir. Por agradable o por informante o porque te llega.... nada, no hay nada de ella.

En La sonrisa secreta decide reescribir uno de los cuentos más conocidos de Borges, Emma Sunz.

Cecilia Ingenieros, la hija de Jose Ingenieros,  y Borges se iban a casar, tenían todo arreglado. El noviazgo de ellos era muy apasionado porque estaban en el mismo código de ideas y manejaban la misma información cultural, pertenecían a esta clase que son las familias de creativos. Es una especie de elite. Entonces coincidían en que odiaban los chicos y no querían tenerlos. Esa era la condición que imponía Cecilia para casarse con Borges y Borges encantado porque odiaba a los chicos y no quería tenerlos tampoco, entonces coincidan. Eran muy amigos y compartían historias de cosas aberrantes, un poco freak... en las cuales los dos se retroalimentaban.

¿Y qué pasó después entre ellos?

Entonces Cecilia le cuenta esta historia de una mujer que pierde su virginidad con un desconocido para hacerse pasar por violada. Era terrible porque de acuerdo a los códigos de la época la virginidad era la clase de cosa que no se regalaba ni se perdía ni se iba y se donaba. Era una cosa como si fuera una silla, una cosa corpórea. El himen era una existencia corpórea en una familia. ¿Vos te das cuenta de lo que hemos tenido que luchar?

Entonces…

Ella le pasa la historia y él la escribe, pero después rompen su noviazgo cuando Cecilia descubre el antisemitismo de Borges y se va a Egipto para estudiar danzas árabes. Ella decide no casarse con Borges y no casarse con nadie. Si él no la menciona como la persona que le dio el cuento para que él lo escribiera, ese cuento quedaba como una urdimbre de la cabeza de Borges. Pero no, era una historia que le había pasado Cecilia.

¿Y porque usted decide trabajar a partir de Emma Zunz?

Me interesaba escribir qué pasó con Emma Zunz después del fin que le pone Borges al cuento. Es evidente toda la historia de perversión a sí misma de Emma, ella tiene un odio hacia ella misma como mujer.

¿Cuál es su técnica para vivir muchos años? ¿Escribir, trabajar?

Gozar con la gente, querer a la gente, escuchar. Y estar constantemente aprendiendo, cuando no sé algo, voy y busco y encuentro la explicación. Y escribo, a veces tengo algo que me hace tilín y otras veces no lo tengo, pero me siento y escribo, todos los días, tres horas.

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