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La fe del poeta

La joven poeta entrerriana Daiana Henderson habla de su cuarto libro, A través del liso (Determinado rumor). “Jamás produciría a partir de la reacción, porque eso implica pararse desde el no; me cuesta creer en un proyecto que se sostenga sobre el rechazo o sobre la aversión”, dice.

Por Walter Lezcano.

daiana henderson

Todos, los buenos y malos escritores del planeta Tierra, empezaron escribiendo poesía. Algo de ese mundo atrae a cualquiera que desee comenzar en la literatura: meterse allí es crecer de golpe y empezar a tomar decisiones con tu vida. Algunos se convierten en traidores y se vuelcan a la narración. Otros persisten en ese territorio y un día se dan cuenta de que le cambiaron la vida a varias generaciones. Y existen unos pocos, como Rimbaud, que sienten que la poesía les dio todo el fuego que podían pedir y ya no hay más salida que abandonar el ejercicio de las letras. El tema es eterno porque la poesía (tratar de entenderla, escribirla, discutirla, etcétera) lo es.

 

Hay gente extraña que se empecina en dar cuenta del estado de las cosas a través de un lenguaje único. Son personas que escriben, publican y hacen circular poesía. En ese circuito de hermosa camaradería y violentas controversias hay un nombre que viene sonando: se llama Daiana Henderson, es de Entre Ríos (aunque ahora vive en Rosario) y nació en 1988. Es muy joven, apenas 24 años, y ya lleva publicado tres libros en excelentes editoriales del Interior: Colectivo Maquinario (Ediciones Diatriba), Verao (Neutrinos) y El gran Dorado (Ivan Rosado). Y ahora hace su debut en una editorial de Buenos Aires. Determinado rumor, una exquisita editorial digital especializada en poesía, le acaba de publicar su cuarta obra: A través del liso. Vale la pena escucharla y descubrirla. Y, por supuesto, leerla.  

¿Cuáles fueron las motivaciones que tuviste al comienzo de todo, cuando empezaste a escribir?

—Desde muy chica tuve una relación afectiva con las palabras, por lo que considero que existía una predisposición cuando conocí a Fernando Callero y me encontré con su taller. Fue fundamental que haya sido mi primer contacto porque me transmitió todo su entusiasmo y enamoramiento adolescentes, y me hizo partir desde una base en el extremo opuesto de la solemnidad. Por otro lado, en Rosario, el Club Editorial Río Paraná -gestionado por los editores de Ivan Rosado- propició un núcleo de encuentro, de contención y de aprendizaje necesario para gente que anda boyando en pleno estado de ebullición. Entre los amigos (Paraná, La Paz, Santa Fe, Rosario, Bahía Blanca, Mar del Plata, Córdoba) fuimos trazando un mapa de relaciones, tanto poéticas como afectivas, en el que se conformó un circuito de energía enriquecedor. Las ideas y los juicios que ponen a prueba los propios presupuestos exigen una actividad intelectual, obligan a realizar una especie de vigilancia, consciente, sobre lo que estamos haciendo. A su vez, fue importante encontrarme con la obra luminosa de autores que me conmovieron o por los que me sentí representada o interpelada de alguna manera. Fue muy valioso encontrarme con Daniel García Helder y Mario Ortiz, de quienes aprendo muchísimo y a quienes agradezco su absoluta generosidad, tanto dentro como fuera de la literatura.

¿De qué manera tu entorno (ya sea por fomentar o reaccionar contra él)  te impulsó a escribir poesía? ¿Mudarte de Entre Ríos a Rosario influyó o modificó en algo tu poesía?

—Influye, modifica o encausa mi modo de escribir, aunque no podría determinar exactamente de qué manera ni por qué. No es algo tan premeditado. No racionalizo mucho esos procesos porque le tengo temor al fundamentalismo. Yo soy más del sentir. Me permito equivocarme. Los errores me ayudan a trazar un camino más concienzudo, me ayudan a conocerme: saber con qué me siento bien, con qué me interesa curtir, qué me interesa fomentar. Jamás produciría a partir de la reacción, porque eso implica pararse desde el no. Me cuesta creer en un proyecto que se sostenga sobre el rechazo o sobre la aversión. Lo único que me repele es el despotricar-porque-sí, esa constante queja sin una sola propuesta afirmativa, como un modo de “estar en la escena” cómodo y fácil. Por suerte, al final de todo están los textos que saben hablar por sí solos. Mi traslado a Rosario afectó mi producción, porque me afectó como persona y es imposible escindir esos dos aspectos. A partir de esa “migración”, durante un tiempo largo, sentía que estaba en dos lugares a la vez, sin pertenecer del todo a ninguno, un constante ir y volver. Estaba siempre en la ruta. De hecho, Colectivo maquinario (Ediciones Diatriba, Santa Fe, 2011) casi de modo inconsciente refleja eso: un estado medio ambulante entre dos ciudades y dos casas que no eran mías.

¿Cómo se da la escritura de poesía? ¿Cómo nacen tus poemas: cuál es el elemento o serie de elementos del cuál partís?

—Actualmente estoy en lo que podría denominar mi primera meseta. Es raro estar quieta, pero se siente bien. Es como cuando vas remando en el río, concentrado en los movimientos, el esfuerzo muscular y la distancia que falta: te detenés un momento y te ponés a ver en qué lugar estás flotando, a mirar a tu alrededor sin hacer nada. Creo que es bueno respetar los ritmos propios, conciliar la vida con la literatura. Más aún después de una seguidilla de publicaciones –aunque mínimas, extracéntricas y en distintos formatos. Tiempo de leer, escuchar. Pero en general los poemas nacen solos, nunca puedo detectar bien cómo ni en qué momento. A veces surgen de un tirón, otras veces necesitan más trabajo de parto. Se me ocurren cuando voy caminando, empiezo como a tararear una melodía que se va desplegando, y después vuelvo a repetirlo desde el principio. En esos casos los dejo decantar un buen tiempo antes de bajarlos al papel. No tengo miedo de olvidármelos o de perderlos: si era bueno debería poder reconstruirlo; si lo olvidé, no valía mucho la pena.

¿Pensás en términos de "libro" o "serie"? ¿O los poemas van surgiendo y en un momento dado sentís que estás frente a un texto?

—Lo único que escribí teniendo primero la estructura y luego generando el contenido fue Verao, una serie que salió como librito por Ediciones Neutrinos (La Paz, Entre Ríos, 2012). Para mí fue un ejercicio diferente y, si bien lo disfruté mucho, implicó una autoexigencia que me terminó resultando agotadora al final del proceso. El resto de las veces los poemas surgieron dentro de un mismo período de producción que los engloba y los emparenta de modos que pueden resultar más o menos implícitos. Escribo mucho y desecho mucho. Creo que una etapa de producción se condice, entre otras cosas, con un estado emocional, y los poemas que surgen en ese período llevan una misma impronta porque están atravesados por las mismas inquietudes. No escribo pensando en un libro: escribo. De vez en cuando sucede que se amalgama una cierta cantidad de poemas y el libro se empieza a armar solo. También me van quedando muchos poemas huérfanos, que me gustan, pero que no encajan en ningún conjunto. No porque a uno le guste un resultado tiene que sacarlo a la luz necesariamente. Me gusta guardarme cosas para mí, o para compartir en círculos más íntimos o de confianza. Creo que, una vez publicados, a los poemas se les exige demasiado.

¿Qué lugar ocupa en el proceso de escritura la instancia de publicación?

—Nunca escribí pensando en publicar, no es una prioridad. Sin embargo, soy consciente de que estoy atravesando una etapa de efervescencia y de inquietud que se puede llegar a agotar en algún momento. Sé que a los libros que publiqué no los podría haber postergado porque naturalmente me habrían dejado de representar y no hubiese querido mostrarlos. Colectivo maquinario fue un poema largo que Callero me quitó de encima. O salía en aquel momento o no salía nunca. Él y Santiago Pontoni consideraron que había que publicarlo, y bueno, ahí está. Creo que cada texto tiene su tiempo y su necesidad, que no hay que confundir con la nuestra, personal. Ahora a ese poema lo leo con extrañeza; me gusta leerme distinta. Nunca escribí pretendiendo ser otra cosa, siempre me comprometí a ser sincera con lo que escribo, por eso, a pesar de los cambios naturales en todo proceso de maduración, no puedo arrepentirme de ninguna publicación. Pero también tuve la suerte de que tanto Ediciones Diatriba, primero, como los chicos de Ivan Rosado, después, tuvieran un cuidado y un criterio en el que pude descansar. Es muy riesgoso publicar siendo muy joven, uno tiene demasiada ansiedad, somos irresponsables, fáciles de confundir. Es fundamental contar con la orientación de alguien de confianza. Yo la tuve. Para publicar me tengo que sentir representada por el proyecto editorial pero, además, necesito creer en las personas que lo llevan a cabo. Priorizo la relación humana muy por sobre todas las demás cosas. Si los proyectos no tienen amor no me interesan en absoluto.

Después de cuatro libros y siendo tan joven, ¿qué encontrás en la poesía que no lo descubrís en ningún otro lado?

—Sencillamente encuentro algo en lo que creo. Veo a la poesía como una posibilidad de una fecundidad inagotable. Creo en ella porque es difícil de corromper. No voy a mentir: a veces me peleo con la poesía, me desanimo, me desilusiono. Pero en general lo que siento es una inmensa gratitud.

*

Así escribe:

Los átomos de la luz

Queda algo por decir sobre la infancia
además de lo que venimos
y seguimos diciendo.
La casa donde crecimos es ahora de otros.
Flota extraña la ventana
en lo que era la pieza de mis padres.
Es cierto. Desconozco
las malas noticias, los buenos ratos,
los proyectos que habrán nacido en esos
metros cuadrados desde que nos fuimos.
Pero sé con seguridad cómo
a la mañana se infiltra por la ventana
un halo de energía a partir la vivienda,
como plantas que crecen
en las hendijas de los edificios:
una prolija franja de luz
aterriza sobre la alfombra.
De chica, sentada en el lado fresco,
la observaba revelar partículas
de polvo u otra cosa, suspendidas
en el aire, que bajaban lento
en diagonales diversas.
Desde la vereda de enfrente veo
que le pusieron rejas a la entrada,
usaron una paleta de colores
que yo no hubiese aprobado,
no puedo ir a decirles tampoco
que esos helechos secos colgando
a los costados de la puerta
le dan un aspecto descuidado.
Pero es imposible que ellos
conozcan mejor que yo el momento
en que el sol entra y la fecunda.
Igual que personas que conservan
fotos de sus ex parejas desnudas,
en esa imagen íntima, la casa,
todavía algo me pertenece.

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