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Lluvia sobre la hierba cortada

Selva Almada habla sobre su primera novela, El viento que arrasa (Mardulce). "En la mayoría de las cosas que escribo, de lo que me interesa hablar es de las relaciones de padres e hijos", dice.

Por Florencia Parodi.

Almada

Antes de escribir El viento que arrasa Selva Almada creía que no era capaz de escribir novelas. Había publicado el libro de cuentos Una chica de provincia (Gárgola, 2007) y había participado en varias antologías. Convencida de esa supuesta incapacidad, en un primer momento encaró la historia como un cuento. En el desarrollo los personajes fueron creciendo y la fe del Reverendo Pearson, a quien había concebido como un vende Biblias o un predicador de los que estafan a los pobres, se volvió genuina. Esa transformación exigió la estructura que Almada sí era capaz de construir, la de una novela.

La historia es simple y transcurre en pocas horas. El auto en el que viajan el Reverendo Pearson y su hija adolescente Leni se rompe camino al Chaco, cerca de un pueblito santafecino. Con el motor averiado llegan a lo del Grigo Brauer, un mecánico que vive en el al costado de la ruta con su asistente Tapioca y sus perros. En el encuentro entre estos dos hombres, la fuerza de la fe se enfrenta a la de la naturaleza en bruto.

En esta entrevista, Selva Almada habla sobre su primera experiencia dentro del género y de los componentes de la historia, luego se extiende sobre sus próxima novela y termina contando casos de feminicidio que investigó para un futuro libro de crónicas.


¿Cómo fue el desarrollo de El viento que arrasa con respecto al cambio de ritmo que implica pasar de cuento a novela?

En realidad esta historia la empecé a escribir como un cuento. Tenía la fantasía de que nunca iba a poder escribir una novela. Esto iba a ser un cuento largo, había escrito otro antes y tenía la idea de hacer una serie de cuentos que iban a transcurrir entre Entre Ríos y el Chaco. O sea que se fue transformando en novela inconscientemente. De golpe me di cuenta de que sobre todo el personaje del Reverendo empezaba a crecer, a tomar otras dimensiones. En un principio me lo había imaginado como el estereotipo del pastor protestante, o del tipo religioso que en realidad no es religioso sino que quiere sacarle plata a la gente.

“Pare de sufrir”.

Claro. Y después empezó a tomar otro cuerpo, otra dimensión. Cuando cambió el personaje se empezaron a abrir más puntas en la historia y me di cuenta de que tenía que escribir algo un poco más largo que un cuento. Me costó bastante porque como era la primera vez que escribía una novela, no sabía bien cómo hacer, no tenía una estructura. Sí sabía que como cuento iba a tener tales cosas, pero en la mitad me tuve que reorganizar, y finalmente salió. Fue difícil porque pasar de historias cortas a algo un poco más largo y más complejo implica cambiar la cabeza, aunque sea una novela corta.

La novela intercala varios planos distintos, los flashbacks que tiene cada uno de los personajes y algunos de los capítulos que son enteramente sermones del pastor, por ejemplo. ¿Cómo trabajaste esa estructura?

Los flashbacks fueron como un apoyo para poder escribir algo un poco más largo. Todo pasa en un solo día, en unas pocas horas, entonces los flashbacks me venían bien para contar más sobre los personajes, fuera de ese presente de la historia. Aparte me gustó ese recurso de los saltos en el tiempo, que en un cuento en general no se puede usar porque es muy breve para hacerlo. Y los sermones no iban a estar en un principio. Cuando el personaje empezó a cambiar y se convirtió en un tipo que hablaba en serio –un fanático, quizás, pero que cree en todo lo que dice–, se me ocurrió incluir los sermones, pero los escribí al final y después me fijé dónde los podía incorporar. Tampoco podía escribir muchos porque yo no soy una persona religiosa, entonces no tenía elementos para escribir tantos sermones. Pero sí quería que, más allá de lo que el lector se pudiese imaginar del personaje, los sermones dieran una idea de cómo lo veía yo. Quería correrlo de esa imagen cliché del que le quiere sacar guita a los pobres y ponerlo como un tipo que con su palabra quiere alertar sobre cosas, como la violencia de género, que aparece por ahí, o el tema de ser engañados por los políticos, cosas así, más verdaderas.

¿Y leíste sermones o textos para familiarizarte con el lenguaje religioso?

La imagen del predicador que tenía era por películas o por libros. Leo bastante literatura norteamericana, donde siempre aparecen los predicadores o los pastores. Pero para elaborar los sermones, sobre todo, usé desde las revistas de los testigos de Jehová hasta panfletos chiquitos que te dan en la calle. Acá cerca está el barrio coreano y hay muchas iglesias; hace poco iba a venir un predicador importante coreano y me dieron un librito donde había algunos sermones suyos que me sirvieron para contagiarme del discurso de esos tipos. No hice una investigación exhaustiva, fueron cositas que iban apareciendo, que estaban a la mano y que me venían bien. La revista Atalaya de los testigos de Jehová cita muchas partes de La Biblia; yo ni siquiera tengo una Biblia, entonces usaba esos versículos que aparecen en las notas como disparador para los temas que yo quería escribir en los sermones.

Ya que hablás de la literatura norteamericana, que generalmente se menciona como influencia tuya, quería preguntarte si los nombres de los personajes y el apodo del Gringo son una manera de homenajear esa literatura o de que esté presente en la historia, por un lado, y por otro lado si tenés referentes locales aparte de los norteamericanos.

Lo de los nombres fue porque, como acá no es tan común la figura del tipo que anda predicando, pensé que iba a sonar mejor un nombre que fuera extranjero. Quedaba mejor Pearson que el reverendo Gómez; por eso le inventé esa historia de que era hijo de un aventurero americano que había embarazado a su madre y había desaparecido. Y tanto en Entre Ríos como en el Chaco, que es un lugar al que voy seguido desde hace mucho tiempo, hay muchos “Gringos”. No yanquis sino europeos del este y cosas así. Hay muchos apellidos extranjeros, como Brauer, Zachs; yo los tomé porque circulan mucho por ahí. Y si son colorados y altos, les dicen Gringo. Pero no se me había ocurrido como un homenaje.

Leni también: se llama Elena pero el sobrenombre, como Pearson, suena extranjero. Conviven en el texto los dialectos locales de esa zona y expresiones muy nuestras con algo que podría sonar traducido.

Sí, el nombre de ella también me gustaba que no sonara criollo, quizás por el apellido del padre. Y en cuanto a las referencias locales, a mí me gusta mucho y me siento muy identificada con Hernán Ronsino. Los dos escribimos geografías parecidas. Además había estado leyendo una novela de Molfino, que es chaqueño y su novela transcurre ahí, y él también está muy influenciado por la literatura norteamericana, así que por ahí haber leído esa novela me ayudó un poco a reinventar ese mundo.

Oliverio Coelho destaca en su lectura de tu novela que el tema de la religión hace mucho que no aparece en la literatura contemporánea. ¿Apareció en función de esa falta?

No, era por esto que te contaba del plan inicial: iba a ser una serie de historias en tránsito. La otra es sobre una compañía que hace tendidos eléctricos entre pueblo y pueblo, así que también hay mucho movimiento entre un lugar y el otro. Un obrero tiene un accidente y se muere, entonces tienen que llevarle el cuerpo a la familia desde Entre Ríos al Chaco, así que está esa cosa de la ruta, todo va pasando en el trayecto. Pensé en otro motivo para justificar el movimiento y se me ocurrió que el personaje podía ser un tipo que vendiera Biblias, que de golpe le pasara algo con el auto y tuviera que convivir forzadamente con alguien completamente distinto a él, a quien le querría meter sus ideas en la cabeza a pesar de que le cierre la puerta todo el tiempo. No fue que quise abordar el tema de la religión directamente.

¿Cuál es el lugar de la naturaleza en la novela?

La novela es muy visual. El paisaje lo veo incluso como un personaje más. Entonces intenté que, sin hacer descripciones pesadas y exhaustivas, a través de pequeñas imágenes o cuestiones, el lector se pudiese armar ese paisaje en la cabeza sin conocerlo. Busqué que no fuera tan descriptivo sólo desde lo visual, sino que aparecieran otras sensaciones: el calor, que está tan presente todo el tiempo, los olores… En eso puse mucho trabajo, me costó bastante lograr que mientras lo leyeran lo fueran viendo.

El narrador cuenta en tercera persona, pero se apoya mucho en el punto de vista de Brauer y del Reverendo, que son conciencias muy masculinas. El Gringo es un machazo. ¿Te costó lograrlo o te salía fácil?

No sé si fácil, pero para el personaje del Gringo me apoyé mucho en los tíos de mi mamá, que eran todos tipos solterones que vivían solos, a quienes yo conocí bastante de chica porque como no tenían hijos, mi mamá era la sobrina preferida y a mí me tenían como si fuese una nieta. Sé mucho de la vida de tipos así duros, que nunca se casaron, que no tienen hijos y que viven solos. Uno de ellos, Lolo, que murió hace dos años, fabricaba ladrillos y vivía solo en el campo con los perros. De esas historias saqué el tema del tipo que se comunica tanto con los animales y no me costó tanto construirlo apoyándome en los recuerdos que tengo de ellos.

Y lo femenino queda más en el lugar de la ausencia, salvo por Leni.

Sí, pero ella todavía no es completamente una mujer, a veces es aniñada. Me señalaron que hay una ausencia de lo femenino, es verdad. En la novela que sigue está más presente porque tomé conciencia de que en la primera estaba más solapado. En realidad en la mayoría de las cosas que escribo, de lo que me interesa hablar es de las relaciones familiares, de las relaciones de padres e hijos. En este caso las ausentes son las madres, entonces son los tipos los que se tienen que hacer cargo. El Reverendo no sabemos si es a propósito o qué, pero tiene que cuidar solo a su hija. A Brauer le traen un chico y lo tiene que criar él solo también. En la novela que sigue los que desaparecen son los padres, y así y todo, a pesar de que me propuse que las que estuvieran presentes fueran las madres, los protagonistas, que son dos pibes veinteañeros, están todo el tiempo pensando en sus padres. Uno lo recuerda con amor y otro con odio, pero sigue estando lo masculino más presente que lo femenino. No sé por qué será. Lo dejamos para los críticos. Es cierto lo que señalás sobre el narrador: está en tercera pero desde la subjetiva de los personajes, por ahí hace todavía más foco en el Gringo que en el pastor. A veces cuenta con las palabras del personaje, eso es algo que nunca había laburado así y me gustó mucho.

¿Sentís que la fantasía de que no podías escribir novelas se fue con esta experiencia?

Sí porque después escribí otra. Enseguida desarrollé una idea que tenía incluso antes que esta y creo que la postergaba pensando que era una anécdota para una novela y yo no podía escribir novelas. Al poco tiempo de terminar El viento que arrasa empecé la otra, que es más larga, y ahora casi no he vuelto a escribir cuentos. Me cuesta volver a la cosa más breve.

¿Está cerrada? ¿Se va a publicar?

Probablemente la edite Mardulce el año que viene. La terminé de corregir hace un tiempo. Supongo que cuando trabajemos la edición habrá cosas para volver a trabajar, pero está cerrada. También transcurre en la misma zona. Por otro lado estoy escribiendo un libro de crónicas que no es novela, pero también es de más largo aliento. Es sobre femicidios, casos que pasaron hace alrededor de treinta años y que se cerraron sin resolverse; la idea es reconstruir cada uno de ellos y ver qué pasó. Todos ocurrieron en lugares chiquitos y lo que más curiosidad me da es cómo sigue conviviendo una comunidad chica cuando asesinan a alguien, que además es una mujer y joven, y nunca se encuentra un culpable. Cómo viven con esa sensación de que el asesino probablemente sigue ahí y puede ser cualquiera. Eso es lo que me resultaba atractivo de los casos. Y también me llama la atención cómo ese tipo que asesinó y que probablemente no volvió a asesinar –porque si no ya podrían haberlo atrapado– puede seguir con su vida. Se me ocurrió la idea del libro por un caso que pasó cerca de mi pueblo cuando yo era adolescente, una chica a quien mataron en su propia casa. Los sospechosos principales fueron los padres, pero nunca se pudo probar nada. Después en otro caso, que ocurrió en el Chaco, la familia sospecha de un tipo que ya murió, pero que en la época del crimen era grande, tenía mucha plata y le gustaba andar con jovencitas. Hay otra línea de investigación sobre unos pibes adolescentes, también ricos, que, como en el caso de María Soledad, levantaban chicas para hacer fiestas. Ellos al poco tiempo se fueron a vivir a Estados Unidos y no volvieron más. Pero el viejo, que es en quien recaen las sospechas de la familia principalmente, siguió viviendo en el mismo pueblo hasta que se murió, señalado por todos. Y en otro caso el sospechoso era el amante de la chica, que estuvo desaparecida casi un año y después encontraron el cuerpo.

¿Y eso te obligó a hacer un trabajo más periodístico, de investigación?

Sí, no he avanzado en la escritura más que haciendo borradores, porque todavía no le encontré la vuelta para contarlo, pero sí hice entrevistas, busqué recortes de la época, hablé con gente cercana a los casos, algunas veces logré llegar a las familias y otras no. En el caso de la chica de Entre Ríos, la hermana, que es la única que queda viva, aceptó sólo un cuestionario por mail que respondió con sí, no o no sé, pero nunca accedió a una entrevista. Obviamente la base de investigación está porque son casos reales, pero la idea es cruzarlo mucho con la literatura. No novelarlo, pero sí que sea un relato que tenga todos los ingredientes de lo literario como para que lo pueda leer cualquiera, no solamente alguien a quien le interesa el femicidio como tema. El género de la crónica me interesa mucho.

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