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"Me gusta mucho trabajar con el lenguaje"

Natalia Rodríguez Simón

"Yo estaba muy involucrada con los personajes, les tuve mucho cariño. No quería juzgar. No me interesa el mundo de los buenos buenísimos y de los malos villanísimos. Creo que todo es más complejo". Después de la nouvelle La vi mutar, la escritora argentina publica su primera novela, Era tan oscuro el monte, por Mardulce. Luciano Lamberti la entrevistó al respecto: 

 

Por Luciano Lamberti.

 

Natalia Rodríguez Simón nació en Quilmes, Buenos Aires, en 1984, pero se crió en Wilde. Publicó la nouvelle La vi mutar y diversos relatos en revistas literarias y antologías. Asistió al taller de Alberto Laiseca. Hablamos una mañana en el bar Las Violetas sobre su primera novela, Era tan oscuro el monte, publicada por Mardulce.

 

La vi mutar pertenecía a otro género que el de este nuevo libro, ¿no?

Sí, a la ciencia ficción o el fantástico. Lo que pasa es que como está narrada desde la voz de un niño también se presta por ahí a su interpretación. He tenido lecturas de ese tipo. Yo la escribí, nada más. Yo escribí una novela sobre mujeres que se convertían en mutantes. Literalmente. Había mutaciones de diferentes tipos. A la madre del nene le salían flores.

¿Y ésta cómo se te ocurrió? ¿Hay algo de tu experiencia vital en el libro?

Bueno, yo viví toda mi vida en el conurbano. Soy de Wilde. En realidad a mí se me apareció primero la protagonista mujer. Y después se me apareció su historia, la imagen del primer capítulo: ella en el piso teniendo que abrir el negocio para trabajar, con esa urgencia. Y después aparecieron todos los demás. El marido. El “jefe” de la pareja. Su empleado. Un poco subordinado a ella. Y se me fueron dando esas historias. No sé si el nivel de violencia tiene que ver con el conurbano. Me interesaba trabajar la urgencia que tenían los personajes con sus relaciones interpersonales, con su vida, con sus hijos, con la gente que los rodeaba en un contexto de violencia y de venganza, pero que no sea eso lo más importante. Cuando lo escribí no era eso lo más importante.

¿Qué era lo importante?

Sus urgencias. Por ejemplo, para mí lo más importante que le había pasado a su mujer era que tenía que dar de mamar a la hija, tenía que abrir su negocio. Lo más importante que le había pasado al empleado era que tenía ladillas. Pasaban otras cosas que tapaban un poco la trama principal, la acción principal.

¿Y qué escritores tenías en mente cuando la escribías?

Obviamente leía de todo, pero opera a nivel inconsciente. En mente no tenía ninguno. Que yo te pueda decir: me acordé de tal, no. Tengo libros que son como pequeños paraísos para mí. No sé si escritores. Tengo un libro de Bolaño que me fascina que se llama Amuleto, pero no me gusta todo Bolaño. De hecho me parece que se repite un poco. Bueno, Crónicas marcianas, de Bradbury. Le he visto la cara a Dios, de Cabezón Cámara me encanta. El viento que arrasa, de Selva, también, si hablamos de contemporáneos. Hay un montón de textos. Escritores no, porque uno no sé si aludiría a toda la obra. Hay libros que sé que me encantan, pero después me los olvido.

Estamos más acostumbrados a que sean los hombres los que narran la violencia. ¿Las mujeres empezaron a apropiarse de géneros que no eran “femeninos”?

No sé si “apropiarse”, porque nunca fue propiedad de nadie. Nunca fueron masculinos, tampoco. En realidad siempre hubo mujeres que escribieron sobre eso. No sé si quiero escribir dentro de un género. Tenés una historia y la narrás. Escribo como puedo, también. Sí es cierto que ahora hay muchas voces de mujeres que se ganaron otro espacio en la literatura. Y eso es para celebrarlo. No sé si lo llamaría apropiarse.

El libro está narrado desde una cercanía muy grande a los personajes. Casi como un discurso indirecto libre donde la voz de ellos se mezcla con la voz del narrador. ¿Lo hiciste para no juzgar a los personajes?

Yo estaba muy involucrada con los personajes, les tuve mucho cariño. Me acompañaron por un par de años. Desde que escribí el texto, lo corregí. Entonces les tuve mucho cariño. No quería juzgar. No me interesa el mundo de los buenos buenísimos y de los malos villanísimos. Creo que todo es más complejo.

¿Investigaste algo para escribir la novela? ¿Escuchaste hablar a estas personas?

Es medio ezquizofrénico, pero estos personajes están hablando en mi cabeza. Es un poco así. Hablaban todo el tiempo. Debe haber también mucho de relaciones que uno mantuvo con distintas personas toda la vida. Yo trabajaba en un local de fotografía que estaba en un supermercado donde había gente de seguridad, policías. Y me acuerdo de uno de estos policías, con el que hablaba mucho, tomábamos mate. Uno dejó de trabajar ahí, de un día para el otro se fue. A los días, semanas, me lo encuentro en el supermercado y me invita a tomar un café. Y me cuenta que lo habían mandado de encubierto para trabajar con narcotraficantes. No sé si era verdad o mentira, pero no me importó. Yo no conté esa historia, pero me dio mucho material. Me shockeó mucho y tomé mucho de eso que me contaban. Me acuerdo de él porque fue importante, pero también hay otras cosas.

¿Qué te gustaría que le haga tu novela a un lector?

Me gustaría conmover. Mover. Tocar alguna fibra. Que el lector se sienta tocado de alguna manera. Que se quede pensando. Que se angustie. Que la pase bien. Es lo que debe querer todo el mundo, igual, ¿no?

Los personajes de tu novela me hicieron acordar a esa frase de Lukács: “No saben pero lo hacen”. ¿Ellos naturalizan toda clase de violencia?

Pienso en el medio en el que yo me crié. Que es un medio súper cuidado y la verdad es que no me puedo quejar de nada, pero también, no sé, ibas caminando y por ahí un tipo te tocaba el culo. Pensado ahora es una cosa, pero en ese momento, cuando yo era piba, venía un tipo y te tocaba el culo y después se iba, no pasaba nada más. Yo no me ponía a reflexionar, pensando en qué derecho tenía. Lo puteaba y seguía caminando. Nos pasa un poco a todos, en el medio en el que vivimos. Hay un montón de cosas que estaban naturalizadas. Pero uno vive también con eso. Por ahí justamente la posibilidad de reflexionar sobre eso te la da alguna lectura, algún elemento externo. Vos vivís tu vida como podés. También hay reacción sobre eso, naturalmente, pero muchas veces hacés lo que podés.

En la novela hay una idea de destino.

Sí, yo no pensé en eso pero la novela lo tiene. Puede ser, sí. Es un espacio de compadritos, que defienden su honor de una manera ridícula. En la novela el disparador de la trama es por una deuda que no fue pagada. Es como una doble traición. Una deuda y una traición.

¿Qué es el monte en la novela?

Para mí es el nombre que le di al lugar de origen. Por ahí también es un lugar medio de dolor. De donde ellos vienen, donde trabajan, donde se conocen, donde viven alegrías y miserias. 

¿Qué te proponés al escribir esta novela? 

Me interesa escribir una historia que sea entretenida, que tenga coherencia, que vaya a algún lado. Pero también me gusta mucho trabajar con el lenguaje. Con las voces de mis personajes. Elijo cada palabra que escribo, es el laburo que me interesa. El formal. Historias se te pueden ocurrir un montón. Están en el aire, en todos lados. La de la novela es una historia sencilla en algún punto, y eso me permite jugar con la forma.

Hay algo que dice la contratapa del libro que es interesante: “Era tan oscuro el monte impresiona por su escritura: frases que van hilando la narración como puñales, pero a la vez como seda”. ¿Te salió así? ¿Cómo fue ese proceso?

Le voy a dar crédito a mis compañeros del taller, porque cuando yo empecé a escribirla era cruda. Y un compañero me acuerdo que me dijo: "Dame un poco de aire, dejame respirar un poco". Lo que no es malo, por otro lado. Pero empecé otros capítulos un poco más amable. Y a mesurar un poco todo eso. Me ayudó a pensar en eso. A pensar justamente en la idea de un lector, digamos. Vamos a bajar un poquito a tierra y a buscar en el lenguaje eso.

O sea que sirven los talleres.

De hecho, extraño mucho el taller. Tengo una nostalgia. Pero yo quería ir al taller de Laiseca. Fue uno de los mejores momentos de mi vida. En el taller tenés tus lectores. Y el laburo que hacía Laiseca que era muy de ratón, de a poquito, como el agua que horada la piedra, de a poquito, tratando de que encuentres con tu propia voz. Eso era lo mejor. Y de una manera muy sutil. Nunca te iba a decir: "Por ahí no va el texto". Me acuerdo de la primera vez que me bajó línea, me mató. Me dijo: "Yo esperaba mucho más. Vos podés más que esto". Te animaba un poco a volverte loco, a hacer lo que quieras. Esa fue la primera, tremenda. Y después de eso tuve como unos textos donde me intenté liberar de imposiciones que no sé porqué tenía. Y bueno, después viene la primera novelita. Pero fue un camino que en un punto él guió bastante.

 

 

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