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"Me preparé para ser un escritor, esa era mi fantasía"

Pablo Dacal

El cantautor acaba de publicar Las canciones escritas (Mansalva) libro que reúne las letras de sus discos desde 2001 hasta hoy: "Quitarle la música a las letras es para mí dejarlas expuestas a una nueva melodía posible, a otros significados que ahí están latiendo". Un repaso por la biografía de esa antena conectada a la época que es Dacal.

Por Valeria Tentoni.

"Me crié con una biblioteca progresista latinoamericana: García Márquez, Cortázar, Borges", recuerda Pablo Dacal (Buenos Aires, 1976) de sus años de infancia en Villa Crespo. Su papá se dedicaba al teatro callejero, un arte que le llamó la atención también a él: a los trece ya estaba tomando clases y al poco tiempo participando de una película. No iba a ser la última vez que una cámara se lo quedara por un rato: protagonizó por ejemplo el documental Charco, sobre música del Río de la Plata. Además de grabar discos como solista y en grupo con diferentes formaciones y estilos, compuso en varias oportunidades música para teatro, danza y performance. 

"Cada disco suyo es una sorpresa, un atrevimiento, un mundo nuevo", dice Pipo Lernoud de él. Entre todos los instrumentos, Dacal se queda con la guitarra -en su casa había dos y jugaba con ellas incluso antes de saber tocarlas- y es virtualmente imposible figurárselo sin una colgada. Pero también le tiran el bajo, el piano; dice que si hay uno por ahí no puede resistirse a tocarlo. "Soy un artista", se define, sintetizando, ese hombre alto, muy alto, que se parece un poco a Cortázar cuando mira de frente.

Editorial Mansalva acaba de publicar Las canciones escritas (a presentarse el sábado a las 18 en el MAMBA) que reúne las letras de las canciones que escribió y publicó a partir del año 2001: un cancionero que además de ilustraciones, fotos y la reproducción de las portadas de los discos contiene prólogos para cada uno de ellos. Están firmados, entre otros, por Mariano Llinás, Palo Pandolfo, Fito Páez y Tálata Rodríguez, pieza fundamental del libro, a partir de cuyos poemas Dacal produjo cantidad de canciones y con quien compuso en conjunto durante años. 

 


Tu papá era director de teatro, ¿no?

Sí, es. O sea, mi casa era totalmente bohemia y teatrista. Mi viejo hacía teatro callejero, a comienzos de la democracia, o sea que vi muchísimo teatro de niño y eso fue muy inspirador. De hecho, antes de estudiar música estudié un poco de teatro. De niño yo escribía y dibujaba, hacía cosas con los lápices todo el tiempo. Fui a varias escuelas, una de ellas era de dibujo. Lo que pasó fue que en un momento empecé a tocar la guitarra y a hacer música y decidí que ese era el lenguaje que quería utilizar, y todo lo otro me empezó a importar menos. Pero antes de eso iba probando, era lo que se podría llamar "un chico creativo".

¿Te acordás de cómo se inició tu vínculo con los libros?

Muy de niño mis padres me leían, y en realidad las primeras canciones que hice fueron poemas musicalizados: sobre un libro de Jorge Amado con ilustraciones que se llama El gato manchado y la golondrina Sinha: una historia de amor. Con mi viejo le poníamos música a un soneto, que se llama Soneto de amor imposible, y a una intro que tiene el libro. En cuanto a las lecturas juveniles, creo que leí todos los libros iniciáticos para mi generación. Me preparé para ser un escritor, esa era mí fantasía. Escribía y transcribía poemas constantemente. Después vino la música y su abstracción, su matemática, su mística. En realidad, en el comienzo ya estuvo todo bastante entrelazado para mí. Qué se yo, desde ese momento yo vi y lo veo siempre a todo un poco parte del mismo movimiento de cosas.

En tus discos hay un desempeño gráfico personal también, la manufactura no es la corriente, los formatos son raros, herederos del Artaud de Pescado Rabioso.

La idea de hacer una obra sonora, como es un disco, meterla en un formato y lanzarla al mercado nunca me pareció muy seductora. Y nunca tampoco tuve una oferta a gran escala. Entonces siempre me pareció más interesante repensar cada una de las instancias; ese fue siempre mi plan, creo.

¿En tu casa había biblioteca?

Mi papá compraba muchos libros. Yo recorría con él las librerías de calle Corrientes, eligiendo de lo que estaba en saldo. Recuerdo mucho una noche, me costaba entender por qué estaba comprando esos libros, porque me daba cuenta de que no le interesaban puntualmente y tampoco los iba a leer, y probablemente no los leyó; era esa compulsión del comprador de mesas de saldos de Corrientes, que todos en algún momento pasamos. 

Una especie de fetichismo, ¿vos tenés esa relación con los libros?

Volví a tenerla un poco, ahora. En realidad traté de luchar contra todo fetichismo, en los últimos largos años, también porque sentí que cuando vas creciendo los objetos te tapan un poco, y sobre todo los discos, que van cambiando de formato y ocupan mucho espacio y que prueban su inutilidad, porque nunca pongo un disco si no es en la computadora. Más que nada, lo que me gusta es la historia de los objetos, las posibilidades que contienen, un imaginario posible. Empecé a coleccionar vinilos, comprándome algunos pero también heredando otros. Y con los libros, yo me mudé mucho, conviví muchas veces, entonces ahí las bibliotecas se van desarmando. Pero como hace un par de años tengo una casa un poco más estable, y justamente la casa tiene una biblioteca empotrada en la pared, eso me volvió a relacionar con las ganas de ordenar un poco.  

¿Qué estás leyendo?

Leo cuatro o cinco cosas a la vez. Ahora estoy con la Revista Mancilla, Por una poesía del futuro de Juan L. Ortiz, las conversaciones, con un libro de Roberto Merino y con una autobiografía de Thomas Mann, ese vino de una mesa de saldos. Y hace poco me propuse una meta: como estoy viajando mucho por el país, estoy tratando de traerme un libro de un poeta distinto de cada región. Trato de leer a un poeta en su tierra, y cuando llego averiguar quién es el poeta del lugar y leerlo ahí. Estoy leyendo mucho al filósofo coreano Biung Chul Han, totalmente revelador para mí en su forma de leer la época e intervenir sobre ella.

¿Cuáles fueron los primeros músicos que te conmocionaron?

Los Beatles y Charly García. A Charly lo empecé a escuchar de niño, porque sonaba en mi casa, era la época en que estaba lanzándose como solista, Yendo de la cama al living. Lo fui a ver a los seis años. Y entre los letristas que me conmovieron está Palo Pandolfo. También otros, Lucas Martí, Garamona, Rosario Bléfari, entre los contemporáneos, antes Brassens, Dylan, Cohen, Morrissey, Cabrera, Franny Glass. También los infinitos autores de la primera época del tango. Ramón Ayala. Violeta Parra. Calamaro y Páez. Javier Martínez. Moris. ¡Miles! Pero lo de Palo Pandolfo lo recuerdo como algo puntual, porque hasta ahí yo no pensaba tanto en las letras, en la poesía. No sé, eran canciones. Pero a partir de la adolescencia empiezo a leer poesía, no sé bien cómo. Lo primero que me cautiva es Pizarnik, como tiene que ser. Y un poco en esa línea, a mis dieciséis, recuerdo que una vez en la radio escuché un tema de los visitantes: "Sangre". Yo escuchaba, como muchos, la radio con un rec y pause listo para atrapar en el cassette lo que viniera. Y empezó a sonar ese tema y lo grabé y estuve un par de semanas sin saber qué era, pero me fascinaba. Me parecía muy rara la manera en que cantaba, lo sentía muy ligado al tango cuando esa mezcla de tango y rock, en los 80 y para nuestra generación no estaba presente, no era tan notorio para mí. Era una cosa súper cruda, orillera, lo que hace Palo da inicio, me parece, a toda la nueva corriente del tango orillero que aparece diez años después. Fui a la disquería a buscar el disco y no estaba, insistí hasta que lo encontré y después lo escuché en vivo y me volví fan. Fue muy cautivador para mí como letrista.

¿Qué es lo que sentís que te detenía de esas letras?

Algo que encontraba también en la poesía y que para mí es medio misteriosos y me cuesta entender y explicar, pero que tiene que ver con una alquimia de la palabra. Esa cantidad de capas de sentido y de contextualizaciones nuevas. No sé, es magia realmente para mí la poesía, me cuesta analizarla y creo que un poco también me rehuso a hacerlo. Me gusta ese terreno misterioso. No termino de descubrir los recursos, y un poco me gusta.

¿En la música te pasa, como la estudiaste, de no poder entrar sin esa inocencia?

Y, en la música me cuesta, pero bueno hay un placer ahí también. Sí lo logro quizás con la música más contemporánea, electrónica, más nueva, cuando algo me copa, sí, porque en general los recursos que más conozco y los que más analizo que tienen que ver con las tonalidades, con las tensiones y las distensiones, con la coloraturas, y no son esas las cosas que más se exploran en la música electrónica. En general se trabaja más sobre texturas y sobre ritmos. Y ahí sí por ahí descubro un placer que no termino de decodificar.

¿Cómo decidiste estudiar música?

Desde que empecé a tocar armé grupos y empecé a tocar en vivo. Fue bastante rápido, a los quince. Y lo de estudiar fue un paso natural: terminé la secundaria y pensaba bueno, toco con mi grupo hasta conquistar el mundo o prendernos fuego. Y mi viejo me dijo: bueno, por ahí podés estudiar. Me di cuenta de que sabía mucho menos de lo que yo creía y que tenía mucho por aprender. Hay una especie de ímpetu juvenil que te hace sentir muy poderoso, pero concretamente me di cuenta de que conocía muy poco de la música. Conocía el rock, no mucho más. Entré a estudiar y me estalló la cabeza, no sólo por la información: me hice muy amigo de muchos flacos muy distintos. Cuando entré al conservatorio éramos todas personas a las que nos interesaba el mismo lenguaje pero no teníamos nada que ver unos con otros y se armó un grupo muy variopinto. Había un flaco que venía a tocar glam rock pero era super jazzero, otro que era jazzero y vivía como en los años 40, después flacos de la música clásica. Canciones nos interesaban a mí y a otro, de repente todo el resto decía que Los Beatles eran una mierda, cosa que era impensable para mí. Eso fue genial, porque la mitad de la información me llegaba en el aula y la otra mitad era conocimiento en el bar. Estudiábamos a la mañana pero después nos quedábamos bebiendo toda la tarde. Estudié en Rosario y acá, en el Manuel de Falla. En Rosario continué lo que venía haciendo acá, pero poco; al toque empecé a tocar allá rock y dejé toda la academia.

Hablaste de la música como lenguaje recién, ¿qué diferencias con el de las palabras presenta ese lenguaje? 

La música apela a un lado sensible de las personas, no a un lado racional, es un lenguaje que no hablan todos, que hablan solo algunos, e inclusive solo algunos de los que lo utilizan. Por eso la canción me parece una forma artística muy acabada, porque realmente genera una conjunción entre el discurso musical y el discurso textual que es muy poderosa. Así como la melodía se carga de sentido social e histórico con las palabras, las palabras se cargan de sentido emocional y sensible con los sonidos. Entonces se da una retroalimentación entre ambas que las hace llegar mucho más lejos. La melodía llega muy lejos sensiblemente, pero es un tipo de lenguaje un poco anacrónico con respecto al mundo contemporáneo; quiero decir, es difícil que la gente escuche música instrumental. Y es casi imposible que escuche música instrumental y sin ritmo. Si no hay ritmo y si no hay palabras, parecería que no hay nada. La canción es un terreno en el que todo está permitido. Imperfecta por naturaleza, hay una canción diferente para cada día, persona, época. Tan integradora como el cine pero más modesta, a escala humana. Es subjetiva y universal a la vez. Utiliza recursos de muchos lenguajes y en su complejidad es muy simple: palabra cantada en un contexto sonoro.

¿Escribís poesía, textos a los que no les pones música? 

Sí, lo hago habitualmente. En general las canciones parten, en muchos casos, de textos de los que tomo material para armar una canción.

¿Planeás armar un libro con eso?

Probablemente. Son instancias distintas, ese trabajo medio de orfebre. Yo escribo, hago canciones y hago músicas. Pero es que no le termino de encontrar tanto sentido a juntar cosas y sacarlas, tiene que haber un móvil, una idea que me lleve adelante. Tampoco tenía la idea de editar las canciones, surgió de conversaciones con Francisco Garamona. Me pareció que tenía sentido porque los discos no salen con las letras, en general, y muchos discos no están reeditados, entonces era una forma de reunirlos y de sumar las voces de los otros.

Hay muchas personas que participan con letras, la más presente es Tálata Rodríguez pero también hay firmas de Pipo Lernoud, Roberto Jacoby, Fernanda Laguna... ¿cuándo empezaste a escribir con otros?

Cuando era más adolescente lo hice, pero quizás uno escribía y otro hacía la música. Con Tálata es con quien empezamos a desarrollar una colaboración, que igual partió más de escrituras de ella a las que yo les ponía música, pero después hay un montón que son conversadas, que realmente yo no me acuerdo quién escribió qué. En general, para mí, hay uno que tira el planteo -la primera estrofa, el estribillo- y otro que completa, pero no es que sea uno u otro, solo que uno conduce. Es muy difícil que estén codo a codo los dos. Lo más parecido que hice a eso fue lo de Viajantes; con ellos sí, las canciones, algunas, firmadas por los tres, las escribimos los tres. Y tardamos todo un día conversando cada palabra. 

En tus canciones suele haber un desarrollo narrativo, a la Bob Dylan.

Dylan fue importantísimo para mí y lo es, es algo a lo que llegué más tarde, ya viviendo en Rosario. Él me mostró el abanico que podía explorar alguien, tan amplio, de recursos y posibilidades. Me maravilló la manera en que mezclaba a Rimbaud, que me fascinaba, con John Lennon. El junta esas dos búsquedas estéticas, la de un poeta romántico y la de un músico popular rockero en una sola persona: claro, dominó el mundo, lo dio vuelta.

Hay también retratos, historias encontradas, en tus letras, ¿o las inventás?

En general, para mí, se presentan. Si estás un poco atento, las historias están ahí todo el tiempo. El problema es que nos cuesta estar atentos. Por eso es maravillosa la inspiración, que para mí significa eso: estar con la antena bien conectada. En general me cuesta inventarlas, premeditar una cosa, más bien aparece algo que voy siguiendo. No digo que se me dicta, pero algo sí que aparece y yo lo percibo. En general son cosas que aparecen en lo cotidiano. Pensando en todo lo que estamos diciendo, en Charly, en mis lecturas de niño, en realidad diría que a mí me interesa mucho relacionarme con la época. Y lo que siempre admiré en Charly García es eso, la forma de leer su época. Cuando me preguntás qué leía de niño, y, la verdad es que yo leía mi época: era un chico con ciertos intereses culturales dentro de una familia progresista de clase media de Villa Crespo, me empecé a juntar con mis amigos -éramos unos freaks totales- y leíamos, nos pasábamos historietas, escuchábamos a Les Luthiers, discos… Y ahí empezaron a circular otros libros, como La naranja mecánica. Una cosa te va llevando a la otra. Me acuerdo de cuando conocí la Cerdos y peces, que me volví loco, o antes inclusive leía El Porteño. Estaba atento, me interesaba ver esa otra posibilidad de oficios y existencias, de desarrollo de una cultura en una ciudad y en un mundo.

¿Es cierto que escribiste una novela que abandonaste?

Sí, pero es inédita, es una novela juvenil. La escribí a los diecinueve. Alguna vez quizás la edite. Está perdida, no la tengo. Por ahora dejémosla en el misterio.Es corta, una novela de 60 páginas. Habla del fin de siglo, yo estaba conmovido por eso, y estaba recibiendo demasiada información, estaba estudiando música. En el medio, aparte de estudiar música, estudié canto con caja con Leda Valladares y estudié música, filosofía y tradición, un taller con Liliana Herrero. Fue todo un momento, yo tenía 18 años y me estallaba el cerebro, en realidad fue parte de todo eso. La escribí un verano, en Capilla del Monte, absolutamente todos los días escribiendo. El problema -digo yo que no escribo novelas, fue una única experiencia- el problema es la fe en la escritura. Intenté muchas veces volver a escribir una novela, y cada tanto lo intento. Ahora estoy medio escribiendo un libro pero no es una novela, es otra cosa. Y lo que me pasa es eso, que en un momento se me quebranta la fe. Por ahí estoy un mes y la cosa va, y de repente me parece que es una mierda: me digo, ¿y a quién le va a interesar esto? Es una idiotez. Cuando la dejo una semana ya está, no puedo volver. Con esa novela lo que pasó es que era corta y yo estaba con mucho fervor por hacerla. Es una novela generacional, la historia de unos pibes que se van a una playa a pasar el fin de siglo.

Y de todos esos proyectos de novela que iniciaste, ¿hasta dónde llegabas? ¿Les llegabas a poner nombre?

En muchos casos sí, porque yo pienso en los nombres antes de todo, con los discos también me pasa. De hecho tengo nombres de cosas que todavía no sé qué son, canciones o discos o novelas. Términos a lo que les encuentro mucha carga de sentido y pienso "acá hay algo". 

¿Te sentás todos los días a componer?

No, no compongo nunca. Yo sigo planes, me cuesta mucho hacerlo regularmente, hacer por hacer; en algún caso aparece, la inspiración también existe para mí, y de repente un día puedo escuchar algo y me queda resonando, llego a la noche, agarro la guitarra, toco un poco y lo grabo. En general lo abandono, lo grabo para dejarlo registrado. Lo que hago es acumular material como en un campo de ideas, un archivo, y después con todo ese archivo trabajo. Tengo ahora unas diez a veinte canciones, pero no están terminadas, están ahí, están los títulos, las ideas. Con el disco Baila sobre fuego, que es mi último disco de estudio, yo lo trabajé así y me encantó; tenía unas veinte ideas y me propuse no avanzar más que eso, no desarrollarlas. Me fui de viaje, y durante el viaje seguía pensando en ellas, y empecé a grabar con esas ideas, así. A partir de ahí empecé a construir, y me gustó porque todo cobró una unidad que si no me es un poco más difícil de lograr, se ponen más singles las canciones, son como cuentos. Y de esta otra manera parece más una especie de novela. Llegué a lugares que desconocía. 

¿Cómo trabajás las letras?

Reescribo mucho, mucho. Por ahí tengo una letra y puedo estar meses pensando en una palabra. A veces le pongo una palabra y la canto, pero no me gusta, la canto porque la canción me gusta pero en realidad no me termino de atrever a grabarla ni a considerarla terminada porque tiene algo ahí que siento que todavía no.

¿Ponés las canciones a prueba en vivo? ¿La reacción del público las modifica?

Sí. Me preocupa lo que me pasa al momento de decirlo, en ese momento me doy cuenta de la mitad de las cosas. Puede pasar que haya algo que me encante, pero llego y lo canto y  quizás la reacción del otro no sea muy notoria pero yo sí la noto, y noto sobre todo lo que me pasa a mí al decir determinada palabra frente a todos, determinada idea.

En todas tus letras el viaje es un tema que vuelve. ¿Cuál fue tu primer viaje?

De alguna manera, si tengo que pensar en mi primer viaje, y casi te diría que fue Rosario. Obviamente tuve viajes anteriores, vacaciones, pero no tuve ningún viaje al exterior hasta los treinta. Sin dudas, salir a las rutas, salir afuera, es un viaje íntimo. Quien sale afuera viaja por dentro de sí mismo, y la verdad es que para mí es de los momentos más activos de trabajo y más inspiradores. Es donde más leo, es donde más escribo, es donde más me gusta estar, de viaje. El regreso también es bueno.

¿Por qué hacer un libro con letras de canciones? ¿Qué dimensión adquieren las palabras acá? Al separarlas de la música, al dejarlas solas, ¿qué les hiciste?

Por momentos es un libro utilitario, siento, como cancionero; pero bueno, es utilitario en tanto y en cuanto conozcas las canciones. Con lo cual hay un juego ahí, conmigo mismo, como personaje cultural o lo que quieras, porque finalmente no soy un cantor tan famoso, más bien diría que no soy famoso, por lo tanto no es que cualquiera va a agarrar esto y a empezar a cantar. Más bien, sólo un grupo selecto puede hacerlo. Algo de eso me gusta. Y el libro es también, pienso, una bitácora de viaje: a través de esas canciones se cuenta una historia de proyectos, álbumes, aventuras de mi andar trovador. Quitarles la música a las letras es para mí dejarlas expuestas a una nueva melodía posible, a otros significados que ahí están latiendo.

¿Y te pueden leer como poeta?

Y, al encontrarse solas las palabras me parece que se tuvieron que valer por sí mismas con la página. Pensé mucho en cómo escribirlas, cómo hacer el corte, e inclusive -pero esto sólo se pueden dar cuenta los maniáticos- hay palabras cambiadas. No muchas, pero hay correcciones con respecto a las grabaciones. Hay palabras que después de grabadas nunca me terminaron de cerrar, y en algún momento encontré un cambio, y que ya las incluí en el vivo, y acá están puestas así. Al momento de escribirlas había repeticiones que me parecía que quitaban poder, o cortes finales, o la forma de cortar los versos.

No cualquier canción resiste esto, es un proceso exigente para la letra. La música puede "disfrazar" alguna letra más desvalida.

Claro, es que es el gran tema de discusión, y no llegamos a una solución: ¿las canciones son poesías? ¿Son poemas? No. O sí, pero no es lo mismo. La verdad es que no es lo mismo. Ni mejor ni peor: tienen libertades distintas. En general, siento que la poesía tiene una libertad mayor que la canción en cuanto a estructura, a posibilidades, es mucho más abierta. A la vez, cada frase, cada palabra necesita una contundencia mayor, que a la canción en general se le permite otra cosa. La canción, en un punto, está más relacionada con el teatro.

También sos actor, cierto.

Bueno, de alguna manera sí. Estudié a los trece años y filmé una cosita ahí, de niño, y después hice documental. No me siento actor. Pero lo pienso a partir de esta idea de la poesía y la tragedia unidas en los griegos; la canción tiene más que ver con el teatro, porque es representación en vivo. La canción no se hace para ser escrita. Casi que lo que define a una canción es que uno la memoriza y la canta, y se canta ante alguien, o uno la canta en su intimidad. Pero bueno, esa palabra cantada a veces no necesita un peso de sentido tan profundo, como sí necesita la poesía.

¿Porque la música complementa esa profundidad?

La carga de diferentes sentidos. En un poema, una palabra, "mesa" por ejemplo; depende de dónde vengas y hacia dónde vayas va a tener un peso determinado. Pero en una canción depende, además, de cómo la cantes; es distinto cantarla con notas estiradas, primero una nota alta y otra baja, el tipo de ritmo, el timbre de la voz, los timbres que la envuelven... Todo eso le da un sentido distinto, por lo tanto hay letras que pueden ser muy tontas cuando las ves escritas y que sin embargo al momento de ser cantadas tienen un poder, porque tienen un poder performático. Dramático, trágico.

Dijiste recién que no te sentís actor. ¿Qué te sentís?

Un poeta.

¿Un poeta?

Soy un artista. Un trovador. Me gusta la idea del trovador como el que es capaz de unir cosas. Hay un libro muy interesante, de Marta Zátonyi, que se llama De trovadores y juglares. Ella habla del juglar como de la figura que está en la plaza, en la edad media, cantando. Es el que canta lo nuevo, lo procaz, el que canta sin forma, el que inventa y olvida. Es la vanguardia total, es Tanguito, digamos. Y el trovador como la figura que en realidad canta para la corte lo que escucha en la calle, y que canta para la calle lo que escucha en la corte. Es una especie de traficante de información que está atento a lo que sucede, y es el que de alguna manera valida al juglar y lleva ese canto hacia todos, eso que el juglar no podría hacer porque su canto es demasiado volátil, quizás. Bueno, de alguna manera muchas personas dentro de la cultura funcionan así. Creo que Charly García fue eso, sin dudas, esa capacidad de trazar uniones, hacer linos distintos. Y me di cuenta que yo me tomo ese trabajo todo el tiempo. Eso fue para mí cantar Ramon Ayala hace veinte años en Palermo, o a Leonardo Favio, como puede ser ahora otras cosas.

¿Buscas el silencio en algún momento del día?

Sí, lo necesito. Solo estoy bastante en silencio: no escucho tanta música por escuchar. Cuando me quedo en silencio me imagino cosas, y si no no me imagino nada.

 

 

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