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Natalia Litvinova: "La poesía caminaba por mi casa"

Traductora, autora de libros como Cesto de trenzas y editora en Llantén

La poeta nacida en Bielorrusia se refiere en esta entrevista a su labor como traductora, a sus últimos libros publicados y a Llantén, proyecto editorial que lanzaron hace poco con Tom Maver: "Queremos sorprender y abrir un camino hacia voces y escuelas poéticas poco transitadas en Argentina", explicó en esta entrevista, a poco de comenzar su taller en la librería.

Por Valeria Tentoni.

 

Natalia Litvinova nació en Gómel, Bielorrusia, en 1986 y reside en Argentina desde los 10 años de edad. Además de ser traductora de poetas rusos, es autora de libros como Grieta, Siguiente vitalidad, Esteparia Cesto de trenzas, su último título publicado. El año pasado, Litvinova ganó el premio estímulo de la Fundación Argentina para la Poesía. Además, estará coordinando un taller de poesía rusa en la librería muy pronto: comenzará el 24 de mayo y se dedicará al Siglo de Plata.

"Vengo de Bielorrusia, que significa Rusia Blanca. Nací entre los edificios y el bosque pero pasé mi infancia en el campo de mi abuela. Me interesa difundir la literatura y poesía rusa que es un poco divulgar formas del regreso. El traslado de Gómel a Buenos Aires a mediados de los 90 me empujó con el tiempo a traducir tanto lo clásico como lo contemporáneo y marginal, y a investigar mi origen", escribió para presentarse en su nuevo proyecto. Junto a Tom Maver, Nina Kaelin y Josefina Wolf, hace poco lanzaron Editorial Llantén, sello en el que están traduciendo voces como las de Marina Tsvetáieva y rescatando varias que hasta ahora no habían tenido versión en nuestra lengua. 

 

Podemos empezar por el final: acabás de publicar Cesto de trenzas, un libro ocupado por historias de mujeres, ¿cómo apareció la idea y qué guió su escritura?

La idea se desprendió de un conjunto de historias y relatos que me transmitieron mi madre y mi abuela, las que escuché sin querer y de las que me fui enterando de grande. En Cesto de trenzas empecé a trenzar esas historias, incluso las ficcionalicé. Trabajé con los relatos sobre cómo era la vida en el campo, el trabajo de las mujeres cuyos maridos fueron a la guerra, el cultivo de lino, los chismes, los amoríos con los hombres de otros pueblos, lo agreste, la relación con los animales. Reelaboré los recuerdos que me obsesionaban. Convertí en escritura todo eso que transmitían de manera oral los integrantes de mi familia. En mi poemario anterior, Siguiente vitalidad, también hice un trabajo con los personajes y sus experiencias, pero aparecen escenarios más urbanos, historias salpicadas y tiempos que se superponen. Muchos de los poemas de Siguiente vitalidad son postales un tanto rotas que fui restaurando con fragmentos de otras imágenes.

Las trenzas ya habían aparecido en tus libros anteriores, como en Siguiente vitalidad.

No me gustaba que me cortaran el pelo. Cuando era niña, me llegaba hasta las rodillas, pero era finito y no se lucía. Mi madre me hacía diferente tipos de tranzas, era nuestro ritual, se tomaba su tiempo. Mamá en cambio tenía un cabello salvaje y lo escondía en un rodete. Mis abuelas también, para que no molestara en su trabajo, en el campo. Pero cuando se soltaban el pelo, sus rasgos se ablandaban, sus rostros descansaban. Un poema de Cesto de trenzas dice que las mujeres de mi familia guardaban en un cesto las trenzas que se cortaban. Era así, conservo muchas de esas trenzas hermosas, de diferentes tonos, en mi casa, como un amuleto. Son varios los puentes que unen Cesto de trenzas y Siguiente vitalidad: la preocupación por narrar historias reconstruyendo así una geografía remota y a los personajes de mi infancia.

Estos dos libros se publican mientras Llantén emerge. ¿Cómo surgió la idea de armar una editorial y con qué objetivo?

Quizás no sea un dato agradable, con Tom Maver decidimos abrir nuestra editorial (él también es poeta y traductor) porque la pasamos mal con varias editoriales, tuvimos unas cuantas experiencias desafortunadas. El autor siempre pierde, el traductor de poesía también. Intentamos cambiar eso poniendo en práctica una manera eficiente, interesante, intensa y agradable de trabajar. Con Llantén buscamos darle visibilidad a los autores que veníamos investigando y que nos parecen valiosos no solo por la calidad de su poesía sino también por sus pensamientos, pasiones y experiencias de vida. A través de las autoras que publicamos, podemos volver a hablar de las migraciones y del exilio, del abandono, de las infancias llenas de carencias, de los grandes acontecimientos del Siglo XX que influyen en nuestro tiempo.

En el catálogo, hasta ahora, vemos rescates de poetas poco o nada conocidas hasta entonces por los lectores argentinos, ¿cómo se arma ese catálogo, qué efecto de encastre busca el catálogo en conjunto más allá de cada libro en particular?

Queremos sorprender y abrir un camino hacia voces y escuelas poéticas poco transitadas en Argentina. Recuerdo que hace un año, con Tom empezamos a anotar en un cuaderno los proyectos que teníamos en mente. Cuando releímos la lista en voz alta nos dimos cuenta de que en esa lista de autores que deseábamos traducir, solo había mujeres. Y no dudamos en seguir adelante sin modificarla. Unos meses después publicamos una antología de poemas de Marina Tsvietáieva que no habían sido traducidos al castellano, y un libro de poesía erótica de la australiana Westonia Murray. Hace unos días salieron de la imprenta los poemario de la rusa Nika Turbiná, en los 80, a los 11 años, había ganado un premio por su poesía que solo otra rusa había conseguido, ni más ni menos que Anna Ajmátova. Y una antología que nos parece imprescindible, de la poeta alemana Hilde Domin que se carteaba con Hannah Arendt.

¿Cómo se realizan las traducciones? 

Tom Maver traduce del inglés, yo del ruso y hace poco empezamos a trabajar con Geraldine Gutiérrez Wienken, filóloga y traductora venezolana que vive en Alemania, que nos enseña la obra de autoras alemanas que está investigando en este momento. Vamos a publicar una serie de libros traducidas por ella. También nos interesa el ensayo, las novelas cortas, y todos esos proyectos difíciles de encasillar. Por ejemplo, estoy pensando en traducir la letras de un cantante punk que fue muy popular en la URSS.

¿Cuándo comenzaste a traducir y cómo fuiste perfeccionándote? ¿Qué ejemplos de traducciones te guiaron?

Primero abrí un blog donde compartía mis traducciones, un poema por semana. Ese espacio virtual, pero a la vez fijo, fue de gran ayuda: creaba una distancia que yo precisaba para ver mis errores. Con la práctica, la atención, la lectura y la investigación, fui mejorando. Trabajé con varias editoriales y recibí diferentes y valiosas opiniones y consejos. Mis traductoras favoritas son Irina Bogdaschevsky y Selma Ancira. Cuando leo los libros de Marina Tsvietáieva traducidos por Ancira, me olvido de que son versiones y escucho a Marina leyéndome en voz alta.

Hace poco tradujiste una novela para Mardulce, ¿cómo fue ese trabajo y en qué se diferencia la traducción de poesía de la de narrativa?

La novela Una nihilista, de Sofía Kovalevskaya, tiene muchos pasajes poéticos, sobre todo aquellos donde la narradora describe la naturaleza, sus arrebatos y las imposiciones de la sociedad. Pero yo estaba acostumbrada al verso breve de la poesía, la condensación y el espacio en blanco, ese que da tiempo para pensar, y para darle fuerza al verso que viene después. Traducir una novela por primera vez fue como nadar en el mar, flotar ahí constantemente, hasta dar por terminado el trabajo.

Conocemos tu historia de inmigrante a la Argentina a tus diez años, si no entiendo mal pudiste volver hace poco a visitar tus tierras, ¿es así? ¿Cómo fue esa experiencia? ¿Con qué te encontraste? 

Fui a Rusia y a Bielorrusia en julio del año pasado. De Rusia solo conocía Moscú, había ido con mis padres a los 9 años. Ese viaje no me había gustado, Moscú era demasiado grande y más ruidosa que Gómel, mi ciudad natal. En este viaje la redescubrí, es maravillosa. Extrañaba mucho los arboles rusos, la naturaleza, la amplitud de las avenidas y las calles que sin que te des cuenta, te llevan al parque o hacia un  “dvor”, un patio interno entre edificios, y estás ahí como escondida del mundo. Percibí varios cambios: la ropa, los gestos, la comida, la cantidad de ofertas y de productos. Cuando era niña, en Bielorrusia no teníamos acceso a ningún producto que no fuera de producción nacional, no existía la propaganda. Todo eso cambió. Pero el olor de las calles y de la naturaleza es el mismo, la esencia es la misma. Fui al bosque y también al barrio donde vivíamos. Me pareció un lugar detenido en el tiempo. Era verano y todos estaban en sus dachas, la ciudad prácticamente vacía, toda para mí. Estuve parada un largo rato frente a un montón de edificios soviéticos. Me pregunté qué había sucedió ahí en estos últimos 20 años. Una de las cosas que más me impactó fue una iglesia de madera que construyeron en el parque al que solía ir con mi padre. La iglesia está rodeada de flores y arbustos, no muy lejos construyeron un corral moderno donde se pasean gallos, gallinas, cabras y cuenta con un espacio para los conejos. Ese lugar fue ideado para que las mujeres pudieran descansar allí con sus hijos y tener contacto con los animales. Cerca de la entrada, la iglesia tiene una placa que expone los nombres de los pueblos afectados por la tragedia de Chernóbil.

¿Cómo ha influido en vos la extranjería, la patria de algún modo dejada atrás, la patria presentizada siempre con la escritura?

La partida fue dolorosa. La llegada a Buenos Aires no fue muy afortunada, a mis padres les sucedieron muchas cosas dignas de ficción, era la primera vez en mi vida que los veía a punto de derrumbarse. Todo lo que nos sucedió, nos fortaleció. Ahora es material para la escritura, una historia que puedo contar desde diferentes puntos de vista, incluso con humor.

¿Por qué la poesía? Sé, porque he leído contaste, que en tu infancia jugabas con estatuas de grandes poetas en los parques, que en la escuela era algo muy natural la poesía, distinto de acá, ¿creés que eso generó tu búsqueda poética?

Marina Tsvietáieva dice lo mismo en Mi Pushkin, jugaba con la estatua de A. Pushkin en Moscú cuando era niña, y es que allá todos lo hacen, hay muchos monumentos a los escritores, vas a un parque y son ellos los que cuidan a los niños mientras los padres charlan y comen semillas de girasol. La poesía caminaba por mi casa, mamá andaba con los libros de habitación en habitación. En la escuela nos enseñaban poesía, era natural para mí. Llegué a Buenos Aires, me aclimaté, terminé el primario, empecé el secundario y ningún profesor nos daba poesía para leer o debatir, empecé a extrañarla y también a escribirla. Fue eso: sentí que me hacía falta.

¿Qué estás escribiendo ahora, después de Cesto de trenzas?

Estoy escribiendo una novela que roza la ciencia ficción. Y con una artista visual española estamos armando algo que nos tiene entusiasmadas, yo escribo poemas y ella trabaja imágenes/collages en base a ellos. Pronto pensamos sacar ese libro-objeto a la luz.

 

 

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