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“No hay nada más estéril que pensar algo desde el tema”

Lucía Puenzo, escritora y directora de cine

"Siempre me pasó que es en los desvíos, donde perdí un tren, un micro o donde sea, donde me pasaron las historias más memorables", dice Lucía Puenzo en esta entrevista con Gonzalo León alrededor de En el hotel cápsula, libro de cuentos donde "mandan los personajes".

Por Gonzalo León.

Lucía Puenzo tiene muchos planes. Entre sus proyectos cinematográficos se cuenta la filmación en París a principios del próximo año de la novela Barba azul, de Amélie Nothomb, y la dirección de una serie para Netflix.

En el hotel cápsula es el último libro de esta escritora, directora y guionista que hace unos años había firmado un contrato con Planeta para editar toda su obra; sin embargo, este libro corresponde a un momento especial y también a un deseo. Hacía tiempo que quería publicar en Mansalva, y el tiempo de lectura y de escritura que le dio el embarazo le permitió plasmar estas historias a las que les llevaba dando vuelta hace años.

Los tres relatos tienen que ver con viajes que hizo como directora de cine por Bangkok, La Habana y Tokio. Pero más que un libro de viajes se trata, como ella misma dice, de un libro de personajes. El viaje se presenta entonces como pretexto para descubrir a estos personajes, basados en personas reales. Puenzo cree que, así como la escritura, los viajes son productivos cuando ofrecen la oportunidad del desvío. Y En el hotel cápsula hay muchos desvíos, como si los relatos no hubieran sido posibles sin ellos. Por ejemplo, en el relato que le da nombre al volumen si la protagonista no perdía el último tren de Tokio a Kioto la historia hubiera sido imposible. Ahí está la protagonista entonces siguiendo a una chica hasta un hotel cápsula, donde los nipones varados aprovechan para dormir y continuar viaje al día siguiente.

Los otros relatos abordan la temática transgénero y la violencia de género; pese a ello hay cierta dosis de originalidad no sólo por la sensación que deja todo el volumen, sino también por el tratamiento: lo exótico pero a la vez lo social, todo unido a una experiencia personal que no se convierte ni en literatura del yo ni en simple realismo ni en meros discursos girando alrededor de las historias.

–Estas historias –explica Puenzo mientras está atenta al celular por cualquier cosa que pueda necesitar su bebé– fueron viajes que fui haciendo a lo largo de veinte años, pero esas experiencias quedaron grabadas con una frescura que yo podía volver a la cápsula en la que había dormido en Tokio o a la habitación de esa embajada, cuyo embajador casi no había conocido, o a ver una pelea de muay thai de una boxeadora transgénero; todos son personajes reales, todos existieron, todo ocurrió -no exactamente de la misma manera-, y eran instantáneas a las que yo podía volver con todos los sentidos. Nunca había escrito relatos de viaje, y fue en realidad en este tiempo de embarazo, parto y puerperio, que empecé a escribirlos, y ahora que lo pienso eran una manera de visitar de nuevo lugares adonde había estado. Pero esto fue posible cuando me quedé quieta. Sólo así pude ir hilvanando cosas con cierta distancia, porque obviamente a mí el embajador no me fue a buscar al aeropuerto ni me invitó a vivir a su casa, ni tenía un hijo transexual, pero sí existía esa familia real tailandesa. Hay una mescolanza de lo que es real y de lo que es ficción que a mí me cuesta separar; si vos me preguntás qué fue exactamente lo real y lo que no, en mi cabeza ya no lo tengo claro.

 

A mediados del siglo XVIII el escritor irlandés Laurence Sterne en Viaje sentimental cuando va al continente europeo le da la misma importancia a una catedral que a un mendigo, es decir, el viaje depende de una subjetividad, y no de lo entendido como “turístico”. En tus relatos tampoco está lo turístico.

A mí lo turístico de los viajes es lo que menos me quita tiempo y sueño. Justamente si hay algo que se imprimió en todos estos viajes y con una virulencia e intimidad feroz fue el contacto y descubrimiento de ciertos personajes. De conocer a la boxeadora de muay thai y estar toda la noche conversando con ella, eso es lo que yo me traigo de un viaje. De hecho no te podría contar exactamente a qué templo fui en Bangkok o cuáles son sus calles principales. Es como si el viaje fuera por otro lado, por tener esos momentos de intimidad con un desconocido.

¿Habías leído antes literatura de viajes?

No de viajes, pero justo cuando estaba escribiendo estos relatos estaba leyendo la autobiografía de Jane Bowles y de todo ese éxodo que ellos hacen con Paul Bowles a Marruecos, y mientras leía tenía ganas de adaptarlo para el cine. Sin ser una autobiografía de viaje había algo de estos extranjeros en tierra ajena tratando de existir y de hacerse de un nuevo círculo familiar y de amigos y de cómo volver a constituir un universo que les es Marte, que me resultaba muy atractivo. Jane Bowles en Marruecos al principio era como un extraterrestre, y pensaba lo que pasa con eso, con personajes en territorios que les son totalmente ajenos, en el que además están muy solos. A mí me gusta mucho lo que me pasa estando en esos lugares, me gusta mucho sentir que estoy absolutamente sola en un país, en una ciudad, en un pueblo que desconozco, y que cada calle que camino es la primera vez que la camino. Esa sensación de aventura o de lo inesperado me encanta, que con todo lo que me gusta Buenos Aires lo que me aburre es saber que si vos salís ya conocés todas las calles de memoria.

Si bien los relatos están situados, el más situado es el segundo, el que transcurre en La Habana, de hecho hay mayor descripción de la ciudad. Pero los otros hay como un evitar eso y mandan más los personajes.

Absolutamente, son cuentos donde mandan los personajes, porque en realidad para mí son instantáneas no de viajes, sino de personajes. Si me preguntaras de qué trata, bueno, sería sencillo: el primero de Tai Toom, ese chico trans, hijo del embajador, y el último de esa secretaria japonesa y de ese chico que trabaja en el hotel cápsula. El paisaje importa poco, más allá de que el paisaje sea lo que los determina.

Y sin embargo son personajes raros, pero no extraordinarios…

Sin duda. Yo creo que en el último cuento se podría hacer una historia con la japonesa que escogí o con la que estaba al lado, todos los personajes daban para ser seguidos y tener ese encuentro. Es lo que vos decís: son ordinarios en un punto, no tiene nada de extraordinarios, sólo que en el recorte de esa noche esos son los que encontré.

Hay una cosa que se da en los dos primeros relatos, en el de Tai Toom y en el de La Habana, y en el comienzo de tu nueva novela, Los invisibles, que estás terminando, y que tiene que ver con la incorporación de ciertos discursos que están circulando en la sociedad: me refiero a lo transgénero, a la violencia de género, a la violencia infantil. ¿En qué medida te haces cargo de esos discursos?

En su momento esto me lo preguntaron mucho con mi primera película, XXY, y también me lo preguntaron con Wakolda, tanto con la novela como con la película, en relación no sólo al nazismo, sino a la genética, a la manipulación de los cuerpos, y más allá de que en realidad sí es cierto que en todos esos relatos aparecen estos temas, para mí sería absolutamente paralizante pensar una historia en lo que mande sea el tema, porque me parece que no hay nada más estéril que pensar algo desde el tema. Por el contrario, creo más en una línea de diálogo que escuchaste, en un personaje que te gustó cómo se movió, y si eso arrastra algo, bueno, lo arrastra, pero creo que si la entrada es por lo que querés decir en relación al tema, no sale nada. Al menos esa es mi sensación. Mi recuerdo, por ejemplo, de Tailandia con el tema de los kathoey, que es ese tercer sexo, que además ese viaje lo que me pasó al escribir los relatos es que llevaba con la vivencia que tenía de una década y media atrás y no de ahora, que el universo de la intersexualidad se transformó drásticamente, de hecho no existía ninguna ley, y eran desconocidos para la gran mayoría de la gente que existían, eran en definitiva otro planeta. Pero el universo de los kathoey en Tailandia era aceptado a niveles que nosotros en este lado del mundo desconocemos. Tenían un lugar hasta prestigioso y respetado.

Tan respetado y prestigioso que el hijo de un rey podía tener de novia a un kathoey…

Absolutamente. Y eso para mí fue transformador, hace un cruce umbral con un mundo en que eso ocurría y entender que eso era así, que podía ser así, y la sensación de cruce umbral, esto es de estar en otro lugar, era tan fuerte que después nunca más volví a mirar de la misma manera a los chinos y los japoneses que les sacan fotos a un kiosco, porque yo misma había estado sacándole fotos a los kioscos en su mundo, porque todo es tan diferente que realmente eso son los viajes en los que uno tiene la ajenidad, la otredad más absoluta, en los que un paquete de golosinas es estar visitando otro planeta.

Los relatos situados en países más lejanos parecen más exóticos que el de La Habana, quizá porque hay más literatura disponible en castellano sobre La Habana. Y precisamente en ése es muy marcado este personaje que se acerca y empieza a masturbarse delante de la protagonista.

Hay algo que vos decías al principio de cuando decías que estos no eran relatos de viajes, sino relatos de personajes. El segundo, más allá que puede tener más descripción de la ciudad, también es un relato del cubano Cohiba. Y realmente eso a mí me ocurrió, y cuando me pasó pensé que lo peor que le puede pasar a un tipo que es exhibicionista es que nunca te miren, que no te miren jamás, y esa pulseada íntima en un lugar público que también tiene en Wakolda la niña protagonista con Mengele. La gran mayoría de las veces que esto ocurre en la realidad la mujer está en inferioridad de condiciones frente al agresor, pero me gusta pensar qué pasa si la mujer está más empoderada y le juega una pulseada de poder de igual a igual al agresor. Y desde ese lugar se detonaron cosas. Cuando escribí Wakolda, no quería que esa jovencita fuera tan sólo una niña indefensa, sino una chica que se constituyera en la protagonista de una historia; no hay una mirada lastimosa hacia ella, sino empoderizante, de una chica que atraviesa toda una historia y que la cuenta en el futuro, más allá que estuvo en manos de un psicópata.  

El último cuento se trata de lo que sucede cuando el viaje, en este caso de regreso, no puede realizarse. Y curiosamente es un viaje mucho más interno, más de cara a los personajes. A diferencia de los otros relatos, el personaje no debió haber estado en ese hotel, debió haber estado en otra ciudad.

Es así, porque siento que es cuando más se tocan los viajes con escribir literatura. A mí me gusta viajar sin planificar, por eso siempre busco que cuando voy a presentar una película haya un espacio para viajar a la deriva. Y siempre me pasó que es en los desvíos, donde perdí un tren, un micro o donde sea, donde me pasaron las historias más memorables, es decir, cuando no llegué adonde tenía que llegar. Me acuerdo un momento en que habiendo entendido que esto era así yo casi lo provocaba. Recuerdo que en Tokio o Kioto saliendo para tomarme un metro donde no entendía los ideogramas y sabía que podía perderme, como prevención tenía una tarjetita escrita en japonés con mi dirección para poder volver. Pero había algo de salir a buscar el desvío que es algo muy similar a lo que pasa en la literatura, que es que lo mejor de la literatura cuando no tenés idea para dónde vas y de pronto aparece un desvío y encontraste lo que estabas buscando. Mi experiencia con los viajes es idéntica.

¿La escritura como un viaje, decís?

Un poco sí. La otra vez me preguntaban qué estaba pasando con la maternidad, si estaba pudiendo escribir. Yo tuve un embarazo en el que tuve que estar bastante quieta, que me permitió darme una panzada de lectura y escritura que ya lleva dos años. Y esa panzada no la tuve en los últimos veinte años, porque estaba viajando, pero de alguna manera ahora, en el que escribo dos horas por día, también estoy viajando. Porque me voy a Los invisibles y estoy ahí con esos chicos a la deriva, en una novela que se va salvajizando de manera similiar a esa película genial que se llama Batalla Real en la que los chicos se van matando entre ellos, los chicos de mi novela terminan perdiéndose en una estancia a la que los mandaron a robar y es lo más similar a viajar todos los días y meterte en ese universo, tomar estos desvíos y encontrarte con estos personajes.

¿El mundo infantil que se retrata en Los invisibles es previo al embarazo?

Es previo, pero es un mundo infantil bastante punki y sexual. Pero los niños están en anteriores novelas mías, como Wakolda y La maldición de Jacinta Pichimahuida. Yo siempre tuve cercanía con muchos niños porque tengo muchos sobrinos, hay algo del mundo infantil que a mí me divierte, que me resulta absolutamente oxigenante y que me descansa.

Hay muchas escritoras de tu generación que están siendo traducidas o publicadas afuera. Pienso en Samanta Schweblin, Mariana Enríquez, Selva Almada, Gabriela Cabezón Cámara, vos. ¿Qué pensás de esta generación que está siendo la cara visible de la narrativa argentina?

Las leo a todas. A mí Samanta Schweblin me parece una grandísima cuentista y leí todo lo que escribió, además nos conocemos. Yo creo que lo que pasa con las escritoras de una generación y también con las directoras de cine, que para mí está todo muy hermanado, incluso más en el cine te diría, es que tenemos una cercanía de mostrarnos lo que estamos escribiendo, lo que estamos editando, lo que estamos por filmar, aun siendo muy distintas en lo que hacemos. Sobre todo, esto pasa con las directoras de mi generación. Y veo que ya no hay mayor dificultad si sos mujer para filmar, cosa que celebro. Las que hoy tenemos cuarenta y ni hablar las más jovencitas tenemos las mismas dificultades que los varones. Y creo que esto pasó en el cine claramente con la irrupción de las escuelas de cine, ese fue el corte, en que las mujeres empezaron a quedarse con los puestos históricamente asignados a los hombres, como la dirección de fotografía. Hubo un cambio radical en los últimos veinte años.

Y en literatura, ¿dónde está el corte?

Es diferente. Mi sensación es que así como en el cine el lugar fundamental de cierta sacudida violenta que ocurrió en relación a los roles fue las escuelas de cine, en literatura el lugar fundamental de esa sacudida fue el de las editoriales independientes. Hay algo de la rigidez de los catálogos de las grandes editoriales que las independientes entraron con absoluta frescura a romper con eso.

¿Podría decirse que por eso publicaste en Mansalva este último libro de relatos?

Mansalva sin duda si no es la más, es una de las editoriales con los mejores catálogos, y no sólo dentro de las independientes. Por eso hace muchos años con su editor, Francisco Garamona, que es también mi amigo, queríamos editar un libro juntos.

 

 

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