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“No tengo ningún respeto por la ciencia ficción”

Martín Felipe Castagnet

"Escribir con el fantástico hoy es una manera de ser realista, porque es un mundo fantástico", dice el autor de Los mantras modernos (Sigilo) en esta entrevista con Luciano Lamberti, después de ser reconocido en la lista Bogotá39 como una de las voces más promisorias de la nueva narrativa.

Por Luciano Lamberti.

Martín Felipe Castagnet nació en La Plata, en 1986. Su novela Los cuerpos del verano ganó en 2012 el Premio a la Joven Literatura Latinoamericana otorgado por la MEET de Saint-Nazaire y La Marelle de Marseille. Editorial Sigilo acaba de publicar Los mantras modernos, su segunda novela, donde a partir de un futuro hípertecnologizado se cuenta una historia familia de incomunicación y desarraigo.

En esta charla, que se produjo en un Starbucks, hablamos de la salida de su nueva novela, la vigencia de la ciencia ficción, las transformaciones del género y el futuro posible.

 

En la reseña que hace de tu libro, Quintín destaca el hecho de que ahora se esté escribiendo ciencia ficción y fantástico en los nuevos autores. ¿Qué te parece esa cuestión?

Yo creo que es un fenómeno digamos de doble explicación. La primera claramente es un tema de modas. La pleamar, ¿no? Se escribe eso precisamente porque antes hubo una reivindicación del realismo, y es normal que en la época siguiente haya una especie de reflujo y se escriba lo contrario. Te diría que si uno quiere pegarla en el futuro lo único que tiene que hacer es fijarse qué se está escribiendo ahora y hacer lo contrario. A mí me gustó la reseña de Quintín. Se hace preguntas sinceras. ¿Qué necesidad hay de escribir fantástico hoy? Es un crítico haciéndose preguntas. Y eso para mí está bueno. Pero lo que no está viendo Quintín, y que para mí es una de las posibles respuestas, es internet. Hoy la que escribe es la generación que no nació con internet, usábamos walkmans, o como mucho discmans, y en un momento teníamos diecisiete años, o veintisiete, y apareció esta bestia fantástica que es internet. Para nosotros el mundo es fantástico. De pronto poder estar comunicándonos con aparatos. A nosotros nos sigue pareciendo anormal. Hay una escena de Twin Peaks, de la nueva temporada, que estaba viendo ayer, donde el personaje de la secretaria se asusta cuando aparece su jefe hablando por celular, cuando ella le estaba hablando por el teléfono fijo. Entonces viene otra persona y le tiene que explicar cómo son las cosas: acordate, son teléfonos móviles. Nosotros de alguna manera somos esa secretaria. Nos seguimos sorprendiendo y en algunos casos asustándonos de lo que está pasando. Entonces, en un entorno completamente fantástico, ¿cómo nos vamos a escribir fantástico? Es la manera lógica de responder a eso que nos pasa. En ese sentido escribir con el fantástico hoy es una manera de ser realista, porque es un mundo fantástico.

Hay una tradición de pensar la ciencia ficción desde la tecnología. Y en Argentina el acceso a esa tecnología es distinto al de otros países. ¿Vos pensás que hay que adaptar los géneros a la experiencia argentina?

Primero me parece que, indudablemente, el género sufrió una reducción de lo que es el término “ciencia”. Se redujo esa parte, de la tradición yanqui, digamos, y cuando en los años 50 y 60 comienza a aparecer la nueva ola y se va vaciando de ciencia eso también afecta a la Argentina. Acá la ciencia ficción está más ligada al término sin ciencia. Marcelo Cohen, por ejemplo. Robles dice que ahora la ciencia ficción no solo no tiene ciencia sino tampoco ficción. Y es una buena manera de interpretar el género o darse cuenta de que la ciencia ficción es una manera de ver el mundo, no necesita ser ficcional. Uno puede escribir crónicas de ciencia ficción. O poesía de ciencia ficción, como la de Marcelo Díaz. No creo que haya una obligación desde Argentina. Un “tenemos qué…” aggiornar la ciencia ficción. La utilización del género es como herramienta. La que tenemos a mano es tercermundista, fallada. Hay un tweet de Gogui que dice algo así como “Yo quiero encontrar escritores de ciencia ficción que no hayan predicho computadoras sino computadores que se claven”. Ese es nuestro entorno: una ciencia fallada. Una ciencia asociada con Horacio Quiroga, inventos que siempre terminan saliendo mal. Esta técnica precaria que termina fallando y envenenando al resto. Nuestra ciencia ficción tiene que ser pensada desde Quiroga pero en la actualidad. En vez de licor de naranjas, una droga de diseño que funciona mal y te pega un mal viaje. Lo podés aplicar a cualquier tópico de ciencia ficción.

Aparte de Cohen ¿ves padres en el género en la Argentina?

Yo creo que lo que pasa es que si bien hay una tradición de picos muy altos que comienza desde el siglo XIX, pero son picos muy aislados. Bioy en La invención de Morel. Borges en Ficciones y El Aleph. Ohesterled, Solano López con El eternauta. Pero como están tan unidos a nuestro canon no los vemos como ciencia ficción, y me parece perfecto. Es una ventaja que tenemos nosotros, a diferencia de otros países donde el género está más limitado y termina siendo una ciencia ficción de mierda, anticuada. Lo nuevo se caga en ese término y hace lo que quiere. Lo único el escritor ahora es que puede especular, puede usar nuevas tecnologías, puede utilizar los mismos procedimientos de la ciencia ficción pero sin ningún respeto por géneros o tradiciones. Los escritores que escriben dentro del género no son necesariamente lectores del género. Quizás sí lo hicieron. Pero no están limitados por eso. Pueden utilizar los recursos de cualquier otro género, también: el terror, el fantástico más clásico, para simplemente escribir cuentos o novelas que tengan imaginación. Creo que los escritores argentinos tenemos una tradición que nos da mucha libertad. Lo que te dice la tradición es que podés mezclar lo que quieras, mientras sea atractivo, mientras sea entretenido, mientras te haga pensar, mientras te haga preguntas, todo recurso es válido.

Me pareció que esta novela, en relación a Los cuerpos del verano, se asemeja en que los personajes tienen necesidad de evadirse. ¿Es una metáfora de internet?

Yo intento que no una metáfora de nada y que sea una metáfora de todo. Es decir que cada cual puede interpretarlo como metáfora, la pregunta es ¿metáfora de qué? Que cada lector se sienta identificado con algo y al mismo tiempo tenga la duda de decir si realmente es eso. El texto se aplanaría si funcionara como metáfora de una única cosa. Uno lo puede tomar como metáfora de internet, o como metáfora de la droga, o como cuestiones políticas (el de involucrarse o no con la realidad política). En ese sentido creo que lo que intento con las novelas, con Los mantras modernos especialmente, es que existan todas esas lecturas, yo soy consciente de esas lecturas, y que se superpongan. Porque esa es la gracia de la lectura. Y lo mejor que puede hacer un autor es multiplicar las interpretaciones. Dicho eso, claramente sí hay una voluntad de evasión. Evasión feliz. Yo no tengo la respuesta a qué. La evasión no es precisamente mala, como se consideraba. Como buen lector de Tolkien, incluso al día de hoy, recuerdo que en un ensayo sobre los cuentos de hadas él decía: ¿Acaso vamos a culpar al prisionero que está en una celda mirando por la ventana de evasión? No, nos ponemos del lado del prisionero. Nosotros somos ese prisionero. ¿Cuál sería nuestra cárcel? Casi te diría que en determinados momentos de la novela la evasión podría ser al revés, no evadirse a la internet de nuestras responsabilidades cotidianas, sino evadirse de la internet, y de tener que estar conectado todo el tiempo, conectado, en relación con los demás. Si el teléfono o la computadora se rompen nuestros amigos ya nos preguntan qué nos pasó, donde nos metimos, etc.

¿Hay un conflicto entre los viejos y los jóvenes en la novela, sobre todo en el acceso a la tecnología?

Yo no tengo ningún respeto por la ciencia ficción, precisamente porque soy lector argentino y acá la tradición es completamente iconoclasta. Hay otras cosas que si me importan más y que funcionan como ejes, y uno de ellos es la vinculación entre las diferentes generaciones, entre los viejos y los jóvenes, los viejos y los adultos, los adultos y los nenes. Si hay algo para lo que sirve la ciencia ficción es para explicar cómo es la vinculación actual entre las diferentes generaciones. Creo que la tecnología es una de las mejores formas donde se ve esa articulación. Porque precisamente entre los viejos pasa algo que sucede a la inversa que es el analfabetismo. A partir de cómo la tecnología está funcionando hoy en día tenemos la idea (después puede ser real o no) de que los nenes, al ser nativos digitales y todas esas etiquetas que les ponen, prácticamente nacen o al año ya están alfabetizados en las nuevas tecnologías, mientras que nuestra concepción de los viejos es precisamente la contraria: el que no logra aprender cómo funciona la tecnología. El viejo que se confunde y postea como público algo que es un mensaje privado. Es exactamente al revés a la forma en la que nos educaron cuando éramos chicos, donde el nene no sabía y el viejo sí. Y en esa inversión el adulto está en el medio, porque él fue alfabetizado de ambas maneras. Entonces creo que el adulto de hoy en día, es afortunado en ese sentido porque puede ver estos fenómenos de cambio. Y una de las cosas que más me interesan a la hora de escribir es poner en duda, cuestionar, burlarme también de esas cuestiones (uno tiene la sensación de que en esta época ya es ilegal burlarse de algo).

¿El propio título, al usar la palabra “moderno”, no implica ya una burla?

Y los mantras también. Sobre esa idea del mantra como la repetición de algo que no entendemos. Supuestamente el mantra tiene un sentido trascendental, y por eso lo tenés que repetir, y a veces ni siquiera los gurúes te dicen qué significa. Repetís algo que no tiene sentido. Y lo mismo con la modernidad, la idea de lo moderno. ¿Qué es lo moderno? Es una palabra que encierra un costado serio. Nosotros somos los modernos, tenemos que hacernos cargo de ser modernos, porque somos la nueva generación. Y como nueva generación tiene la necesidad de ser moderna de alguna manera. Y al mismo tiempo lo moderno es lo hipster, lo que quiere estar de moda, lo cool. La palabra moderno tiene un doble filo. A mí me gustan esas clases de palabras, porque lastiman al lector y pueden lastimar al autor.

A tu novela la leí como costumbrista, ambientada en un mundo paralelo. Me dio la sensación de que querías evitar todo golpe de efecto y trabajar la cotidianeidad.

Yo tampoco estaba intentando escribir una novela de ciencia ficción. Según algunos amigos, y yo concuerdo, se acerca más al fantasy como género. Todo lo que tiene que ver con lo genérico se puede discutir. Y en ese sentido, como no estaba intentando escribir una novela de ciencia ficción, tampoco quería escribir una novela costumbrista. Jamás pensé en ese término ni en esa forma de estructurar la realidad narrativa. Pero mi editor me mencionó esa palabra cuando la novela ya estaba terminando de editarse. Y creo que tienen razón. Pero en la medida en que yo buscaba el equilibrio. Estaba metiendo un sinfín de cosas extrañas, insólitas, en la novela. Pero al mismo tiempo yo sabía que la historia iba a funcionar o no a partir de las relaciones entre los personajes. Creo que el problema del costumbrismo es cuando a propósito se intenta ser costumbrista. Entonces ponés un personaje a tomar mates. Yo empecé a escribir una novela de ciencia ficción y terminó siendo una novela costumbrista. Eso me parece que es la única manera de escribir novelas de ese estilo. Yo intentaba no ser literario, que no suene a literatura. Eso en relación a los golpes de efecto, que me parece un recurso muy válido pero a mí no me gusta. Yo quería balancear la novela entre esos polos.

¿Cómo fue el proceso de escribir la novela? ¿Hace cuánto habías publicado Los cuerpos…?

Tardo siempre más o menos dos años en escribir una novela. Los cuerpos fue la excepción porque la escribí muy rápido. Los mantras no fue la excepción. Escribí una versión, se la pasé a una amiga escritora que valoro mucho que es Liliana Colanzi, con la que nos criticamos los textos desde hace muchos años, y en cada versión los hechos eran los mismos, pero lo que estaba en el medio, el grosor, la columna vertebral fue cambiando a medida que pasaban las versiones. Y yo siempre a la hora de reescribir uno tiene que hacer una operación de cirugía, y la idea que tenía entre la segunda y la tercera versión equivalía a sacarle la espina dorsal y reemplazarla por otra.

¿Te gusta imaginar el futuro?

La verdad que no. No tengo imaginación, que solo se activa cuando estoy pensando una novela, y no cuando pienso la realidad. Pienso por ejemplo, sí, cómo va a ser la ciudad. Como van a ser las plazas del futuro. Como va a ser el diseño urbano del futuro. Como últimamente se toman los barrios portuarios y se los transforma en barrios de lujo, como acá con Puerto Madero, yo me pregunto cuáles serán los barrios que se reciclarán en el futuro. O con los nombres de las calles. Pero salvo esos pequeños deleites no soy alguien que piense en el futuro más que cuando escribo novelas. Y las novelas hablan más bien del presente, con la forma en que nos relacionamos con nuestros dispositivos.

¿Sentís a veces la necesidad de desconectarte? ¿Podés vivir sin internet una semana?

Yo creo que soy un adicto. Creo que en eso que se dice que cuando uno se pone a ver notificaciones se está satisfaciendo un impulso similar al de fumador cuando se prende un cigarrillo. Ni siquiera con fumarlo. Esa microsatisfacción que necesitamos todo el tiempo con las actualizaciones, chequear el mail, ver los mensajes de twitter. Creo que hay un placer ahí del que no escapo. En ese sentido soy un adicto. Pero como todo adicto a una sustancia de la que el cuerpo eventualmente puede prescindir, me sucede que disfruto que por una circunstancia externa no me pueda conectar. Disfruto mucho estar en aviones. No solo porque me parece increíble que el hombre pueda volar, sino por el modo avión. Soy fanático del modo avión. Me encanta que haya algo externo que nos obligue a desconectarnos. Por eso ahora me pone un poco triste que muchos aviones ya directamente te dejen estar conectados. Pero yo disfruto de esas circunstancias. O cuando hago meditación. O cuando voy al gimnasio, o a jugar al fútbol, donde no puedo usar el celular. Porque internet es importante, creo que es importante que dejemos de usarla por un momento, sin la mediatización de la tecnología. Para apreciar el mundo, pero incluso para apreciar más la internet.

La última, para ponerte en un aprieto, ¿por qué escribís?

Creo que escribo por dos cosas, que en realidad son la misma: para viajar. La literatura a partir de la edición de libros, y cuando a uno le va bien, por razones arbitrarias, te permite viajar por ciudades, por ferias y conocer gente. Creo que vale la pena seguir escribiendo para eso: conocer nuevos países, hacer nuevos amigos. Siempre terminás haciéndote amigos. Suena interesado y lo es, pero creo que la literatura es una buena excusa para viajar, como los legionarios romanos a los que les decían: “Enlístate y conocerás el mundo”. Y la otra que es la más importante, que es que a mí me gusta leer, sobre todo, lo hago desde que tengo memoria. Y yo disfruto viajando dentro de libros, metiéndome dentro del libro, y a veces el mundo al que uno quisiera viajar no está escrito, esa fauna y esos personajes, y uno tiene que hacerse cargo de escribir ese mundo para ser turista ahí.

 

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