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Nona Fernández: "Cuando escribo, soy"

Por Ivana Romero

Alrededor del ensamble memoria-imaginación en su nuevo libro, La dimensión desconocida. Entre la crónica, el ensayo, la biografía, la ficción y el documento, el libro la convirtió en merecedora del Premio Sor Juana Inés de la Cruz. "Todo lo escrito en este libro viene de la realidad. Sólo los hoyos negros, los enigmas, los lugares donde no tuve ni encontré información, son los que fueron completados por la imaginación".

Por Ivana Romero.

 

Cuando era niña, Nona Fernández vio el rostro de un agente de inteligencia que había decidido contar todo lo que sabía sobre muertes y secuestros en los cuales había participado. Se llamaba Andrés Valenzuela Morales. Su cara aparecía en una revista donde daba una entrevista exclusiva en 1984, plena dictadura militar chilena. Hablar implicaba desertar. Y morir. Él lo sabía. Ella lo comprendería tiempo después. “Entonces, lo primero que hice fue investigar el caso, buscar información, hablar con personas que habían conocido a este hombre que torturaba. Meterme en su cabeza, en su historia, en los rastros que han quedado de su vida en Chile”, cuenta Nona desde Santiago, donde nació en 1971.

Al principio, esta escritora (también actriz) pensó en hacer una novela de ficción “a lo a lo John Le Carré, con espías, traidores y perseguidores”. Pero el material era demasiado sensible y delicado, porque era real. Así, La dimensión desconocida (su nuevo libro, editado Random House) se mueve con libertad entre la crónica, el ensayo, la biografía, la ficción y el documento. Nona indagó ese hueco profundo. De allí emerge con un testimonio hecho de recuerdo y olvido, contado en clave tan personal como política, con un sesgo insospechadamente pop. Todo eso fue lo que destacó el jurado cuando le entregó el Premio Sor Juana Inés de la Cruz, el año pasado.

 

Aquí se citan una cantidad de personajes que existieron en verdad. También situaciones reales, desde la vicaría que asistía a víctimas de la dictadura hasta el incidente cuando se inauguró el Museo de la Memoria en 2010 y dos mujeres se subieron a las torres de iluminación para reclamar por sus muertos. ¿Cómo se encuentran, dialogan o se tensan situaciones reales y ficticias?

Todo lo escrito en este libro viene de la realidad. Desde los materiales de archivo hasta las escenas más domésticas y familiares que hago presente de mi propia vida. Sólo los hoyos negros, los enigmas, los lugares donde no tuve ni encontré información, son los que fueron completados por la imaginación. Imaginar es una manera de hacer presente lo que no está, es una manera de representar. También de comprender. “La memoria escrita hay que inventarla”, decía Jorge Semprum, escritor español que escribió sobre su vivencia en campos de concentración. Yo acojo esa idea. Inventarnos una memoria. Los recuerdos son fragmentarios, antojadizos y engañosos, y sólo la imaginación los completa. Ahí donde no sabemos, ahí donde no recordamos, ahí donde no tenemos información, podemos imaginar.

O sea que utilizaste material de archivo, testimonios orales y también la memoria como materia antojadiza y aún, ficcional.

Creo que todos mis libros se tratan de eso. De la imposibilidad de recordar, y de la necesidad de imaginar un relato que nos contenga. Las historias que escribo tienen siempre un asidero real. Es casi una metodología de trabajo a estas alturas. Son historias que han ocurrido, que se me presentan o son parte de alguna esquina de mi propia biografía. Algún impredecible radar personal las elije y entonces, entre el recuerdo y el sueño, se van configurando como un libro. Investigo, trabajo como una especie de detective recopilando información de archivo, testimonios, prensa, entrevistas relacionadas con la idea madre que me convoca. Investigando en mi propia memoria, en la memoria de mis cercanos. Esos materiales son los que levantan la imaginación, la otra gran herramienta.

Hay muchas referencias populares en el libro, desde películas como “Volver al futuro” hasta esa canción de Billy Joel “We didn't start the fire”. De algún modo, es como si la cultura pop fuera telón de fondo de la historia, muda pero a la vez elocuente.

Todos esos referentes, el Space Invaders, Billy Joel, Los Cazafantasmas, son parte de la imaginería de la época. Aparecen azarosamente en mi memoria cuando intento reconstituir esas escenas pasadas. Y también porque hay cierta voluntad de mi parte por replantear estas temáticas y estas historias. Sacarlas de la solemnidad, de la victimización, de la oficialidad. Ofrecer una mirada nueva, más desordenada, más lúdica; por eso el guiño a lo pop, a la cultura basura, a veces al humor. Creo de verdad que tenemos que ser capaces de contar nuestra historia y para eso hay que apropiarse de ella y sacarla de la invisibilización o de la oficialidad. Jugar con esos referentes pop, que también son parte de nuestra cultura, y darles una lectura de sentido, es parte de ese ejercicio de apropiación.

¿Ahí se instala “La dimensión desconocida”, como nombre de la serie y del libro?

Sí. Lo que esa serie planteaba y lo que yo misma percibía en los años setenta, cuando la veía en mi vieja tele en blanco y negro, era que vivíamos dos realidades. Una clara y concreta que salía en la televisión, en los medios, donde la gente hacía su vida con normalidad. Y la otra, desconocida y oculta, pero no por eso menos real. Una realidad que intuíamos, pero que era negada en esos oscuros años.

Aquí también hay un femicidio actual, perpetrado por un teniente de Carabineros. ¿Puede pensarse como una continuación de la violencia?

Por supuesto que sí. Venimos de un pasado ferozmente violento y eso queda impregnado en nuestras conductas sociales.

Ganaste un premio como el Sor Juana. ¿Qué opinás sobre la visibilidad (o no) que tienen las escritoras en el mundo cultural y editorial?

Creo que, como en todos los ámbitos, no sólo en la literatura, hemos ido ganando terreno. Hay más espacios, hay más respeto por nuestro trabajo, hay mayor conciencia de que somos parte del todo. El mundo editorial chileno y la escritura están muy poblados de talentosas mujeres con líneas de trabajo muy diversas. Pero pese a los avances, aún escribimos reclamando visibilidad, exigiendo que no se nos catalogue, que no se nos rotule, que no se nos deje fuera de los grandes temas, de las grandes discusiones, de los grandes anaqueles.

En el libro también hay una mirada sobre la infancia. Incluso el hombre que torturaba piensa en sus hijos y no quiere que ellos sepan a qué se ha dedicado. ¿Qué te interesa de ese universo?

Este libro partió enfocando a Valenzuela pero terminó siendo, en gran parte, un libro de padres perdidos y de hijos huérfanos. Sin que lo planeara me di cuenta que el punto de vista de los hijos de las víctimas, que son parte de mi generación, era importantísimo, vital, el motor emotivo de la escritura. Hijos guachos que quedaron sin protección. Hijos que observaron, que no fueron los protagonistas, pero que siempre estuvieron ahí. Medio perdidos, desorientados. A veces creo que escribí un libro para mi generación. Un intento cariñoso por tratar de aplacar el desconcierto y la pena.

En Argentina se cumplen 42 años de la instauración del golpe militar. ¿De qué modo Chile reconstruye su memoria política?

Con dificultad. La democracia pactada con los militares el año 90, pactó a la vez con la justicia y pactó también el olvido. Entonces el proceso ha sido lento y voluntarioso. Tenemos la construcción de un relato oficial que cuenta las verdades a medias y que busca tranquilizar conciencias. Y tenemos también la construcción inacabada de un relato que no termina nunca de contarse, y donde todos van aportando fragmentos. La memoria política chilena es un ejercicio en construcción que, probablemente, no tendrá nunca un fin y dejará muchos vacíos, muchos hoyos negros. La dimensión desconocida, este libro, es también un intento por aportar y despertar esa memoria colectiva.

La lectura del texto no es para nada cómoda. ¿También te pusiste en una zona incómoda y desafiante como escritora?

Por supuesto. Nos lanzamos al vacío y no sabemos ni a dónde vamos, ni qué encontraremos. Una intuición leve nos guía, pero en el viaje estamos completamente perdidos. Ese es el desafío de la escritura. Habitar esa dimensión paralela, extraña, pero tremendamente apasionante. Yo disfruto de la escritura de cada libro. Hay un goce enorme que me mueve, aun cuando sus materiales sean feroces y crueles, como en este caso. Escribir es una manera de entender, de reflexionar, de iluminar, de estar en el mundo. Cuando escribo, soy.

 

 

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