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Pequeñas delicias de la vida conyugal

Marina Mariasch habla de la nouvelle El matrimonio (Ed. Bajo la luna). "La tragedia principal del matrimonio es convertirse en un vector de la máquina de producción económica", dice.

Por Patricio Zunini. Fotos: Lucio Ramírez.

La esperada primera nouvelle de Marina Mariasch deja en claro el objeto que aborda desde el título: en El matrimonio indaga “ese engendro social” por el que ha transitado con cierta frecuencia con sus poemas y cuentos. A caballo entre la narrativa y el ensayo, Mariasch provoca al lector con un texto en el que resuenan otras voces —como Deseo de Elfriede Jelinek— y que arremete contra los cimientos del matrimonio: el amor, los hijos, la felicidad, el hogar.

—En el libro —explica Mariasch— traté de describir el clima que se vive en el matrimonio; aunque tal vez no sea el único. Cuando empecé a escribir El matrimonio estaba casada.  Toda la literatura que hablaba sobre el tema me atraía como un imán. Necesitaba entender qué era ese engendro social que me fascinaba y me estaba fagocitando. Leí Kierkegaard, la Biblia, Lacan, Norbert Elias, El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado de Engels…: leía textos teóricos que tenían como objeto al matrimonio burgués capitalista para tratar de entenderlo. Y otros tantos que hablaban del amor para pensar si eran o no una misma cosa o si tenían que ver en algo.

 

¿Llegaste a alguna conclusión?

—Creo que el matrimonio es una experiencia que uno atraviesa, como todas las demás, como puede. Yo escribí este libro en trance, o en un semi trance. Que creo que es como se escribe siempre, o como escribo yo. Pero el matrimonio también es un estado de trance, de alienación. Cuando terminé el libro me divorcié. Me costó un tiempo poder volver sobre el texto para corregirlo y editarlo. Si bien no es un libro autobiográfico, obviamente está atravesado por la experiencia y me resultaba difícil de leer un texto sobre el matrimonio. Necesitaba tomar distancia. Después, cuando me decidí a publicarlo lo llevé a Bajo la luna. Me gusta muchísimo el catálogo de narrativa que están armando.

En una de las entrevistas que hacías en el programa El secreto en el canal Ciudad Abierta, Alan Pauls te dijo algo así como que la monogamia era una institución burguesa. ¿Cómo te relacionas con esa frase?

—Me acuerdo de ese programa. Yo estaba reflexionando sobre la monogamia a partir de una película de pingüinos que había visto con mis hijos, mi mamá y mi hermana en el cine por una frase de Engels que dice que una de las características inmanentes del matrimonio burgués es la infidelidad. Pauls dijo algo así como que la infidelidad no es una forma de combatir la burguesía, sino que, por el contrario, es la forma burguesa por excelencia: la hipocresía que mantiene la fórmula matrimonial con el secreto del amante. Con Cecilia Pavón hemos hablado sobre cómo los artistas o los intelectuales más liberales, de mente más abierta, que contraen matrimonio —subrayo la palabra contraer porque es de contracción— terminan sucumbiendo a las tipologías burguesas. Creo que lo que sofoca en la fórmula matrimonial no es la pareja —yo creo en el amor; creo en la pareja como refugio contra la hostilidad del mundo— sino el hecho de convertirse en un vector económico de la sociedad, de la máquina productiva.

—¿Son factores que están fuera de la pareja?

—Se encarnan. No podés escaparle a esto. No viene de afuera: empezás a funcionar en esa maquinaria y te atrapa y te ahoga. La tragedia básica, endémica, del amor es la otredad del otro: que el otro sea otro. Pero la tragedia principal del matrimonio es convertirse en un vector de la máquina de producción económica. Creo que en el matrimonio existe una tensión permanente entre dos fuerzas en combate, una que tiene que ver con una forma de organización anterior, más primitiva, que ciertamente no conozco pero quizás está más cerca de la horda, y otra que esta del matrimonio burgués como imposición cultural. Esa tensión se mantiene bajo control, como una paz armada, y como, toda paz, está cimentada sobre cierta injusticia, cierta mala distribución. Y hace del matrimonio una válvula en permanente peligro de implosión.

En el libro hay dos citas: una de San Pablo, que señala el rol central del amor para cada persona, y otra, que no supe de quién era, que ubica al amor casi dentro de un grupo de enfermedades.

— [Se ríe] Y, sí, el amor es patológico. En realidad hubo una versión del libro que tenía más citas teóricas, que iban desde letras de rock hasta literatura sobre la división del trabajo.  Al final decidí sacarlas. La idea que sobrevuela el libro es la de una especie de tratado o de ensayo. Quedaron un par de citas, una de San Pablo es muy linda, que casi siempre dicen en los casamientos católicos y de Platón.

—¿Cómo conviven esas citas en el libro? Porque hablan del amor y el tema es “el matrimonio”.

—En el matrimonio hay distintas instancias o cuestiones en juego. Una de ellas es el amor, algo que está presente todo el tiempo como problemática durante el matrimonio. Otras pueden ser la fuga, la estabilidad, la trascendencia. El amor es importante como pensamiento mientras transcurre el matrimonio. Francisco Garamona me dijo que hay una obra de Gombrowicz que se llama El matrimonio. Investigué y vi que según las traducciones y las ediciones también se publicó como El casamiento. Me pareció interesante esa duda o esa variación, que —por supuesto sin comparación— yo también tuve porque sonoramente no me gustaba tanto la palabra matrimonio. Me gustaba más la palabra casamiento, pero no tenía que ver con lo que yo pensaba. El casamiento es la parte más ficcional del matrimonio. El momento donde se pone en escena la expectativa, la ilusión, lo que uno espera del matrimonio, que en muchos casos se va diluyendo o cambiando de forma. Algo del ritual del casamiento tiene que ver con un extremo de la ficción. El matrimonio es casi lo antificcional.  Hay una puesta en escena, sí, una escenografía. Pero es muy difícil mantener la historia. En mi libro casi no hay ficción.

Es cierto, pero hay dos o tres pasajes en donde aparece una narradora mujer en primera persona.

—Sí, es verdad. Supongo que fue un acto de cobardía. Que no me la jugué de todo y decidí darle un poco de aire al texto.

La narración avanza por medio de elipsis. ¿Cómo se aborda el sexo en el libro?

—Hay sexo: después tenés que fijarte si se da entre la esposa y el marido o no. Hay momentos de mucho erotismo, de mucha carga sexual. De todas maneras no es tan elíptica: parece elíptica pero no lo es. Quizá dice las cosas de una manera en la que uno no esté tan acostumbrado. Tampoco es metafórica. Las cosas están dichas de manera concreta. Lo que tal vez te haya hecho pensar en elipsis es el efecto extraño. La sensación es la de una lente muy amplificada donde los detalles están en un primer plano, con una percepción muy agudizada de todos los detalles que provoca cierta deformidad. Las cosas están tan en primer plano que casi no se ven o se ven por partes.

Hablemos del género: ¿es un ensayo, una nouvelle?

—Charly Gradín dijo en la presentación que no era una novela porque aunque hay dos personajes, la esposa y el marido, cuando uno avanza en la lectura se encuentra más con climas que con una trama. Algo interesante que dijo es que el libro está escrito tomando cosas de distintos discursos, de la psicología, la antropología, la filosofía, la sociología, pero sin llegar a ser ninguno de esos discursos. Uno se encuentra con hipótesis sobre el matrimonio y empieza a pensar en la posibilidad que sea un ensayo. Gradín lo dice de otra manera pero yo lo retomo: cuando uno habla de ensayo está presente la posibilidad de error. Ensayo y error. En un ensayo no hay necesidad de una demostración científica, es una manera posible de ver las cosas. El libro tal vez es un ensayo inacabado —no inconcluso: inacabado—, no saca conclusiones.

Si esta fuera una novela del siglo XIX, encima de este texto habría unas quinientas páginas más de trama narrativa. De alguna manera, el peso de lo ensayístico recae en que le hayas quitado esa “cáscara de la trama”. ¿Esa reducción tiene que ver con tu labor en poesía?

—Cuando me preguntaban “¿cuándo sale tu novela?”, yo les decía “¡por favor no le digas novela porque Bajtin se revuelca en la tumba!” [Se ríe] Creo que tiene que ver con lo que me interesa en la literatura. La literatura es un universo enorme, como la música. A mí no me interesa tanto que me cuenten una buena historia. Me pueden contar cómo se levantan de esta mesa y van hasta la puerta, o cómo se quedan sentados acá. Lo que me interesa es cómo está escrito.

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