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Por qué editan quienes editan

Premios y castigos de un oficio clave

¿Qué empuja a alguien a meterse con imprentas, diseñadores, escritoras y escritores, correctores, distruibuidoras y librerías para hacer libros, libros y más libros? Conversamos con algunas personas que se dedican a este mundo: editores de Los Lápices, Marciana, Slimbook, Cía. Naviera Ilimitada y Moscú nos cuentan cómo entraron y por qué no salen. 

Por Valeria Tentoni. 

 

 

 

Dedicarse a hacer libros puede parecer, de lejos, un oficio romántico, pero al espíritu entusiasmado habrá que cargarlo con muchas tareas operativas que nada tienen, en principio, de libresco. ¿Qué empuja a alguien a meterse con imprentas, diseñadores, escritoras y escritores, correctores, distruibuidoras y librerías para hacer libros, libros y más libros? Algún premio secreto debe haber que compense tamaños esfuerzos, porque en Argentina son cada vez más los sellos, de todos los tamaños imaginables y por imaginar, y nuestras ferias de editores rompen récords de visitas y de stands. 

"En verdad nunca pensé que iba a entrar al mundo de la edición. A mí me motivó venirme a vivir a Buenos Aires, y vine principalmente porque escribía poesía y me quería formar. Caí en la Escuela de Poesía y Edición de Daniel Durand, cuyo programa constaba de dos años: el primero, de poesía (lectura y escritura) y el segundo de edición. En este año, Matías Heer, socio de Daniel en Colección Chapita, se va a México, entonces me quedo suplantándolo en la editorial. Ahí, en la práctica, aprendí el oficio de la edición en sus diferentes facetas, desde el texto hasta la venta en ferias", cuenta Tomás Fadel, nacido en Tunuyán, paraíso mendocino, en 1990. A su cargo está Fadel&Fadel, Slimbook, un sistema de edición artesanal con máquinas restauradas de antaño en el Taller Chapita, lo que se conjunga con la posibilidad de leer los libros online.

"Para mí el deseo y el acto sucedieron en simultáneo, por lo que no evalué demasiadas opciones. Editar para mí es consecuencia de escribir, y quizás por editar también es que considero que para escribir uno tiene que saber usar el Word, el Indesign, saber de papeles y de encuadernaciones, del mercado, de cómo circula el dinero en ese mercado, de diseño y de leyes, entre otras cosas. El deseo es de escribir, siempre, y eso me hace desear leer, traducir, diseñar, imprimir, ir a una feria y ver a mis colegas y comprar sus publicaciones con las ventas de las nuestras", dice, y del lado de los premios que le entregó la edición cuenta que le dio "no uno sino varios oficios". Además, una ronda de amigos: "Nosotros no publicamos a nuestros amigos, somos amigos de nuestros autores".  

Andrés Beláustegui fue uno de los fundadores de Páprika (ahora Sigilo), y desde hace algunos años arma Compañía Naviera Ilimitada, junto a Claudia Arce. A Andrés siempre le gustó leer y hasta pasó por talleres literarios creyendo que quería ser escritor: "Pero no era lo mío, me angustiaba mucho y escribía poco", dice. "Empecé Letras. Estuve tres años, me gustaba mucho, pero me di cuenta de que no quería ser investigador, ni docente. ¿Y entonces qué? De algo iba a tener que vivir. Era 2001 y nada parecía tener sentido. Quizá pudiera trabajar en una editorial, me decía. Pero en realidad no tenía ni idea qué era eso. ¿Leer y que me pagaran por hacerlo? Pedí simultaneidad entre Edición y Letras para descomprimir mi cabeza que estaba por estallar, con la idea de volver a Letras al año siguiente. Pero ese cuatrimestre en el que cursé cuatro materias de Edición cambió completamente mi perspectiva, di un giro de 180 grados, mi mirada se aclaró y supe que quería trabajar en el mundo editorial. Pude ver que esta profesión tendría las dosis justas para mí de intelectualidad, abstracción y fantasía, y realidad material, sociabilidad y épica”.

"Al comienzo fue difícil y frustrante. Antes de poder comenzar un proyecto propio, trabajé en varias editoriales, grandes e independientes, de servicios de autor y de catálogo. Aprendí mucho todos esos años", cuenta Beláustegui, ahora desde "la Naviera". "La principal dificultad es el dinero. Como negocio, el editorial, en el mejor de los casos, es un negocio muy finito. Demasiadas cosas tienen que salir bien para ganar algo. Pero no me quejo, el premio es mucho mayor. Tener una editorial me da una manera de estar en el mundo y de relacionarme con los demás. Una forma noble, sana y bella. Siempre voy a estar contento mientras pueda seguir adelante publicando libros", dice.

 

Taller Chapita

 

Los Lápices Editora es un sello que rescata libros antiguos que faltan en los estantes y los cruzan con títulos de autores noveles. En sus colecciones destaca la línea de mujeres viajeras que tiene, por caso, los diarios de Flora Tristán o Nellie Bly. Al frente está María Valle, que venía de la docencia y quería un cambio de vida. "Por eso estudié Edición en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA y descubrí un mundo maravilloso con muchas aristas de trabajo. Descubrí el trabajo de convertir un texto en libro como una tarea artesanal y de enorme influencia en el lector. Creo que tiene una dimensión creativa muy grande que, sin embargo, es desconocida para muchos", explica.

Y sigue: "A medida que fui haciendo experiencia en diversos ámbitos y editoriales, vi modos de hacer las cosas que me gustaban y otros que no tanto… Por otro lado, como lectora, me encontraba con títulos que quería leer y o no estaban traducidos o estaban agotados o estaban editados en España y eran inalcanzables; o tenían un público lector tan acotado que no resultaban un buen “negocio” para grandes sellos. Esto último es uno de los factores más importantes que reducen la siempre deseada bibliodiversidad, tan importante para un pensamiento plural y crítico. Presentar un proyecto alternativo me pareció una buena tarea", cuenta, y también que juntó coraje visitando las Ferias de Editores. "Si bien yo tenía una experiencia en editar y corregir de cerca de diez años, no es suficiente para encarar un proyecto editorial en su totalidad… por eso hubo (y sigue habiendo) mucho aprendizaje a partir del ensayo y el error, especialmente en las áreas en que yo no tenía experiencia y que son las más complejas: el área comercial y de distribución. Allí están las mayores dificultades. Y las mayores alegrías están en ver logrados esos objetivos de traer al diálogo de los lectores libros que realmente no estaban y cuyos autores o autoras no eran conocidos o estaban olvidados".

"Empezar a editar fue una acción impulsiva. Sentía que con la escritura no me alcanzaba para terminar de expresar lo que significa la literatura en mi vida. Necesitaba involucrarme desde otro lugar. Necesitaba una plataforma para trasladar mis lecturas a una suerte de obra. Creo que, con el tiempo, la editorial es parte de mi obra literaria, sumada a los libros que escribo. Además, trabajar junto a Hernán Vanoli en sus talleres, ver cómo él armaba Momofuku en su momento, me hizo dar cuenta que tenía la capacidad de armar una editorial propia. Y desde el primer momento (aún cuando no había ni siquiera logo, ni nombre editorial) supe qué textos quería editar", dice sobre Marciana Editora Denis Fernández, autor también de libros como Monstruos geométricos.

"La experiencia de pasar del deseo al acto fue algo mágica. Ver el primer libro en mis manos. Compararlo con la imagen que veía a diario en la computadora, tan solo un archivo con palabras e imágenes... eso me hizo entender que la editorial ya existía en otro plano, ya no solo en mi mente", cuenta. Del lado del debe, Fernández coincide con sus colegas y cuenta que las dificultades fueron, sobre todo, económicas: "Me costó mucho descifrar de dónde podía sacar el dinero para hacerlo posible. Me demandó un esfuerzo mental y físico algo estresantes. Pero ese esfuerzo trajo muchos premios. Primero, ver que los libros funcionan, que se leen, que a la gente les gusta lo que ven y lo que leen; segundo: el reconocimiento, tanto de los lectores como de los/as autores/as que publicamos en Marciana. Sentir que uno hizo un trabajo valorable es el mejor premio. Después llegaron becas, ser Jurados de premios municipales, firmar contratos con agencias internacionales. Y, sobre todo, abrirme paso en un universo al que antes no pertenecía". 

Al final de este recorrido, consultamos a dos poetas que están a punto de lanzarse al ruedo: Matías Moscardi y Larisa Cumin, quienes están preparando el anuncio de su sello Moscú. En un segundo año pandémico, con nuevas variantes despertando pesadillas, ¿a quién se le ocurre?  

La pregunta es por qué. "Detrás de cada proyecto editorial hay un deseo de intervención, de incidir en un estado de la cuestión en el presente, de aportar algo que todavía no está materializado. En nuestro caso, se unieron dos cosas, las ganas de que exista una editorial abocada al género de ensayo sobre poesía y la expectativa de encontrar y dar a conocer libros de poesía que fueran como gemas extrañas. Por eso, por ahora, no pensamos en un catálogo a gran escala, sino que imaginamos algo más bien pequeño, acotado", explican, en pleno trance de imaginar y proyectar el pasaje al acto en conjunto con Santiago Moscardi y Emiliano Aranguren, quienes estarán a cargo del diseño. Nuestra idea es que el diseño tenga una presencia preponderante en diálogo con lo escrito, generando un libro que sea en sí mismo una propuesta estética".

Autores y docentes, pareja en la vida antes que editores, Cumin y Moscardi dicen que "el premio es la dificultad y la dificultad es el premio: aprender a trabajar juntos. Por otro lado, creemos que hay una dificultad común a casi todos estos proyectos que tiene que ver con la incertidumbre económica y la necesidad de encontrar los modos de sustentar la edición, sobre todo tratándose de un género que en ese plano siempre traccionó a pulmón". 

 

 

 

 

 

 

Taller Chapita 

 

 

¿Querés conocer estos sellos? Comenzá por las recomendaciones de autor. Aquí, las perlitas seleccionadas de cada catálogo por sus propios editores y editoras.

 

 

CÍA. NAVIERA ILIMITADA

El último teorema de Fermat, de Simon Singh. "Principalmente porque me parece un libro casi perfecto, y viene acompañándome casi desde el comienzo. Me lo regaló un amigo en la edición de Norma allá por 1999. Cuando lo leí quedé maravillado por las historias que cuenta, pero sobre todo por la forma en que lo hace. Un libro sobre números, sobre historia de la matemática que logra ser tan atrapante como un thriller y que logra transmitir toda la pasión desbordada de esos hombres y mujeres por saber más, por desentrañar lo que está detrás de los números. Desde el primer momento me llamó la atención cómo lograba eso y me preguntaba si se podrían hacer otros libros de este modo. Una chispa de editor (aún sin saberlo) se había encendido en mi mente.

A los pocos años empecé a estudiar Edición, luego a trabajar en el sector y en 2006 ingresé a trabajar en Norma en el Departamento de Producción. Una de las primeras cosas que hice fue preguntar por este libro, pero el contrato ya estaba vencido y nadie parecía interesarle demasiado. A los años, pasé a otro puesto y volví a consultar si se podía recontratar. Desde Colombia, donde estaba la casa matriz del grupo me dijeron que si me interesaba que lo contratara para Argentina. Así lo hice. Al año, dejé la editorial sin que el libro llegara a publicarse. Después de mi partida tampoco se publicó. Cuando armé mi primer proyecto editorial volví a contactar al agente y volví a contratarlo. Nos acercamos a Adrián Paenza para pedirle un prólogo, y él muy amablemente nos regaló uno que en su primera frase dice: “Este es el mejor libro que leí en mi vida”. Paenza y Singh fueron los dos primeros ganadores del premio Leelavati, la distinción más importante al trabajo de divulgación de la matemática, la dupla iba perfecta. En esos años tuvo varias ediciones.

Cuando me alejé de ese proyecto, Fermat vino conmigo. Fue uno de los primeros libros que publicamos en la Compañía Naviera Ilimitada. Fermat sigue recorriendo camino y encontrando nuevos lectores. Es un libro hermoso que no tiene fecha de vencimiento".

 

 

LOS LÁPICES

"Impresiones de viajes de Ada María Elflein es uno de mis favoritos por varios motivos. Por un lado, porque creo que es uno de los que más cumplió ese propósito de dar a conocer o difundir textos y autores/as olvidados/as o  ignorados/as. También ejemplifica los textos que prefiero: de viajes y biográficos. Y por otro lado, es uno de mis preferidos porque fue publicado junto a una de las personas que más conoce a Ada Elflein y que tenía el mismo objetivo de difundir su obra, Cynthia Cordi, con quien fue un placer trabajar. Además lo publicamos junto a una novela de Cynthia inspirada en la vida de Elflein (Dos palabras), con lo cual se cumplía también la idea de publicar voces nuevas contemporáneas de nuestro país y de fuera de CABA".

  

 

FADEL&FADEL / SLIMBOOK

"La edición de Yo3 hecha completamente en hojas plateadas, cosida a mano, diseñada por el autor y producida por Gigante. Es el libro favorito que edité porque lo editaron mis amigos Julián Berajano y Manuel Podestá. Que yo no tenga nada que ver con ese proceso y sin embargo me sienta parte, creo que de eso se trata la edición en nuestro momento. 

Ahora, si tengo que decir uno de los que sí edité, diría la traducción del canto 12 de "A" de Zukofsky, porque nunca se había publicado un canto de "A" en español, porque con la ayuda de mis amigos logré traducirlo, porque fue una odisea de cosido manual el hacerlo, y le dio un puntal clave a mi proyecto de edición solista que fue Fadel&Fadel, y porque el libro quedó hermoso y pronto lo reeditaremos".

 

 

MARCIANA

"Todos los libros que edité me significan algo especial. Cada uno, en su momento, me dio más fuerzas y energía para editar el próximo. No tengo uno favorito, ni uno que quiera más que al otro. Todos son parte de mi aporte creativo. Podría decir que el catálogo, así completo, los catorce títulos, son parte de un mismo libro mental que yo me inventé en la cabeza y por suerte pude plasmar en papel", pasa Denis Fernández.

 

 

MOSCÚ

¡A esperar el primero!

  

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