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Roger Mello vuelve a Buenos Aires: "¡Qué bonito hacerlo feo!"

El primer Premio Hans Christian Andersen latinoamericano 

Este fin de semana tendrá actividades con niños y niñas en el marco del Filbita. El mutipremiado ilustrador brasilero reflexiona en esta entrevista acerca de la libertad y la belleza en los libros ilustrados.

Por Valeria Tentoni. Fuente foto: Rascunho.

 

 

 

Escritor e ilustrador brasileño, Roger Mello vuelve a visitar Buenos Aires y lo hace en el marco de la nueva edición del Filbita con talleres y encuentros con quienes lo leen o están a punto de hacerlo. Este fin de semanaparticipará de un encuentro con pequeñas lectoras y lectores tras una mesa sobre ecosistemas de lectura.

Mello recibió el premio suizo Espace-enfants en 2002 y, el mismo año, fue ganador del premio Jabuti en las categorías Literatura infantojuvenil e Ilustración con el libro Meninos do mangue (Companhia das Letrinhas, 2001). Con varios trabajos premiados, se convirtió en hors-concours de los premios de la Fundação Nacional do Livro Infantil e Juvenil (FNLIJ ). Pero quizás el reconocimiento más importante haya sido el que le dieron como ilustrador, en 2014, siendo el primer latinoamericano en obtener el premio Hans Christian Andersen.

Hoy en día, entre viaje y viaje, Mello se dedica a la ilustración y a la escritura de obras para niños y adultos, también a la dramaturgia. En esta entrevista reflexiona acerca de la libertad y la belleza en los libros ilustrados.

  

¿Qué importancia le diste al premio Hans Christian Andersen?

Es un premio que tiene mucho del espíritu nómada del libro, porque el libro es un objeto nómada. Y es un premio, además, concebido por IBBY, la Organización Internacional para el Libro Juvenil, que fue creada por Jella Lepman. En la filosofía de Jella Lepman, la única manera de promover la paz entre las personas es a través de los personajes en las historias, con sus diferencias, con sus especificidades. Quizás es la única manera, en verdad, de entender al otro: a través de la ficción. El libro permite que el dolor del otro se sienta a través de la ficción. Y, en ese sentido, me parece importante que la mirada no sea sólo desde un puto de vista europeo. Tenemos tres ganadoras, como escritoras, del Premio Hans Christian Andersen en Latinoamérica: María Teresa Andruetto, Ana María Machado y Lygia Bojunga. Yo soy el primer ilustrador de la región en ganarlo. La historia visual de lationamérica es muy exuberante, era hora de que algún artista fuera reconocido.

Decías en una entrevista que tu paleta de colores es exuberante, no los colores apagados o fríos europeos. Y decías que es muy común que quienes ilustran acá se adapten, de alguna manera, a la paleta de allá.

Yo pienso que, por un lado, hay brasileños, brasileñas, personas de Argentina, de Latinoamérica, a quienes también les apasiona otra paleta de colores más grises o marrones, y ya, pero es que nosotros tenemos una incidencia solar muy fuerte que provoca colores saturados. Si uno utiliza el negro siempre queda bien, el negro es el color gráfico más expresivo que hay, no hay otro como el negro, es una cosa maravillosa. Pero sabemos utilizar los colores contrastados, saturados, por esta incidencia solar fuerte. Tenemos colores minerales que brotan de la tierra, tenemos colores que nos conectan a tradiciones fantásticas en Perú, en Bolivia. ¿Entonces por qué no utilizarlos si sabemos y podemos utilizarlos? Es cierto que es siempre un riesgo utilizar colores, porque puede quedar "carnavalizado" por demás. Pero si lo podemos utilizar, si es expresivo, si es materia plástica, si es materia sensible, y si es materia ficcional, tenemos que usarlo. Porque podemos.

Además, ¡a los chicos les encantan los colores!

Les encantan, y lo que me parece muy bonito de los chicos y las chicas es que saben utilizar los colores. Y es complejo, porque cuando uno elige un color trabaja con la pérdida: este rojo no lo tengo más, porque ya lo elegí. Otros colores van a interactuar con ese rojo. No es obvio. Hay que inventar. Hay que probar. Hay que sacar las tijeras e intentar. No es un preconcepto: es un concepto presentificado. Muchas veces, con la creación trabajamos con el pasado, y eso nos pone tristes, nos deprime. Trabajamos con el futuro y eso nos deja llenos de ansiedad. Pero el color es el presente. El color es una sensación de color. Una incidencia de luz que provoca sobre ese color una presentificación total, es un estar aquí con el color. Con la narrativa. Y los niños saben de eso. Los adultos estamos un poco escindidos del presente, y eso nos hace daño. Unos amigos y amigas indígenas, escritores, de Brasil, me hablaban de la falta de presente como una cosa que te separa de vos mismo. Me pareció que tenía que ver con esta historia del color... El color es el presente. 

Como artista, ¿cómo es para vos trabajar para niños y niñas?

Yo disfruto mucho de mi trabajo. Claro que hay momentos de frustración y tristeza, pero siempre cuando doy talleres hablo de eso: me asombra escuchar a las personas diciendo que llegaron a la pared, que ya no saben qué hacer, que llegaron al punto en que no saben cómo seguir. Yo les respondo: ¡¿ya llegaste hasta ahí?! Porque ese punto, para mí, es un punto más allá. Es el descubrimiento de algo diferente en uno mismo. Este bloqueo es un bloqueo que te lleva a otro sitio. De otro modo es solo una repetición. Así que me encanta cuando llego a ese punto, aunque sea desesperante es importante llegar. Sin dolor no hay placer de creación, la creación necesita un poco de dolor. Si no, es como una piel sin órganos. Entonces, aunque sea difícil, es interesante. Y hay placer en el dolor también, por supuesto.

¿Y por qué decís que a los lectores los pensás como artistas?

Porque cuando se lee, quien lee cambia el significado. Leer es siempre leer de una manera distinta. Y cuando releemos, siempre es un libro diferente. Yo también trabajo con música y teatro, y con la música me pasa que oigo miles de veces una misma música y siempre es diferente. Si no, ¿por qué existe esa cosa loca de repetir y repetir? A los  niños y niñas les encantan las repeticiones (algo muy propio del teatro: ensayar es repetir). Y es porque cada vez, cambia. Hay este elemento entrópico, lo que hay entre un bloque y otro, esta cosa que no se mide, que la matemática no entiende. El arte es entrópico, entonces uno necesita oír miles de veces.

¿Cuándo te diste cuenta de que podías escribir historias e ilustrarlas?

De niño, porque yo era aficionado de las historietas. Yo nunca pensaba en la imagen sin palabras. Y cuando hay una imagen sin palabras, para mí la palabra está ahí ya, sólo que no se ve. Y yo siempre digo que para mí, palabra e imagen son la misma cosa. Y cuando elegimos una fuente -Garamond, por ejemplo- estamos eligiendo una imagen. Si la elegimos bold, regular, fina, estamos trabajando con imágenes: es diferente leer un título en en periódico que leerlo en un libro, con otro tipo de fuente. No es lo mismo lo que querés decir con Garamond que con Arial. Y lo raro es que no sabés explicar por qué. Por eso, imagen y palabra son lo mismo para mí. Cuando hablan de libro ilustrado yo entiendo lo que quieren decir, pero en el fondo me parece que no tiene sentido, porque el libro siempre fue ilustrado. Los códices mayas, los libros egipcios, los libros de los muertos, siempre fueron libros ilustrados. 

En tus libros, además, pensás mucho el lugar de las palabras: hay por ejemplo libros que trabajan con encadenamientos.

Sí, creo que es el libro más loco que yo hice, ¡Todo cuidado es poco! Tiene que ver con mi amor por los personajes y los cuentos, hay varios personajes típicos de historias ancestrales y clásicas, del Panchatranta, que es el libro de cuentos más antiguo del mundo. Hay referencias de Africa y Latinoamérica, y hay esa idea de cadena, más bien filosófica, de la filosofía del caos. 

¿Sentís que escribís para niños o como un niño?

Es compleja esa pregunta. Yo siento que escribo como adulto, pero también siento muy claramente que aquél niño que fui, está. Está cambiado, no sé cuánto; y no sé en qué año, no sé en qué día dejé de ser niño. Nadie sabe, en verdad, salvo que lo sepa por algún hecho traumático. Lo que me parece es que, cuando hago obra, la hago para mí. Y que, como todo en el arte es contradicción, el altruísmo, el hacer para el otro, sólo es completo cuando hacés para vos, de modo egoísta. Porque cuando hacés para vos, o para un niño una niña que conocés, lo hacés para todos, me parece. Pero cuando hacés para todos, o para una cierta edad de lectores, por ejemplo, no hacés para nadie. Yo recuerdo un texto de Artaud, sobre un dibujo feo; cuando hago un dibujo feo, lo libero de ser bonito. Y entonces puede ser miles de cosas. Necesitamos de esa cartografía. ¿Con qué trabajamos? Trabajamos con el visible. Pero si Artaud dijo: este dibujo feo puede ser otras cosas más allá de bonito, entonces queda claro que, si intento hacer un dibujo bonito es menos que si inento hacer un dibujo expresivo, ¿verdad? Y además no podemos adivinar quién va a ser el lector o la lectora para nuestro libro, los lectores van a descubrir esos libros, van a llegar a esos libros, es una cuestión de encuentro. Hay encuentros que realmente no se producen: el niño dice "ese libro no es para mí, no me gusta". Es muy bonito todo ese proceso que no podés controlar, y es importante que haya cosas que no puedas controlar. Para mí es muy importante hacer libros para nadie. Una vez, una muy buena editora me preguntó si no quería hacer cierto libro distinto, más accesible. Y yo no sé por qué le dije que quería hacer un libro para nadie. La editora me preguntó por qué dije eso, ¡y no supe por qué! Me encantan los libros que son un fracaso total. Si uno me dice: este libro es un fracaso total, ese libro me interesa. Me parece más difícil que algo no le interese a nadie nadie, que algo que le interese a mucha gente. Ahora escribí un musical muy loco, muy loco, llamado Carmin. Y estuvimos ensayando durante tres meses, parecía que no iba a ir nadie... ¡Y fue un suceso! ¡Un suceso! Con otra obra una amiga me dijo: no entendí nada de nada. Y yo le dije: ahora quiero hacer otra como esta. No sé explicarlo, pero por ejemplo algunas veces no venía nadie, casi no teníamos público, y estábamos con los actores y las actrices y decidíamos hacerlo igual, incluso si había una sola persona. ¡Qué bonito hacerlo así! ¡Qué bonito hacerlo feo! A ese libro loco del que comenzamos hablando, ¡Todo cuidado es poco!, no le fue muy bien, por ejemplo, salvo en Estados Unidos y China. Pero a mí me encantaba cuando un niño me decía: este libro es loco de verdad, sos loco. Eso es mejor que a todos les guste. Siento nostalgia por esas obras que nadie entiende... 

Además, no entender algo también es una experiencia valiosa. 

¡Claro! Y cuando un niño dice: "No entiendo, pero es loco", para mí muchas veces es un elogio. Porque decir que un adulto es loco es decir, un poco, "es libre como yo soy". Una amiga mía fue a dar unos talleres de arte a un neuropsiquiátrico, y ella conversó con las personas internadas y al final una de las mujeres le dijo: "Sos una de las nuestras". Y yo le decía: ese es un elogio, el mejor elogio que vas a recibir, olvidáte de la crítica, esto es lo más. La niñez es un estado de libertad. Tal vez sea la verdadera salud; lo opuesto de la locura no es la prudencia, lo opuesto de la locura no es la civilidad, es otra cosa. Hay muchos tipos de locura, claro; la locura de estar escindido de uno mismo es una locura no deseable. Pero estar en un estado de libertad, donde no te pones tantos límites, es un estado de infancia. Pero cuando oigo a un adulto decir que cuando escribe vuelve a ser niño, para escribir o dibujar, eso me parece una locura aterradora. Porque ya no sos un niño, entonces no juegues a ser niño: no deseás eso, es muy difícil ser niño. Es muy difícil. No es un mundo de encantamiento la niñez. Es un mundo de miedo, es un mundo desproporcionado, y muy interesante y bonito a la vez, pero no es encantador. Para nada.

Y es un mundo en el que casi todo se te impone, no estás en control.

Es verdad. Intentarás encontrar maneras de estar en ese estado de niñez, un estado fantástico también por la poesía, por la filosofía. Los niños y las niñas son filósofos. Pero no es fácil, no es fácil... Y no es cierto que ningún adulto pueda volver a ser niño, aunque lo haga para escribir. Esa imagen, para mí, es aterradora.

Quería preguntarte también por el lugar que le das a la naturaleza en tus libros, ya que hablamos de exuberancia.

Es muy común en el análisis literario que se hable de una literatura urbana en contraposición a una literatura de la naturaleza, selvática o rural. Pero lo que pasa es que aquí, en Latinoamérica, no hay separación tan fuerte de estas cosas. El paisaje del sur de Argentina, por ejemplo, Perú, Colombia, Río de Janeiro... Bogotá es como una isla en el cielo, me decía una amiga. ¡qué bonito ver que es posible el concepto de isla en el cielo! Es un concepto fantástico en el cotidiano urbano. ¿Cómo no hablar de naturaleza en un sitio múltiple como es Latinoamérica? Estamos hablando de una naturaleza no separada de lo urbano, y eso que yo soy un amante de las ciudades, pero no me parece tan clara esa separación. 

Te han traducido a muchas lenguas, ¿qué podés contarnos de esa experiencia?

Los dos países en los que mejor les va a mis libros son Estados Unidos y China, siendo Estados Unidos un país que traduce menos del 2%. Y en China yo les preguntaba por qué se interesaban por mis libros, que me parecen muy específicos de Brasil, y me respondían que porque el mundo es pequeño. Ese concepto es fantástico. Si yo puedo interesarme por un personaje específico de Francia -y de verdad me interesa- ¿por qué no van a interesarse en una araña que crece en el sur de Chile? No me parece una locura... Sí, el mundo es pequeño. Y a mí me interesa todo. A los niños les interesa todo. Si me pongo a contar algo interesante que pasa en Mongolia, escuchan. Me parece que, en términos de libros para niños, los países de Europa y Estados Unidos o Canadá con muy conservadores. China y Latinoamérica son más desprejuiciados, me parece. ¿Para qué restringir?

A veces, los padres buscan "libros con valores" o "libros que enseñen cosas", ¿cómo pensar este punto, el lugar de los padres y madres como mediadores de lectura?

Yo comprendo, puedo comprender. Y hay libros con valores que son tan abiertos que el niño y la niña van a huir por otras capas de comprensión. Yo recuerdo que en la escuela me daban libros didácticos y yo me perdía en las ilustraciones, la ilustración por ejemplo de la civilización mesopotámica, en los leones... Y me olvidaba de todo, me conectaba con esta imagen narrativa que alguien tuvo que hacer. A la vez, hay libros más amplios que también trabajan valores: por ejemplo, qué bueno que el niño pueda vivenciar el simulacro de la envidia, del mal, para ser libre. Si un libro te enseña valores, y es un libro  que solo enseña un valor, ese es un libro tondo, ¿verdad? Se espera que el niño huya de ese valor. Pero yo entiendo que es un poco esa idea de libro de la virtud, pero lo que pasa es que muchas veces esas historias hablan del otro lado, del lado mucho más amigo de la ficción, del arte. El arte feo, el arte no bonito, el dibujo no bonito de Artaud. Siempre va a haber para dónde huir. Cuando un libro es de verdad malo, solo incluye un valor, uno solo. Se puede decir que Tom Sawyer es un libro sobre la amistad, pero hay tanta cosa ahí en realidad... Se puede decir que el Panchatranta es un libro hecho de miles de libros que van a enseñar a los tres hijos del rey a no ser burros, porque ese era su cometido original, pero ahí están también la locura, la envidia, el mal, el egoísmo, el conflicto, aunque el valor principal fuera quedar preparado para la vida. Yo aprendí mucho más con la contradicción, con los valores no bonitos, no edificantes, con el otro lado, el más allá. Lo fantástico es que la literatura artística, abierta, amplia, y la imagen narrativa, nunca van a traicionar al niño, porque le va a dar otras capas. Y el niño y la niña siempre van a encontrar cosas, van a encontrar por dónde huir, van a encontrar esa entropía.

 

 

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