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Samanta Schweblin: “Escribir es una forma de voyeurismo”

Por Luciano Lamberti

"Hay algo a lo que sí le tengo miedo, y que justamente, para evitarlo, procuro tener siempre presente, y es la profesionalización. En mi ideal, la escritura siempre debería intentar llegar hasta donde quiere desde el abismo de no saber cómo, desde el estupor, la curiosidad y el deseo sin armas". Una entrevista a la autora de Distancia de rescate y Pájaros en la boca, que acaba de publicar su novela Kentukis (Random House).

Por Luciano Lamberti. Foto de Alejandra López.

 

Samanta Schweblin es una de las escritoras argentinas con mayor proyección internacional del momento. Con tres libros de cuentos (El núcleo del disturbio, Pájaros en la boca y Siete casas vacías) y la nouvelle Distancia de rescate demostró una inigualable cintura narrativa, un perverso sentido del humor y la habilidad para crear mundos casi autónomos que sin embargo eran profundamente el nuestro. Ahora le tocó el turno a la novela con Kentukis, la historia de un dispositivo para espiar vidas ajenas en forma de peluche.

Nacida en Buenos Aires, en 1978, Schweblin vive desde hace años en Alemania. La siguiente conversación tuvo lugar por email.

 

Tus dos primeros libros pueden considerarse dentro del fantástico, Distancia de rescate es una novela de terror, en Siete casas vacías lo fantástico pasa más bien por la locura de los personajes y Kentukis es, en gran medida, una novela de ciencia ficción. ¿Te gusta explorar los géneros?

Me gusta explorarlos, sí, pero pienso siempre en términos de historias, personajes, narradores, tiempos, y no tanto en términos de género. Los géneros, e incluso las extensiones –cuento, nouvelle, novela-, son espacios a los que llego casi con sorpresa, como a una conclusión para la que estuve pensando un tiempo. Quizá por eso también termino trabajando un poco en los límites de esos géneros. Quiero decir, me encantan todas las etiquetas de tu pregunta, me encantan porque soy lectora de esos géneros, los disfruto con devoción, y entiendo perfectamente por qué los elegiste para hablar de esos libros. Pero también podría decir que la gran mayoría de los cuentos de Pájaros en la boca pertencen más a la literatura de lo extraño que a lo fantástico; que Distancia de rescate no tiene explícitamente ninguna característica del género de terror; y que Kentukis, tratándose de una tecnología que no es más que la cruza entre un peluche y el celular más rudimentario de este mundo, no tiene ni trabaja ningúna característica dura de la ciencia ficción. Por ahí entonces lo que más me interesa de los géneros son sus ambientes, la cercanía de sus límites y todo lo que se pone en juego cuando uno se acerca a ellos.

¿Cómo fue la experiencia de escribir una novela larga después de los cuentos y una nouvelle?

Este libro, ya desde sus primeras notas, nació con una forma bastante distinta a todo lo que venía trabajando. Quizá el concepto de qué es un kentuki y cómo funciona podría contarse en un cuento, pero eso no es lo que yo quería contar, y desde los primeros borradores fue bastante claro para mí que, si me animaba a escribir esta historia, iba a tener que ser una novela. Me inquietó trabajar tan fuera de los espacios en los que suelo sentirme más cómoda. No solo por animarme a la novela, sino también por pasar de mis narradores en primera persona a un narrador en tercera, por contar una historia de manera coral, por salirme del territorio argentino y trabajar desde distintas ciudades del mundo, por pensar un tema que hasta entonces me había sido completamente ajeno, como es el de las tecnologías, en fin, todo me parecía un poco extraño. Pero pasada la mitad del manuscrito me di cuenta de la trampa, de que quizá no es tan facil salirse de esos espacios conocidos, en realidad, seguía hablando de lo que siempre me preocupa en mis historias: de la soledad, la incomunicación, los problemas del lenguaje, lo extraño. Sí hubo algo nuevo en lo logístico, algo que parece una obviedad pero no se siente así cuando finalmente hay que arremangarse, y tiene que ver con la cantidad de material con el que se trabaja en una novela en comparación con las diez o veinte páginas en las que se concentra el cuento. Como la carga es grande, cada movimiento lleva su tiempo, y como mi alma sigue siendo de cuentista, tuve que aprender a ganar algunas batallas internas con mi ansiedad y mi impaciencia.

¿Creés que después del menosprecio por parte de la academia hay una revalorización de los géneros? ¿Qué te brindan los géneros como escritora, más que el realismo?

No tengo mucha idea de qué está leyendo ni valorando la academia. No pasé por ella en ningún momento de mi formación, y es un mundo que siempre sentí muy lejano al mío. Los géneros me gustan por sus límites. Una limitación te obliga a hacer un recorrido distinto para llegar a lugares a los que, de otra manera, hubieras llegado por inercia o siguiendo tus propios lugares comunes. Una limitación te anima a resolver problemas creando estructuras inéditas para tu escritura. En realidad, todo puede funcionar como una limitación. Un recurso literario limita. Incluso un estilo puede condicionar y limitar, pero en eso mismo puede estar la solución.

Hay algo de Black Mirror en Kentukis. ¿Mirás series de televisión? ¿Creés que pueden aportarle algo a la narrativa?

Miro algunas series, sí, pero hace rato que, mas que mirar, abandono. Y si listo mis preferidas, son en realidad mini series, son las “nouvelles” del mundo de las series. Pienso en mi favorita “Olive Kitteridge”, que solo tiene cuatro capítulos. Pero realmente no creo que aporte demasiado al mundo literario. Aunque supongo que habrá imágenes que se me quedan, o climas, o no sé, algún diálogo disparador, la verdad es que ninguna historia hasta ahora que haya escrito salió de la pantalla. Al contrario, creo que es la pantalla la que, más que nunca, se está alimentando de la literatura. Es increíble la enorme cantidad de películas y series que están basadas en libros. Es raro eso, al mundo literario parecen quedarle cada vez menos lectores, pero el cine sigue alimentándose se él sin parar. Y aunque entiendo que, como etiqueta, decir que tal libro es un poco Black Mirror y tal otro un poco Mad Men, me da pena que las series empiecen a tener tanto protagonismo en las contratapas de los libros.

¿Qué escritores pensás como modelo de Kentuki?

Modelo, ninguno, o por lo menos no se me ocurre claramente ningúna estructura o narrador, o personajes que me hayan llevado al mundo de este libro. Pero bueno, ya que me das la hermosa libertad de elegir modelos, pienso en Crónicas Marcianas, de Ray Bradbury. A priori me cuesta encontrar puntos en común, pero algo hay. O mejor dicho, algo me gustaría que hubiera. Una novela que parece hablar sobre cohetes, pero en la que los cohetes siempre están hablando de otra cosa, una novela de relaciones humanas desde distintos lugares del mundo. Aunque hay algo que le envidio profundamente a Bradbury, y sé que nunca voy a poder heredar. Su optimismo. La luz que siempre deja en cada oscuridad en la que se mete. Es una fe en la humanidad todavía más peligrosa que la de aventurarse en el humor o en el sexo sin maestría. Creo que no hay escritor más valiente que él, y es uno de mis escritores muertos que más extraño. Si todavía siguiera escribiendo... Nos haría a todos tan bien.

¿Considerás que a partir de esta novela hay un giro cosmopolita en tu narrativa, que ya no se limita a retratar personajes argentinos?

Me animaría a decir que no. Pero quién sabe. Creo que Kentukis solo podía contarse así, desde múltiples ciudades del mundo, con todos los límites y las libertades que abre ese juego. Es algo que tiene que ver más con la idea de los Kentukis que con un giro cosmopolita en mi escritura o en mi vida. De hecho, aunque sea una argentina con pasaporte italiano viviendo en Berlín, me considero un bicho de barrio porteño. De cosmopolita, nada. Ahora estoy trabajando en algunos cuentos y, en cuanto me concentro en la escritura, mi mente vuelve inmediatamente al escenario argentino. Supongo que si aparece una idea en la que, por ejemplo, Berlín necesite ser escenario, me animaría sin problema a escribir sobre Berlín. Pero si nada particular lo convoca diría que mi escenario sigue siendo Argentina.

¿Vivimos en una época voyeurista, donde somos incapaces de desaparecer? ¿Qué lugar ocupan los escritores en ese juego?

Siempre fuimos vouyeristas, cambian las tecnologías, pero siempre nos fascinó mirar al otro. Y el voyeurismo busca una verdad que es imposible de otra forma, y es la de ver al otro tal cual es, ver quién es el otro cuando cree que nadie lo ve. Hay información vital en esos descubrimientos. Y esa es la mirada que puede dar un kentuki. Si seríamos capaces de pagar una fortuna por ser anónimos en la vida digital, ¿cuánto pagaríamos por ser anónimos en la vida real? Y la literatura tiene mucho de esto también. Escribir es, por supuesto, una forma de voyeurismo, o al menos una forma de preguntarse qué es lo que uno miraría si pudiera mirarlo todo, y de descubrir, en las respuestas de esos libros, nuestras propias preguntas y nuestras propias respuestas.

¿Te animás a pensar en algún futuro posible para el uso de la tecnología?

Sí, Kentukis. Y en lo que dice siempre mi papá, que me lo van a registrar los chinos y no me van a dar ni una monedita.

¿Considerás que es este es un buen momento editorial para las mujeres?

Creo que sí. Con sus ventajas y desventajas, pero seguro es el mejor momento que hemos tenido en la historia. Me decía un editor español el otro día que el 70% de los lectores son mujeres, y que estas mujeres, en los últimos años, se están inclinando a leer mujeres. Así que, aunque festejo de pie que haya tantas buenas autoras en mi generación, en el fondo creo que lo que hay, sobre todo, son muchas lectoras, son ellas las que al final están abriendo las puertas.

¿El hecho de haber obtenido reconocimiento modificó en algo tu manera de escribir?

Estoy tentada a darte un no rotundo, porque así lo siento, pero ¿quién sabe? ¿Cómo puedo medir hasta que punto separo una cosa de la otra? No lo siento así, eso seguro. Hay algo a lo que sí le tengo miedo, y que justamente, para evitarlo, procuro tener siempre presente, y es la profesionalización. Imagino que, el problema de adquirir cierta experiencia en la escritura, es que uno empieza a ser capaz de resolver demasiado. Y esto no está para nada cerca al hecho de adquirir genialidad, sino más bien al de perderla. En mi ideal, la escritura siempre debería intentar llegar hasta donde quiere desde el abismo de no saber cómo, desde el estupor, la curiosidad y el deseo sin armas.

 

 

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