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Saúl Sosnowski: "Me sigue emocionando la aparición de cada número"

50 años de Revista Hispamérica

En 1972, con 25 años, consiguió un cuento inédito de Bioy Casares, una entrevista a David Viñas que generaría un debate capital con Cortázar, y la combinación de autores nóveles y consagrados que sería su fórmula maestra hasta el día de hoy, 150 números después: la historia detrás de una revista clave para la literatura latinoamericana. 

Por Valeria Tentoni.

 

 

Cuando arrancó con Revista Hispamérica, a Saúl Sosnowski le dijeron que no iba a aguantar más de tres números. Había visto trabajar a los integrantes de El escarabajo de oro bajo la dirección de Abelardo Castillo y se había entusiasmado. Tenía 24 años y encaraba una tesis sobre Cortázar sin imaginar que, años más tarde, lo visitaría en París. Tampoco imaginaba que Hispamérica, hasta hoy religiosamente publicada en papel cada cuatro meses, alcanzaría el prodigioso número de ciento cincuenta ediciones. Ni que a su paso hubiese logrado, sin alterar ni una vez el logotipo, "mover el piso", como dice él, de la literatura escrita en latinoamérica que se lee desde Estados Unidos, donde vive y enseña. Pero no sólo allí: Hispamérica se ha recibido por correo en incontables domicilios del mundo durante este tiempo, ofreciendo cruces impensados entre autores nóveles y consagrados. 

Cuando comenzó la carrera en Estados Unidos, "con todo el respeto por las revistas académicas", dice, "estaba totalmente azorado del aburrimiento que podían generar". Fue entonces que se propuso armar una publicación que, siendo también académica, mostrara las diferentes etapas de una producción literaria.

Sosnowski nació en Buenos Aires en 1945 y se doctoró por la Universidad de Virginia en 1970. Desde entonces es profesor titular de literatura y cultura latinoamericana de la Universidad de Maryland, y entre otras cosas dirigió hasta 2008 el Centro de Estudios Latinoamericanos, que fundó en 1989. Es autor, entre otros, de Julio Cortázar: una búsqueda mítica, Borges y la Cábala: la búsqueda del VerboLa orilla inminente: escritores judíos-argentinos, Borges y la Cábala: senderos del Verbo (con la artista plástica Mirta Kupferminc), Cartografía de las letras hispanoamericanas (Eduvim), el libro de poemas Rugido que toda palabra encubre (Alción) y la novela Decir Berlín, decir Buenos Aires (Paradiso), que no será la última porque viene una segunda.

En videollamada de larga distancia, aceptó responder algunas preguntas por el aniversario.  

 

¿Cuándo arrancó Hispamérica?

En mi primer año en la Universidad de Maryland, a la que llegué a los 25. Me doctoré en la Universidad de Virginia y entré a Maryland por lo que creí que iban a ser un par de años, nada más. Fue entonces que decidí hacer mi propia revista.

¿Solo?

La locura empezó conmigo, sí tenía estudiantes que me ayudaban con la parte técnica, corrección de galeras y demás. Pero después aprendí a corregir galeras en la casa de Abelardo Castillo, gracias a Liliana Heker y otros integrantes de El escarabajo de oro, a quienes comencé a frecuentar cuando estaba preparando mi tesis sobre Cortázar. El primer número de Hispamérica salió en julio de 1972, en Buenos Aires. Publiqué los primeros 22 números allí hasta que la dictadura y un llamado de atención por parte del linotipista, porque se hacía con linotipia en esa época, me marcó "ojo, censura". Ahí decidí empezar a imprimirla en Estados Unidos. Eso fue 1979.

¿Y cómo armabas las revistas en Argentina, venías regularmente?

Yo solía ir al comienzo, pero no estuve en la Argentina desde 1974 hasta 1983, porque había publicado a alguna gente, algunos me dijeron mejor... Yo no soy un exiliado, que quede claro. Ni refugiado ni nada de eso. Yo me fui de Argentina en el año 64, y excepto por el periodo de la dictadura fui frecuentemente a Buenos Aires. Hubo una época en que las galeras iban de un lado al otro por correo. Estamos hablando de otra época, pre internet. Las revistas salían al resto del mundo desde Buenos Aires, por correo.

¿Cómo fue armar el primer número, diseñar las secciones, recopilar el material?

En el primer número hay inéditos de Cortázar, Marechal, Macedonio Fernández, un texto de teoría de Noe Jitrik, una entrevista a David Viñas, un texto en la sección taller de Héctor Libertella, en ficción cuentos inéditos, porque siempre publiqué inéditos, hasta el día de hoy, de Bioy Casares, Marco Denevi, Bernardo Kordon, Alicia Steimberg... Y había una sección de reseñas y de notas. La intención era mostrar la producción literaria a través de sus diferentes etapas. Lo notable, que a mí me sigue emocionando, es que desde el primer número cuando yo iba a decirle a la gente que iba a hacer una revista, la gente me apoyó y me daba los materiales.

¿Cómo fue comenzar, largarse?

Me largué, yo era muy lector. Siempre me gustó el mundo revisteril. Cuando yo estaba haciendo mi tesis sobre Cortázar y viajaba con frecuencia a Buenos Aires yo iba muchísimo a ver a la gente de El escarabajo de oro. Estaba con ellos cuando armaban la revista: la dirigía Abelardo Castillo pero era un montón de gente, estaba Liliana Heker, Vicente Battista, Mario Goloboff... Cantidad de gente que entraba y salía, y usaban tijeras y reducían al máximo el cuerpo de las letras para poder salir con un presupuesto limitado. La idea de hacer Hispamérica cuajó estando con ellos, y el nombre también surgió como un homenaje al lenguaje hispanoamericano del que hablaba Cortázar. La largué. Puse mil dólares míos y con eso empecé. Mandé una papeleta celeste a una cantidad de gente, diciendo que iba a sacar la revista, y alguna gente que ya estaba establecida en el campo académico en Estados Unidos empezó a suscribirse. La suscripción era ridícicula, cinco dólares y para no estudiantes diez, para instituciones quince. La dirección física de la revista fue siempre donde yo vivía, también al principio la de la casa de mis padres. Empezó así.

Los nombres que conseguiste en el primer número son impresionantes...

¡Sí! Obviamente todo eso se pedía por carta en ese momento, y tengo un archivo de cartas que alguna gente me dice que debería publicar. Pero, por ejemplo, en el primer número salió una entrevista a David Viñas en que atacaba, en su estilo, a Cortázar. Entonces yo se lo mandé a Cortázar, y Cortázar me mandó una respuesta larguísima que publiqué en el segundo número. Entonces, de pronto, ya tenía eso. También armé una serie que se llamaba "los marginados" que incluía gente que no estaba siendo estudiada en el mundo académico, entonces por ejemplo le escribí a Fernando Alegría, profesor y escritor chileno, y él me armó una antología de textos chicanos mucho antes de que lo chicano entrara en el mundo académico. Porque esa era también una de las propuestas de la revista: aprovechar el conocimiento de gente muy establecida y que los lectores vayan a buscar esos textos, pero además incorporar a otros autores, otras líneas y demás. La revisa iba creciendo, y llegó un momento en que empezaba a ser reconocida, indexada en una cantidad de lugares. Siempre mantuve ese formato: crítica, creación, entrevista, en algún momento hubo teatro... Y así uno va llegando a los cincuenta números. Siempre papel impreso.

¿Nunca versión digital?

No, no tiene. Es deliberado y es artesanal, pero no me molestaría en absoluto pasar a una versión digital, es algo que estoy contemplando para el año que viene. La versión en papel no desaparecería: una vez que uno huele la tinta en la imprenta, aunque ahora ya no se pueda, sigue de ese modo. La versión papel quiero que siga.

¿Recordás cómo fue el momento de entrar a una imprenta por primera vez?

Hubo un muchacho que me diseñó el logo, y ese logo ha permanecido hasta el día de hoy. Se llamaba Martín Mazzei, le perdí la pista y ojalá haya tenido mucho éxito. El logo quedó para siempre. Los Escarabajos me recomendaron una imprenta que estaba en calle Sarmiento, donde ahora está el Kónex, y esa imprenta imprimía libros y revistas en castellano y también en idish. Yo fui a ver a estos dos muchachos, Alberto y Tito, y les dije que estaba en Buenos Aires solamente por el verano y quería sacar la revista rápidamente y ellos, en lo que creí era un alarde y fanfarronería, me dijeron: "Veremos si vos te podés mantener con la velocidad que tenemos nosotros". Y, de hecho, trabajaron tan rápido que desde que entregué los materiales y tuve la revista en los quioscos, pasaron tres semanas. Y fue con ellos que imprimí los primeros veintidós números, no busqué nunca otra. Después, durante muchos años trabajé con un profesor de una universidad estadounidense que tenía un servicio de impresión, y después con una asistente uruguaya, Eva Vilarrubí, que trabaja hasta el día de hoy, se encarga de la parte técnica de la revista.

Al principio estaba en revisteros, ya no, ¿no?

No, en un momento se las daba a una distribuidora, pero me liquidaban la revista con pagarés a seis meses... Pero sí, al comienzo estaba en los quioscos de calle Corrientes. Yo caminaba por la calle y miraba a ver si bajaba la pilita o no. ¡Era muy emocionante! Me sigue emocionando la aparición de cada número hasta el día de hoy. Pero claro, al comienzo... ¡Ver el número uno! Y después me dijeron: "Bueno, cualquiera saca un número uno. Veamos si tenés un dos". Después me dijeron que el número siete era crucial. Bueno, está bien... Desde entonces sale cada cuatro meses, tres veces por año.

¿Tenés presente el número de cuántos autores publicaste al momento?

No, pero deben ser varios cientos. Y también para muchas personas fue la primera vez que publicaban un texto.

Con aquella respuesta de Cortázar podemos pensar en la revista como un modo de intervenir directamente en el campo literario, ¿no? 

Sí, fue muy potente. Y Cortázar hasta el día de hoy sigue vivo para mí, después lo conocí en Estados Unidos, en Oklahoma, donde le dieron un premio. Había un congreso para celebrar los primeros diez años de Rayuela. Lo vi varias veces después, inclusive una vez en París donde me prestó materiales para que yo fotocopiara porque estaba preparando la edición de sus ensayos críticos. También estuvo una vez acá, y hasta el día de hoy me arrepiento de no haberlo llevado a escuchar jazz. Y sí, cuando se cumplieron cinco años de la revista organicé un concurso de cuentos, llegaron unos 400 cuentos y el jurado estaba compuesto por Cortázar, Vargas Llosa y Roa Bastos. Obviamente todos ellos me estaban haciendo un favor, impulsando la revista. Roa incluso me dio inéditos.  

¿Cuál es el valor que le das a una revista, una publicación periódica?

La palabra crucial es "periódica". Voy a dar un ejemplo para responder a eso: tenía una colega que decía que solamente había que escribir tesis doctorales sobre gente que se había muerto, porque de esa manera tenías las obras completas. Bueno: justamente a mí lo que me interesa es lo que está incompleto, es decir, seguir viendo la literatura como algo vivo. No quedarnos siempre con las figuras canónicas o con los textos canónicos. Bolaño será una estrella para muchos, ¿pero hasta cuándo? Es decir, ¡hay otras cosas! Hay gente que tiene veinte, treinta, cuarenta años que está publicando cosas que son mucho más innovadoras, que están generando otra mirada, no solamente sobre un texto literario sino sobre las épocas que estamos viviendo, a una velocidad tal que si esperamos a que se mueran esos autores nos vamos a perder de esa velocidad. Y yo quiero mostrar, justamente, eso. Sin descartar los análisis meticulosos y demorados y deliberados sobre otras cosas, ¿no? Pero que se pueda ver, siempre, el movimiento. 

 

 

Es notable la incorporación de autores jóvenes, hay cruce entre autores establecidos y nombres nuevos en portada. ¿Cómo pensás ese cruce?

¡Esa es la maravilla! ¡Eso es! ¡Eso quería yo que fuera la definición de la revista! Ya en el primer número lo tenías a Bioy Casares, que fue una cosa increíble. Yo lo fui a ver a su casa y me atendió a la mañana, impecable, de traje, chaleco, etcétera, ahí en la calle Posadas. Y yo sería un pibe, en ese momento, de veinticinco años... "Vengo a decirle que voy a hacer una revista y le pido un cuento inédito", le dije. ¡Y este buen señor me da un cuento inédito! Entonces, Bioy Casares, reconocido por todo el mundo: pero ahí en la misma tapa entra Alicia Steimberg, que en ese momento tenía un solo libro publicado. Esa era la idea. Y eso lo quisimos mantener siempre.

Ahora parecería haber un interés creciente en Estados Unidos en los escritores de Latinoamérica, ¿cómo lo ves desde tu posición como editor y docente?

Sí, y en los jóvenes. Es un mercado editorial en el que se traduce muy poco. Pero si vos te fijás en el catálogo de literatura latinoamericana en general de la Biblioteca del Congreso de aquí, que prácticamente recibe todo, antes era como un folletito. Ahora sería equivalente a varios tomos. 

¿Y en qué se parecen la actividad docente y la actividad editorial, en tu caso? ¿Se retroalimentan?

Para mí es fundamental moverle el piso al estudiantado. El parecido creo que estaría en el hecho de que yo a través de la revista trato de ir más allá de lo canónico siempre. Tratar de mostrar qué es lo que está pasando sin descartar análisis sedimentados ya. Y en las clases lo mismo. Es decir: yo he dado cursos canónicos, seminarios enteros sobre Borges, Arlt, Cortázar; pero también me interesa mostrar quiénes son los que vinieron después. En la revista eso lo hice desde el comienzo. En 1973 publiqué una entrevista con Puig que le hice aquí, que me guardé los originales, porque fue por carta. Y Puig en el año 73 en muchos departamentos donde todavía predominaba la literatura española y le hacían la guerra a la latinoamericana, incorporarlo era importante. Y esa actitud sigue hasta el día de hoy.

Has escrito ensayo, crítica, ficción y poesía, pero has quizás editado muchas más páginas de las que has escrito y comenzaste a publicar poesía y ficción no hace tanto. ¿La revista fue para vos un modo de entrenarte, de tomar apuntes para escribir tus propios libros?

Me dediqué a la crítica siempre. Había publicado una sola vez un breve cuento en una revista ecuatoriana, y después sí, cada tanto escribía poesía pero no publiqué hasta que salió ese librito por Alción. Y me puse a escribir ficción en serio hace poco, dos o tres años. Y sí, las entrevistas son algo así, salió un libro con las entrevistas que fui haciendo en Hispamérica, por el Centro de Arte Moderno en Madrid. Está la entrevista a Puig, a Borges, a Fuentes, a Cortázar, a Roa Bastos, a Donoso... Son las únicas cosas que publiqué en Hispamérica, yo no publico mis textos en Hispamérica. Y se iba armando una caja de herramientas. Y uno va aprendiendo de lo que va enseñando en crítica y en algún momento quiere decirlo sin notas al pie, como me dijo Andrés Avellaneda hace poco, un querido amigo que ha seguido con Hispamérica con el número uno.

 

 

 

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