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Tras los pasos malditos

Entrevista a Christian Ferrer

Se acaba de reeditar Barón Biza. El inmoralista (Sudamericana), de Christian Ferrer, un libro que, sin la intención de ser una biografía, recorre la vida de Raúl Barón Biza al tiempo que mira la historia del país. "Era un hombre agresivo, violento, desagradable, de vida recia, nada fácil, prepotente, pero que pretendía decir una verdad donde se cruzaban tres lubricantes: el sexo, la política y el dinero", dice.

Por Patricio Zunini.
Foto: Alejandra López.

El día que Raúl Barón Biza convocó a Clotilde Sabattini y a los abogados de ella para firmar el divorcio, el día que, después de ofrecerles whiskey, agarró un vaso de ácido y se lo tiró a su ex, el mismo día que él, cuando todos salieron de urgencia a llevar a la mujer con la cara desintegrada, se voló la sien con el tiro de una 38, ese día, una de las vidas más turbulentas del siglo XX se convirtió en la del peor maldito de la Argentina.

«Fue muchas cosas», dice Christian Ferrer en Barón Biza. El inmoralista: «playboy, millonario, izquierdista, pornógrafo, exiliado, empresario, financista de revoluciones, político, concesionario municipal, habitué de prisiones, editor de periódicos, huelguista de hambre, suicida, enamorado e infame». Figura completamente anómala, escritor de libros escandalosos que lo llevaron a juicio, Raúl Barón Biza —padre de Jorge, otra figura anómala, autor de El desierto y su semilla— fue alguien que, aún viviendo siempre en el margen, le hizo un tajo a la política y la sociedad del país. Este mes se publicó por Sudamericana la edición definitiva del libro de Ferrer, un ensayo —él se resiste a llamarlo biografía— con Raúl Barón Biza como la figura en la que se anuda, como una trenza, la historia de la Argentina.

Después de Barón Biza escribiste un libro sobre Martínez Estrada: ¿qué tienen en común ellos dos?

—En apariencia nada y, sin embargo, hay un hilo en común. Hay algo en el talante: la necesidad de contar una verdad. Cuál verdad era esa es tema a discutir, pero les importaba enunciar una verdad aunque a los demás no les gustara. Por otra parte, hay algo parecido en la situación autárquica en la que se posicionaban. Barón Biza era un hombre con una fortuna que, de alguna manera, lo mantenía a salvo del reino de la necesidad en la que todo el mundo debe funcionar. La relación con el dinero, con el trabajo, con las obligaciones sociales evidentemente son distintas para un millonario que para alguien que debe esforzarse. Sin embargo, Martínez Estrada, que trabajó toda su vida como empleado público y nunca tuvo fortuna, tenía una posición autárquica como intelectual ante la Argentina. La posición autárquica no depende del dinero, si no de una posición ante la vida, ante las ideas y ante el país en que le ha tocado a uno en suerte vivir.

Este mes salió por Mansalva Diálogos en el campo enemigo, la entrevista que ustedes le hicieron a Fogwill para la revista "El ojo mocho". En un momento, él dice, voy a citarlo mal, que los que caen presos son los advenedizos o la gente del interior, nunca los cajetillas. Contraponiendo la idea a Barón Biza: ¿La imagen de “pornógrafo” habría sido tan escandalosa de no haber sido alguien de clase alta?

—Depende, porque lo que causaba escándalo en una época puede no causarlo en otra. El motivo del escándalo no tiene la misma pregnancia en un tiempo que en otro. Barón Biza producía escándalos en la opinión pública que, además, le concitaron prisión, exilio, prohibiciones, censura y juicios por inmoralidad que le hizo el Estado. La figura del pornógrafo, que le fue colocada como sambenito a Barón Biza, ingresaba en una zona donde las palabras inmoralidad, tabú o aquello que está afuera de los buenos modales no se debe hablar estaba muy claro. Hoy en día todo lo que tiene que ver con el erotismo no sólo no es perseguido sino que es promocionado, sea en la publicidad, en la moda, en la literatura, en el cine. Lo cual no quiere decir que la gente tenga vidas sexuales más felices que antes. En absoluto. Tan sólo se ha producido un cambio en la forma de controlar los flujos libidinales y los malestares eróticos de la población. Pero tu pregunta era distinta.

La reformulo: habiendo otros autores que tenían un recorrido por el erotismo, ¿la combinación de lo inmoral y la clase alta fue lo que potenció el escándalo en Barón Biza?

—Todos los escándalos de clase alta, sobre todo si involucran al sexo, son noticia. Sin duda potenció el interés. Pero yo creo que hay que plantear algo importante. Probablemente los libros de Barón Biza podían representar cierto erotismo posible para la época. Cada época tiene un erotismo posible y uno impensable. Ahora, en el caso de él, lo que interesaba era la cruza del argumento erótico con denuncias de la corrupción política. Esa cruza era muy potente, más allá de si pudiéramos considerar a las novelas buenas o malas o de calidad, cosa que no me interesa en absoluto evaluar. En tu frase anterior habías dicho que, en la Argentina, la clase alta nunca va a prisión: en ningún país del mundo en general. Si sos poderoso o potentado o millonario y tenés fuertes contactos con el poder, es poco probable que vayas a prisión, salvo que hayas hecho un desastre demasiado imperdonable. Se sale fácil del atolladero. En Argentina, además, no sólo los ricos no van a prisión: tampoco la casta política. Excepto en golpes de Estado, cuando algunos eran encarcelados como venganza política, y viceversa, la casta política tiene un pacto de impunidad implícito que se cumple a rajatabla. No recuerdo, en los últimos 30 años, más de dos políticos que hayan ido presos. Recuerdo el caso de Pico, el presidente del Concejo Deliberante de Buenos Aires, que justamente la casta política lo abandonó porque huyó con la secretaria a Brasil en vez de hacer lo que todos los políticos hacen, que es dar un paseo por Tribunales durante unos cuantos meses hasta que la causa prescriba. En 2001, Cavallo estaba en Tribunales todos los días hasta que pasó, el show ya estaba hecho. Y el otro caso es el de María Julia Alsogaray, que provenía de un afuera del sistema político. Barón Biza fue uno de los primeros que claramente dejó establecido que comenzaba a producirse una alianza entre los empresarios, los políticos, el dinero negro que siempre financia a las campañas electorales, las señoritas de vida fácil —para usar terminología antigua— y el control del Estado. No es el primero en decirlo, ya los anarquistas venían hace tiempo denunciando qué ocurría en los sistemas de poder, pero él lo veía de cerca. Es muy probable que en sus novelas se refiera a hechos concretos conocidos por la opinión pública, aunque no los dijera con nombre y apellido. Era un hombre agresivo, violento, desagradable, de vida recia, nada fácil, prepotente, que, sin embargo, pretendía decir una verdad donde se cruzaban tres lubricantes: el sexo, la política y el dinero. Ese nudo, ese problema, la vinculación de los tres lubricantes del orden social, no ha desaparecido para nada.

En el libro sobrevuela la idea de cómo a lo largo del siglo XX, nosotros, los ciudadanos de a pie, por decirlo de alguna manera, asistimos o acompañamos, con bastante ingenuidad, a las gmalternancias en el poder de siempre las mismas personas, y cómo Barón Biza busca desenmascararlo.

—En ese sentido hay equivalencias posibles con las opiniones de Fogwill, que era un observador del poder. Barón Biza consideraba a la sociedad como una mezcla de ilusa y cómplice. Ilusa porque sigue pensando que hay la posibilidad de un político honesto o un gobierno que mejore las cosas que hizo mal el anterior. Y cómplice porque o quiere sacar ventaja de ese cambio o bien quiere que el nuevo político vehiculice la venganza. Por supuesto que esa complicidad necesita del juego escenográfico del poder que le habla al pueblo como si pudiera ser redimido de sus sufrimientos y cumplir sus esperanzas. Todo eso es una necedad. Llevamos por lo menos cien años de historia argentina desde el momento en que Barón Biza comienza a historizar su conocimiento de la sociedad argentina. Como decía Martínez Estrada: los argentinos resuelven un mal viejo con un mal nuevo.

Pero Barón Biza no es un anarquista, no es un ácrata ni un cínico como Fogwill. Barón Biza opera e incluso intenta solventar una revolución.

—Él fue “radicheta” toda la vida, como se le decía a los radicales, pero conviene ponerlo en perspectiva histórica. El Partido Radical fue un partido de masas, un partido popular, que tuvo un ala izquierda muy importante y un ala conservadora. El ala jacobina incluso gobernó provincias como Mendoza y San Juan. De hecho, las mujeres votan en San Juan desde 1928. No hay que olvidarse tampoco que el vicepresidente de Perón fue un radical, Quijano. Era un partido con una mística propia. Esa mística la perdió primero cuando fue dominado por el sector alvearista o conservador, de clase alta, y en segundo lugar porque el peronismo le robo las banderas. De alguna forma lo dejó desarbolado. Perdió la "chusma", como les decía la clase alta a los seguidores de Yrigoyen. Conviene recordar que el período del jacobinismo del Partido Radical duró poco tiempo pero fue muy intenso. Barón Biza se involucró en las sublevaciones en contra de los gobiernos de Uriburu y de Justo. Supongo que debía gustarle la aventura, también. Era joven, tenía 30 años, a qué joven no le gusta involucrarse emocional y, eventualmente, peligrosamente en aventura políticas. Eso también hay que considerarlo. Por lo demás, estaban envenenados tanto con el General Uriburu, que en su momento había participado en la revolución de 1890, como también con el ala más conservadora del Partido Radical.

Lo llamativo es que todo se da en Barón Biza en la misma época: muere su primera mujer, cae Yrigoyen, escribe la primera novela, va preso.

—Cuando ocurren momentos de aceleración histórica, las biografías personales, la organicidad o inorganicidad de los partidos políticos, las instituciones estatales, todo entra en estado de desorden, de imprevisibilidad. Varias veces ha ocurrido eso en la historia argentina: entre 1943 y 1946 hay un período de reorganización completa del sistema político argentino, lo mismo pasó entre 2001 y 2003, para no ir a otros casos anteriores. Cuando confluyen la celeridad de la historia y los talantes encendidos de ciertas personalidades, se produce este tipo de acontecimientos que muchas veces son espectaculares y, en todo caso, bastante inorgánicos. En aquel momento ocurre así; es el nudo en que se funda la mala fama de Barón Biza. Es un playboy con vida fastuosa en Europa que se pone del lado del pueblo a través de los radicales jacobinos, participa de sublevaciones, las financia y va a prisión y al exilio por ello, tiene una esposa que era una celebridad de revistas, que había sido actriz del cine mudo y que muere en el intento de unir las 14 provincias argentinas por el aire, a quien Barón Biza le construye una tumba frente a su estancia, que es hasta el día de hoy el monumento más alto que hay en Argentina. Al mismo tiempo, publica su primera novela escandalosa que da origen a un juicio por inmoralidad. No es poco para la vida de una persona ni tampoco para iniciar una vida literaria. No hay muchos casos así.

¿Cuántas vidas tiene Barón Biza? Cada capítulo del libro está trabajado como un perfil o como la cara de un prisma. Parecería que ante cada intento de suicidio de un vuelco a su vida.

—Yo no escribí una biografía. No quería delimitarme a ese género, porque además nadie sabe cómo es la vida de otra persona ni puede legítimamente interpretar eso. Me interesaba más bien cómo una vida se encastra o se encuentra con situaciones públicas que lo colocan o lo obligan a llevar después, incluso durante toda la vida, ciertos marbetes como “inmoralista”, “pornógrafo”, “revolucionario”, etc. Cuántas vidas tuvo: quizá tuvo una vida sin dirección. Muchas personas tienen vidas planificadas, asociadas a la consecución de una familia, un trabajo, un oficio e intentan progresar en esa dirección. Viven vidas más o menos equilibradas que encarrila su objetivo. Barón Biza no parecía tener clara esa planificación. Tenía algo impulsivo, me parece, en su personalidad. Fue muchas cosas, pero sin dirección.

La palabra “desagradable” salió en una respuesta anterior y en una entrevista que te hicieron para el suplemento Ideas del diario La Nación, también decías que Barón Biza era un personaje desagradable. Quería preguntarte por qué volver al trabajo de investigación para hacer esta edición definitiva y si creés que en algún momento vas a seguir trabajando sobre Barón Biza.

—Ya me despedí hace tiempo de él. Después me dediqué a Martínez Estrada, que es un personaje querible, un autor imprescindible, uno de los dos más importantes de la historia de las letras del siglo XX en Argentina. El otro es Borges. Barón Biza no me resulta agradable, no me gustan las personalidades arrogantes ni violentas ni agresivas, me pueden resultar objetos de observación, pero en términos personales las rechazo. Inevitablemente veo en ellas egocentrismo, narcisismo, voluntad de poder con intereses espurios. Por lo demás hay cosas reivindicantes en Barón Biza: No solo su participación quijotesca en los acontecimientos de sublevaciones radicales, si no, además, el que intentaba decirle a la sociedad argentina su destino negativo en tanto y en cuanto se lograra esa fusión entre sexo, política y dinero en el poder. Particularmente, él ponía especial interés en liberar a la sexualidad, que creo que es la única fuente de placer gratis que tienen los seres humanos, de sus restricciones fiscalizadas por la Iglesia, por aparatos de censura institucionales. Eso me parece que tiene todavía al día de hoy alguna vigencia, aunque parezca todo lo contrario. El atacaba a la raíz del problema, que es el matrimonio monogámico. La fuente del malestar, del displacer o el desfallecimiento del amor romántico y del deseo él lo encontraba claramente en la obligación del matrimonio monogámico.

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