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Trilogía de un periodista negro absoluto

Osvaldo Aguirre habla de su trilogía de novelas policiales: Los indeseables, Todos mienten y El novato, editadas por Negro Absoluto. "El problema del relato y de la verdad es un punto en común entre el género y la crónica policial", dice.

Por Patricio Zunini. Foto: Sebastián Suárez Meccia.

Con timidez en la voz y gestos apocados, es difícil imaginarse a Osvaldo Aguirre —para más datos: poeta virtuoso— persiguiendo criminales y testigos en busca de una verdad con la que escribir notas policiales. Tal vez esa actitud inesperada le haya resultado una ventaja en dieciocho años de experiencia de redacción en los que cubrió casos como el secuestro de Rodolfo Clutterbuck o el caso de los balseros boqueteros de Rosario; lo cierto es que en el imaginario colectivo, la figura del periodista de policiales está más próxima al mítico Gustavo Germán González que escribía para el diario Crítica que al novelista que hoy le da vida en una trilogía editada por Negro Absoluto.

González (GGG) supo construir su fama a través del empeño con el que desarrollaba su trabajo. Su caso más resonante fue la muerte del concejal radical Carlos Ray en 1925. Se creía que Ray había sido envenenado por su amante y que luego lo habían baleado para hacerlo pasar por un asalto. GGG se disfrazó de plomero para presenciar la autopsia y ser el primero en conocer la verdad: “No hay cianuro” fue tapa de Crítica; la edición se agotó en un par de horas.

 

Convocado por Juan Sasturain, Osvaldo Aguirre se dejó tentar por un proyecto de novelas enmarcadas en el policial negro y protagonizadas por GGG.

—Cuando se armó la colección —explica Aguirre—me llamó Juan Sasturain y me explicó el plan general, la cuestión de que cada autor trabajara con un detective diferente, en épocas diferentes, con la acción en Buenos Aires. El creía que se podía aprovechar el personaje de Gustavo Germán González, a quien yo ya había leído. Incluso en una época intenté hacer una investigación sobre él y entrevisté a periodistas que lo habían conocido que me dieron un caudal de anécdotas. Conocí el trasfondo de la época y leí algunos libros de memorias de ex redactores de Crítica, especialmente Cien mil ejemplares por hora, de Roberto Tálice.

En 2008 apareció Los indeseables: con el golpe militar que destituiría a Yrigoyen en ciernes, el inicio de la historia se da con la aparición del cadáver de una prostituta francesa en el Parque Lezama. A medida que avanza la investigación, GGG desovilla una trama que vincula al crimen con los poderosos de la época. Un año después, GGG volvió a vivir en las páginas de Todos mienten: con un ambiente más oscuro que la anterior y ya en tiempos de la Década Infame, el caso que se investiga conjuga el secuestro del hijo de un abogado prestigioso con el asesinato de un anarquista siciliano. Sin revelar el argumento, podría decirse que en la segunda entrega de la saga, Osvaldo Aguirre tiene como norte aquella frase de Rodolfo Walsh que decía que si no hay justicia, que al menos se busque encontrar la verdad.

La novela que cierra la trilogía lleva un título que parece fuera de sincronía: El novato. Un nuevo personaje se suma a las peripecias de González: el joven Fabio Vincenti acompaña al periodista experimentado en la resolución de un caso aparentemente sencillo —pero nada es sencillo en las novelas policiales— como es el crimen de un vagabundo tras unas elecciones legislativas. El nuevo personaje le permite a Aguirre darle voz a GGG para ensayar definiciones acerca de cómo contar una historia, cómo presentarla al público, cómo relacionarse con testigos, en resumen: cómo convertirse en periodista.

Hay un cambio de registro en la tercera novela. Las dos primeras tienen más acción; en la tercera hay más espacio para la reflexión.

—Puede ser por el tema de la novela: el aprendizaje y la transmisión de la experiencia son temas que siento particularmente importantes. Son temas muy ricos para trabajar y experiencias muy interesantes para vivir. La cuestión del aprendizaje y la transmisión de la experiencia son centrales en el periodismo y quizá pasan desapercibidas en la rutina de las redacciones. Cuando alguien se inicia en ese oficio hay un aprendizaje muy particular, ingresa a un mundo. Pienso en mi propia experiencia: cuando comencé a hacer policiales venía de la facultad, la experiencia que tenía era la de leer novelas policiales. Casi no había estado en una villa miseria donde pasaban las cosas. Entonces era descubrir un mundo, escribir sobre personajes que ignoraba. Eso es muy intenso como experiencia.

¿Hay mucha relación entre el periodista y el escritor? En una de las novelas se dice una frase que podría aplicarse al arte o a la novela: “el periodismo no debe parecerse a la vida, sino la vida debe copiar al periodismo”.

—Yo lo pensé en función de la desmesura que caracterizó al diario Crítica y sobre todo a la desmesura de sus relatos sobre el crimen, en los que siempre la ficción estuvo presente. Esas crónicas no cumplen con ninguno de los requisitos de las crónicas actuales. Ni la identificación de fuentes. También tiene que ver con la cuestión que hay en relación al relato de la verdad y con esa desmesura que se traducía en justificaciones que hoy nos pueden parecer locas. Eso es algo en lo que pensé mucho haciendo periodismo; incluso en El novato se cita subrepticiamente, sin mencionarlo, un poema de Joaquín Gianuzzi que habla un poco de las cosas que se ven en la calle comúnmente y cómo uno las cuenta.

Otra frase de Los indeseables dice: “un periodista no piensa nada hasta que lo escribe”.

—Está pensada en función de una crítica del periodismo. Trabajo hace muchos años en periodismo y tengo una visión muy crítica de cómo se hace periodismo. Sobre todo de la falta de reflexión sobre el propio instrumento de trabajo, que es el lenguaje. Tiene que ver con eso y con algo que no deja de asombrarme, que es la cuestión de cómo aparece el saber y el no saber en periodismo: los periodistas no necesitan saber de nada y pueden escribir de cualquier cosa. Esa frase es una forma de decir que los periodistas no piensan nada, pero a la vez hay un sentido positivo en que hasta que uno no escribe efectivamente, hasta que uno no tiene un relato, no arma un pensamiento.
El problema del periodismo es que no se interroga respecto de los modos en que se construyen los relatos: nada es interesante ni deja de serlo hasta que uno lo cuenta y lo decisivo es el modo en que uno relata la historia. Hay una frase de Perec —otra cita subrepticia de la novela— que dice que los diarios hablan de todo salvo de lo diario. Los diarios hablan de los extraordinario, buscan los extraordinario soslayando el dicho de que todo se trata de cómo se cuentan las cosas. De eso se habla en El novato, de la cuestión de mirar lo que uno tiene ante los ojos.

Con respecto a las novelas, cada una tiene tema y resolución diferente. Cuando empezaste a escribir Los indeseables, ¿sabías cómo se desarrollaría Todos mienten y El novato?

—No, para nada. Tenía pensados ciertos temas de época que podía trabajar: la cuestión de los tratantes de blancas, las organizaciones mafiosas sicilianas, la policía de la época. Por otro lado tenía una serie de temas que tienen que ver con el género policial y, por el tipo de personaje que protagoniza las novelas, con el periodismo: el problema del relato y de la verdad, que es un punto en común entre el género y la crónica policial.

El hecho de que el protagonista sea un periodista es una tentación muy grande pensar en el decálogo de Gamerro.

—Cuando uno escribe una novela policial parte de la dificultad de escribir una novela policial en Argentina. El problema básicamente está en la verosimilitud, no tanto de la historia, sino de los personajes. El prototipo de la novela negra norteamericana es vertical; no podemos leer una novela argentina donde el investigador sea policía. Pero podemos ir más allá y decir que tampoco podemos leer una novela en Argentina protagonizada por un juez, ni tampoco protagonizada por un periodista porque los periodistas también nos provocan muchas dudas. Dicho esto, el personaje que inspira estas novelas fue un periodista muy particular que tenía una visión escéptica y desmitificadora del oficio. Esa dificultad es muy productiva porque obliga a dar una respuesta y creo que si se pueden escribir novelas policiales es porque los autores pueden plantear una resolución para esa dificultad. Un caso reciente es Betibú, de Claudia Piñeiro, que también se pone a trabajar con esa dificultad.

Betibú tiene varios puntos de contacto con tus novelas. De hecho, ella refiere a Los indeseables desde su historia.

—Me gustan mucho las novelas de Claudia. Creo que la rapidez con la que se leen sus novelas puede llevar a conclusiones equivocadas respecto de la complejidad de esas novelas. Son ejemplos de construcción; tienen proposiciones bastante arriesgadas sobre el género. Son muy interesantes para leer desde una perspectiva bien de género. Yo leí todas sus novelas y me gustaron todas.

Cumplida la trilogía como objetivo editorial, ¿habrá una cuarta entrega?

—La posibilidad de seguir está abierta. La introducción de este nuevo personaje en El novato es un pie para seguir, como también para recrear una cuestión típica del género, que es la pareja de investigadores. Pero para hacerlo necesitaría un interés editorial.

¿Cuánto tiempo te acompañó GGG?

—Hace ya unos cuantos años. Desde que lo empecé a leer, desde que conseguí sus libritos a cincuenta centavos en librerías de saldos, pasó mucho tiempo. Después la escritura fue rápida, intensa. Hace unos años le hice una entrevista a Mario Levrero, fui a la casa y me contó que el día anterior había terminado de escribir la primera versión de Dejen todo en mis manos. Me dijo “hoy le pedí a mi mujer que hiciera algo para traerme de vuelta porque me había ido a vivir a la ciudad de mi novela”. Es una definición perfecta de lo que pasa cuando uno escribe y de lo que pasa cuando uno lee algo que le gusta: te vas a otra parte. La pasé muy bien escribiendo las novelas y con mucho gusta podría volver a ese lugar.

Luego de trabajar con la década del treinta, ¿hay un tema de hoy que te gustaría novelar?

—Cuando hice crónica policial conocí a un delincuente con el que hacía relatos periodísticos con un peso pesado; en los últimos asaltos que hizo le fue muy mal. Me interesaría mucho tomar puntualmente algunas de sus cosas para escribir algo que también está en El novato: el tema del fracaso y del perdedor, que, como temas de ficción, me parecen muy poderosos. Era una especie de delincuente al viejo estilo, de ir con las armas al banco… En el fracaso hay una historia, no sé si épica, pero algo de eso para rescatar.

Cuando uno habla de tu obra se puede citar tanto la poesía como la narrativa y los ensayos periodísticos policiales. ¿Es complicado asumir un rol: periodista, poeta, escritor?

—El problema que se me plantea al trabajar en un diario y hacer periodismo cotidianamente es la cuestión de ver que el periodismo es una máquina de producir estereotipos. El discurso periodístico, sobre todo el de la prensa escrita que es el que yo conozco, es muy limitado, se maneja con frases hechas que a uno, aunque sea inconscientemente, se le pegan en la escritura. Pero la poesía es exactamente lo contrario. Es lo que rompe los estereotipos, las frases hechas: la reinvención del lenguaje. De alguna manera la poesía me servía para tener un pie en otra cosa. Aunque fue difícil, me preocupaba cuando escribía porque me salían cosas que no me gustaban. Por otra parte, se dice que la crónica lleva al periodismo los procedimientos de la literatura: creo que me sirvió llevar a la literatura a algunos procedimientos del periodismo. No en la poesía, pero para escribir algunas novelas o cuentos hice entrevistas o investigaciones, hice trabajo periodístico. Me sirvió para trabajar con el registro oral. Trabajar con la variedad es un punto en común importante entre el trabajo poético y el trabajo periodístico. Luego, con respecto a la poesía y la narrativa policial, también hay una tradición en literatura argentina: por ejemplo Joaquín Gianuzzi y Leónidas Lamborghini fueron poetas que hicieron policiales y ellos trabajaron en la prensa sensacionalista por excelencia. Hay poemas de Gianuzzi de tema policial que están como dispersos en sus libros, pero forman un corpus. Me resultaba problemático el pensar cómo se podían asociar esas cosas, pero pensándolo así, digo vamos adelante.

 

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