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Virginia Higa: "Creo que voy a escribir siempre"

Alrededor de su primera novela, Los sorrentinos

"Nunca fue un plan de novela, sino que se fue armando en la marcha. De golpe se alinearon los planetas y la terminé", dice de su primera novela Virginia Higa, una en la que se interna en la historia de Chiche, entrañable personaje entre entrañables personajes y dueño de la trattoria familiar en la que se inventaron esas pastas. 

Por Valeria Tentoni.

 

En Estocolmo, ciudad en la que vive Virginia Higa, la luz cambia mucho y muy rápido. Ahora, que es pleno verano, amanece a las tres de la madrugada. El día es una eternidad que esconde las estrellas y da vuelta la luna en la que igual hay que ingeniárselas para dormir. "El peor momento es cuando se empieza a ir la luz, en octubre. Todos los días tenés cinco minutos menos. Es muy vertiginoso”, dice, frente a un café, en el epicentro del invierno porteño. Acaba de volver, después de casi un año de extranjería, para conocer un libro. Su primer libro. Los sorrentinos, novela cantarina y soleada, es también una auténtica novela de personajes –los que orbitan alrededor de Chiche, el dueño de una trattoría familiar donde se inventan esas pastas. Y la familia en cuestión –la que cuenta con rarezas adicionales, como ser un pariente al que casi adopta Gorki- es la suya.    

Descendiente de italianos y japoneses, Higa creció alimentando su imaginario con películas de Fellini y novelas policiales que le pasaba su abuela. Nació en Bahía Blanca en 1983; después, su familia se trasladó a Mar del Plata, Río Tercero y Buenos Aires, donde ella estudió Letras. Antes de publicar Los sorrentinos –esa novela que Federico Falco adjetiva como “leve, precisa, tierna, delicada y luminosa”- prácticamente no había publicado nada; una crónica en la antología que Hebe Uhart, otra de sus formadoras, preparó para Blatt & Ríos, y un cuento que puede leerse en este blog y drena, por cambio, de su lado nipón.

 

 

Podemos empezar por el epígrafe: está Natalia Ginzburg acompañando el libro, ¿su lectura fue una recomendación del taller de Hebe Uhart, a quien le gusta mucho leerla?

En realidad, no. Yo tenía en la cabeza que la quería leer, pero creo que porque había leído una nota de Juan Forn. Justo hicimos un viaje a Italia en 2014; Roma y el sur de Italia. Yo iba a ir por primera vez a Sorrento y a Nápoles. y en ese tren entre Roma y Nápoles, en la estación, encontré el libro de ella. Había varios suyos, pero agarré Léxico familiar porque ya desde el nombre me llamó. Lo leí en ese viaje en tren y fue un enamoramiento total: te conmueve, te hace reír, te hace llorar. Y dije ¡ay, yo quiero hacer algo con este entusiasmo que me despertó eso! Ese viaje estuvo todo muy lleno de presagios. Fuimos a conocer la casa donde habían vivido mis bisabuelos.

¿La casa amarilla que aparece en la novela?

Sí, la casa amarilla. Ahora ya no es una casa; no pudimos entrar, pero la vimos de lejos. Y conocí Sorrento, los limoneros, todas cosas sobre que había escuchado hablar. Fuimos a la cancha a ver un partido del Nápoles, aunque yo no tenía muchas ganas de ir, y cuando salía el sol la gente en la cancha aplaudía, ¡aplaudían al sol! En un momento los hinchas empezaron a cantar un himno y la empecé a tararear, me di cuenta de que la conocía; es una canción que cantaba mi bisabuela. Fue todo así el viaje, lleno de sentido, y ese libro también. Me hizo acordar a las palabras que se usaban en mi familia, y así fue como empezó la idea. Además, los últimos años yo había ido a Mar del Plata para el Festival de Cine y me parecía que la trattoria era un mundo, lo empecé a mirar con otros ojos. Otra coincidencia fue que yo estaba haciendo taller con Federico Falco, y un día llegué y había una tarjetita de la trattoria de mi familia sobre la mesa. ¿Y esto?, le pregunté. Ahí me contó que siempre iban cuando pasaban por Mar del Plata. 

¿Cómo arrancaste a escribir después de tener la idea?

Empecé a escribir escenas del restaurante, sin mucha idea de qué iba a ser eso, y así se fue armando. Nunca fue un plan de novela, sino que se fue armando en la marcha. De golpe se alinearon los planetas y la terminé.

¿La terminaste en el taller de Falco?

Empecé a escribir esas escenitas cuando estaba en su taller, después la escribí sola y la terminé de armar con él. Es muy bueno con la estructura, muy buen lector. También su entusiasmo me ayudó, porque yo no entendía bien si esto era interesante para alguien más. Con él terminé de ordenar los capítulos, la forma. Había otras historias más que yo tenía pero que después saqué, porque no entraban en ese juego.

¿La terminaste de escribir en Estocolmo?

No, me fui ya con la novela terminada. Estando allá hice una lectura más, cambié algunas cositas, corregí un poco; pero la editorial la tomó estando yo allá. En todo el proceso de edición yo ya no estaba, así que fue muy raro.

¿Cómo trabajaste ese diccionario familiar con el que nos encontramos?

Eran las palabras más importantes de mi familia, las que yo más recordaba, y ellas me fueron armando la estructura. El libro de Ginzburg también me sirvió porque hace un poco eso: las palabras clasifican al mundo distinto. El léxico me marcó el camino. La novela se armó a partir de cosas que yo quería contar de la vida del Chiche, más las palabras y la historia de los sorrentinos. Tenía esos tres ejes.

¿Y a cuántas de estas palabras las inventaba Chiche?

Muchas. Mishiadura es de uso extendido, pero el resto me parece que eran casi todas invento de él.

¿Cómo lo recibió la familia?

Están todos los personajes basados en personas reales, pero es una novela. Hay muchas cosas que no son así. Si la leen, sí van a reconocerse. Un poco de temor tenía, pero la escribí con cariño a la familia.

¿Conocés la receta de los sorrentinos?

Sí, conozco la receta, la masa mágica. Sé el truco, pero nunca los hice.

¿Y vos comías en la trattoria también?

Sí. Yo nací en Bahía Blanca, pero luego nos fuimos a Mar del Plata. Siempre íbamos a comer ahí, todos íbamos a comer a la trattoria.

Trabajaste con una memoria familiar, pero también tenés todo otro lado, el japonés, como en el cuento que está publicado en este blog.

El otro día, hablando con Maxi, el editor, me comentaba algo de lo que yo no sé si era tan consciente: que en el libro está muy presente el tema de la riqueza. No solo del dinero, el dinero también es una preocupación constante, pero la riqueza de una cultura. La riqueza más grande que te puede dejar una familia no es material, sino un montón de mundo.

La superstición es un gran tema, habilita una especie de pensamiento mágico, ¿cómo armaste ese sistema de creencias?

No sé, pero es que era algo que claramente estaba, que yo veía en ellos. Esto del miedo a la muerte, el temor a la enfermedad, algo de lo que no quieren hablar, porque hablando de eso lo atraés. También aparece un espíritu rarísimo, que no es ni bueno ni malo, te puede beneficiar o perjudicar según su humor. La superstición era parte de esa lógica familiar, de esa forma de pensar y de ver el mundo, que también tiene otra dimensión. Me acuerdo que en la escuela había que hacer unas máscaras, y yo hice una máscara del diablo que estaba buenísima, le había puesto cuernos y todo, y cuando la llevé a la casa de mi abuela, ¡la tiró a la basura! No quería eso en su casa. 

Estudiaste Letras, ¿cómo decidiste anotarte y cómo fue eso?

Siempre escribí cuentos. De chica me encantaba escribir y leer, y cuando tuve que elegir carrera fue bastante obvio. Había muchas otras cosas que me gustaban, tenía la fantasía de estudiar cine, por ejemplo. Me encanta, veo de todo, pero sé mucho menos de cine, soy más inocente y lo veo con ingenuidad. Me acuerdo más de los actores que de los directores, o sea, no soy una cinéfila ni una teórica ni nada. Me gustaba también Historia, Antropología. Pero fue una buena decisión haber hecho Letras. Después, cuando terminás la carrera, te das cuenta que hay un montón de cosas que no aprendiste. Siento que me formé más como lectora cuando empecé a trabajar en editoriales y a estar en contacto con gente que había leído todo, y eso se complementó. Yo venía con las lecturas clásicas de la facultad, y ahí se me abrió otro mundo.

¿Mientras estudiabas, escribías?

Escribía un poco, sí, pero diarios. Intenté escribir cuentos muchas veces, pero nunca estaba del todo conforme con lo que salía. Siempre sentía que escribir una novela era algo imposible para mí, me parecía una hazaña.

¿Y mientras escribías Los sorrentinos, sentías eso?

No, pero justamente porque yo no tenía un objetivo. Cuando me preguntaban por la novela yo decía que no lo era. No lo asumía como novela, y creo que eso me ayudó a ir escribiendo sin pensar en qué iba a ser. A mí me funcionó mejor no tener un plan.

Escribías hacía mucho pero habías publicado muy poco, ¿no?

Sí, una crónica en el libro de Blatt&Ríos y textos en digital. Quizás porque no estaba del todo conforme. Tenía cuentos sueltos, pero tampoco eran suficientes como para armar un libro y tampoco estaba tan contenta con esos cuentos. En este caso, lo que yo sentí es que era algo que, más allá de que le pudiera gustar a alguien o no, a mí me había dado mucha satisfacción escribir. Y que entonces estaba bien publicarlo. Que no importaba mucho lo que pasara después, porque lo había disfrutado. Esa sensación no la había tenido antes, y me hizo entender que estaba bien publicar esto y no antes las otras cosas.

¿Estás escribiendo otra cosa?

Desde que nos mudamos a Suecia estoy escribiendo algo que tampoco sé qué es, ni si tiene una forma. Un poco la misma dinámica de escribir sin mucho objetivo; pero lo bueno es que yo siento que esto me acompañó todo el año. Es muy distinto, es otro tono, pedía otra manera. Pero me hizo compañía. Es sobre Suecia y el frío y las estaciones, pero tengo la misma sensación linda de que es algo que me gusta. No sé qué va a ser, y todavía está en proceso.

¿Pensás volver a los cuentos, estás escribiendo algunos?

No, cuentos no. Me di cuenta que quizás no es para mí el cuento. Es muy difícil escribir un cuento que sea bueno, el cuento es rígido también en algún punto. Quizás eso sea muy productivo para alguna gente y de hecho lo es, porque hay quienes hacen cosas increíbles con el cuento, pero yo vi que en el largo aliento era más libre. A mí me encanta leer cuentos, pero me parece súper difícil hacerlos.

Podría decirse que es una novela clásica de personajes, algo que quizás no se está haciendo mucho en literatura contemporánea acá.

Quizás la literatura nuestra es más de ideas. Trato de recordar personajes memorables de la literatura argentina y el que más me viene es Puig, que a mí me encanta. Molina, o las viejas de Cae la noche tropical. Él trabajaba súper bien los personajes. Hebe Uhart trabaja un poco así también, quizás ella como escribe cuentos no llegás a tener tanta atención, pero los querés a sus personajes. Y me di cuenta de que Natalia Ginzburg tiene mucho en común con Jane Austen, que es una autora que no sé si está muy cerca en el universo literario que se arma, pero trabajan a los personajes de una manera parecida; los muestran en todas sus facetas. Hablando de dinero, de preocupaciones muy materiales. Me encanta cómo lo hacen, y yo también quería que fuera una novela de personajes.

¿Qué cosas aprendiste de Hebe? ¿Qué cosas de Falco?

El taller de Hebe es muy raro, porque ella no se preocupa por cuestiones de estructura. Lo que hace es encontrar en vos una mirada o un interés, y lo hace crecer. Ella se da cuenta muy bien de dónde está la esencia de lo que vos querés decir, lo hacía con todos los alumnos. Y genera entusiasmo. Te ayuda con la mirada, a mirar mejor. Es muy difícil de explicar, porque es un taller muy atípico. Ayuda a que lo que escribas crezca en riqueza de observación. Y Falco es, como dije, un muy buen lector, y es muy bueno para darse cuenta, en una primera lectura, de todo lo que falla, todo lo que está bien en un texto. Es un hiperlector. Y es buenísimo para la estructura. De alguna manera, ellos dos se complementaron en mí.

Y antes de ellos, ¿habías hecho otros talleres?

Había hecho talleres de poesía, los de Siempre de viaje, con Karina Macció y Virginia Janza. En un momento escribía poesía, pero no prosperó. Me encanta leer poesía, pero eso sí que es lo más difícil para mí.

¿Y el cine? Está presente también en la novela, como en Puig.

De chiquita, mi formación cultural antes fue por el cine que por los libros. Mi abuela me ponía a ver películas que no eran para mi edad, películas italianas, comedias, o películas de Fellini o Kurosawa. Y ella leía muchos policiales, así que yo veía las películas estas y leía policiales.

¿Había biblioteca en tu casa?

Sí, mi mamá es muy lectora. Es profesora de plástica. Siempre se dedicó al arte. Mi papá también leía pero otras cosas, no le gusta mucho leer ficción.

Cuando empezaste a escribir, ¿a quién se lo mostrabas?

A nadie. Me re costó empezar a mostrar las cosas.

¿Y ahora? ¿Cómo es ser autora después de trabajar en editoriales y en prensa?

Trabajé primero en La bestia equilátera, ahí era asistente editorial. En La bestia hice un poco de todo, y estar en contacto con gente que había leído muchísimo más que yo, fue parte de mi formación lectora. Después trabajé en Entropía y en Sigilo haciendo la prensa. Es raro, porque yo hacía prensa para otros libros, trabajaba del otro lado, entonces también me costó. Yo me relacionaba más con editores que con escritores, me costó pasar.

¿Te identificás del otro lado? ¿Te sentís rara, todavía?

No sé muy bien. Me gusta el proceso de escribir, y me encantó escribir esto y me gusta lo que estoy haciendo ahora. No sé si me pienso mucho como escritora, porque no sé muy bien qué implica eso. Si es escribir bueno, entonces sí. Y por otro lado sé cómo funciona el mundo editorial, entonces también me sirve como para no creerme nada.

Por más que no lo hayas mostrado antes, siempre escribiste. ¿Te imaginás sin escribir?

Creo que no, pero no escribo todo el tiempo tampoco. Creo que voy a escribir siempre, espero tener siempre el entusiasmo de escribir algo nuevo. Pero no quiero que sea una obligación tampoco.

 

 

 

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