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A doscientos años de su muerte, Jane Austen se sigue leyendo

Por Paula Varsavsky

Y reeditando: el sello Bärenhaus acaba de lanzar su versión de Amor y amistad / Jack y Alice, dos breves novelas de la joven Jane Austen, por primera vez traducidas en la Argentina. Aquí, su traductora aborda la trascendencia de la novelista británica y nos presenta este rescate.

Por Paula Varsavsky.

 

A lo largo de más de doscientos años, la obra de la escritora inglesa Jane Austen (Hampshire, 1775 - Winchester, 1817) ha ido adquiriendo cada vez más lectores. No solamente han crecido en cantidad sino también en calidad a medida que las lecturas se han ido complejizando. En el año 2017, al cumplirse doscientos años de la muerte de la autora, se realizaron varios congresos internacionales donde diversos especialistas debatieron sobre su obra. Una de las conclusiones a las que se llegó es que se trata de una escritora realista. Equivocadamente asignada al género romántico, quizá por tratarse de una mujer o por el hecho de que sus tramas giran en torno al matrimonio, se daba por sentado que tanto el amor como el enamoramiento eran los móviles excluyentes de los personajes que poblaban sus novelas. Sin embargo, su lúcida observación de la sociedad en la que nació y creció se centra en las distintas variantes de las formas especulativas, plagadas de prejuicios, conspirativas o superfluas en las que se generaban aquellas uniones, además de otras cuestiones sociales. El dinero, móvil casi excluyente en cada una de las bodas que se celebraran en las novelas de Austen, nos conduce a la ya clásica primera oración de su novela Orgullo y prejuicio: “Es una verdad generalmente admitida que un hombre soltero, poseedor de una gran fortuna, debe tomar esposa”.

Sabemos que a lo largo del siglo xx, los postulados acerca de que el amor romántico o el enamoramiento conforman los pilares, quizá el único móvil para la formación de una pareja, difieren en parte de aquellas asociadas al matrimonio hacia fines del siglo xviii y principios del xix, la época previctoriana. Citando a Joyce Carol Oates, que en su ensayo El motor de la historia desarrolla el tema, nos encontramos con ideas que arrojan luz a lo que podríamos denominar la historia del amor. “El amor romántico existió siempre, pero considerarlo como algo valioso es un fenómeno reciente. Uno de los requisitos es, paradójicamente, poco romántico. Para que los seres humanos se sientan arrastrados por los ojos amados convertidos en un absoluto, deben vivir en una sociedad rica. Esa atracción es un lujo que sólo algunos pueden darse: un ideal que, a veces, puede llevar a la tragedia; y otras, a la realidad del matrimonio.”

Continúa: “La quintaesencia de la heroína romántica es Emma Bovary. En ella, Flaubert retrata de manera sutil a una mujer condenada a la desdicha amorosa. No la corrompe un hombre de carne y hueso, sino sus lecturas. Anhela encontrar en este mundo la imagen esquiva de la pasión romántica. El problema —insinúa Flaubert— está en que esa clase de anhelo conduce invariablemente al desengaño”.

En la primera novela de Austen, Sentido y sensibilidad, publicada en 1810 en forma anónima, con una única referencia a la autoría que decía “Por una dama”, vemos cierta convergencia con las ideas recién expresadas, una tensión entre el amor romántico y lo que se consideraba un matrimonio sensato. Aquel fue el inicio de una serie de cuatro novelas que publicaría a lo largo de sus cuarenta y un años de vida. Junto con una serie de textos de iniciación, las novelas epistolares Lady Susan, la novela inconclusa Amor y amistad, la breve Jack y Alice y las novelas póstumas La abadía de Northanger y Persuasión conforman su obra literaria. Asimismo, se ha recopilado lo que quedó sin destruir de su ferviente correspondencia en Cartas.

En las dos novelas de iniciación que publicamos en este volumen, escritas por Austen en su temprana adolescencia, encontramos un puñado de personajes, de modos de comportamiento, de búsquedas de experiencia que dan el puntapié inicial al mundo que la autora desarrollará en su perfeccionado estilo a lo largo de su obra. Ahí ya estaban presentes su aguda capacidad de observación, su humor, su talento descriptivo y su sutil ironía. “Oh, Cecilia, ojalá fuera realmente lo que pretendo ser”, dice Flora en Jack y Alice. “Si este sujeto no tuviera doce mil libras al año sería bien estúpido”, piensa Edmund en Mansfield Park.

Quizá James Wood, una de las voces más lúcidas de la crítica literaria anglosajona contemporánea, nos brinde algunas claves sobre lo recientemente mencionado en el siguiente párrafo de su ineludible volumen Los mecanismos de la ficción: “Apenas nos damos cuenta de que la buena prosa favorece los detalles expresivos y brillantes; de que privilegia un alto grado de observación visual; de que mantiene una compostura poco sentimental y sabe retirarse, como un buen ayuda de cámara, y evitar los comentarios superfluos; de que juzga el bien y el mal con neutralidad; de que busca la verdad, aun a costa de repelernos; y de que las huellas del autor en toda ella paradójicamente son rastreables, pero no visibles.  Se puede encontrar algo de esto en Dafoe o en Austen o en Balzac, pero no todo hasta Flaubert”.

Resulta interesante el encuentro con los textos que aquí publicamos, traducidos por primera vez al castellano en la Argentina, Jack y Alice y Amor y amistad, en los que la autora, a pesar de ser aún muy joven, a la manera de un buen dibujante, ya da muestras de un firme trazo. En la fiesta de disfraces que tiene lugar en Jack y Alice, en torno a la cual gira la trama, nos encontramos con las señoritas Simpson, tres hermanas cuyos temperamentos difieren, descriptas de una manera objetiva, un hombre joven atractivo sin escrúpulos y una población donde los pocos habitantes aislados conforman una galería de comportamientos pretenciosos que son nombrados con delicadeza y puestos a disposición del lector.

En su libro El arte de la ficción, el crítico literario inglés David Lodge da como ejemplos de perfección el inicio de dos novelas: El buen soldado de Ford Madox Ford y Emma de Jane Austen. En cuanto a Emma, dice lo siguiente: “El comienzo de Jane Austen es clásico: lúcido, mesurado, objetivo, cuenta con una connotación irónica disimulada debajo de un elegante guante de terciopelo, del estilo. Cuán sutilmente en la primera oración prepara a la heroína para su caída. Este será el reverso de la historia de Cenicienta, el triunfo de una heroína desvalorizada, que anteriormente atrajo la imaginación de Jane Austen de Orgullo y prejuicio a Mansfield Park. Emma es una princesa que debe pasar por la humillación antes de encontrar la verdadera felicidad”.

A pesar de que las novelas de Jane Austen se pueden definir como clásicas, dado que cuentan con un principio, un desarrollo y un fin a la manera en que el género novela, recién en ascenso, se escribía hacia fines del siglo xviii hasta los albores del siglo xx, cuando irrumpieron en el género tanto James Joyce como Virginia Woolf, Austen maneja ciertas herramientas de manera singular, sin atenerse al canon de su época. Por lo general, tanto en la novela gótica como en la romántica el clima se utilizaba como metáfora de estados del alma.

“El clima en las novelas de Jane Austen suele ser algo que conlleva una importancia práctica en la conducta referente a la vida social de sus personajes en vez de conformar un índice metafórico de sus vidas interiores”, dice David Lodge en El arte de la ficción. “La nieve en los capítulos 15 y 16 de Emma resulta representativa en este sentido. La primera mención aparece en el medio de la cena de Mr. Weston previa a la Navidad, cuando John Knightley, quien desde el inicio no había querido asistir, anuncia que está nevando intensamente con un viento a la deriva, llenando así de terror el corazón del valetudinario padre de Emma, el señor Woodhouse […] Donde Jane Austen desliza la falacia patética tan a hurtadillas que apenas la advertimos, Dickens nos da un palo por la cabeza con el famoso párrafo inicial de Bleak House. Implacable clima de noviembre.”

El sistema binario parece ser, desde los inicios de su escritura, uno de los ejes de la construcción narrativa de Jane Austen. La novela inconclusa Amor y amistad y la breve novela Jack y Alice muestran, desde sus respectivos títulos, una inclinación por esta forma de pensamiento. Se trata de dos textos de juventud, escritos a los catorce años, en los cuales, como mencionamos antes, ya se encuentra una incipiente ironía, una aguda capacidad de observación y una mezcla de desdén y admiración por el mundo que la rodea. Todavía algo ingenua, Austen describe aquello que ve. Utiliza el estilo libre indirecto. Sin perder la elegancia, se atreve a mirar. A pesar de que, desde entonces, su obra forma parte del programa de lecturas imprescindibles de la literatura universal, la ausencia en sus novelas de cualquier tipo de crítica explícita de la sociedad a la que pertenecía, exasperó a escritores tan disímiles como Charlotte Brontë y Jorge Luis Borges.

En sus posteriores y maduras novelas Sensatez y sensibilidad y Orgullo y prejuicio, la autora continuó el desarrollo de su capacidad de encauzar la narrativa en un modelo de aparentes contraposiciones. Sin embargo, lejos de tratarse de una forma de simplificación, nos encontramos ante una obra en la cual ese andamiaje se utiliza hábilmente para desentrañar con humor y sutil sarcasmo los pilares de la posterior época victoriana. Asimismo, vemos que, en realidad, no se trata de opuestos sino de una forma a través de la cual se sigue una línea donde persiste cierta desesperanza. Al comienzo de Amor y amistad dice lo siguiente: “Engañada en la amistad y traicionada en el amor”.

Los títulos, podríamos decir, se presentan como dilemas morales, un tema central de la filosofía anglosajona, junto con el lenguaje. Y cada uno de los parlamentos de los personajes es una muestra de destreza en las técnicas de argumentación y oratoria.

En una época en que la tendencia dominante era la novela gótica y sentimental, Austen se situó mayormente en el realismo con toques de parodia al romanticismo.

En Jack y Alice, donde, a pesar de la escasa extensión, logra que la estructura dramática contenga los elementos fundamentales del género, mantiene una estructura narrativa lineal. Dividida en nueve capítulos, narra una historia que comienza con el festejo del cumpleaños de Mr. Johnson, un hombre de cincuenta y cinco años, y termina con lo que Henry James describía, sarcásticamente, respecto de los finales de las novelas del siglo xix como “una distribución, al final, de premios, pensiones, maridos, esposas, bebés, millones, párrafos añadidos y comentarios alentadores”. Así es como, de una manera abrupta, en el último capítulo, se reparten títulos nobiliarios, se contraen matrimonios inesperados, se descubre un asesinato, uno de los personajes se va al exilio y los habitantes de Pammydiddle, vecindario donde tiene lugar la historia, comienzan prometedores períodos en sus vidas.

En este relato hay ciertos adjetivos que se repiten, como “apasionado” y “alto/a”. Ambos son utilizados  de manera peyorativa. Aún hoy en día, en Inglaterra, los sentimientos resultan literalmente mal vistos. Las pasiones, de más está decir, había que ocultarlas. Las menosprecia constantemente mediante frases como “avanzaban de una forma horriblemente apasionada” o “hallarse realzada por la pasión”. En cuanto a que una persona fuera de estatura elevada, tampoco se lo consideraba adecuado. Es sabido por los tamaños de los muebles y, particularmente, el largo de las camas, que la gente era mucho más baja en el siglo xix que en los posteriores. Austen respeta esos códigos.

Las extensas oraciones, plagadas de subordinadas, en las que se acumulan descripciones y acciones, sirven para mantener el tono majestuoso y pausado de una burguesía que residía en pequeñas comunidades apartadas unas de otras y donde un festejo de cumpleaños constituía el único tema de conversación durante varios meses para todo un vecindario.

Las descripciones de los personajes y de los paisajes resultan minuciosas en sus textos. Oscilan entre el romanticismo, el gótico y el realismo. También utiliza, por momentos, la acumulación de adjetivos unidos a través de la conjunción “y”.

La autora, consciente de su condición de tal, interviene en varias oportunidades en el texto al dirigirse directamente al lector, y lo hace de manera intrusiva, como por ejemplo, en el siguiente párrafo de Jack y Alice, el tercero de la novela: “Antes de que continúe dando cuenta de esa velada, sería apropiado que le describiera a mi lector el grupo de personas y personajes que le acaba de ser presentado, quienes se convertirán en sus conocidos”.

También lo hace, de otra forma, en el siguiente párrafo: “Alice se sentía tan provocada ante esta repetición de la vieja historia, que no sé cuál habría sido la consecuencia de ello, si no hubiera sido porque la atención derivó hacia otro objeto. Una hermosa joven mujer recostada, aparentemente muy dolorida, bajo un árbol de cítricos, era un objeto por demás interesante para atraer su atención. Olvidándose de su propia disputa, ambas, con ternura simpatizante, avanzaron hacia ella y se dirigieron a ella en estos términos”.

Esta forma de aparición de la voz del autor en el texto le brinda una autoridad algo endiosada, además de quitarle, en cierta manera, realismo.  Se condice con una de las premisas de la novela de principios del siglo xix, cuando existía la creencia de que el texto debía contener algún tipo de enseñanza o de moraleja. Por estos motivos, esa herramienta cayó en desuso a comienzos del siglo xx. A partir de entonces, la narración quedó en manos de los personajes, ya sea a través del diálogo, de una voz en primera persona, de sus conciencias o de un narrador en tercera persona que por lo general toma el punto de vista de alguno de los personajes. Durante el siglo pasado y en la actualidad, cuando se utiliza al autor, se lo hace en forma irónica, se trata de un guiño al lector, que sabe que le están mostrando algo que proviene de otra época. Por otro lado, dada la cantidad de indicaciones, este estilo narrativo resulta fácilmente adaptable al lenguaje cinematográfico.

En Amor y amistad, novela epistolar conformada por una serie de quince cartas entre tres personajes femeninos: Isabel, Marianne y Laura —respectivamente una madre, su hija y una íntima amiga de la madre—, nos encontramos con el tema de la transmisión de la experiencia. Isabel, le pide a Laura, su íntima amiga que le cuente a su hija Marianne sus propias desventuras amorosas. Como en Jack y Alice, al comienzo se menciona la edad de uno de los personajes principales; en ambas novelas se trata de la misma, cincuenta y cinco años. En Amor y amistad la referencia se hace respecto de la edad de Laura, y se la sitúa en un lugar de inmunidad respecto de los hombres, tanto de amantes indeseados como de padres autoritarios, una edad de supuesta liberación. Para un hombre, pareciera que también lo es, la fiesta de cumpleaños es una mascarada. La idea de que la experiencia personal puede ser útil para las generaciones posteriores tiene que ver con la aceptación de algún tipo de verdad universal.

La novela, que se convertiría en el género predominante durante el siglo xix, a fines del siglo xviii aún constituía un género menor que no se consideraba elevado en comparación con la poesía y la dramaturgia. Por ese motivo, la narradora se burla del género al comentar en Amor y amistad que un personaje “debe haber leído demasiadas novelas”, como si esa actividad convirtiera en fantasiosas a las personas. “Sir Edward estaba sorprendido; quizá tenía escasa expectativa de encontrarse con una oposición tan fogosa a su voluntad. “‘¿De dónde, Edward, en nombre del asombro (dijo él) has arrancado esta algarabía sin sentido? Sospecho que has estado estudiando novelas’.”

Asimismo, hay una referencia literaria donde la novela aparece como género culto, cuando un personaje comenta que alguien no habrá leído Los lamentos del joven Werther, novela epistolar, cargada de referencias autobiográficas, escrita por el alemán Johann Wolfgang von Goethe.

La reiteración es una constante a lo largo de estos dos textos. Durante la tarea de traducción, a veces se torna difícil mantenerla, existe la tentación de introducir sinónimos. Revela algo del espíritu aún adolescente de la autora, una cierta ingenuidad que luego puliría en sus siguientes novelas. “Ten cuidado, mi Laura (solía decirme a menudo). Ten cuidado de las insípidas vanidades y del indolente libertinaje de las metrópolis de Inglaterra; ten cuidado de los lujos sin sentido de Bath y del pescado hediondo de Southampton.” Los ten cuidado, a la manera de latigazos, funcionan como una sonora advertencia cercana a lo providencial y dan relieve al valor de la experiencia en cuanto a los posibles peligros.

La permanente tensión entre libertad de expresión y el deber ser ha dejado una impronta en la literatura británica. El relato de las peripecias de Laura, a lo largo de su correspondencia con la joven Marianne, recorre temas que, en distintas formas y estilos, han evolucionado a lo largo del tiempo, han poblado la novelística británica desde entonces: el amor, el matrimonio, el dinero, el arte, el teatro, las relaciones familiares, la amistad, la muerte, la herencia, las clases sociales y la naturaleza.   

W. G. Sebald, el escritor alemán que residió y murió en Inglaterra, hizo el siguiente comentario respecto de la autora: “Si nos referimos a Jane Austen, nos referimos a un mundo en el que había claras pautas establecidas respecto de lo que se consideraba correcto, que contaban con la aceptación generalizada por parte de la población. Si tenemos un mundo donde las reglas son transparentes en el que se sabe dónde empieza la trasgresión de los límites; entonces, creo que es legítimo, dentro de ese contexto, ser un narrador que conoce cuáles son las normas y que sabe las respuestas a determinadas preguntas. Pero creo que aquellas certezas nos han sido arrebatadas a lo largo del curso de la historia y que debemos asumir nuestro  propio sentido de la ignorancia y de la ineptitud en esos asuntos y, por ese mismo motivo, intentar escribir de una forma acorde con ello”.

 

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