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Prólogos

Dos conversos conversando

Por Ariana Harwicz y Mikaël Gómez Guthart 

"Las palabras vienen siempre acopladas, ensambladas, apareadas en otras, como las largas raíces de los árboles, así que somos dos conversos, conversando": así presentan sus autores a Desertar (Mardulce Editora). "Empezamos a hablar por escrito cuando nos conocimos al presentar nuestros libros traducidos al francés y nunca más nos detuvimos".

Por Ariana Harwicz y Mikaël Gómez Guthart.

 

Conversación –en castellano– suena a converso. Al parecer ya tenemos un problema para futuras traducciones. Las palabras vienen siempre acopladas, ensambladas, apareadas en otras, como las largas raíces de los árboles, así que somos dos conversos, conversando. Y dos fantasmas, también, pero por motivos que descubrimos solo al final. Empezamos a hablar por escrito cuando nos conocimos al presentar nuestros libros traducidos al francés y nunca más nos detuvimos. ¿Por qué dos personas que no se conocen nada y que nunca se escucharon ni las voces, empiezan en un momento a hablar y por qué eso que se dicen termina siendo un texto? No lo sabemos y este corto libro tampoco lo responde. Comenzamos a hablar con el aislamiento, quizás ahora sea un recuerdo como un mal viaje o una vida pasada de las tantas que se tiene, pero mientras duró este libro, siguiendo la tradición de la literatura de cárcel, fue el diálogo de dos presidiarios. De celda a celda, o más exactamente, de un suburbio parisino a un pueblo, en realidad a un hameau, aldea dice la traducción, en el centro de Francia. Este diálogo escrito narra lo que pasó entre un traductor francés, Mikaël Gómez Guthart, que en una crisis de angustia, dejó de hablar francés para hablar solo castellano huyendo de París a Buenos Aires, y de una escritora argentina, Ariana Harwicz, que se enamoró de la lengua francesa e intentó renunciar al castellano huyendo de Buenos Aires a París. Por eso para él, París siempre va a ser la ciudad de la que huyó, y por eso para ella, París siempre será la ciudad a la que huyó. Como vemos, toda ciudad es un campo minado, un refugio para inmigrantes, una zona de control. Este diálogo es el cruce entre lo inestable de una charla y el tiempo fijado de un texto, eso que pasa con las caras de la gente muerta. La increíble precisión y los increíbles detalles de una cara contra la desaparición. Un diálogo es esa fatalidad de las caras construidas con cientos de detalles para ser borradas y perdidas de un plumazo. Se disuelven, se desarman, se liquidan al igual que las conversaciones. Pero siempre está la esperanza de que algo mínimo quede, un término, un giro. Ya salimos del aislamiento, ya no estamos hablando ida y vuelta desde un suburbio de las afueras de París a un pueblo medieval del centro de Francia, pero esta conversación sigue en la lectura de este libro, quizá para que continúen esos días de falso verano o para no salir nunca del encierro que es toda conversación.

 

 

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